Al retroceder, tropecé con el abedul. La cámara golpeó el tronco, pero no la solté.

—¿Hannah? —la llamé con voz ahogada. Ella tenía los ojos abiertos como platos.

Antes de que pudiera responder, dos chicos salieron de detrás de un arbusto. Echaron la cabeza hacia atrás y aullaron como si fueran lobos.

—¡Vaya, erais vosotros! —exclamó Hannah, a la vez que adoptaba una expresión de disgusto.

Ambos chicos eran bajos y delgados, con pelo negro y liso y los ojos de un marrón oscuro. Terminaron de aullar y me miraron, me observaron como si fueran dos lobos hambrientos.

—¿Os hemos asustado? —bromeó uno de ellos con los ojos iluminados por la emoción. Llevaba un jersey marrón oscuro que le cubría la parte superior de los vaqueros negros y una larga bufanda de lana de color púrpura alrededor del cuello.

—¡Siempre me asustáis! —bromeó Hannah—. ¡Tengo pesadillas con vuestras caras!

El otro chico llevaba un jersey gris enorme y unos pantalones caqui holgados que arrastraba por el suelo. Echó hacia atrás la cabeza y aulló de nuevo.

Hannah se volvió hacia mí.

—Van a mi clase —explicó—. Éste es Sean Kiner. —Señaló al chico que llevaba la bufanda de color púrpura—. Y éste es Arjun Khosla.

—¿Arjun? —pronuncié con dificultad.

—Es un nombre indio —explicó él.

—Hannah nos contó que vendrías —dijo Sean sonriendo.

—Eres un chico de ciudad, ¿no es cierto? —quiso saber Arjun.

—Sí, soy de Cleveland —murmuré.

—¿Y qué te parece Arroyo del Lobo? —preguntó Arjun. No parecía una pregunta, sino un desafío.

Ambos me miraban con sus ojos oscuros y me observaban como si fuera una especie de seta rara.

—Acabo de llegar —tartamudeé.

Se miraron.

—Debes saber algunas cosas sobre el bosque —declaró Sean.

—¿Como qué? —pregunté.

Señaló mis pies.

—¡Como que no deberías pisar una hiedra venenosa!

—¿Eh? —Di un salto hacia atrás, y miré hacia el suelo.

Los dos se rieron. No había ninguna hiedra venenosa.

—¡Vaya par de plomos! —exclamó Hannah con una mueca de desprecio.

—Y vosotros… ¡vaya par de cromos! —respondió Sean.

Sean y Arjun se rieron y se dieron una palmada.

Hannah suspiró.

—Recordadme luego que tengo que reírme —murmuró, poniendo los ojos en blanco.

Por algún motivo eso hizo que los chicos comenzaran a aullar de nuevo. Cuando terminaron, Sean alargó la mano hacia mi cámara.

—¿Puedo verla?

—Pues… —retrocedí un poco—, es una cámara muy cara —puntualicé—. No me gusta que nadie la toque.

—¡Ooooh! ¡Muy cara! —bromeó Sean—. ¡Seguro que es de cartón! ¡Déjame verla! —Intentó hacerse con ella de nuevo.

—Hazme una foto —pidió Arjun. Separó los labios con los dedos y sacó la lengua.

—¡Cada vez lo haces mejor! —le comentó Hannah.

—¡Hazme una foto! —repitió Arjun.

—Dejadlo tranquilo —les espetó Hannah—. Dejadlo en paz.

Arjun fingió sentirse herido.

—¿Por qué no me quiere hacer una foto?

—¡Porque no le hace fotos a los animales! —dijo Hannah con una mueca de desprecio.

Sean se rió, y me quitó la cámara de las manos.

—¡Oye!, ¡venga! —rogué. Intenté recuperarla pero no pude.

Sean le lanzó la cámara a Arjun. Arjun la levantó y fingió que le estaba haciendo una fotografía a Hannah.

—¡Se ha roto de lo fea que eres! —gritó.

—¡Yo sí que te voy a romper la cara! —amenazó Hannah.

—Es una cámara muy cara —repetí—. Si le pasa algo…

Hannah le arrebató la cámara a Arjun y me la devolvió. La sujeté con fuerza.

—Gracias.

Los chicos se acercaron a mí con expresión amenazadora. Sus ojos oscuros brillaban. Les miré mientras se aproximaban y volví a tener la impresión de que parecían animales salvajes con aquellas caras tan serias y aquella mirada tan fría.

—¡Dejadlo tranquilo! —pidió Hannah.

—Sólo estamos jugando —respondió Arjun—. No pensábamos romperte la cámara.

—Eso es. Sólo estábamos bromeando —añadió Sean—. ¿Qué te pasa?

—Nada —respondí, sujetando la cámara.

Arjun miró hacia el cielo que oscurecía. A través de los árboles todo se veía gris.

—Se está haciendo tarde —murmuró Arjun.

La sonrisa de Sean desapareció.

—Vámonos de aquí. —Escudriñó a su alrededor. Cada vez hacía más frío y las sombras se multiplicaban.

—Dicen que hay criaturas salvajes sueltas por el bosque —explicó Arjun en voz baja.

—Arjun, déjanos en paz —respondió Hannah, con impaciencia.

—No. De verdad —insistió Arjun—. Alguna criatura extraña le arrancó la cabeza a un ciervo. Se la arrancó de cuajo.

—Nosotros lo vimos —informó Sean. Sus ojos oscuros brillaban de emoción en la tenue luz del atardecer—. ¡Fue espeluznante!

—Los ojos del ciervo nos miraron —añadió Arjun—. Y comenzaron a salirle insectos del cuello cortado.

—¡Qué asco! —exclamó Hannah al tiempo que se cubría la boca con una mano—. Os lo estáis inventando todo, ¿no?

—No. Claro que no. —Sean miró la luna—. Ya hay casi luna llena. La luna llena hace que todas las criaturas extrañas salgan de sus escondrijos —prosiguió en voz baja, casi susurrando—. Sobre todo durante Halloween. Y esa noche habrá luna llena.

Me estremecí. Sentí un hormigueo en la nuca y escalofríos en todo el cuerpo. ¿Era por culpa del viento? ¿O por el terrorífico relato de Sean?

Me imaginé la cabeza del ciervo en el suelo. Me imaginé que los brillantes ojos negros miraban hacia arriba, sin vida.

—¿De qué te vas a disfrazar en Halloween? —preguntó Arjun a Hannah.

—No lo sé —dijo Hannah, encogiéndose de hombros—. Todavía no lo he decidido.

Se volvió hacia mí.

—¿Y tú de qué te quieres disfrazar?

—De hombre lobo —respondí.

Arjun dejó escapar un grito ahogado. Los dos chicos se miraron en silencio. Sus sonrisas desaparecieron. Adoptaron una expresión solemne.

—¿Qué pasa? —pregunté.

No contestaron.

—¿Qué pasa? —repetí.

Arjun bajó la vista.

—Ya tenemos bastantes hombres lobo en Arroyo del Lobo —murmuró.

—¿A qué te refieres? —grité—. Venga, chicos, ¿qué es lo que ocurre?

Pero no respondieron. Se dieron la vuelta y se adentraron en el bosque.