—¿Cómo pudisteis hacerme eso? —chillé mientras irrumpía en la cocina para desayunar a la mañana siguiente—. ¿Por qué me encerrasteis en la habitación sin decírmelo? —grité.
La tía Marta puso en la mesa su taza de café y me miró con expresión inquieta. Luego se volvió hacia el tío Colin.
—Quizá debiéramos habérselo dicho.
El tío Colin entornó los ojos y me miró.
—¿Intentaste salir anoche, Alex? —preguntó.
—Pues… —Vacilé. No quería contarles lo que había planeado hacer en el bosque—. ¡No me gusta estar en una jaula! —me quejé—. Tengo doce años y creo que ya puedo…
—Lo sentimos mucho —interrumpió la tía Marta. Miró el reloj de la cocina y me sirvió un tazón de cereales.
—Pero lo hicimos por tu bien —añadió el tío Colin. Dobló la servilleta de forma violenta—. No teníamos elección. No podemos permitir que vayas al bosque como fuiste la otra noche. No es seguro.
—Tenemos que cuidar de ti —declaró la tía Marta al tiempo que me acercaba el tazón de cereales—. Les prometimos a tus padres que volverías sano y salvo. No queremos encerrarte, Alex, pero tenemos que asegurarnos de que…
—Pero… pero… —tartamudeé.
—Además, ayer los Marling llamaron a la policía —me informó el tío Colin, frunciendo el ceño.
—¿Qué? —grité—. ¿Llamaron a la policía por mi culpa?
El tío Colin asintió.
—Dijeron que les estabas espiando —explicó.
Dejé escapar un grito de furia.
—¡Eso es una estupidez! —chillé—. ¡No les estaba espiando! ¡No les hice nada!
—De acuerdo, de acuerdo. —La tía Marta se acercó a mí y reposó su cálida mano sobre mi hombro—. No te preocupes por los Marling. Lo único que debes hacer es no acercarte a su casa, ¿de acuerdo?
Me volví hacia ella.
—¿Los Marling son hombres lobo? —pregunté sin pensármelo dos veces.
El tío Colin dejó escapar un grito ahogado.
La tía Marta se rió.
—¿Es eso lo que Hannah te ha contado? —preguntó.
—Pues… sí—respondí.
La tía Marta negó con la cabeza.
—Hannah tiene un sentido del humor un tanto retorcido —dijo.
—Los Marling son muy raros y antipáticos —me explicó el tío Colin. Miró hacia su casa por la ventana de la cocina—. Son muy antipáticos y tienen dos perros todavía más desagradables.
—Hannah me dijo que no tenían perros —insistí.
El tío Colin adoptó una expresión de enfado.
—Dile a Hannah que deje de tomarte el pelo.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Quiere asustarte, Alex. No le hagas caso.
Sonó el timbre de la puerta. Hannah había llegado para acompañarme a la escuela.
Me alegraba poder salir de la casa. Todavía estaba enfadado por el hecho de que me hubieran encerrado.
No le conté nada a Hannah de camino a la escuela porque pensé que probablemente se reiría y le contaría a los demás que mis tíos se preocupaban tanto por mí que me encerraban en mi habitación. Tampoco le mencioné nada sobre los perros de los Marling. No quería volver a hablar sobre los hombres lobo. Había decidido que descubriría la verdad por mí mismo.
Cuando llegamos a la escuela, colgué la chaqueta en la taquilla y me encaminé hacia la clase del señor Shein. Pero al doblar una esquina, Sean y Arjun me cortaron el paso.
Me habían estado esperando. Se movieron rápidamente y me obligaron a retroceder hasta que mi espalda chocó contra la pared. Les brillaban los ojos.
—¡Hola, Alex! —Sean me dio una palmada en el hombro.
—¿Has visto algún hombre lobo últimamente? —preguntó Arjun.