—¡No! —grité, perplejo.
Moví las manos frenéticamente, buscando la cámara. La había dejado en el escritorio. Estaba seguro. Pero no la veía.
Observé a mi alrededor. Acababa de ordenar la habitación. Todo estaba en su sitio: la mesa, el tocador… Pero la cámara había desaparecido.
Me arrodillé y miré debajo de la cama, pero tampoco estaba allí. Me arrastré hasta el armario y abrí la puerta. Busqué en el fondo del armario.
Mientras buscaba, otro aullido retumbó en mi cuarto, esta vez más agudo, más estridente. A continuación percibí dos aullidos simultáneos. Ambos sonidos, que recordaban a una sirena, parecían armonizar de forma extraña. ¿Eran los Marling?
Mientras me incorporaba, escuché como arañazos. Parecía como si un trozo de madera se golpease contra otro. También oí el sonido de una ventana al abrirse y un fuerte golpe seco.
Luego, oí unos gruñidos y pasos pesados. ¡Pasos al lado de mi habitación!
Fui corriendo hasta la ventana. Jadeando y con el corazón latiendo rápidamente, miré hacia el exterior.
Demasiado tarde. No había nadie.
Sólo oscuridad. La luz naranja había desaparecido de la ventana de la casa de los Marling. La casa volvía a estar completamente a oscuras.
Los árboles se mecían bajo el cielo lóbrego. Las hojas reflejaban los destellos plateados de la luna.
Miré por la ventana durante un rato, mientras mi corazón se calmaba y esperaba oír aullidos agudos o pasos pesados. Se produjo un silencio.
Mi cámara…
Me alejé de la ventana. Salí corriendo de la habitación, pasé por el pequeño recibidor y llegué a la sala de estar. ¿Había dejado allí la cámara al regresar con Hannah del bosque? No. No estaba.
Fui a la cocina, pero tampoco estaba allí.
—¡Tía Marta! ¡Tío Colin! —les llamé sin llegar a gritar.
Volví corriendo al recibidor. Pasé por delante de mi habitación, del cuarto de baño y del armario de la ropa limpia. La habitación de mis tíos estaba al final del pasillo.
—¿Habéis visto mi cámara? —grité.
Abrí de un empujón la puerta del dormitorio, que estaba a oscuras. A oscuras y vacío.
Olí el perfume de flores de la tía Marta y el intenso olor del líquido para revelar fotografías.
Pensé que habían ido al bosque a fotografiar animales.
«Estoy completamente solo», me dije.
Respiré hondo y contuve el aliento. «Tranquilízate, Alex —pensé—. Estás bien y no te va a pasar nada. Encontrarás la cámara en cuanto te tranquilices. Seguramente estará a la vista en algún lugar. Pero estás tan nervioso y alterado que no la ves. ¡Tranquilízate!»
Volví a respirar hondo. Comencé a calmarme.
Cerré la puerta del dormitorio de mis tíos y me dirigí hacia el recibidor. Al pasar por delante de mi habitación oí arañazos.
Y luego los pasos pesados.
Me detuve y agucé el oído. Más pasos pesados.
¿De dónde venían? ¿De arriba? Sí.
Contemplé el techo, y oí más arañazos y más pasos pesados.
«¡Están en el desván! —pensé—. Sean lo que sean esas criaturas que aúllan, ¡están en la casa!»