Al oír otro gruñido grave, grité. Comencé a temblar y me flaquearon las piernas. Respiré profundamente, y me di la vuelta para enfrentarme a la criatura.
Pero no estaba allí. No había nadie.
Tragué saliva varias veces. Se me había secado la boca repentinamente.
Oí otro gruñido, y me di cuenta de que provenía de la parte trasera de la casa de los Marling.
«Están a punto de saltar por la ventana —me dije—. Esos son los sonidos que oigo cada noche antes de que salgan por la ventana. No me puedo quedar aquí en medio. ¡Me verán enseguida!»
Las piernas no me respondían. Sin embargo, apreté los dientes, respiré hondo e hice un esfuerzo para moverme.
Las zapatillas se deslizaban por el césped mojado. Resbalé, pero no me caí.
Me dirigí hacia los arbustos que separaban la casa de mis tíos de la de los Marling. Me arrodillé, jadeando. El corazón me latía tan deprisa que me dolía el pecho. Agaché la cabeza y sujeté con fuerza la correa de la funda de la cámara.
Escuché un aullido agudo y estridente que provenía del dormitorio de los Marling. La luz de la luna iluminaba el lateral de la casa.
El patio se veía casi con tanta claridad como cuando era de día. La escarcha hacía que todo reluciera.
Mirando por debajo de los arbustos, veía todas las hojas y el césped cubierto de rocío.
Tiré de la cremallera de la funda de la cámara. Sabía que tenía que sacar la cámara deprisa. Pero las manos me temblaban tanto que fui incapaz de mover la cremallera.
Otro aullido me volvió a desviar la mirada hacia la ventana.
Se movió una sombra. Vi una pierna, y luego otra. Una silueta delgada cayó al suelo.
¡Todo ocurría tan deprisa! Era como si el tiempo pasase a cámara rápida.
Mientras miraba hacia la ventana, intenté abrir la funda de la cámara.
Otro cuerpo salió arrastrándose de la ventana del dormitorio de los Marling.
Había dos figuras en el suelo. Al estirarse, me di cuenta de que… ¡eran dos seres humanos! No eran lobos sino seres humanos.
¿Qué llevaban puesto? ¿Capas?
Dos oscuras capas de piel les cubrían la espalda y colgaban hasta el suelo.
Estaban de espaldas a mí, por lo que no podía verles la cara.
Con las manos en la cintura, se inclinaron hacia atrás, de lado a lado, como si estuvieran calentando y estirando los músculos para hacer deporte. Luego levantaron las cabezas en dirección hacia la luna y aullaron.
«¡Volveos! —supliqué en silencio mientras temblaba detrás de los arbustos—. ¡Por favor, volveos! ¡Quiero veros las caras!»
—¡Ooooh! —gemí perplejo, al ver que las capas de piel se movían a su alrededor y se enrollaban en sus cuerpos.
Entonces me di cuenta de que no eran capas sino pieles de animales cubiertas de pelo. Con brazos y patas.
Las pieles oscuras se ajustaban a las figuras humanas. El pelo se extendía por sus cuerpos, cubriéndoles la cabeza, las piernas, los brazos y las manos.
—¡Ooooh! —Temblaba tanto que dejé caer la cámara y me apreté el cuerpo con los brazos para no perder la calma.
Ambas criaturas volvieron a aullar, levantando los peludos brazos por encima de la cabeza. Luego, sin dejar de gruñir, se inclinaron hacia abajo y se pusieron de cuatro patas.
Ya no eran seres humanos. Eran animales, lobos…
Entonces me di cuenta de que Hannah tenía razón. Me había dicho la verdad. Los Marling eran hombres lobo. Se convertían en hombres lobo bajo la luz de la luna.
Jadeando, agarré la cámara. Volví a intentar mover la cremallera de la funda, y finalmente conseguí abrirla.
De repente, las criaturas se volvieron hacia mí. ¡Eran lobos!
Sus oscuros ojos estaban rodeados de pelo. Al abrir las fauces, vi que los dientes eran curvos como los de un animal.
Los Marling eran hombres lobo. ¡Humanos y lobos al mismo tiempo!
Los hombres lobo se acariciaron con el hocico, gruñendo con suavidad. Levanté la cámara y me arrodillé. Tenía que hacer la fotografía. «¡Hazlo ahora, Alex!», me ordené.
Pero las manos me temblaban tanto que no estaba seguro de poder sostener la cámara correctamente.
«¡Hazlo! ¡Hazlo!»
Elevé el visor hasta la altura del ojo. Me incorporé un poco más para sacar la fotografía por encima de los arbustos.
—¡Ay! —Mientras me incorporaba, una rama afilada me arañó la cara.
Y se me cayó la cámara, que al llegar al suelo emitió un ruido sordo.
Los dos hombres lobo se volvieron. ¡Y me vieron!