Me quedé petrificado, aterrorizado, al ver a mis tíos corriendo hacia nosotros con tanta desesperación.
—¡No os mováis! —suplicó la tía Marta—. ¡Necesitamos las pieles!
Las piernas no me respondían. Entonces Hannah me dio un empujón, y empezamos a correr.
Atravesamos varios patios y terrenos vacíos. Luego entramos en el patio trasero de una casa y salimos por una abertura que había en un seto.
Mis tíos nos seguían de cerca a toda velocidad y gritaban mientras corrían.
—¡Devolvednos las pieles! ¡Devolvednos las pieles!
Seguimos corriendo. De repente empecé a ver borroso. Las pesadas zarpas de la piel golpearon con fuerza en el suelo. Tenía que hacer un gran esfuerzo para no perder el equilibrio. El sudor se deslizaba por mi cara y caía en el grueso pelaje.
Continuamos atravesando patios traseros a oscuras. Finalmente, aparecieron ante nosotros los inclinados árboles del bosque.
Hannah y yo nos adentramos en el bosque. Seguimos corriendo entre los árboles y la maleza.
Mis tíos continuaban detrás nuestro, sin dejar de gritar.
—¡Devolvednos las pieles! ¡Devolvednos las pieles!
Subimos a una pequeña colina poblada de coníferas. Sentía las piñas bajo las pesadas zarpas. Algunas caían colina abajo. Hannah tropezó y cayó de rodillas, pero se incorporó rápidamente.
—¡Devolvednos las pieles! ¡Devolvednos las pieles!
Los gritos eran cada vez más estridentes.
Luego, de repente, dejamos de oírlos.
Parecía como si el mundo hubiese dejado de dar vueltas. Era como si el viento hubiese dejado de soplar.
Sentía el silencio. Mis tíos ya no gritaban.
Hannah y yo nos volvimos, jadeando.
—La luna… —me susurró Fíannah con la respiración entrecortada—. La luna llena, Alex. Está muy alta. Debe de estar en su punto más alto.
Mientras me hablaba, mis tíos se dejaron caer de rodillas. Inclinaron hacia atrás la cabeza. Y cuando la blanca luz de la luna iluminó sus caras, vi sus expresiones de dolor y terror.
Emitieron varios aullidos prolongados y lastimeros, los cuales se convirtieron en chillidos espantosos. Se agarraron el pelo con ambas manos y cerraron los ojos. Continuaron chillando de dolor.
—Hannah… ¿qué hemos hecho? —grité.