Oí a mis tíos en la sala de estar. En el exterior, la luna llena comenzaba a salir por detrás de los árboles. Jirones de nubes negras la atravesaban como si fueran serpientes.
Hannah me empujó hacia el fondo de la habitación.
—¿Y si escondemos las pieles? —me preguntó entusiasmada.
—¿Esconderlas? —susurré—. ¿Para qué?
—Tus tíos no las encontrarán —me respondió Hannah—. La noche pasará y no podrán convertirse en hombres lobo.
—¡Si pasan toda la noche sin la piel, tal vez se curen! —grité.
Hannah asintió.
—Vale la pena intentarlo, Alex. Podría funcionar y… No. Espera. Se me ha ocurrido una idea mejor. ¡Nos pondremos las pieles!
—¿Qué has dicho? —pregunté—. ¿Que nos pongamos las pieles? ¿Por qué?
—Porque tus tíos buscarán las pieles por todas partes —respondió Hannah—. Las buscarán en cada casa, en cada garaje, en cada patio. ¡Pero nunca imaginarán que las llevamos puestas! ¡Sería el último lugar donde se les ocurriría buscar!
—Entiendo —respondí—. Y nos mantendremos alejados de ellos para que no nos vean hasta que amanezca.
No estaba muy seguro de que fuera un buen plan. Hannah y yo estábamos demasiado asustados como para pensar con calma.
Tal vez podríamos curar a mis tíos si pasaban toda la noche sin las pieles.
—¡Intentémoslo! —accedí.
—De acuerdo —replicó Hannah—. Date prisa y ponte el disfraz de pirata. Lo mejor será que tus tíos no sospechen nada. Mientras te vistes, iré a la casa de los Marling y me pondré una de las pieles de lobo.
Me empujó hacia la cama, en la cual yo había apilado todas las prendas viejas.
—Date prisa. Se está haciendo tarde. Te esperaré detrás del garaje. Te traeré tu piel de lobo.
Hannah salió de la habitación. Oí que se despedía de mis tíos y que les decía que yo iría a su encuentro más tarde.
La puerta principal se cerró.
Hannah se disponía a ir a la casa de al lado a buscar las pieles.
Me puse tan deprisa como pude una vieja y raída camiseta, unos pantalones rasgados y un pañuelo en la cabeza.
Al oír un ruido en la puerta, me di la vuelta.
—¡Tía Marta! —grité.
Se quedó en la puerta, mirándome con el ceño fruncido.
—No funcionará —dijo, mientras negaba con la cabeza.
—¿Eh? —murmuré.
—Alex, no funcionará —repitió.