Cuando la luz del amanecer les iluminó el rostro, estuve a punto de gritar de miedo e incredulidad.

El tío Colin v la tía Marta se estiraron los músculos, se peinaron los cabellos canos y se agacharon para recoger las pieles de lobo. ¡Mis tíos eran hombres lobo!

El tío Colin lanzó una mirada hacia el bosque. Me escondí detrás de un árbol. ¿Me habría visto? No.

Temblé de arriba abajo. Tenía ganas de chillar: «¡No! ¡No! ¡Esto no puede ser verdad!» Pero me apreté contra el árbol y mantuve la boca bien cerrada. Tenía que evitar que me vieran. No tenían que saber que yo conocía la verdad.

Sentía la humedad del tronco liso del árbol en la frente. Tenía que pensar e idear un plan. ¿Qué debía hacer? Sabía que no podía quedarme más tiempo con ellos. No podía vivir en una casa habitada por dos hombres lobo.

¿Adónde podía ir? ¿Quién me ayudaría? ¿Quién me creería?

Observé a mis tíos mientras enrollaban las pieles de lobo. Luego el tío Colin ayudó a la tía Marta a entrar por la ventana del dormitorio de los Marling. Una vez hubo entrado, el tío Colin la siguió.

—¡Los Marling! —murmuré. ¿Estarían bien? ¿O mis tíos les habían hecho algo terrible?

Al cabo de unos minutos, mis tíos salieron por la ventana. Después fueron corriendo hasta su casa y entraron.

Me quedé un rato junto al tronco del árbol, observando las dos casas y reflexionando. ¿Estaban los Marling durmiendo en su casa? ¿Sabían que habían entrado dos hombres lobo? ¿Eran ellos también hombres lobo?

Quería escapar. Tenía ganas de ponerme a correr por la calle y no parar hasta alejarme de aquel lugar. Pero tenía que descubrir la verdad sobre los Marling. No podía marcharme sin antes haberla averiguado.

Me quedé observando las dos casas durante un buen rato, pero no vi a nadie.

Me alejé del árbol y me dirigí hacia el patio trasero de los Marling. Me escondí detrás de unos arbustos y fijé la mirada en la casa de mis tíos. Las persianas de su dormitorio estaban bajadas.

Conteniendo la respiración, fui corriendo hasta la ventana del dormitorio de los Marling. Me encaramé al alféizar y escudriñé el interior. Estaba oscuro, por lo que no podía ver nada.

—¡Allá voy! —murmuré para darme ánimos—. ¡Buena suerte, Alex!

Subí al alféizar y entré en el dormitorio. Pasaron varios segundos antes de que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad.

Lo que vi a continuación me asombró tanto como el hecho de descubrir que mis tíos eran hombres lobo.

No vi nada. El dormitorio estaba prácticamente vacío. Apenas había muebles. No había cuadros ni espejos en la pared. No había ninguna alfombra sobre el suelo polvoriento.

Al girarme hacia la puerta del dormitorio, vi las dos pieles de lobo. Estaban enrolladas y colocadas la una junto a la otra delante del armario.

Respiré profundamente y me desplacé con sigilo hasta la puerta abierta. Asomé la cabeza y vi el vestíbulo. También estaba vacío y oscuro.

—¿Hay alguien en casa? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?

Silencio absoluto.

Recorrí el vestíbulo hasta llegar a la parte delantera de la casa. Miré en todas las habitaciones, que estaban vacías y cubiertas por una gruesa capa de polvo.

Entré en la sala de estar, donde no había muebles ni lámparas. ¡Daba la impresión de haber estado deshabitada desde hacía muchos años!

—¡Eh! —grité al darme cuenta de cuál era la verdad. La voz resonó en las paredes desnudas.

«Aquí no vive nadie —me dije—. ¡Los Marling no existen!»

Mis tíos se lo habían inventado todo. Utilizaban la casa para esconder las pieles de lobo. Se habían inventado lo de los Marling para que nadie entrara allí.

Los Marling no existían. ¡Todo era mentira!

Tenía que avisar a Hannah. Pensé que nadie estaba a salvo en los alrededores.

Recordé a mis tíos mientras devoraban al pequeño e indefenso conejo o mientras atacaban al cervatillo.

Tenía que contárselo todo a Hannah y su familia. Luego tendríamos que alejarnos de aquel lugar; cuanto más lejos, mejor.

Me di la vuelta y recorrí rápidamente la casa vacía. A continuación, salí por la ventana del dormitorio y me dirigí hacia el patio trasero.

El sol rojizo apenas sobresalía por encima de las copas de los árboles. El rocío brillaba sobre el césped.

—Hannah, espero que estés despierta —murmuré—. Y si no lo estás, bueno, tendré que despertarte.

Me alejé de la casa de los Marling y comencé a correr hacia la de Hannah.

Había dado seis o siete pasos cuando me detuve sobresaltado al oír la voz de la tía Marta.

—Alex, ¿qué demonios estás haciendo ahí fuera?