La tía Marta invitó a Hannah a cenar. Los cuatro nos sentamos, apretados, alrededor de la pequeña mesa de la cocina y nos tomamos la humeante sopa de pollo.

—¡Es la sopa más buena que he probado en mi vida! —elogió Hannah a mi tía.

La tía Marta sonrió. Una gotita de sopa le resbaló por la barbilla. Cogió la servilleta.

—Gracias, Hannah. Le pongo todo lo que tengo a mano.

—Siento que hayamos llegado tarde a cenar —me disculpé—. Perdí la noción del tiempo. No quería irme del bosque. Era tan interesante.

El tío Colin miró hacia la ventana de la cocina y luego hacia la luna.

Acto seguido, bajó la vista y observó la casa de los Marling.

—He fotografiado un árbol muy curioso —le comenté—. Estaba arrugado y encorvado como si fuera un anciano.

El tío Colin no respondió. No había apartado los ojos de la ventana.

—Colin, Alex te está hablando —le reprendió la tía Marta.

—¿Eh? ¡Oh! —Volvió a mirar hacia la mesa y sacudió la cabeza como si quisiera alejar sus pensamientos—. Lo siento. ¿Qué decías?

Le repetí lo que le había dicho sobre el árbol.

—Te ayudaré a revelar esas fotografías —se ofreció—. Tal vez mañana. He convertido el pequeño cuarto de baño del desván en un cuarto oscuro para los revelados. Necesitamos una casa más grande. Sobre todo desde que trabajamos tanto.

—¿Qué has fotografiado últimamente? —pregunté.

—Criaturas nocturnas —respondió. Miró de nuevo hacia la ventana. Observó la ventana trasera de la casa de los Marling, que estaba completamente a oscuras.

—Estamos fotografiando animales nocturnos —explicó la tía Marta—. Animales que sólo salen por la noche.

—¿Como los búhos? —preguntó Hannah.

La tía Marta asintió.

—Hemos encontrado algunos búhos verdaderamente maravillosos en el bosque, ¿verdad, Colin?

El tío Colín apartó la vista de la ventana. La luz plateada de la luna se reflejaba en el cristal.

—A las criaturas nocturnas no les gusta que les hagan fotografías —puntualizó mientras masticaba despacio un trozo de zanahoria—. Son animales muy reservados.

—A veces nos apostamos en un lugar durante horas —añadió mi tía—. Y esperamos a que una criatura asome la cabeza en un agujero del suelo.

—¿Puedo acompañaros una de estas noches? —pregunté—. No haré ruido.

El tío Colin tragó un trozo de pollo.

—Buena idea —convino. Sin embargo, luego adoptó una expresión solemne. Y añadió—: Tal vez después de Halloween.

Me volví y me percaté de que la tía Marta contemplaba la casa de los Marling.

—La luna todavía no está baja —anunció pensativamente—, pero esta noche brilla mucho.

—Es como si fuera de día —aseguró el tío Colin. ¿Cuál era la expresión que había cruzado rápidamente su rostro? ¿Era miedo?

Pensé que mis tíos se comportaban de forma muy extraña esa noche. Parecían nerviosos.

¿Por qué miran sin cesar por la ventana? ¿Qué esperan ver en la casa de los Marling?

No lo soportaba más.

—¿Pasa algo? —pregunté.

—¿Si pasa algo? —El tío Colin entornó los ojos—. Supongo que…

—¿Ya habéis pensado en los disfraces para Halloween? —preguntó la tía Marta cambiando de tema.

—Creo que este año me volveré a disfrazar de pirata —respondió Hannah. Se terminó la leche con cacao y lamió los restos de chocolate del borde del tazón—. Me pondré un pañuelo en la cabeza y un parche en el ojo.

—Colin y yo podemos buscarte algunas prendas viejas que podrían servirte —se ofreció la tía Marta. Se volvió hacia mí—. ¿Y tú de qué te disfrazarás, Alex?

Yo todavía quería disfrazarme de hombre lobo. Pero recordé la última vez que les había hablado del disfraz. ¡El tío Colin estuvo a punto de estrellar el coche!

Sonreí y hablé con tranquilidad.

—Puede que también me disfrace de pirata.

Me acabé la sopa.

En aquel momento, era imposible que supiera que, al cabo de unas horas, cuando la luna estuviese en lo más alto del cielo, vería cara a cara a un hombre lobo de verdad.