La gran tienda de Nissen tenía fama de estar conectada al sistema de calefacción del campo, pero nadie lo hubiera dicho. Dirk, que se había familiarizado con la vida de Luna City, había muy prudentemente traído su gabán. Sentía piedad por los ateridos miembros de la concurrencia que habían descuidado tan elemental medida de precaución. Al final de la conferencia tendrían una viva imagen de las condiciones de vida de los planetas exteriores.
Unas doscientas personas estaban ya sentadas en los bancos y otras iban llegando continuamente, porque sólo pasaban cinco minutos de la hora en que la conferencia hubiera debido comenzar. En el centro de la habitación unos electricistas estaban acabando de ajustar un episcopio. Media docena de sillones habían sido colocados frente al estrado del conferenciante y eran blanco de codiciosas miradas. Tan claramente como si hubiesen ostentado una etiqueta proclamaban ante la faz del mundo: «Reservados para el Director-General».
La puerta del fondo de la tienda se abrió y dio paso a Sir Robert Derwent seguido de Taine, profesor Maxton y varias otras personas a quien Dirk no conocía. Todos menos Sir Robert se sentaron en la primera fila, dejando el sillón del centro vacío.
El murmullo de voces cesó en el momento en que el Director-General subió al estrado. Parecía, pensó Dirk, un gran empresario en el momento de mandar levantar el telón. Y era esto, en cierto modo.
—Mister Taine —dijo— ha accedido amablemente a dirigirnos unas palabras sobre el objeto de esta primera expedición. Siendo, como es, uno de los primeros que la planearon y tomando personalmente parte en ella, estoy seguro de que lo escucharemos con gran interés. Una vez nos haya hablado de la Luna, espero que mister Taine va a dejar…, eh, todo ceremonial y expondrá los planes que tenemos para el resto del sistema solar. Creo que tiene ya muy bien organizada la próxima expedición a Plutón. Mister Taine…
(Aplausos.)
Dirk estudió cuidadosamente al astrónomo mientras éste subía a la tribuna. Hasta entonces había prestado muy poca atención a él. En realidad, aparte su casual encuentro con Hassell, había tenido muy pocas ocasiones de estudiar a nadie de la tripulación.
Taine era un muchacho rollizo que parecía estar en los medios veintes, pese a que pasaba ya de los treinta. La astronáutica, pensó Dirk, los pesca jóvenes. No era de extrañar que Richards, con sus treinta y cinco, fuese considerado como un veterano por sus colegas.
Mientras hablaba, la voz de Taine era seca y precisa y sus palabras se extendían claramente por la tienda. Era un buen orador, pero tenía la enojosa costumbre de hacer juegos malabares con trozos de yeso… que con frecuencia fallaba.
—No creo tenerles que decir gran cosa acerca de la Luna en conjunto —dijo—, puesto que ya han oído y leído suficiente acerca de ella durante estas últimas semanas. Pero les hablaré del lugar donde pensamos aterrizar y de lo que esperamos hacer una vez hayamos llegado a ella.
»Ante todo, aquí tenemos una vista de toda la Luna. (Primera vista, por favor.) Siendo llena y el sol cayendo vertical sobre el centro del disco, todo parece llano y falto de interés. La zona obscura del extremo derecho bajo es el Mare Imbrium, en el cual aterrizaremos.
»Ahora aquí tienen la Luna cuando tiene nueve días, que es como la verán ustedes desde la Tierra cuando nosotros lleguemos a ella. Lanzando el sol sus rayos oblicuamente verán ustedes que las montañas cercanas al centro se destacan muy claramente…; fíjense en estas sombras alargadas que forman.
»Acerquémonos más a examinar el Mare Imbrium en detalle. El nombre, dicho sea de paso, significa «Mar de Lluvias», pero ni es un mar ni llueve en él, como en ninguna otra parte de la Luna. Los antiguos astrónomos le dieron este nombre en los días anteriores a la invención del telescopio.
»Aquí verán por este primer plano que el Mar es una llanura limitada por la parte de arriba (o sea por el sur), por esta realmente bellísima cordillera, los Apeninos lunares. Al norte tenemos esta otra pequeña cordillera, los Alpes. La escala nos da aquí una idea de las distancias; el cráter, por ejemplo, tiene unas cincuenta millas de diámetro.
»Esta zona es una de las más interesantes de la Luna y tiene con certeza los más bellos paisajes, pero durante nuestra primera visita sólo podremos explorar una pequeña región. Aterrizamos por aquí (la próxima vista, por favor), y esto es un dibujo de la zona en la mayor ampliación que podemos hacer. Está tomada tal como la ve usted ahora a simple vista, desde una distancia de doscientas millas en el espacio.
»El punto exacto del aterrizaje será decidido durante la aproximación. Caeremos lentamente durante las últimas cien millas y tendremos tiempo de elegir un lugar conveniente. Como bajamos verticalmente sobre parachoques sosteniéndonos sobre los cohetes hasta el último momento, sólo necesitamos unas cuantas yardas cuadradas de una superficie razonablemente horizontal. Algunos pesimistas han insinuado que podríamos caer sobre una superficie de arenas movedizas, pero no parece probable.
»Saldremos de la nave por parejas, atados con una cuerda, dejando al tercero en la nave para conservar el contacto con la Tierra. Nuestros trajes del espacio llevan aire para doce horas y nos aislarán de todas las temperaturas que pueden encontrarse en la Luna, es decir, desde el punto de ebullición hasta un par de centenares de grados bajo cero Fahrenheit. Como estaremos allá durante el día, no sufriremos las bajas temperaturas a menos que estuviésemos en la sombra durante largo tiempo.
»Me es imposible decir a ustedes todo el trabajo que tenemos intención de hacer durante la semana de nuestra estancia en la Luna, de manera que sólo mencionaré algunos de los más importantes.
»En primer lugar, nos llevaremos pequeños pero muy potentes telescopios a fin de obtener una visión de los planetas, mejor que las conseguidas hasta ahora. Este equipo, como una gran parte de todo lo que llevemos, lo dejaremos allá para futuras expediciones.
»Traeremos aquí miles de muestras geológicas, debería decir «selenológicas», para ser analizadas. Buscaremos minerales que contengan hidrógeno, ya que en cuanto pudiésemos establecer un yacimiento de extracción de combustible en la Luna, el coste de los viajes quedaría reducido a una décima parte o quizá a menos. Más importante todavía, podríamos empezar a pensar en viajes a otros planetas.
»Nos llevamos también gran cantidad de material de radio. Como ustedes saben la Luna tiene enormes posibilidades como estación de enlace y esperamos investigar algunas de ellas. Haremos adicionalmente toda serie de mediciones físicas que serán del más alto interés científico. Una de las más importantes es la determinación del campo magnético de la Luna a fin de comprobar la teoría de Blackett. Y, desde luego, contamos conseguir una espléndida colección de fotografías y films.
»Sir Robert les ha prometido que «abandonaría todo formalismo». Bien, me es difícil decirles gran cosa, pero acaso pueda interesarles saber lo que yo, personalmente, pienso sobre lo que podrá ser el desarrollo durante el próximo decenio o cosa así.
»Primero de todo, tenemos que establecer una base semipermanente en la Luna. Si estamos de suerte en nuestra primera elección, podremos construirla donde hayamos hecho nuestro primer aterrizaje. De lo contrario habrá que intentarlo de nuevo.
»Para la fundación de esta base se han trazado planos muy extensos. Dentro de lo posible será autónoma y se cultivarán los alimentos bajo cristal. La Luna, con sus catorce días continuos de luz de sol, tiene que ser un paraíso de la horticultura.
»A medida que sepamos más respecto a los recursos naturales de la Luna, la base podrá irse extendiendo y desarrollando. Esperamos explotaciones mineras en una fecha no remota, pero tendrá que ser para procurarnos materiales utilizables en la Luna. Sería demasiado caro importar a la Tierra todo lo que no sea un material muy raro.
»En la actualidad, los viajes a la Luna son sumamente costosos y difíciles, porque tenemos que llevarnos combustibles para el regreso. Una vez podamos abastecernos en la Luna estaremos en condiciones de utilizar naves mucho más pequeñas y económicas. Y, como acabo de decir, podremos ir a otros planetas.
»Puede parecer paradójico, pero es más fácil hacer el viaje de cuarenta millones de millas desde la base lunar a Marte, que cruzar el cuarto de millón de millas de la Tierra a la Luna. Requiere más tiempo, desde luego, unos doscientos cincuenta días, pero no requiere más combustible.
»La Luna, gracias a su bajo campo de gravitación, es el punto de parada hacia los planetas, la base para la exploración del sistema solar. Si todo se desarrolla normalmente, podremos empezar a hacer planes para alcanzar Marte y Venus dentro de unos diez años a partir de ahora.
»No es mi propósito especular acerca de Venus, salvo para decir, casi con absoluta certeza, que haremos una exploración radar del planeta antes de intentar un aterrizaje. Puede ser posible levantar mapas radar detallados de la superficie oculta, a menos que su atmósfera sea verdaderamente rara.
»La exploración de Marte sería bajo muchos conceptos similar a la exploración de la Luna. Podemos no necesitar trajes del espacio para circular por él, pero con toda seguridad necesitaremos equipo de oxígeno. La base marciana ofrecerá las mismas dificultades que la Luna, si bien en forma mucho menos aguda. Pero tendrá una desventaja, estará a una gran distancia de nosotros y tendrá que contar en gran parte con sus propios recursos. La casi cierta presencia de alguna especie de vida afectará también nuestro establecimiento en forma que no podemos prever. Si hay alguna «inteligencia» en Marte, cosa que dudo, nuestros planes pueden verse obligados a cambiar completamente; podemos incluso vernos absolutamente imposibilitados de establecernos allá. Las posibilidades en cuanto a Marte hacen referencia, son casi ilimitadas; por esto es un lugar tan interesante.
»Más allá de Marte, la escala del sistema solar aumenta considerablemente y no podemos hacer grandes exploraciones mientras no dispongamos de naves más rápidas. «Prometheus» podría alcanzar los planetas exteriores, pero no podría regresar y el viaje duraría años. Sin embargo, espero que a finales de siglo estemos en condiciones de ir a Júpiter y quizá a Saturno. Muy probablemente estas expediciones partirían de Marte.
»No podemos, desde luego, esperar «aterrizar» en estos dos planetas; si es que tienen superficies sólidas, lo cual es dudoso; están situados debajo de miles de millas de una atmósfera en la que no nos atreveríamos a penetrar. Si hay alguna especie de vida en el corazón de estos infiernos subárticos, no veo cómo podríamos establecer contacto con ellos ni cómo ellos podrían jamás saber algo de nosotros.
»El interés capital de Júpiter y Saturno parte de su sistema de lunas. Saturno tiene por lo menos doce, Júpiter no menos de quince. Lo que es más, muchas de ellas tienen un tamaño considerable, mucho mayores que nuestra Luna. Titán, el satélite mayor de Saturno, es la mitad más grande que la Tierra, y se sabe que tiene atmósfera, si bien irrespirable. Son muy fríos, desde luego, pero no hay de momento ninguna objeción a que podamos conseguir ilimitadas cantidades de calor por medio de reacciones atómicas.
»Los tres planetas más lejanos no nos interesarán durante bastante tiempo del futuro… quizá cincuenta años o más. En todo caso, de momento sabemos muy poco acerca de ellos.
»Esto es todo lo que puedo decir por ahora. Espero haber puesto bien en claro que el viaje que vamos a emprender la próxima semana, aun cuando parece tremendo dados los standards de nuestros días, no es en realidad más que el primer paso. Es interesante y emocionante, pero tenemos que situarlo en su verdadera perspectiva. El pequeño mundo de la Luna es, bajo muchos conceptos, poco prometedor, pero puede un día llevarnos a otros planetas más lejanos, algunos mayores que la Tierra, y con más de treinta lunas de diferentes tamaños. El área total que se abre delante de nosotros para su exploración durante algunos decenios es por lo menos diez veces como la superficie de este planeta. En ella habrá sitio para todo el mundo.
»Muchas gracias».
Terminó abruptamente, sin la menor floritura retórica, como un locutor de radio cortado por las exigencias del reloj del estudio. Durante cosa de medio minuto reinó en la tienda un silencio absoluto, mientras el auditorio iba regresando paulatinamente a la Tierra. Después hubo una cortés iniciación de un aplauso, que fue creciendo gradualmente a medida que los espectadores iban dándose cuenta de que pisaban suelo firme.
Los periodistas, golpeando el suelo con los pies y tratando de restablecer su circulación, empezaron a salir al exterior. Dirk se preguntaba cuántos de ellos se habían dado cuenta por primera vez de que la Luna no era una meta sino un principio, el primer paso por una ruta infinita. Era una ruta, creía ahora, que todas las razas tenían que recorrer con el mismo fin, si no querían marchitarse y morir en su pequeño y abandonado mundo.
Por primera vez podía ahora verse el «Prometheus» en todo su conjunto. «Alfa» había sido por fin izada sobre los anchos hombros de «Beta», ofreciendo la fea imagen de formarle una joroba. Incluso Dirk, para quien todas las máquinas voladoras eran iguales, hubiera sido incapaz de confundirla con ninguno de los artefactos que hasta ahora habían surcado los cielos.
Siguió a Collins por la escalerilla de la grúa movible para su última visita al interior de la nave del espacio. Era por la tarde y había muy poca gente. Detrás de las cuerdas protectoras, algunos fotógrafos trataban de sacar fotografías de la máquina con el sol poniente detrás de ella. El «Prometheus» formaría una silueta impresionante destacándose sobre la desvaneciente belleza de un sol occidental.
La cabina de «Alfa» estaba tan iluminada y limpia como un teatro en plena representación. Y no obstante había detalles personales; aquí y allá podían verse artículos que indudablemente pertenecían a la tripulación y habían sido metidos en huecos donde estaban firmemente sujetos por medio de bandas elásticas. Varios retratos y fotografías habían sido pegados a las paredes y sobre el asiento del piloto podía verse un marco de plástico encerrando una fotografía de (así lo supuso Dirk) la esposa de Leduc. Mapas y tablas matemáticas habían sido fijadas en puntos estratégicos donde podían ser rápidamente consultadas. Súbitamente Dirk recordó, por primera vez desde hacía días, su visita a la réplica de aquel laboratorio en Inglaterra donde se había encontrado ante toda aquella colección de instrumentos en un tranquilo suburbio de Londres. Le parecía que había transcurrido toda una vida y a más de medio mundo de allí.
Collins se dirigió a una alta compuerta y la abrió.
—¿No ha visto usted nunca uno de estos chismes, verdad? —preguntó.
Los tres fláccidos trajes del espacio colgando de su percha parecían seres de las profundidades del mar, sacados de sus tinieblas a la luz del día. El grueso y flexible material cedía fácilmente al tacto de Dirk y notó la presencia de varillas metálicas de refuerzo. Cascos transparente como bolas de cristal para peces de colores estaban guardados en el rincón de la compuerta que formaba armario.
—¿Son como escafandras, verdad? —dijo Collins. En realidad, «Alfa» es más un submarino que otra cosa, si bien nuestros cálculos son mucho más fáciles, pues no tenemos que tener en cuenta la presión.
—Me gustaría sentarme en la posición del piloto —dijo Dirk de repente—. ¿Hay inconveniente?
—Ninguno, con tal de que no toque usted nada.
Collins lo observaba con una leve sonrisa mientras Dirk se sentaba en el asiento. Conocía su impulso, pues lo había experimentado también más de una vez, habiendo cedido a él.
Cuando la nave estuviese bajo la fuerza o manteniéndose vertical sobre la Luna, el asiento se doblaría hacia delante formando un ángulo recto con su actual posición. Lo que ahora era el suelo bajo los pies de Dirk, sería la pared de enfrente y la lente del periscopio que ahora sus pies tenían que evitar se encontraría convenientemente colocada para su uso. Debido a esta rotación, tan poco familiarizada con la mente humana, era difícil captar las sensaciones que el piloto de la nave experimentaría cuando ocupase su sitio.
Dirk se levantó y se dispuso a salir. Siguió a Collins en silencio a la compuerta, pero se detuvo un momento delante de la gruesa puerta ovalada para dirigir una última mirada a la diminuta y tranquila cabina:
—¡Adiós, pequeña nave! —dijo mentalmente—. ¡Adiós y buena suerte!
Había obscurecido ya cuando salieron a la grúa, y los focos de luz formaban charcos brillantes sobre el suelo de cemento. Soplaba un aire frío y el cielo estaba cuajado de estrellas cuyos nombres no sabría nunca. Súbitamente Collins, que estaba de pie a su lado en la oscuridad, lo agarró por el brazo y señaló silenciosamente hacia el horizonte.
Casi perdida en el tenue resplandor de la puesta de sol, la pálida hoz de la Luna Nueva de dos días declinaba suavemente hacia el oeste. Sujeto en sus brazos podía verse el disco débilmente luminoso que esperaba todavía la venida del día. Dirk trató de imaginar las altas montañas y las accidentadas llanuras esperando que el sol se elevase sobre ellas y, no obstante, iluminadas ya por la fría luz de la casi llena Tierra.
Millones y millones de veces la Tierra se había elevado y desvanecido sobre aquella tierra silenciosa y sobre su superficie sólo se habían movido sombras. Desde la aurora de la vida terrenal, quizá se habían abierto y vuelto a morir docenas de cráteres, pero no había conocido más cambio que aquél. Y ahora, finalmente, después de todas estas eras, su soledad había llegado a su fin.