No me quitó la mano del hombro en todo el camino hacia el garaje. Andaba deprisa y sin articular palabra.

Me pregunté si podría soltarme y escaparme. ¿Llegaría muy lejos?

Finalmente, me soltó. ¿Qué pensaba hacer?

—Siento mucho haberos seguido —susurré—. No… no le contaré a nadie lo que vi.

No me había oído. Se había ido a buscar al rincón del garaje un aparato con un mango muy largo. Lo empujó hacia mí.

—Necesito tu ayuda —me pidió—. Hay mucho trabajo en el patio.

Tragué saliva.

—¿Trabajo en el patio?

El tío Colin asintió.

—Esta máquina sirve para cortar las malas hierbas. ¿La has utilizado alguna vez?

—No. La verdad es que no —confesé. El mango temblaba en mi mano.

—Es muy fácil —afirmó—. Quiero que cortes todas las hierbas que hay detrás del garaje.

—Sí. De acuerdo —respondí, sintiéndome cada vez más mareado.

—Y procura que las hierbas no caigan en el patio de los Marling —advirtió—. Estoy seguro de que te estarán observando para luego poder quejarse de ti.

—No te preocupes —respondí.

«¡Los Marling no existen!», quería gritar.

—Te ayudaré —se ofreció el tío Colin mientras se secaba el sudor de la frente con la palma de la mano—. Le enseñaremos a estos hierbajos una lección que nunca olvidarán. —Sonrió por primera vez.

Me pregunté si se habría dado cuenta de que yo sabía la verdad.

¿Era ésa la razón por la que me obligaba a quedarme en la casa?

Mi tío y yo estuvimos todo el día trabajando en el patio.

Cada vez que descansaba, le pillaba mirándome con frialdad, estudiándome.

Estaba tan asustado que tenía ganas de soltar las herramientas y echar a correr.

Pero no podía huir sin antes avisar a Hannah y a su familia. Tenían que saber que corrían un gran peligro.

No vi a Hannah hasta después de la cena. Entró en la casa cuando estábamos acabando.

—¿Y bien? ¿Qué tal estoy? —preguntó. Iba disfrazada de muñeca de trapo y giró sobre sus talones hasta dar una vuelta completa para que pudiéramos verla bien.

—¡Estás maravillosa! —exclamó efusivamente la tía Marta.

Hannah me miró frunciendo el cejo.

—¿Dónde está tu disfraz, Alex? Venga. ¿Todavía no estás listo?

—Eh… está arriba —respondí—. No tardaré mucho en ponérmelo. Eh… ven a ayudarme, ¿vale?

La empujé hasta que llegamos a mi habitación.

—Será una gran noche de Halloween —afirmó—. La noche de la luna llena.

Entramos en la habitación y cerré la puerta precipitadamente.

—Tenemos un grave problema —le advertí.

—¿Un problema? —se extrañó Hannah; jugueteaba con el trapo que se le había caído sobre la frente.

—Sí. Mis tíos son hombres lobo.

—¿Eh? —Abrió los ojos como platos—. ¿Qué has dicho?

Le expliqué todo. Le conté susurrando todo lo que había visto la noche anterior.

—Esconden las pieles de lobo en la casa de los Marling —concluí.

—Pe-pero los Marling… —comenzó a decir Hannah tartamudeando.

—¡Los Marling no existen! —grité—. La casa está vacía. La utilizan para esconder las pieles de lobo.

Hannah me miró boquiabierta durante un buen rato. Le temblaba la barbilla.

—Pero… ¿qué vamos a hacer? —preguntó—. Tus tíos… parecen tan buenos. Siempre se han portado muy bien conmigo.

—¡Son hombres lobo! —grité—. Se lo tenemos que contar a tu familia. Tenemos que irnos de este lugar lo antes posible y pedir ayuda. Tendremos que contárselo a la policía.

—Pero… pero… —tartamudeó Hannah con una expresión de miedo.

De repente, se me ocurrió otra idea.

—¡Espera! —exclamé—. Hannah, ¿qué dijo el señor Shein sobre las pieles de los hombres lobo? ¿No dijo que si alguien las encuentra y las quema, los hombres lobo morirían?

Hannah asintió.

—Sí. Eso es lo que dijo. Pero…

—Pues eso es lo que haremos —grité exaltado—. Iremos a la casa de al lado y…

—Pero supongo que no quieres matar a tus tíos, ¿no? —preguntó Hannah.

—Oh. No. Claro que no —respondí—. Estoy tan asustado que soy incapaz de pensar con claridad. Había pensado que…

—¡Espera un momento, Alex! —exclamó Hannah mientras me agarraba del brazo—. Sé lo que podemos hacer. ¡Se me ha ocurrido un plan que podría funcionar!