Mi tía entró en la habitación rápidamente.

No podía moverme ni tenía tiempo para escaparme.

—No funcionará. A ese disfraz le falta algo —comentó la tía Marta, negando con la cabeza—. Necesitas un poco de maquillaje y algunas manchas negras en la cara. ¡Algo que te ensucie!

Me eché a reír. Había pensado que la tía Marta había escuchado nuestro plan. ¡Pero lo único que quería era que mi disfraz resultara más convincente!

Mi tía tardó varios minutos en maquillarme. Luego rebuscó en los cajones hasta encontrar un gran aro dorado, que me colgó de la oreja.

—Así. Ahora estás mucho mejor —afirmó, sonriendo—. Venga, date prisa. Hannah te está esperando.

Le di las gracias y salí corriendo. Hannah me esperaba detrás del garaje, disfrazada con la piel de lobo.

Me sorprendí al verla. Se me hacía extraño verla con los ojos rodeados de pelaje.

—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó. La piel de lobo amortiguaba el sonido de su voz.

—Tía Marta, quiso arreglarme el disfraz —respondí—. ¿Qué tal se está ahí dentro?

—Pica mucho —se quejó—. Y hace calor. Toma. —Hannah me dio la otra piel de lobo—. ¡Date prisa! ¡Póntela! La luna ya está muy alta. Tus tíos irán a buscar las pieles dentro de muy poco.

Hundí la mano en el grueso pelaje. Lo desenrollé y lo sostuve en alto.

—Allá voy —susurré—. Quería disfrazarme de hombre lobo para la noche de Halloween. Supongo que al final lo he conseguido.

—¡Date prisa! —me instó Hannah—. No quiero que nos vean.

Me coloqué la piel de lobo encima del disfraz de pirata. Me quedaba un poco estrecha, sobre todo en las piernas. Sin embargo, la cabeza encajaba perfectamente con la mía.

—Tienes razón. Pica mucho —me quejé—. Y me va muy justo. ¡No sé si podré caminar!

—Al cabo de un rato se da un poco de sí —susurró Hannah—. ¡Venga! ¡Vámonos de aquí!

Nos dirigimos hacia el patio trasero. Luego giramos y fuimos corriendo por el lateral de su casa hasta llegar a la calle.

Oí voces no muy lejos de allí. Los chicos gritaban e iban pidiendo caramelos por las casas.

—Tal vez estemos a salvo con ellos —sugerí—. Si encontramos un grupo y nos mezclamos con ellos…

—Buena idea —respondió Hannah. Cruzamos la calle.

Empezaba a sentir mucho calor. Tenía la frente empapada de sudor.

Caminamos un buen trecho. Pero la mayoría de los muchachos eran más pequeños que nosotros. No encontramos ningún grupo de muchachos de nuestra edad.

Después de doblar la esquina, seguimos caminando hasta llegar al siguiente barrio.

—¡Mira quién está allí! —exclamó Hannah, al tiempo que me agarraba el brazo con fuerza.

Miré hacia donde Hannah me indicaba y vi a una mamá y a un robot que se dirigían hacia una casa con bolsas de caramelos.

—Son Sean y Arjun —gritó Hannah.

—Vamos con ellos —sugerí. Comencé a correr por el césped del patio de la casa, agitando la zarpa—. ¡Hola, chicos!

Sean y Arjun se volvieron y nos miraron.

—¡Esperad! —grité.

Ambos chicos chillaron. Dejaron caer las bolsas que llevaban y salieron corriendo a toda velocidad mientras gritaban pidiendo ayuda.

Hannah y yo nos detuvimos y observamos cómo huían.

—¿Crees que les habremos asustado? —preguntó Hannah, riéndose.

—Creo que un poco —respondí.

Nos reímos. Pero no todo lo que hubiéramos querido.

De repente, oí unos pasos apresurados detrás de nosotros. Al volver la vista, dejé escapar un grito sofocado al ver que mis tíos se nos acercaban corriendo.

—¡Ahí están! —gritó el tío Colin—. ¡Que no se escapen!