Retrocedí tambaleándome. Estaba demasiado asustado como para moverme. Además, no me daba tiempo de huir.
El suelo parecía temblar bajo las garras de los hombres lobo.
Abrí la boca, dispuesto a gritar, pero no logré emitir sonido alguno.
Los hombres lobo abrieron las fauces. Sus ojos rojos centelleaban, como si fueran de fuego.
Levanté los brazos para protegerme, preparado para atacar.
Sin embargo, los hombres lobo se volvieron súbitamente hacia la derecha, y empezaron a correr.
Habían visto un pequeño conejo marrón. ¡Los hombres lobo se habían olvidado de mí para perseguir a un conejo!
Gruñendo con furia, inclinaron la cabeza hacia abajo, y atraparon fácilmente al conejo. La pequeña criatura apenas opuso resistencia.
Uno de los hombres lobo le partió el cuello, mientras el otro le mordió el vientre con avidez.
Con la respiración entrecortada, agarré la funda y saqué la cámara con un movimiento rápido. Me temblaba mucho la mano mientras levantaba la cámara para acercarme el visor al ojo. Pero la equilibré con ambas manos. Apreté el botón e hice una fotografía. Y luego otra.
Fotografié a los hombres lobo destrozando al conejo. Después hice fotos mientras se lo comían.
Cuando hubieron acabado, no quedaba ni rastro del conejo. Se relamieron los dientes, se volvieron y desaparecieron entre los árboles.
Sosteniendo la cámara con ambas manos, comencé a seguirlos. Supongo que estaba un tanto aturdido. Sé que no pensaba ni actuaba con sensatez. De hecho, no pensaba en absoluto.
Los dos hombres lobo habían estado a punto de atraparme. Habrían acabado conmigo igual que habían acabado con el conejo. No obstante, sabía que tenía que seguirlos. Debía quedarme en el bosque.
Tenía que avisar a mis tíos. Debía encontrarles y explicarles que estaban equivocados y que Hannah estaba en lo cierto: los Marling eran hombres lobo.
Tenía que advertirles de que corrían un gran peligro. Y debía sacar más fotografías.
¡Había pasado tanto miedo! El corazón me latía violentamente y me temblaban las piernas y los brazos, No me encontraba bien. Tenía la sensación de estar fuera de mí, como si estuviera observándome desde el exterior. Pero sabía que no podía regresar a casa hasta que mis tíos estuvieran a salvo.
Me mantuve a una distancia prudente de las criaturas, la suficiente como para esconderme detrás de un árbol o un arbusto si miraban hacia atrás. Sostenía la cámara en alto, preparado para hacer más fotografías.
Los hombres lobo se acercaron al arroyo. Les vi agachar la cabeza y beber agua ávidamente con la lengua.
En esos momentos no parecían humanos. Sus cuerpos se habían transformado en cuerpos de lobo. En sus rostros no advertí nada que pareciera humano. Sus brillantes ojos eran propios de un animal.
Bebieron en el arroyo largo rato, supuse que para digerir con facilidad la cena. Sostuve la cámara con firmeza y tomé varias fotografías.
Deseé que Hannah me hubiera acompañado. Quería que alguien estuviese a mi lado para presenciar lo que yo estaba viendo en esos momentos.
Me moría de impaciencia por regresar a casa y decirle que tenía razón: los Marling eran hombres lobo de verdad.
Las dos criaturas levantaron la cabeza de repente, se volvieron y olisquearon el aire. ¿Me habrían olido? ¿O se trataba de otra presa?
Me escondí detrás de un grueso tronco y contuve la respiración. Cuando me asomé con cuidado para observarles, habían comenzado a caminar junto al arroyo. Esperé a que hubieran recorrido un buen trecho para salir con sigilo de detrás del tronco y me fui detrás de ellos.
Seguí sus pasos durante toda la noche. Acabé un carrete y luego comencé otro. Los fotografié mientras se erguían sobre sus peludas patas traseras y aullaban a la luna. También les saqué varias fotografías mientras devoraban pequeños animales.
De paso buscaba a mis tíos para avisarles del peligro que corrían en el bosque.
Mientras perseguía a las criaturas, asustado y entusiasmado a la vez, perdí la noción del tiempo. Todo parecía un sueño. Nada era real.
Finalmente, vi un rayo de sol en el suelo. Para mi asombro, estaba a punto de amanecer.
Los hombres lobo se movían lentamente. Ya no corrían, sino que caminaban.
Mientras salían del bosque en dirección hacia el patio trasero de su casa, se irguieron sobre las patas traseras y se tambalearon de forma extraña.
Me quedé junto a los árboles, ya que tenía miedo de acercarme demasiado. El cielo brillaba cada vez más mientras el sol ascendía. Si los hombres lobo se giraban, me verían enseguida.
Levanté la cámara. Me quedaban muy pocas fotografías en el carrete.
Los dos hombres lobo se tambaleaban sobre las patas traseras mientras se dirigían hacia el lateral de la casa. Estiraron los brazos peludos y levantaron la cara hacia el sol resplandeciente.
—¡Oh! —exclamé sin querer. Dejé escapar un grito de asombro al ver cómo se quitaban la piel. El pelo parecía despegarse.
Las zarpas y el pelaje desaparecieron de las manos, que volvieron a adoptar forma humana. Mientras los miraba boquiabierto, el pelaje negro se despegó de sus brazos y patas, y luego del resto del cuerpo.
Estaban de espaldas a mí.
Las pieles se convirtieron de nuevo en capas. Ambos seres humanos se las quitaron de los hombros.
«¡Voy a ver a los Marling!», pensé.
Dejaron caer al suelo las capas de piel de lobo. Por fin se volvieron, y les vi la cara.