Caminé a toda velocidad hacia la parte trasera de la casa. Unos grandes nubarrones negros cubrían la luna. El aire era más frío y húmedo de lo que había pensado. Me subí la cremallera de la chaqueta mientras corría.

Eché una ojeada a la casa de los Marling al pasar rápidamente por su lado. No se veía nada. La ventana trasera estaba abierta de par en par, pero en la casa reinaba una oscuridad absoluta. No había ninguna luz encendida.

El rocío había humedecido la maleza. De repente sentí que algo frío me salpicaba en la frente. ¿Era una gota de lluvia?

Me lamenté al pensar que había dejado la cámara en el bosque. Era una cámara muy cara. Deseé poder encontrarla antes de que comenzase a llover.

Varios animales diminutos pasaron correteando junto a mis pies. Me detuve. No eran animales sino grandes hojas secas que revoloteaban sobre la oscura maleza, impulsadas por ráfagas de viento.

Agaché la cabeza para sortear la rama de un árbol, y entré en el bosque por la parte trasera del patio. Los viejos árboles temblaban y crujían.

A lo lejos oí que un búho ululaba, y pensé en mis tíos. También estaban en el bosque, sacando fotografías. Me pregunté si me los encontraría.

Seguí el serpenteante sendero que se adentraba en el bosque. Otra pesada gota cayó sobre mi cabeza. La lluvia empezó a salpicar el suelo.

Me detuve cuando vi el árbol doblado y arrugado, el mismo que había fotografiado con Hannah esa misma tarde. Iluminé la corteza con la linterna.

—Por lo menos he llegado bien hasta aquí —dije en voz alta.

Salté por encima de una rama caída y me adentré más aún en el bosque. Las hojas de los árboles siseaban y se agitaban con el viento, que cada vez soplaba con más fuerza. Todavía oía el ulular del búho a lo lejos.

La linterna se apagó y luego volvió a encenderse. El pequeño círculo de luz me abría paso entre los árboles.

—¡Bien! —exclamé al ver la cámara. La había dejado sobre el tocón plano de un árbol. ¿Cómo podía habérmela olvidado en ese lugar?

Con otro grito de alegría, la tomé entre mis manos. Tenía hasta ganas de abrazarla. ¡Estaba tan contento de haberla encontrado! La iluminé con la linterna para comprobar que estuviera en buen estado.

Sequé las pocas gotas de lluvia que le habían caído. Luego me la coloqué bajo el brazo y me dispuse a regresar a casa.

Había dejado de llover, al menos por un rato. Empecé a canturrear feliz. ¡Quería recorrer el camino hacia casa dando saltos!

La cámara era mi bien más preciado. Me prometí que jamás volvería a olvidármela.

Dejé de tararear al escuchar un sonido extraño. Era el gruñido de un animal, un rugido fiero y ronco.

Se me cayó la linterna.

La criatura volvió a rugir. ¿Dónde estaba? ¿De dónde provenía el sonido?

¡Estaba justo detrás de mí!