Dirk estaba redactando el borrador de su prefacio cuando sonó imperativamente el teléfono. El hecho de que dispusiese de un teléfono particular era un hecho ya de por sí sorprendente porque otras personas importantes carecían de él y venían constantemente a pedirle autorización para usarlo. Pero le había correspondido así durante la atribución de despachos y si bien esperaba que de un momento a otro se lo quitasen, nadie había venido hasta entonces a llevarse el aparato.
—¿Es usted, Dirk? Ray Collins al habla. Hemos quitado todas las pantallas aislantes del «Prometheus», de manera que por fin puede visitar la nave si quiere. ¿Recuerda que me preguntó cómo funcionan los motores?
—Sí.
—Venga usted y lo verá. Vale la pena verlo.
Dirk suspiró y apartó sus notas. Un día empezaría a escribir en serio y entonces la historia se materializaría a una velocidad sorprendente. No se preocupaba en absoluto, porque ahora era dueño de su método de trabajo. Hubiera sido inútil empezar antes de estar en posesión de todos los datos, y hasta ahora no había hecho más que hacer índices de sus notas y referencias.
Hacía un día muy frío y se envolvió cuidadosamente mientras se dirigía hacia «Oxford Circus». La mayor parte del tránsito de Luna City convergía en aquel sitio y en él encontraría probablemente quien lo llevase hasta el lugar del lanzamiento. Los medios de transporte eran precarios en la base y había una continua batalla entre los varios departamentos por la posesión de los escasos autos y camiones disponibles.
Anduvo bajo el frío durante diez minutos antes de que un jeep lleno de periodistas encargados de la misma misión llegase metiendo ruido. Parecía en cierto modo una tienda de óptica ambulante porque venía cargado de cámaras fotográficas, catalejos y gemelos. Sin embargo, Dirk consiguió encontrar un sitio entre aquella exhibición de mercancías.
El jeep entró en la zona de aparcamiento y cada cual se apeó con su equipo. Dirk ayudó a bajar a un periodista muy pequeño cargado con un enorme telescopio, en parte por bondad natural y en parte con la esperanza de poder mirar un poco a través de él.
Las dos grandes naves yacían ahora desprovistas de sus coberturas y pantallas; por primera vez se podían apreciar plenamente su tamaño y proporciones. «Beta», bajo una mirada profana, hubiera podido ser tomado por una nave de línea de tipo normal. Dirk, que no entendía gran cosa en aviación, no le hubiera dirigido una segunda mirada si la hubiese visto despegar del aeródromo de su país.
«Alfa» no parecía ya tanto una especie de concha gigantesca. La radio del espacio y el equipo de navegación habían sido ya extendidos y sus líneas exteriores quedaban quebradas por una pequeña selva de mástiles y dispositivos de diferentes especies. Alguien debía estar operando desde dentro, porque de cuando en cuando algún mástil reaccionaba o se extendía más lejos.
Dirk siguió a la gente hacia la popa de la nave. Una cuerda cercaba un área vagamente triangular de manera que el «Prometheus» ocupaba un vértice y ellos se encontraban en la base. La distancia mínima a que podían acercarse de los dispositivos de propulsión era de unos cien metros. Mirando hacia aquellos agujeros que parecían bostezar Dirk no sintió ningún deseo de verlos de más cerca.
Las cámaras y los binoculares entraron en acción y Dirk pudo por fin mirar a través del telescopio. Los motores del cohete parecían estar a pocos metros, pero sólo pudo ver un agujero metálico lleno de oscuridad y misterio. Por aquel agujero saldrían en breve centenares de toneladas de gas radiactivo a quince mil millas por hora. Detrás de él, oculto en las sombras, estaban los elementos de la pila a la que jamás un ser humano podría volverse a acercar.
Alguien avanzaba hacia ellos por el área prohibida, pero caminando muy cerca de la barrera de las cuerdas. Al acercarse, Dirk vio que era el Dr. Collins. El ingeniero lo saludó con una sonrisa y dijo:
—Ya supuse que lo encontraría aquí. Estamos esperando que llegue el personal de servicio. Tiene usted un bonito telescopio…, ¿puedo dar una mirada?
—No es mío —dijo Dirk—, es de ese caballero…, aquí.
El pequeño periodista dijo que estaría encantado de que el Profesor mirase a través del instrumento, y más todavía si se dignaba explicarles lo que era digno de ser visto allí.
Collins estuvo mirando intensamente algunos instantes. Después volvió a enderezarse y dijo:
—Temo que de momento no hay gran cosa que ver, pero dentro de pocos minutos se alegrarán ustedes de tener este telescopio.
Y sonrió ligeramente.
—Produce una curiosa sensación, sabe usted —dijo dirigiéndose a Dirk— estar mirando el artefacto que uno ha ayudado a construir y al que no podrá acercarse nunca sin que represente un suicidio.
Mientras hablaba, un extraordinario vehículo iba aproximándose por el asfalto. Era un enorme camión parecido a los que usan las compañías de televisión para las retransmisiones exteriores y remolcaba una máquina que dejó a Dirk asombrado. Al pasar por delante de él le dejó una vaga impresión de palancas articuladas, pequeños motores eléctricos, cadenas y ruedas de oruga, y otros adminículos que no fue capaz de identificar.
Los dos vehículos se detuvieron en el interior de la zona de peligro. Se abrió una puerta del gran camión y por ella salieron media docena de hombres, desengancharon el arrastre y comenzaron a conectarlo a tres gruesos cables blindados que habían desarrollado de dos tambores, en la parte delantera del camión.
La extraña máquina entró súbitamente en acción. Avanzó sobre sus pequeños neumáticos balloon como si quisiera probar su movilidad. Las palancas articuladas comenzaron a flexionar, dando una extraña sensación de vida mecánica. Un momento después el artefacto empezó a encaminarse decididamente hacia el «Prometheus», seguido de la máquina más grande a la misma velocidad.
Collins sonreía al ver el profundo asombro de Dirk y de los demás periodistas allí reunidos.
—Es «Tin Lizzie» —dijo a modo de presentación—. No es en realidad un verdadero robot porque cada movimiento que hace es controlado directamente por los hombres del camión. Se necesita un equipo de tres para moverlo y es uno de los artefactos más ingeniosamente construidos de este mundo.
«Lizzie» estaba ahora a pocos metros de los chorros de «Alfa» y después de algunos precisos movimientos de su base giratoria se detuvo nuevamente. Un largo y delgado brazo sujetando varias extrañas piezas de maquinaria desapareció en aquel túnel amenazador.
—El transporte e instalación de la maquinaria ha sido siempre uno de los más importantes problemas de la ingeniería atómica —explicó Collins a su interesado público—. Fue desarrollado por primera vez en alta escala en el proyecto de Manhattan durante la guerra. Desde entonces se ha convertido en una gran industria autónoma. «Lizzie» es uno de sus productos más espectaculares. Es capaz de arreglar un reloj…, o por lo menos un despertador.
—¿En qué forma lo controla la tripulación? —preguntó Dirk.
—En este brazo hay una cámara de televisión de manera que pueden ver el trabajo como si lo estuviesen estudiando directamente. Todos los movimientos son ejecutados por medio de su servomotores controlados por medio de estos cables.
Nadie veía ahora qué estaba haciendo «Lizzie» y transcurrió mucho tiempo antes de que se apartase del cohete. Dirk vio que llevaba una barra de unos tres pies de longitud de curiosa forma fuertemente sujeta en sus garras de metal. Los dos vehículos se apartaron a unas tres cuartas partes de la distancia hasta la barrera y al aproximarse a los periodistas éstos se retirararon apresuradamente del amenazador objeto gris que el robot llevaba en sus garras. Collins, sin embargo no se movió, en vista de lo cual Dirk dedujo que no era peligroso quedarse.
Se produjo un súbito zumbido ronco en el bolsillo de la chaqueta del ingeniero y Dirk pegó un salto de un pie en el aire. Collins levantó una mano y el robot se detuvo a unos cuarenta pies de ellos. Sus controladores, supuso Dirk, debían estar observándolos a través de los ojos de la televisión.
Collins agitó sus brazos y la barra giró lentamente en las garras del robot. El zumbido del timbre de alarma de la radiación cesó súbitamente y Dirk volvió a respirar.
—Usualmente, de un objeto irregular como este suele producirse algún efecto de radiación —explicó Collins—. Seguimos estando todavía en su campo de radiación, desde luego, pero es demasiado débil para ser peligroso.
Se volvió hacia el telescopio que había sido momentáneamente abandonado por su dueño.
—Esto es verdaderamente práctico —dijo—. No había tenido intención de inspeccionarlo personalmente, pero la ocasión es demasiado buena para desperdiciarla; es decir, si podemos enfocar a esta distancia.
—¿Qué trata usted exactamente de hacer? —preguntó Dirk al ver que su amigo daba a la lente toda su extensión.
—Éste es uno de los elementos reactores de la pila —dijo Collins distraídamente—. Tenemos que comprobar su actividad. ¡Hem…! Parece que funciona perfectamente. ¿Quiere dar una mirada?
Dirk miró por el telescopio. Pudo ver algunas pulgadas cuadradas que a primera vista parecían metal pero después vio que era una especie de capa de cerámica. Lo veía tan de cerca que podía distinguir la contextura de la superficie.
—¿Qué ocurriría si lo tocara? —preguntó.
—Se produciría usted seguramente graves quemaduras; gamma y neutrones. Si estuviese usted cerca el tiempo suficiente, moriría.
Dirk miró con fascinado horror aquella superficie gris de apariencia inofensiva que le parecía tener sólo a algunas pulgadas.
—Supongo que los fragmentos de una bomba atómica deben ser muy parecidos a esto —dijo.
—Igualmente inofensivos, en todo caso —asintió Collins—. Pero aquí no hay peligro de explosión. Todo el material fisible que empleamos ha sido desnaturalizado. Si se produjesen serias complicaciones, podría ocurrir una explosión, pero muy pequeña.
—¿Qué entiende usted, por «serias complicaciones»? —preguntó Dirk con suspicacia.
—¡Oh, un fuerte golpe por ejemplo! —dijo Collins alegremente—. No le puedo dar las cifras por adelantado, pero no se requerirían menos de algunos centenares de toneladas de dinamita. ¡Nada de que preocuparse!