SEGUNDA PARTE

A doscientas setenta y cinco millas sobre la superficie de la Tierra, «Beta» estaba describiendo su tercer circuito alrededor del globo. Recorriendo la atmósfera como un diminuto planeta, completaba una revolución cada noventa minutos. A menos que el piloto pusiese nuevamente en marcha los motores, permanecería allí para siempre, en las fronteras del espacio.

Y, sin embargo, «Beta» era una criatura de la atmósfera superior más que de las profundidades del espacio. Como aquellos peces que algunas veces trepan por la tierra, la nave se aventuraba fuera de su verdadero elemento y sus grandes alas eran ahora inútiles placas de metal ardiendo bajo la ferocidad del sol. Sólo cuando regresase al aire que tenía debajo, volverían a entrar en servicio.

Fijado sobre el dorso de «Beta» había un torpedo alargado que podía, a la primera mirada, ser tomado por otro cohete. Pero no tenía portillas de observación, ni zumbido de motor, ni aparato de aterrizaje. La afilada forma metálica carecía casi de características, era como una bomba gigantesca que esperase el momento de ser lanzada. Era el primero de los depósitos de combustible para «Alfa», conteniendo toneladas de metano líquido que sería inyectado a los tanques de la nave del espacio cuando estuviese a punto de realizar su viaje.

«Beta» parecía estar suspendida inmóvil del cielo de ébano mientras la Tierra giraba debajo de ella. Los técnicos que llevaba a bordo, que controlaban sus instrumentos y comunicaban sus datos a las estaciones de control del planeta no parecían tener gran prisa. Para ellos no había la menor diferencia entre circundar la Tierra una vez o una docena de veces. Permanecerían en su órbita hasta que estuviesen convencidos de su tesis, a menos, como había hecho observar el ingeniero-jefe que se viesen obligados a regresar antes por falta de cigarrillos.

Diminutas explosiones de gas se producían a lo largo de la línea de contacto entre «Beta» y el tanque de combustible que llevaba en su dorso. Las tuercas que los unían habían sido aflojadas; muy lentamente, a una velocidad de pocos pies por minutos, el gran tanque comenzaba a alejarse de la nave.

En el casco de «Beta» se abrió una compuerta de aire y dos hombres saltaron en el espacio revestidos de sus trajes espaciales. Por medio de cortas explosiones de gas de unos diminutos cilindros se dirigieron hacia el tanque que avanzaba y lo inspeccionaron minuciosamente. Uno de ellos abrió una escotilla y comenzó a tomar datos de los instrumentos, mientras el otro inspeccionaba el casco con un aparato portátil detector de fisuras.

Nada nuevo ocurrió durante casi una hora, aparte de los eventuales escapes de vapor de los motores a chorro auxiliares de «Beta». El piloto la iba orientando de forma que señalara su avance orbital y se veía claramente que no se daba prisa en realizar la maniobra. Una distancia de unos cien pies separaba ahora «Beta» del tanque de combustible que había transportado de Tierra. Era difícil darse cuenta de que durante su lenta separación los dos cuerpos habían dado casi la vuelta a la Tierra.

Los dos ingenieros vestidos con sus trajes del espacio habían terminado su misión. Lentamente fueron dirigiéndose hacia la nave que los esperaba y de nuevo la compuerta de aire se cerró tras ellos. Se produjo otra larga pausa mientras el piloto esperaba el momento exacto de poner los frenos en acción.

Súbitamente, un chorro de insoportable incandescencia brotó de la popa de «Beta». Los gases al rojo blanco parecían formar una sólida barra de luz. En el momento en que los motores comenzaron a funcionar, los hombres de la nave recuperaron su peso normal. Cada cinco segundos «Beta» iba perdiendo cien millas por hora de su velocidad. Rompía la órbita y no tardaría en caer de nuevo sobre la Tierra.

La intolerable llama del cohete atómico disminuyó y finalmente cesó. Una vez más los tenues chorros de control arrojaron vapor; el piloto sentía ahora prisa mientras iba haciendo virar la nave nuevamente sobre su eje. Fuera, en el espacio, una orientación es tan buena como otra, pero dentro de pocos minutos la nave entraría de nuevo en la atmósfera y tenía que ir orientando la dirección de su avance.

La espera de este primer contacto sería siempre un momento de tensión. Para los hombres de la nave se produjo en forma de suave pero irresistible tensión de los tirantes de los asientos. Aumentó lentamente minuto tras minuto hasta que se produjo un tenue zumbido a través del aislamiento de los muros. Iban cambiando altura por velocidad, velocidad que sólo podía perderse a través de la resistencia del aire. Si el tipo de cambio era demasiado alto, las recias alas podrían romperse, el casco se convertiría en metal fundido y la nave se aplastaría convertida en meteórica ruina a través de miles de millas de cielo.

Las alas mordían nuevamente el tenue aire a una velocidad de dieciocho mil millas por hora. Pese a que las superficies de control eran todavía inútiles, la nave no tardaría en responder lentamente a sus mandos. Incluso sin el uso de sus motores, el piloto podía elegir un punto de aterrizaje casi en cualquier lugar de la Tierra. Volaba con un deslizamiento hipersónico cuya velocidad le había dado un alcance mundial.

La nave iba descendiendo muy lentamente por la estratosfera perdiendo velocidad minuto por minuto. A un poco más de mil millas por hora las válvulas de aire de los tubos de chorro fueron abiertas y los hornos atómicos comenzaron a brillar con una vida mortífera. Chorros de aire abrasador brotaban de las válvulas y la nave fue abandonando su tono habitual pardo-rojizo de los óxidos nítricos. Cruzaba nuevamente la atmósfera, segura bajo su energía, y una vez más podía dirigirse a su punto de partida.

La prueba final estaba terminada. A casi trescientas millas de elevación, pasando de la noche al día cada cuarenta minutos, el primer tanque de combustible iba girando en su eterna órbita. Dentro de pocos días su compañero sería lanzado al mismo sendero por los mismos medios. Ambos serían conectados esperando el momento en que verterían su contenido en los vacíos tanques de «Alfa», lanzando la nave del espacio en dirección a la Luna…