No solamente los escritores del nuevo género denominado «fantasía científica», sino también muchos hombres de ciencia creen que las estaciones espaciales —similares a la que se describe en este libro— serán construidas aun antes de que se hagan las primeras tentativas de llegar a la Luna.
Empleado en sentido general, el término «estación espacial» se refiere a cualquier estructura construida por el hombre y situada en una órbita permanente e invariable. Es probable que ya a comienzos de 1960 se establezcan más allá de la atmósfera numerosos proyectiles automáticos dotados de instrumentos. Sin duda alguna les seguirán muy pronto los proyectiles con pilotos, aunque sólo permanecerán en sus órbitas por un tiempo breve. No obstante, se atribuirá el significado de «estación espacial» a las bases dotadas de personal permanente, las que con el tiempo pueden ir agrandándose hasta convertirse en pequeñas ciudades construidas en el espacio.
Estas estaciones espaciales, según sea su tamaño, costarán alrededor de los mil millones de dólares cada una y se espera que comenzarán a ser instaladas para fines del presente siglo. Al principio se usarán casi exclusivamente como observatorios y para reabastecer y reparar cohetes o navíos espaciales. Más adelante quizá se conviertan en paradas para los colonizadores, si es que resulta posible colonizar otros planetas.
Sin duda alguna, la primera estación se construirá desde naves del espacio que hayan partido de la Tierra y alcanzado una velocidad orbital. Como el peso no existe en el espacio, las naves cohetes no harán más que descargar los materiales y dejarlos allí hasta que se necesiten. El armado de las diversas partes de la estación lo efectuarán hombres vestidos con trajes espaciales o atmosféricos, los que se trasladarán de un lado a otro en diminutos navíos del espacio impelidos por pistolas de reacción o cohetes de gas.
Es seguro que la primera estación en el espacio se empleará como vivienda para el personal. Probablemente se asemejará a una enorme bola dotada de su atmósfera propia similar a la de la Tierra. Más adelante quizá se ideen otras formas como las de discos chatos parecidos a los supuestos platos voladores. Algunas, especialmente las que sirvan de alojamiento al personal, rotarán con lentitud a fin de que en los bordes parezca existir una fuerza de gravedad normal, la que no existirá en el eje, donde podrán efectuarse con toda facilidad los experimentos más difíciles.
La distancia de la Tierra a la que se colocarán estas estaciones dependerá principalmente del propósito al que se las destine. Por ejemplo, las de reabastecimiento de combustible estarán lo más cerca posible del planeta, quizás a unos ochocientos kilómetros de altura. Pero los observatorios astronómicos —una de las posibilidades más interesantes ofrecidas por las estaciones— se hallarán a una distancia diez o cien veces mayor. El hecho de que los cuerpos que recorren una órbita libre carezcan de peso permitiría la construcción de instrumentos tales como el radio-telescopio de varios kilómetros de diámetro y perfectamente movible. Actualmente el radio-telescopio más grande de la Tierra tiene sólo sesenta metros de diámetro, y no se puede trasladar debido a su tamaño.
Como gran parte de esto es teoría que no se podrá probar hasta que se construya la primera estación espacial, resulta difícil predecir con exactitud lo que serán los mundos del futuro. Tal vez los mundos artificiales que hemos creado llegarán a ser tan importantes como los planetas originales. Estos mundos podrán crear su propio clima, sus áreas productoras de alimentos y sus actividades especializadas. Posiblemente, de aquí a mil años, no quedará en el planeta más que una fracción pequeña de sus habitantes humanos y la familia del Sol será tal vez mucho mayor de lo que es ahora.