La tía Marta se rió.

—Hannah, ¡estás horrible! —exclamó, al tiempo que le pellizcaba las mejillas con cariño.

—¡Gracias! —Hannah hizo una reverencia—. ¡Gracias!

Hannah había venido después de la cena para enseñarnos su disfraz de Halloween. Había decidido no disfrazarse de pirata. Resultaba difícil describir el disfraz por el que había optado, ya que había rasgado varias prendas viejas y las había cosido juntas.

Los pantalones eran holgados, y tenían una pierna marrón y otra verde, así como parches de cuadros a la altura de las rodillas. Se había enfundado una camisa andrajosa de todos los colores imaginables: amarillo, azul, rojo, etcétera. Encima de la camisa llevaba una chaqueta todavía más colorida. Para rematar su atuendo, sobre la cabeza llevaba un trapo colgando que le caía sobre la cara continuamente.

—¿De qué se supone que vas disfrazada? —pregunté—. ¿De trapera?

—Voy de muñeca de trapo —respondió sin reírse—. ¿Es que no lo ves? —Tiró de la chaqueta—. ¡Son trapos!

La tía Marta y el tío Colin se rieron. Me hacía feliz verlos tan contentos. Durante la cena apenas me habían hablado y parecían muy cansados.

—Hace mucho tiempo se cantaba una canción sobre una muñeca de trapo —recordó la tía Marta—. ¿Te acuerdas, Colin?

Mi tío negó con la cabeza.

—Ya no recuerdo nada—respondió—. ¡Tengo suerte de acordarme de levantarme por las mañanas!

—¡Oh, venga, Colin! —le regañó la tía Marta al tiempo que le daba un empujón cariñoso. Comenzó a cantar la canción sobre la muñeca de trapo.

Hannah bailó de forma extraña, retorciendo las manos por encima de la cabeza. Se le cayó una de las mangas de la chaqueta y todos nos echamos a reír.

—¿Dónde está tu disfraz, Alex? —preguntó mi tío—. Ve a ponértelo. ¡Venga! ¡Queremos verlo!

—Todavía no lo tengo —tartamudeé.

—¡Podríamos hacerte un disfraz esta misma noche con algunas prendas viejas! —insistió la tía Marta.

—No, da igual. Tengo que decidir de qué me quiero disfrazar —respondí.

En ese momento no podía pensar en disfraces. Miraba una y otra vez por la ventana, esperando que oscureciera del todo y recordando lo que haría más tarde.

Arjun, Sean y yo habíamos planeado encontrarnos junto al arroyo que estaba en el bosque. Me habían dicho que llevara la cámara y les esperara allí.

Me aseguraron que el hombre lobo acudía a ese lugar cada noche cuando la luna estaba en lo más alto del cielo.

—Aúlla hacia la luna —susurró Arjun con entusiasmo—, y luego inclina la cabeza y bebe agua del arroyo.

—¡Espera a verlo! —exclamó Sean—. Es un hombre y un lobo a la vez. Es mitad humano, mitad animal.

Les miré fijamente para averiguar si me estaban tomando el pelo. Parecían tan serios, y entusiasmados, que consideré que decían la verdad.

¿Era posible? ¿Existían los hombres lobo?

Me acordé de la criatura que aullaba en la ventana de la casa de los Marling. Y recordé los dos animales que había encontrado destrozados en el bosque. ¿Fue obra de un hombre lobo?

Sentí un hormigueo en la nuca. Nunca había creído en los hombres lobo, pero tampoco había salido de la ciudad. En este pequeño pueblo rodeado de bosques parecía mucho más probable que existieran.

—¿Vendrás al arroyo a medianoche? —preguntó Sean.

No quería volver al bosque de noche, y menos después de lo que había visto allí. Pero no quería que supieran que tenía miedo. Además, necesitaba de veras una buena fotografía para ganar el concurso. ¡Y la foto de un hombre lobo ganaría! ¿Cómo iba a haber otra mejor?

Acepté escaparme de casa y reunirme con Sean y Arjun en el bosque a medianoche. Pero ahora, a medida que se hacía tarde, comenzaba a sentirme nervioso.

Mientras contemplaba la oscuridad de la noche a través de la ventana, tuve una extraña sensación en la boca del estómago. Mis manos estaban frías y húmedas.

—Alex, ¿en qué piensas? —La voz de la tía Marta interrumpió mis pensamientos.

—¿Eh? —Parpadeé y negué con la cabeza.

Todos se rieron.

—Estabas mirando por la ventana con una cara muy rara —declaró Hannah.

—¡Ah! Contemplaba la luna —mentí.

—¡Es la locura de la luna! —bromeó el tío Colin—. ¡Oooh! ¡Parece un caso sin remedio!

—¿Qué es eso? —pregunté.

—¿Cómo quieres que lo sepa? —respondió mi tío—. ¡Me lo acabo de inventar!

Nos reímos de nuevo.

Todos estaban de muy buen humor. Deseé calmarme para poder disfrutar como ellos. Pero no podía evitar pensar que tendría que adentrarme en el bosque más tarde.

Hannah regresó a su casa al cabo de un rato. Les di las buenas noches a mis tíos y me fui a mi habitación.

Miré el reloj que estaba en la mesita de noche. Eran las diez y cuarto. Tenía que esperar casi dos horas.

Comprobé que la cámara estuviese en perfecto estado y que tuviera un carrete de alta velocidad. Luego me senté y comencé a leer una revista de fotografía, deseando que el tiempo pasase deprisa.

A pesar de clavar la mirada en la revista, no podía leer. No lograba concentrarme. Consultaba la hora a cada minuto. «¿Por qué el tiempo pasa tan despacio cuando se está esperando?», reflexioné.

Hacia las doce menos diez cerré la revista. Me puse otro suéter y una chaqueta. Me colgué la cámara al hombro y me dirigí de puntillas hacia la puerta.

Era probable que mis tíos hubiesen ido al bosque a fotografiar animales nocturnos. Pero en caso de que no fuera así, no quería que me oyeran salir de la casa.

Apagué las luces de la habitación. Luego alargué la mano hacia el pomo de la puerta y tiré de él.

—¡Vaya!

Giré el pomo y tiré de nuevo. Lo giré hacia el otro lado y tiré con fuerza.

—¡No me lo puedo creer! —exclamé.

Estaba encerrado.