—Pues… —No sabía qué decir—. Pues… mis tíos…

¿Por qué me miraban de esa manera? ¿Querían asustarme?

Sean sonrió de manera muy extraña.

—¿Te lo pasaste bien en el bosque anoche? —inquirió.

—Sí. ¿Qué tal te lo pasaste? —preguntó Arjun—. ¿Cazaste algún hombre lobo?

Me los saqué de encima y me alejé de la pared.

—¿No fuisteis al arroyo anoche? —grité.

Ambos estallaron en risotadas.

—¡Claro que no! —exclamó Arjun—¿Por qué íbamos a querer ir al bosque tan tarde?

—Yo estaba completamente dormido a las doce —apuntó Sean, sonriendo.

Ambos se rieron y se felicitaron.

Todo había sido una broma. No habían ido al bosque por la noche. Nunca habían tenido intención de ir.

—¿Qué tal te lo pasaste? —preguntó Sean—. ¿Te sorprendiste al ver que no aparecíamos?

—Nada. No me acordé de vosotros —mentí—. ¿Sabéis por qué? ¡Porque estaba demasiado ocupado sacando fotos a un hombre lobo!

—¿Qué? —gritó Sean.

Ahora les tocaba a ellos sorprenderse.

Por supuesto, yo estaba mintiendo. Pero era imposible que supieran que no había ido al bosque.

—¿Qué viste? —preguntó Arjun con recelo.

—Seguí a un hombre lobo —le conté mientras hacía un gran esfuerzo para contener la risa—. Como me habíais explicado, vino al arroyo y bebió agua.

—¡Venga ya! —exclamó Sean.

—Sí. ¡Claro! —Arjun puso los ojos en blanco—. Lo viste en sueños.

—Puedo demostrarlo. Gasté todo un carrete de fotos —les aseguré.

—¡Enséñanoslas! —pidió Sean.

—Todavía no he revelado el carrete —respondí.

Me miraron fijamente, intentando discernir si estaba diciendo la verdad o no. Yo estaba a punto de echarme a reír, pero logré mantener la compostura.

Sonó la campana.

—¡Vamos a llegar tarde! —exclamó Arjun.

Fuimos corriendo al aula. Nos sentamos segundos antes de que el señor Shein entrara.

No me preguntéis qué explicó esa mañana porque no escuché nada de nada. Estaba pensando en Sean y Arjun. ¿Qué les diría mañana cuando me pidieran que les enseñara las fotografías del hombre lobo? ¿Tendría que admitir que les había mentido? No. Había ideado un plan mucho mejor.

—Voy a escaparme esta noche para sacar fotografías de la casa de los Marling —susurré al teléfono.

—¿Eh? ¿Eres tú, Alex? ¿Por qué hablas tan bajo? —La voz de Hannah retumbaba en mi oído.

Hablaba en voz baja porque en la casa de mis tíos sólo había un teléfono. Era un teléfono negro y antiguo que estaba sobre una mesa en la sala de estar. Mis tíos se encontraban en la cocina preparando la cena. Los veía desde el sillón en que me había desplomado.

—Hannah, me esconderé en el lateral de 1a. casa —susurré—. Y sacaré fotos de lo que salte por la ventana del dormitorio esta noche.

—¿Te duele la garganta? —me preguntó Hannah—. No te oigo, Alex.

Me disponía a repetir lo que acababa de contarle, pero la tía Marta entró en la sala de estar.

—La cena está lista, Alex. ¿Con quién estás hablando? —inquirió.

—Con Hannah —respondí—. Tengo que irme —le dije a Hannah—. Te llamaré más tarde. —Colgué el auricular.

Esperaba que tal vez Hannah quisiera salir a medianoche y acompañarme. Decidí que tendría que proponérselo después.

Bostecé, como si tuviera sueño, y me fui a mi habitación poco después de la diez en punto. Al cabo de unos minutos, oí cómo cerraban la puerta desde fuera. Mis tíos me habían vuelto a encerrar.

Pero esta vez les había engañado. Ya lo había previsto todo. Poco antes de la cena había introducido un trozo de chicle en la cerradura, así que la puerta no estaba cerrada.

Me puse otro suéter y comprobé que la cámara estuviera bien. Esperé, con la mirada fija en el reloj de la mesita de noche. Antes de medianoche me colgué la cámara al hombro y abrí la puerta con facilidad. Salí de puntillas de la casa, bajo la luz de la luna, dispuesto a resolver el misterio de los Marling.