Rorden, el Archivero Mayor, ocultó su sorpresa cuando su visitante se anunció a sí mismo. Reconoció a Alvin al instante y en el mismo momento que el chico entraba en su despacho, puso la cartulina con su nombre en la computadora. Tres segundos más tarde, la ficha personal de Alvin estaba en sus manos.
Según Jeserac, los deberes y obligaciones del Archivero Mayor eran un tanto misteriosos y por eso Alvin había esperado encontrarse con un hombre rodeado de un enrevesado sistema de catálogos y fichas. También, sin que pudiera decir a ciencia cierta por qué razón, creyó que habría de encontrarse con alguien tan viejo como Jeserac. En vez de ello se vio frente a un hombre de mediana edad en el interior de una sencilla habitación que no contenía más que una docena de aparatos de gran tamaño. El saludo con el que recibió a Alvin fue un tanto ambiguo y formulario. Subrepticiamente, Rorden examinó la ficha personal de Alvin, que había puesto sobre la mesa, semioculta por otros papeles y documentos.
—¿Alaine de Lyndar? —dijo—. No, no he oído hablar de él. Pero pronto podremos saber quién fue.
Alvin lo observó con interés mientras pulsaba unas cuantas teclas en una de las computadoras. Casi inmediatamente, se produjo el rumor de un campo sintetizador, apareciendo un trozo de papel.
—Por lo visto, Alaine fue un predecesor mío hace ya muchísimo tiempo. Creo conocer a todos los Archiveros Mayores que han ocupado este puesto en los últimos cien millones de años así que éste deber ser anterior. Hace tanto tiempo que vivió que sólo se ha archivado su nombre sin ningún otro detalle sobre su personalidad. ¿Dónde dices que estaba la inscripción?
—En la Torre de Loranne —respondió Alvin después de un momento de vacilación.
El Archivero pulsó otra serie de teclas, pero en esta ocasión no se produjo el campo magnético y no brotó ningún papel.
—¿Qué es lo que está haciendo? —preguntó Alvin—. ¿Dónde están sus ficheros?
El archivero se echó a reír.
—Esto siempre intriga a la gente. Resultaría de todo punto imposible conservar ficheros escritos de toda la información que necesitamos. Así que los registramos electrónicamente y por proceso automático se borran después de cierto tiempo, salvo que exista una razón especial que aconseje su conservación.[4] Si Alaine dejó algún mensaje para la posteridad, muy pronto lo descubriremos.
—¿Cómo?
—No hay nadie en el mundo que pueda explicárselo. Todo lo que sé es que este aparato es un Asociador. Si se le proporciona un conjunto de datos, el memorizador electrónico los compara con la suma total del conocimiento humano archivado hasta sacar las consecuencias lógicas y dar una respuesta adecuada.
—¿Lleva mucho tiempo?
—En ocasiones he tenido que esperar hasta veinte años antes de conseguir la respuesta. ¿No desea sentarse? —añadió con voz solemne y acorde con la expresión de sus ojos.
Alvin nunca se había encontrado anteriormente con nadie como el Archivero Mayor y se dio cuenta de que sentía simpatía por él. Estaba ya cansado de que todo el mundo le recordara que era sólo un muchacho, evitando tratarle como un adulto, y justamente lo contrario era lo que estaba haciendo Rorden.
Una vez más relampagueó el campo magnético sintetizador y Rorden se inclinó para leer el papel. El mensaje-respuesta debía ser largo, pues tardó varios minutos en leerlo por completo. Finalmente, se sentó en uno de los sillones de la habitación y se quedó mirando a su visitante con ojos, que según Alvin notó por vez primera, tenían una mirada extrañamente escrutadora y desconcertante.
—¿Qué es lo que dice? —preguntó el muchacho incapaz por más tiempo de contener su curiosidad.
Rorden no respondió. En vez de ello, fue él quien pidió más información.
—¿Por qué quería usted salir de Diaspar? —preguntó con tono tranquilo.
Si hubieran sido Jeserac, o su padre, quienes le hubieran hecho esa pregunta, Alvin hubiese lanzado por respuesta una serie de medias verdades o mentiras completas. Pero con este hombre, al que acababa de conocer hacía sólo unos minutos, no existían las barreras que siempre le separaron de aquellos otros a los que había conocido de toda la vida.
—No estoy seguro —dijo hablando lentamente, pero sin vacilaciones—. Siempre sentí ganas de hacerlo. Ya sé que no hay nada fuera de Diaspar, pero de todos modos quiero salir y cerciorarme por mí mismo.
Miró de reojo a Rorden como si esperara de éste unas palabras de ánimo, pero la expresión de los ojos del Archivero Mayor estaba lejana, como perdida. Cuando por fin miró a Alvin, había una expresión en su rostro que el muchacho no logró entender por completo, pero en la que descubrió una cierta nota de tristeza, como si algo le inquietara.
Nadie podía suponer que Rorden había llegado a la más grave crisis de su vida. Durante miles de años había realizado su trabajo y deberes como intérprete de las máquinas, una labor que no exigía mucha iniciativa ni grandes dotes emprendedoras. Un tanto alejado del tumulto de la ciudad, un tanto solitario entre sus compañeros, Rorden vivía una existencia feliz y plácida. Y ahora llegaba este muchacho, para revivir los espíritus de unas épocas que llevaban ya muertas millones de siglos, y le amenazaba con alterar su tan apreciada tranquilidad mental.
Sólo unas palabras de desánimo podrían bastar para destruir esa amenaza, pero al contemplar la expresión ansiosa y desgraciada de los ojos de Alvin, Rorden se dio cuenta de que no podía elegir el camino más fácil. Incluso sin el mensaje de Alaine su conciencia no se lo hubiera permitido.
—Alvin —comenzó—, ya sé que hay muchas cosas que te han venido intrigando. Sobre todo, supongo, te habrás preguntado por qué vivimos encerrados en Diaspar cuando antaño el mundo entero no resultaba suficiente para nosotros.
Alvin hizo un movimiento de asentimiento y se preguntó cómo el hombre podía leer en su mente de manera tan exacta.
—Bien —continuó Rorden—, temo que no voy a poder darte una contestación completa. No, no me mires con ese aire de desencanto: aún no he terminado. Todo comenzó cuando el hombre tuvo que pelear contra los Invasores —lo que fuera o quienes fuesen—. Antes de eso, el hombre trató de extenderse hasta las estrellas, pero hubo de regresar a la Tierra, rechazado en unas guerras para las que no estaba preparado y que ni siquiera ahora podemos concebir. Tal vez la derrota cambió el carácter de la raza humana e hizo que se decidiera a quedarse para siempre en la Tierra. O tal vez los Invasores le prometieron dejarlos en paz si se conformaban con quedarse para siempre en su propio planeta. Las razones no las sabemos. Lo que sí sabemos con seguridad es que comenzó a desarrollarse una cultura intensamente centralizada de la cual Diaspar no es otra cosa sino su última expresión.
»Al principio —añadió Rorden, después de una leve pausa— había un buen número de grandes ciudades, pero finalmente Diaspar las absorbió a todas, pues parece ser que existía cierta fuerza que empujaba a los hombres a reunirse, como antes los empujó a buscar la ruta de las estrellas. Muy pocos son los que lo reconocen, pero todos tenemos miedo del mundo externo y una tendencia a conformarnos con lo que conocemos y sabemos. Ese miedo, posiblemente, es irracional, y también es posible que tenga sus raíces en la historia; pero de lo que no cabe duda es de que constituye una de las fuerzas más potentes, capaz de controlar nuestras vidas.
—En ese caso, ¿por qué no siento yo de ese modo?
—¿Quieres decir que la idea de abandonar Diaspar, donde tienes todo lo que necesitas y te encuentras entre tus amigos, no te llena de algo parecido al terror?
—No.
El Archivero se sonrió con cierto sarcasmo.
—Siento mucho no poder decir lo mismo. Pero al menos me hago cargo de tu punto de vista y lo aprecio en lo que vale, aun cuando no pueda compartirlo. En otras circunstancias es muy posible que tuviera dudas sobre si ayudarte o no, pero esas dudas no existen desde que he visto el mensaje de Alaine.
—Aún no me ha dicho lo que dice.
Rorden se echó a reír.
—Ni lo haré hasta que no seas bastante mayor. Pero sí te diré de qué trata. Alaine anticipó la posibilidad de que alguien como tú podría nacer en edades futuras. Comprendió que existía la posibilidad de que intentara escapar de la ciudad y se dispuso a ayudarle. Creo que por cualquier otra parte que hubieras intentado salir habrías encontrado, igualmente, una inscripción remitiéndote al Archivero Mayor. Sabía Alaine que éste le plantearía la pregunta a sus máquinas; dejó un mensaje de seguridad entre los miles y millones de fichas y registros existentes. Una ficha que sólo podrá ser encontrada si el Asociador la busca deliberadamente. El mensaje pide a todo archivero que ayude a quien desee salir incluso en el caso de que él, personalmente, esté en desacuerdo con esa idea y la desapruebe. Alaine creía que la raza humana estaba entrando en un período de decadencia y deseaba ayudar a quienquiera que fuese que intentara regenerarla. ¿Me sigues?
Alvin asintió gravemente con un movimiento de cabeza y Rorden continuó.
—Espero que estuviera equivocado. No creo que la humanidad sea decadente, sino que simplemente está alterada. Tú, desde luego, estarás de acuerdo con Alaine, pero no lo hagas tan sólo movido por la idea de que es agradable y positivo el ser distinto a los demás. Nos sentimos felices, y si es verdad que hemos perdido algo no nos damos cuenta de ello.
»Alaine dejó un mensaje muy largo —siguió el Archivero Mayor—, pero, en resumen, lo más importante de él viene a decir lo siguiente: hay tres caminos para salir de Diaspar. No dice a dónde conducen ni tampoco da indicio alguno sobre la forma de localizarlos, aun cuando sí hay algunas referencias oscuras. Tendré que meditar sobre el asunto. Pero incluso en el caso de que diga la verdad, eres demasiado joven todavía para abandonar la ciudad. Mañana hablaré con tu familia. ¡No, no temas, no voy a descubrirte! Ahora creo que debes dejarme. Tengo muchas cosas en qué pensar.
Rorden se sintió verdaderamente embarazado ante las muestras de gratitud del muchacho. Después de que Alvin hubo salido, siguió sentado un buen rato preguntándose si, después de todo, había actuado correctamente.
No cabía duda de que el joven era un ente atávico, una regresión a las grandes Edades del pasado. Cada pocas generaciones surgían mentes semejantes a aquellas privilegiadas que conocieron los tiempos pasados. Nacidos fuera de su época, podían ejercer muy escasa influencia en un mundo pacífico y ensoñador como era Diaspar. El declinar lento, pero prolongado de la voluntad humana había avanzado excesivamente, lo suficiente como para sobrepasar a cualquier individuo genial, por brillante que fuese. Después de varios siglos de inquietud, esos individuos diferenciados aceptaban su suerte y cesaban de luchar contra esa voluntad. Cuando Alvin se diera cuenta de su posición, ¿comprendería que su única esperanza de felicidad consistía en conformarse con el mundo en que le había tocado vivir? Rorden se preguntaba si, al fin y al cabo, no hubiera resultado más beneficioso para el joven el encontrarse con el desánimo desde el principio. Pero, de todos modos, ya era demasiado tarde para ello. Alaine se había ocupado de que las cosas fuesen como eran.
El antiguo Archivero Mayor debió haber sido un hombre extremadamente notable, quizá también un atávico. ¿Cuántas veces en el transcurrir de siglos y milenios habían leído el mensaje otros Archiveros y habían actuado según sus instrucciones para bien o para mal? Estaba convencido de que si anteriormente se había dado algún caso semejante, debía estar registrado en la conciencia electrónica de las máquinas.
Durante un momento, Rorden se concentró profundamente en sus pensamientos. Después, lentamente al principio pero con confianza creciente a continuación, comenzó a ubicar pregunta tras pregunta en sus aparatos, hasta que todos los Asociadores de la sala se encontraron trabajando a plena capacidad. Por medios que en esos momentos estaban por encima de la capacidad de comprensión del hombre, billones y billones de datos y hechos fueron pasando por los analizadores. No le quedaba otra cosa que hacer sino esperar las respuestas…
En años subsiguientes, Alvin tuvo frecuentes ocasiones de maravillarse de su fortuna. Si el Archivero Mayor hubiera sido poco amable con él, su tarea ni siquiera habría comenzado realmente. Pero Rorden, pese a la diferencia de edad que había entre él y el muchacho, compartía de algún modo su propia curiosidad. En el caso de Rorden se trataba sólo del deseo de descubrir conocimientos olvidados o perdidos. Conocimientos de los que jamás haría uso, pues, como el resto de Diaspar, sentía ese común temor por el mundo externo que Alvin encontraba tan poco comprensible. Así, por muy estrecha que se fuese haciendo su amistad, siempre aparecía entre ellos esa barrera que nada podía derrumbar.
La vida de Alvin quedó dividida en dos partes totalmente distintas. Continuó sus estudios con Jeserac, adquiriendo el inmenso e intrincado conocimiento de las gentes, lugares y costumbres, sin el cual nadie podía representar un papel digno en la vida de la ciudad. Jeserac era un profesor, un tutor, concienzudo pero un tanto perezoso. Con tantos siglos por delante, pensaba, no corría la menor prisa completar la educación de su discípulo. En realidad, se sentía bastante satisfecho de que Alvin hubiera hecho amistad con el Archivero Mayor, personaje considerado con cierto temor y respeto por el resto de los habitantes de Diaspar, ya que era el único que tenía acceso directo a los conocimientos del pasado.
Lentamente, Alvin se fue dando cuenta de qué enorme y qué incompleto era ese conocimiento. Pese a los circuitos cancelados que eliminaban toda información tan pronto como se consideraba anticuada e inútil, los registros principales contenían como mínimo, de acuerdo con la más restringida estimación, cien trillones de datos. Rorden no sabía si existía un límite para la capacidad de sus máquinas. Ese conocimiento se había perdido con el secreto de su forma operacional.
Los asociadores eran continuo motivo de asombro para Alvin, quien hubiera deseado pasar horas y horas formulando preguntas por medio de su teclado. Resultaba curioso comprobar que las personas cuyos nombres empezaban con «S» tenían una marcada tendencia a vivir en la parte oriental de la ciudad, aun cuando la máquina se apresuraba a añadir que ese dato carecía de importancia estadística. Rápidamente, Alvin acumuló un amplio conocimiento de hechos igualmente inútiles, que utilizaba para impresionar a sus amigos. Al mismo tiempo, guiado por Rorden, estaba aprendiendo todo lo que se conocía de las Eras de los Albores, pues Rorden había insistido en que necesitaría años de preparación antes de que pudiera realizar su deseo de dejar la ciudad. Alvin se daba cuenta de la verdad que había en esa aseveración, aun cuando a veces se rebelaba contra la espera. Mas, después de algún rato de reflexión, abandonaba toda esperanza de adquirir conocimientos de modo prematuro.
Un día en que Rorden estaba realizando una de sus contadas visitas al centro de administración de la ciudad, Alvin se quedó solo en la cámara de las máquinas. La tentación fue tan grande que no pudo resistirla y ordenó a los asociadores que buscaran el mensaje de Alaine.
Cuando Rorden regresó se encontró con un muchacho mortalmente asustado, que trataba de descubrir por qué todas las máquinas se habían paralizado por completo. Para alivio de Alvin, Rorden no hizo más que reírse y después pulsó algunas teclas, con lo que restableció el orden alterado. Después, se volvió al culpable del desbarajuste y trató de endilgarle una severa reprimenda.
—¡Que esto sea una lección para ti, Alvin! Ya esperaba una cosa así, por lo que antes de irme, dejé bloqueados todos aquellos circuitos que no deseaba que exploraras por tu cuenta. Ese bloqueo será mantenido en tanto yo no considere que estás lo suficientemente maduro como para que su conocimiento no te cause trastorno.
Alvin se puso cariacontecido y guardó silencio con gesto dócil. A partir de ese momento no trató de realizar ninguna otra excursión por los circuitos que conducían a objetivos de momento prohibidos.