—¡Ahh! —grité asustado. Y me caí al suelo.

Me di la vuelta para enfrentarme a mi agresor, pero no había nadie. No había nada.

—¿Eh? —volví a gritar, perplejo.

Comencé a incorporarme… y vi lo que me había golpeado en la cabeza: el nido de un pájaro. Un nido roto y seco. Probablemente, las ráfagas de viento lo habían tirado de la rama de algún árbol.

—¡Oh, vaya! —Me quité varias ramitas del pelo. Luego me coloqué la cámara bajo el brazo y eché un vistazo a mi alrededor.

¿Dónde estaba?

Los árboles parecían inclinarse los unos contra los otros. Había un pequeño montículo de piedras junto a un cañaveral.

Me di cuenta de que me había perdido.

Levanté la vista al cielo. No se veía nada, ya que los nubarrones negros tapaban la luna y las estrellas.

¿Cómo iba a volver a casa? Escudriñé en la oscuridad, intentando distinguir el sendero o cualquier cosa que me resultara familiar. Imposible.

Pensé que si encontraba el arroyo, tal vez pudiera volver al lugar en que había encontrado la cámara. Pero ¿dónde estaba el arroyo?

Estaba completamente desorientado.

Me estremecí. Una fría gota de lluvia cayó sobre mi chaqueta. Me sobresalté. ¡El nido había hecho que las cosas que caían del cielo me dieran miedo!

¿Qué debía hacer? Intenté pensar con calma, pero me fue imposible.

¿Debía gritar pidiendo ayuda? Tal vez si gritaba con suficiente fuerza mis tíos me oirían. Pero no podía hacer eso porque si gritaba, la criatura que gruñía me oiría primero.

«¿Todavía me persigue? ¿Está cerca?», me pregunté.

Decidí que no debía gritar pidiendo ayuda.

¿Qué era lo mejor, entonces? ¿Caminar en un sentido sin detenerme? No. Una vez había leído un libro en que un hombre se perdía en el desierto. Intentaba caminar en línea recta, pero lo único que hacía era describir círculos. ¡Daba vueltas y más vueltas, y no se daba cuenta hasta que por fin veía sus pisadas en la arena!

Tal vez debía esperar hasta el amanecer. Nunca encontraría el camino en la oscuridad. De día me resultaría mucho más fácil.

No me gustaba la idea de tener que pasar toda la noche en el bosque. Pero pensé que lo mejor sería esperar en ese lugar hasta que pudiera ver con claridad.

De repente, oí un estruendo, y comenzó a llover con fuerza. Caía una lluvia helada acompañada de ráfagas de viento.

Me di cuenta de que no podía quedarme en ese lugar: ¡Tenía que regresar a la casa de mis tíos!

Caminé sin parar, intentando volver sobre mis pasos. Suspiré aliviado cuando vi los arbustos en los que me había escondido. Encontré la linterna y la agarré con fuerza con la mano que tenía libre.

Intenté adivinar qué dirección seguir.

Encogí la cabeza para protegerme de la lluvia y comencé a andar de nuevo. No había pasado ni un minuto cuando tropecé con algo blando.

Caí de rodillas. Al volverme para ver con qué había tropezado, dejé escapar un grito de horror.