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—Creo poder suponer —dijo Collins con cierta vacilación— que conoce usted los cohetes de tipo común y que entiende cómo funcionan en el vacío…

—Comprendo —respondió Dirk— que si se expulsa una gran cantidad de materia desde un artefacto a gran velocidad tiene forzosamente que producirse una reacción de impulso.

—Bien. Es sorprendente la cantidad de gente que parece creer que un cohete tiene que tener «algo contra qué empujarse», como suele invariablemente decir. Comprenderá usted, por lo tanto, que el inventor de un cohete trata siempre de alcanzar el máximo posible de velocidad, y un poco más, del chorro que impulsa la máquina hacia delante. Es obvio que la velocidad del vaciado determina la velocidad que el cohete conseguirá alcanzar.

»Los viejos cohetes químicos, como la V-2, tienen velocidades de chorro de una a dos millas por segundo. Con estos resultados, transportar una carga de una tonelada a la Luna y regreso hubiera requerido varios miles de toneladas de combustible, lo cual era impracticable. Lo que todo el mundo buscaba era un suministro de combustible sin peso. Las reacciones atómicas, que son un millón o más de veces más poderosas que las químicas, virtualmente nos lo dan. La energía soltada por las pocas libras de materia de las primeras bombas atómicas hubieron podido llevar mil toneladas a la Luna…, y regreso.

»Pero si bien la energía había sido creada, nadie sabía exactamente cómo utilizarla para la propulsión. Este pequeño problema acaba sólo de ser solucionado ahora, y han sido necesarios treinta años para producir los ineficientes cohetes atómicos de que disponemos hoy.

»Mire el problema desde este punto de vista. En el cohete químico, conseguimos nuestro vacío propulsor quemando un combustible y dejando a los gases calientes adquirir velocidad expansionándose a través de una válvula. En otras palabras, cambiamos calor por velocidad, cuanto más caliente está la cámara de combustión, más rápidamente saldrá el chorro de ella. Obtendríamos el mismo resultado si hoy en lugar de quemar combustible calentásemos la cámara de combustión con alguna fuente exterior. En otras palabras, podemos hacer un cohete inyectando en él el gas que queramos, incluso aire, a un dispositivo calentador, y después dejándolo escapar por la válvula. ¿O. K.?

—Sí, hasta ahora está bastante claro.

—Muy bien. Ahora bien, como usted sabe, se puede obtener tanto calor como quiera de una pila atómica haciéndola de materias más y más ricas. Si se pasa usted, desde luego, la pila se fundirá quedando reducida a un charco de uranio líquido con carbono formando pompas en la superficie. Mucho antes de que tal cosa ocurra, todo hombre sensible hubiera salido disparado por encima del horizonte.

—¿Quiere usted decir que puede estallar como una bomba atómica?

—No, no podría hacer esto. Pero un horno radiactivo inacercable puede ser tan nocivo a su manera. De todos modos, no se alarme usted, esto no podría ocurrir si se tomaban las precauciones más elementales.

»Teníamos, por consiguiente, que planear una especie de reactor atómico que calentase una corriente de gas a una temperatura sumamente alta, no de menos de 4.000 grados centígrados. En vista de que todos los metales conocidos se funden muy por debajo de esto, el problema nos dio serios dolores de cabeza.

»La respuesta que dimos es llamada «reactor de foco lineal». Es una larga y delgada pila de plutonio y el gas es inyectado por uno de los extremos intensamente caliente en el cual podemos concentrar o enfocar el calor de los elementos circundantes. En el centro, la temperatura del chorro es de 6.000 grados, más caliente que el sol, pero donde toca las paredes es sólo de una cuarta parte de esto.

»Hasta ahora no le he dicho qué gas vamos a emplear. Supongo que comprende usted que cuanto más ligero es, estrictamente hablando, cuanto más bajo es su peso molecular, con mayor rapidez avanzará cuando salga por el chorro. Siendo el hidrógeno el más ligero de los elementos, sería el combustible ideal, con el helio como buen sustituto. Tengo que explicarle, al pasar, que seguimos usando todavía la palabra «combustible», pese a que actualmente no lo quemamos, sino que lo usamos simplemente como fluido accionador.

—Ésta es una de las cosas que me habían intrigado —dijo Dirk—. Los viejos cohetes químicos llevaban sus propios tanques de oxígeno, y es un poco desconcertante ver que los actuales artefactos no llevan nada parecido.

Collins se rio.

—Podemos incluso usar helio como «combustible» —dijo—, pese a que no lo quememos, ni incluso tome parte alguna en ninguna reacción química.

»Ahora bien, pese a que el hidrógeno es el «fluido accionador», como lo he llamado, es un elemento imposible de tratar. En estado líquido hierve a una temperatura fantásticamente baja y es tan ligero que una nave del espacio tendría que llevar tanques del tamaño de un gasógeno. De manera que lo llevamos combinado con carbono en forma de metano líquido (CH4) que no es difícil de manejar y tiene una densidad razonable. En el reactor se transforma en carbono e hidrógeno. El carbono es un poco molesto y tiende a entorpecer la acción, pero esto es inevitable. De vez en cuando nos desembarazamos de él cerrando el chorro principal y regando el motor con un chorro de oxígeno. Se forma un lindo castillo de fuegos artificiales.

»Éste es pues el principio de los motores de las naves del espacio. Dan velocidades de expulsión tres veces superiores a las de los cohetes químicos, pero aun así tenemos que trasportar una enorme cantidad de combustible. Y hay además toda una serie de problemas de los que no le he hablado; preservar la tripulación de las radiaciones de la pila era el peor.

»Alfa, el componente superior del «Prometheus» pesa unas trescientas toneladas de las cuales doscientas cuarenta son combustible. Si parte de una órbita alrededor de la Tierra, puede hacer el aterrizaje en la Luna y regreso con una pequeña reserva.

»Tiene, como usted sabe, que ser llevada hasta esta órbita, por «Beta». «Beta» es una máquina voladora de velocidad superalta dotada también de chorros atómicos. Arranca como un cohete de chorro usando aire como o combustible, y solo conecta con los tanques de metano cuando sale del plafón de la atmósfera. Como se dará usted cuenta, el no tener que transportar combustible para la primera parte de su viaje, ayuda considerablemente.

»Al despegue, el «Prometheus» pesa quinientas toneladas y es no solamente la más rápida, sino la más pesada de todas las máquinas voladoras. Para lanzarla al aire, Westinghouse nos ha construido una pista de lanzamiento eléctrica de cinco millas de longitud en el desierto. Cuesta casi tanto como la nave misma, pero desde luego será utilizada una y otra vez.

»Para resumir, por consiguiente; lanzamos los dos componentes a la vez y suben hasta que el aire es demasiado tenue para accionar los chorros. Entonces «Beta» conecta con ella los tanques de combustible y alcanza una velocidad circular de trescientas millas. «Alfa», desde luego no ha usado todavía combustible, en realidad, sus tanques están casi vacíos cuando «Beta» lo lleva hacia arriba.

»Una vez la «Prometheus» ha embarcado el combustible de los dos continentes que hemos hecho girar alrededor, las dos naves se separan, «Alfa» se acopla a los tanques por medio de tuberías e inyecta el combustible a bordo. Esto lo hemos practicado ya y sabemos que es factible. Es llamado aprovisionamiento orbital y es en realidad la clave de todo el problema porque nos permite realizar el trabajo en diferentes fases. Sería absolutamente imposible construir un enorme nave del espacio que pudiese hacer el viaje a la Luna y regreso con una sola carga de combustible.

»Una vez “Alfa” está aprovisionada, hace funcionar sus motores hasta conseguir dos millas suplementarias por segundo a fin de salir de la órbita y alcanzar la Luna. Llega a la Luna al cabo de cuatro días, permanece en ella una semana y entonces regresa, entrando en la misma órbita que antes. La tripulación se traslada a “Beta”, que sigue girando pacientemente con su aburrido piloto (que no tendrá la menor publicidad) y la trae nuevamente a la Tierra. Y eso es todo lo que hay. ¿Puede ser más sencillo?»

—Me hace usted extrañarme —dijo Dirk riéndose— de que no se haya hecho hace ya años.

—Ésta es la reacción habitual —dijo Collins contrariado e irónico—. Al forastero no le es fácil darse cuenta de las terribles dificultades que había que resolver en casi cada una de las fases del problema. Aquí es donde el tiempo y el dinero intervienen. Hubiera sido posible, incluso ahora, sin las investigaciones mundiales que se han estado llevando a cabo durante los últimos treinta años. La mayor parte de nuestro trabajo era recoger los resultados del trabajo de otros y adaptarlos a nuestro uso.

—¿Cuánto diría usted que ha podido costar la «Prometheus»? —preguntó Dirk pensativo.

—Es casi imposible decirlo. Todas las investigaciones de los laboratorios del mundo durante dos generaciones, a partir de 1920, han sido consagradas a esta máquina. A esto hay que añadir los dos billones de dólares que cuesta el proyecto de la bomba atómica, los centenares de millones de marcos que los alemanes gastaron en Peenemünde y la serie de millones de libras que el gobierno británico ha gastado en el desierto australiano.

—De acuerdo, ¿pero debe usted tener una idea del dinero que en conjunto se gastó en la «Prometheus» misma?

—Pues, incluso en esto obtuvimos apoyo técnico impagable… y equipo, por nada. Sin embargo, el profesor Maxton una vez calculó que la nave costó unos diez millones de libras en investigaciones y cinco millones en su construcción. Esto significa, hizo observar alguien, que estamos comprando la Luna a una libra la milla cuadrada. No parece mucho y, desde luego, las futuras naves costarán mucho menos. Incidentalmente, me parece que estamos ya casi recuperando los gastos, con el film y los derechos de la radio. ¡Pero quién se preocupa del dinero, además!

Sus ojos se fijaron en la fotografía de la distante Tierra y su voz adquirió repentinamente un acento pensativo.

«Estamos conquistando la libertad de todo el Universo, y todo lo que esto implica no creo que pueda ser valorado en términos de libras y dólares. A la larga, el conocimiento paga siempre en buena moneda, pero sigue estando todavía fuera de todo precio».