Los dos hombres lobo luchaban con su presa.
Oí un estridente balido de dolor. Luego vi cuatro pezuñas que se alzaban en el aire. Entonces me di cuenta de que no habían atrapado a un ser humano sino a un ciervo, a un cervatillo.
«Lo van a matar —me dije—. Lo van a destrozar. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo salvar al cervatillo?»
Estaba tan asustado que era incapaz de pensar con claridad.
Incliné la cabeza hacia atrás y aullé con todas mis fuerzas. El grito resonó por todo el bosque.
Los hombres lobo se detuvieron. Levantaron la cabeza y se volvieron hacia mí.
El cervatillo aprovechó para incorporarse. Se sacudió, como un perro después de bañarse, y se escabulló.
Los hombres lobo olisquearon el aire con violencia. No parecían haberse dado cuenta de que el cervatillo se había escapado.
Sus ojos brillaban, inyectados en sangre, bajo la pálida luz de la luna.
Se volvieron mientras emitían gruñidos furibundos. Bajaron la cabeza y se dirigieron hacia mí.