Me apoyé contra la pared, temblando de pies a cabeza. Tragué saliva y escuché los pasos pesados que provenían del desván.
«¡Tengo que salir de aquí! —me dije—. ¡Tengo que salir de esta casa! ¡Tengo que contárselo al tío Colin y a la tía Marta!»
Pero mis piernas parecían de gelatina. No sabía si podría moverlas. Di un paso vacilante. Luego otro, y después oí un sonido distinto a los demás.
Me detuve y escuché. ¿Había alguien canturreando en el desván?
Me armé de valor y así la puerta que daba al desván. La abrí de golpe y grité.
—¿Quién está ahí arriba?
—¡Soy yo, Alex! —contestó una voz que me resultaba familiar.
—¿Hannah? —tartamudeé. Miré hacia el desván—. ¿Qué… qué estás haciendo ahí arriba?
—¿No te dijo tu tía que había vuelto? —preguntó Hannah.
—No —respondí.
—Me dijo que tenía algunas prendas en el desván que podrían servirme para el disfraz. Y he venido a probármelas.
Asomó la cabeza.
—¿Por qué hablas de esa forma tan rara? —me preguntó.
—Yo… yo creía que… —comencé. Pero me resultaba difícil hablar.
Empecé a subir la escalera.
—¡No! —gritó Hannah—. ¡No subas!
Me detuve en el tercer escalón.
—¿Por qué?
—No estoy vestida. Me estoy probando las prendas —explicó. Me sonrió—. Además, quiero darte una sorpresa. Aquí hay cosas realmente impresionantes. Tus tíos debían de tener un aspecto muy curioso cuando eran jóvenes.
Hannah entró al desván de nuevo. Escuché cómo revolvía la ropa y bajé la escalera.
—Oye, ¿sabes dónde está mi cámara? —pregunté—. He buscado por toda la casa y…
—¡Oh, no! —se lamentó Hannah. Asomó la cabeza de nuevo. Esta vez no sonreía.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—La cámara, Alex. ¿Crees que quizá te la has olvidado en el bosque?
—No lo sé. Creía que… —Se me apagó la voz. Tenía una terrible sensación en la boca del estómago.
—Todavía la tenías cuando Sean y Arjun se marcharon —afirmó Hannah—. Pero no recuerdo que la llevaras cuando regresamos a casa.
—¡Oh, no! —Negué con la cabeza—. Tengo que ir a buscarla, Hannah. No puedo dejarla toda la noche en el bosque.
—¡No! —gritó Hannah—. Alex, hazme caso. No debes ir al bosque.
—¡Tengo que ir! —repliqué.
—Pero el bosque no es seguro por la noche —explicó—. No es nada seguro.
Me volví y fui corriendo hasta el recibidor. Me puse la chaqueta y encontré una linterna en el fondo del armario del recibidor. La encendí y apagué varias veces para comprobar que funcionaba bien. La luz brillaba con fuerza y no fallaba.
—Volveré enseguida —le grité a Hannah.
—¡No, por favor, Alex! —chilló—. ¡Hazme caso! ¡No vayas al bosque por la noche! Espera a que me vista. Espérame, ¿de acuerdo?
Pero yo no pensaba dejar la cámara en el bosque para que se estropeara, así que cerré la puerta de entrada tras de mí v salí a la luz de la luna.