Me tiré al suelo. El corazón me latía con fuerza. Respiré por la boca, intentando permanecer inmóvil y no hacer ruido.
¿Me habrían visto?
Levanté un poco la cabeza y los miré por debajo de la rama más baja del arbusto.
Erguidos sobre sus patas traseras habían levantado los peludos hocicos y olisqueaban el aire.
¿Me habrían olido? ¿Sabrían que estaba escondido junto al arbusto? ¿Se lanzarían sobre el arbusto y me destrozarían con sus largas y plateadas zarpas?
Contuve la respiración y escudriñé por entre el follaje. Continuaban olisqueando y gruñendo ligeramente.
A continuación, se volvieron, se pusieron de cuatro patas y se dirigieron hacia el bosque.
Esperé hasta que dejé de oír los ruidos sordos que producían las zarpas y los gruñidos. Luego me deslicé boca abajo, alargué la mano y traje la cámara hacia mí.
¡La cámara! No había hecho ninguna fotografía. Ni una siquiera.
Me incorporé temblando y sequé el rocío que había en el objetivo de la cámara. Entonces, miré hacia el bosque.
«Tengo que seguirlos —me propuse—. Tengo que fotografiarlos. ¡Es una oportunidad única! ¡Si hago fotografías a hombres lobo de verdad, seré famoso!»
Me imaginé en las primeras páginas de los periódicos y en las portadas de las revistas. Pensé que expondrían mis fotos de los hombres lobo en las mejores galerías de arte y de fotografía. Además, supuse que mis tíos se sentirían muy orgullosos de mí.
Entonces un escalofrío me recorrió la espalda. Mis tíos estarían en el bosque en esos momentos, fotografiando animales nocturnos.
¿Sabrían que había dos hombres lobo sueltos? ¿Sabrían que dos hombres lobo merodeaban por el bosque, buscando víctimas?
Me di cuenta de que no estaban a salvo en el bosque. Era consciente de que seguir a los hombres lobo era una locura muy peligrosa. Sin embargo, tenía dos motivos de peso para hacerlo.
Tenía que sacar algunas fotografías, y avisar a mis tíos del peligro que corrían.
Mientras miraba en la dirección por donde se habían marchado los hombres lobo, guardé la cámara en la funda y me la colgué al hombro. Acto seguido, comencé a correr por el patio trasero hacia el bosque, siguiendo el rastro de las pisadas recientes que había en el césped cubierto de escarcha.
Me adentré entre los árboles y seguí el serpenteante sendero. La luz de la luna se filtraba entre las hojas de las copas de los árboles y formaba extrañas y espeluznantes figuras en el suelo.
No tuve que caminar mucho para encontrar a los dos hombres lobo. Apenas había pasado junto al árbol que parecía un anciano encorvado y arrugado, oí el gruñido de un animal. Después, el estridente grito de ataque.
Me detuve y observé lo que sucedía escondido tras un arbusto. Vi cómo los dos hombres lobo abrían las fauces, levantaban las zarpas y saltaban.
«¡Han atrapado a alguien!», pensé yo aterrorizado.
¿Quién era la víctima? ¿Mi tía? ¿Mi tío?