Eché una ojeada rápida a la casa de los Marling. Luego me volví y me dirigí corriendo por el césped húmedo hacia la casa de Hannah.

Las luces estaban apagadas. El viento movía la contrapuerta trasera, que estaba abierta como si me invitara a entrar.

Sin embargo, me dirigí hacia el otro lado de la casa, donde se encontraba la ventana del dormitorio de Hannah. El cristal reflejaba el color plateado de la luna y los árboles como si fuera un espejo. No veía el interior de la habitación, pero la ventana estaba abierta unos centímetros.

—¿Hannah? —susurré—. ¿Hannah, estás despierta?

Oí que alguien se movía y luego apartaba las cortinas.

—¿Quién está ahí? —preguntó Hannah, soñolienta.

—¡Soy yo! —murmuré, mientras me mantenía de puntillas—. Soy Alex. Acércate a la ventana.

—¿Alex? ¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió.

—Quiero fotografiar a los Marling —le conté—. Sal y ven conmigo, Hannah.

—¿Eh? ¿Fotos? —respondió—. Pero es muy tarde, Alex. Estaba dormida y…

—Todas las noches oigo aullidos en su casa —le expliqué—. Y luego algo, o alguien, salta por la ventana del dormitorio y corre hacia el bosque. Mi tío dice que son los perros, pero…

—Te lo dije —me interrumpió—, los Marling no tienen perros. Son hombres lobo. Sé que no me crees, pero es la verdad. Tus tíos saben que es cierto, pero no quieren que te asustes.

—Por eso quiero sacar las fotos —proseguí—. ¡Podría ser la primera persona del mundo que fotografía un hombre lobo! ¡Vístete, Hannah! ¡Venga! —le pedí—. Quiero que tú también lo veas.

—¡Estás loco, Alex! ¡Vuelve a casa! —me advirtió Hannah. Se acercó a la ventana. La abrió más y se asomó—. No voy a salir —repitió—. Es demasiado peligroso. Me contaste lo de los animales que viste destrozados, ¿no? Si los Marling te ven, ¡harán lo mismo contigo!

Al oír sus palabras, un escalofrío me recorrió la espalda. Pero estaba ansioso por resolver el misterio y sacar una buena fotografía.

—¡No nos verán! —señalé—. Nos esconderemos detrás de los arbustos que están en el lateral de la casa.

—No hables en plural —aseveró Hannah—. No pienso ir, Alex. Tengo miedo. Te lo repito, y vuelve a casa.

—¡Por favor! —le supliqué. Le agarré el brazo—. Sal, Hannah. Tú también quieres ver a los hombres lobo, ¿no?

—¡Ni hablar! —Se soltó—. Vuelve a casa, Alex —repitió—. Esto no es un juego y, además, es muy peligroso.

—Hannah… —comencé a decir.

Pero cerró la ventana.

Vi los árboles que se reflejaban en el cristal. Pensé que tal vez Hannah tuviera razón. Sentí otro escalofrío. «Tal vez estoy cometiendo un error. Tal vez sea muy peligroso. Si los Marling me atrapan…», pensé.

Sofoqué un grito: había oído un gruñido grave. Me quedé petrificado.

No necesitaba volverme. Lo sabía por el sonido.

Era un hombre lobo, y estaba detrás de mí.