Me agaché para recuperar mi linterna. De repente, me flaquearon las piernas y todo mi cuerpo se estremeció de miedo.

Oí unos gruñidos fieros y espeluznantes.

Estaba petrificado, por lo que me obligué a moverme. Tenía que huir de ese lugar.

Ante mí se alzaban unos frondosos arbustos. Sujeté con fuerza la cámara y corrí a refugiarme detrás de ellos. Me arrodillé para ocultarme mejor tras ellos e intenté recobrar el aliento y lograr que mi corazón recuperara su ritmo normal.

No podía ver nada a través de las gruesas hojas del arbusto, pero oía los gruñidos del animal. Me agaché aún más, deseando que no me viera. Y esperando que no me oliera.

Entonces escuché el ruido sordo de varios pasos pesados y un agudo y furioso aullido, como un grito de guerra.

Después oí un balido producto del miedo. Era agudo y frágil. Era un grito de terror rápidamente ahogado.

Mientras me apoyaba en el arbusto, temblando de pies a cabeza, oí una refriega. Se escuchaba muy cerca, tan cerca que si me levantaba y alargaba la mano tocaría al agresor y a su presa.

La lucha tenía lugar tan próxima a mí que escuchaba cada gruñido, cada grito de miedo.

Se oyó un ruido sordo, un gruñido y después otro balido frágil e impotente. De repente, algo se quebró.

Percibí que una de las criaturas masticaba algo húmedo, batía las mandíbulas para devorar a su presa. Luego escuché un eructo. Después, otro sonido desgarrador.

Cerré los ojos, intentando imaginar lo que ocurría delante del arbusto.

A continuación oí otro ruido sordo, seguido de un silencio.

El silbido del viento parecía intensificarse.

Se oyó un siseo, y luego silencio.

Abrí los ojos y me incorporé temblando.

Unos pasos pesados quebraban ramitas y hojas secas. Se aproximaban hacia el lugar en que me hallaba escondido. Venían a por mí. La criatura… la hambrienta criatura venía a buscarme.

—¡Ahhhh! —Dejé escapar un agudo chillido de terror.

Sujetando con fuerza la cámara, salí de los arbustos y eché a correr.

Oí gruñidos detrás de mí, acompañados de jadeos y respiración pesada, pero no volví la vista atrás.

Me adentré corriendo en el bosque. Me pareció oír el murmullo de un arroyo a mi derecha. ¿Sería el Arroyo del Lobo? No me detuve a comprobarlo.

Una rama me arañó la mejilla al pasar corriendo. Sentí un gran dolor en la cara.

Utilicé mi brazo como escudo para protegerme mientras corría a ciegas. Avanzaba a toda velocidad en la más completa oscuridad.

¿Dónde estaba la linterna? ¡Oh, no! La había dejado junto a los arbustos.

De todos modos, no me serviría de nada porque corría demasiado deprisa como para ver el camino.

Me encogí un poco y me abrí paso a través de un cañaveral. Las cañas me golpeaban y me dejaban un rastro de humedad en el cuerpo.

De repente tropecé con una piedra que estaba medio desenterrada, pero no llegué a perder el equilibrio.

Salté por encima de la raíz de un árbol que sobresalía de la tierra y seguí corriendo.

A pesar de mis violentos jadeos, intenté escuchar los pasos pesados que me seguían, así como los gruñidos del animal. ¿Me estaba persiguiendo aún la criatura?

Me agarré al tronco húmedo de un árbol y me detuve. Rodeé el tronco con los brazos para que las piernas no me flaquearan y no me cayera al suelo. Intenté respirar con normalidad.

Al volver la cabeza y mirar hacia atrás, no vi nada. Tampoco oí gruñidos ni pasos pesados.

Me quemaban los pulmones. Tenía la boca tan seca que no podía ni tragar.

«Estoy bien —me dije—. Estoy a salvo… por ahora.»

Escudriñé la oscuridad.

Y la criatura me golpeó por detrás.