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Dirk consiguió llegar a la oficina a tiempo para almorzar, comida que, por lo que pudo ver, no gozaba de gran popularidad. No había visto nunca a tan pocos clientes en la cantina.

Cuando llamó a Extensión 3 y se presentó tímidamente al profesor Maxton, éste pareció estar contento de oírlo y lo invitó a ir a verlo en seguida. Lo encontró en el despacho contiguo al de sir Robert Derwent, casi rodeado de cajas de embalaje que contenían, según explicó, instrumentos especiales de control que tenían que ser expedidos inmediatamente a Australia. Su conversación fue frecuentemente interrumpida por las órdenes y contraórdenes del profesor a sus sudorosos ayudantes mientras iba ocupándose de todo aquel equipo.

—Siento haberle parecido quizá un poco ausente anoche —se excusó Dirk—. El hecho es que no era bien yo mismo.

—Lo comprendí —respondió secamente Maxton—. Después de todo llevaba varias horas… ¡Eh, idiota, no ponga esta caja cabeza abajo! Perdone, Alexson, no me refería a usted…

Hizo una pausa para respirar.

—Esto es infernal; no sabe uno nunca lo que va a necesitar, y puede usted estar seguro de que al final lo más importante se habrá quedado en tierra.

—¿Para qué es todo esto? —preguntó Dirk, asombrado del número de relucientes instrumentos y la mayor cantidad de tubos de radio que había visto en toda su vida.

—Instrumental de autopsia —dijo Maxton suficientemente—. Los datos de los instrumentos principales de «Alfa» son telemetrados a la Tierra. Si algo ocurre, por lo menos sabremos lo que ha pasado.

—Esto no es una conversación muy alegre después de la animación de anoche.

—No, pero es práctica y puede economizar millones de dólares, y salvar muchas vidas. He oído hablar de su proyecto en los Estados Unidos, y me pareció una idea muy interesante. ¿Quién la inició?

—La Fundación Rockefeller. División de Historia y Registros.

—Celebro que, por fin, los historiadores se hayan dado cuenta de que la ciencia juega un papel muy importante en la forma del mundo. Cuando yo era chiquillo, sus libros no eran más que hazañas militares. Entonces los deterministas económicos ocupaban el campo hasta que los neo-freudianos los echaron con una gran carnicería. Acabamos solamente ahora de obtener su control, de manera que esperemos que finalmente tendremos un punto de vista equilibrado.

—Esto es exactamente a lo que tiendo yo —dijo Dirk—. Comprendo que toda clase de motivos tiene que haber inspirado a los hombres que fundaron el Interplanetario. Quiero analizarlos y estudiarlos hasta donde sea posible. Respecto a los hechos, Matthews ha puesto a mi disposición cuanto deseo.

—¿Matthews? ¡Ah, el de Relaciones Públicas! Se imaginan dirigir la casa; no se crea todo lo que le digan, especialmente acerca de nosotros.

Dirk se echó a reír.

—¡Yo creía que el Interplanetario era una gran familia, unida y feliz!

—En conjunto, nos llevamos bastante bien, en particular en las altas esferas. Por lo menos, ofrecemos un frente unido al mundo exterior. Como clase, creo que los científicos son los que mejor trabajan, especialmente cuando tienen una meta común. Pero siempre se producen choques personales y parece haber una inevitable rivalidad entre los grados técnicos y no técnicos. Algunas veces todo ocurre dentro de una cierta cordialidad, pero con frecuencia se mezcla una cierta dosis de amargura.

Mientras Maxton hablaba, Dirk había estado estudiándolo cuidadosamente. Su primera impresión se había confirmado. El R. del D. G. no era solamente un hombre de gran brillantez, sino de vasta cultura y simpatía. Dirk se preguntaba cómo podía entenderse con su igualmente brillante, pero ferozmente estricto colega, sir Robert. Sus personalidades de tan relevante contraste tenían que entenderse perfectamente o no trabajar juntas jamás.

A la edad de cincuenta años, el profesor Maxton era generalmente considerado como el ingeniero que ocupaba la cabeza del mundo atómico. Había desempeñado un papel importantísimo en el desarrollo de los sistemas de propulsión nuclear de la aviación, y los dispositivos de propulsión de la nave «Prometheus» estaban basados casi enteramente en sus proyectos. El hecho de que un hombre como él, que hubiera podido pedir el precio que hubiese querido a la industria, trabajase allá a un salario casi nominal, le parecía a Dirk un detalle muy significativo.

Maxton llamó a un muchacho muy rubio, de unos veinte años, que pasaba por allí.

—Venga un minuto, Ray, tengo otro trabajo para usted.

El muchacho se acercó con una sonrisa preocupada.

—Espero que no sea nada pesado. Tengo un poco de dolor de cabeza esta mañana.

Maxton hizo una seña a Dirk, pero se abstuvo, después de una visible lucha interior, de hacer ningún comentario.

Los presentó en pocas palabras.

—El doctor Alexson… Ray Collins, mi secretario particular. El fuerte de Ray es la hiperdinámica; en una palabra, pero justa, en aerodinámica hipertónica, por si no lo sabía usted. Ray, el doctor Alexson es especialista en historia, de manera que supongo que adivina usted lo que está haciendo aquí. Espera ser el Gibbon de la astronáutica.

—¡No la «Decadencia y Caída del Interplanetario», espero!… Encantado de conocerlo.

—Quisiera que ayudase usted al doctor Alexson con sus conocimientos técnicos. Acabo de rescatarlo de las feroces garras de la banda McAndrews, de manera que probablemente tiene algunas ideas fantásticas sobre estas cosas.

Se volvió para contemplar el caos que lo rodeaba, vio que sus secretarios estaban mirando el precario asiento que había ocupado y se trasladó a otra caja de embalaje.

—Será mejor que le explique —continuó—, si bien es probable que lo sepa usted ya, que nuestro pequeño imperio técnico tiene tres principales divisiones. Ray; aquí presente, es uno de nuestros técnicos del aire; se preocupa de llevar la nave con seguridad a través del espacio en ambas direcciones, con un mínimo de daño. Su sección suele ser mirada con desprecio por los sabuesos del espacio que consideran la atmósfera únicamente como una molestia. Ahora que les hemos enseñado cómo utilizar el aire como abastecimiento gratis de combustible, para la primera parte del viaje por lo menos, han cambiado de tonada.

Éste era uno de los cien puntos que Dirk no había entendido nunca debidamente y tomó mentalmente nota de ponerlo a la cabeza de su lista de preguntas.

—Después hay los astrónomos y los matemáticos, que forman una especie de sindicato muy estricto por sí solos, pese a que han sufrido alguna pesada infiltración por parte de los ingenieros electrónicos con sus máquinas de calcular. Ellos son quienes, desde luego, tienen que hacer el cómputo de las órbitas y nuestro trabajo matemático grueso, que es en realidad muy extenso. Sir Robert se ocupa personalmente de ellos.

»Finalmente, tenemos a los ingenieros de cohetes, benditos sean. Encontrará usted muy pocos aquí, porque están casi todos en Australia.

»De manera que ya lo tiene usted, si bien he pasado por alto varios grupos, como el de comunicaciones y control, y los facultativos médicos. Ahora lo pondré a usted en manos de Ray y él se ocupará de usted.

Dirk hizo una leve mueca al oír la frase; le parecía que había demasiada gente que había estado «ocupándose de él». Collins lo llevó a un pequeño despacho no lejos de allí donde se sentaron y cambiaron un cigarrillo. Después de estar echando humo durante algún rato, el aerodinamista señaló la puerta con el pulgar, y dijo:

—¿Qué le parece a usted el jefe?

—Estoy un poco influenciado, comprende usted… Somos del mismo Estado. Parece un hombre notable, culto, así como técnicamente brillante. No es una combinación muy corriente. Y es sumamente servicial.

Collins comenzó a dejar translucir su entusiasmo.

—¡Es perfectamente cierto! Es el hombre mejor con quien puede uno trabajar y no creo que tenga un solo enemigo. Hay un gran contraste con sir Robert, que los tiene a docenas entre la gente que lo conoce sólo superficialmente.

—He hablado con el Director-General sólo una vez. No acabo de sacar nada en limpio.

Collins se echó a reír.

—Se necesita tiempo para acostumbrarse a él; no tiene, indudablemente, la simpatía fácil del profesor Maxton. Si uno hace una cosa mal, el D. G. le tira a uno de las orejas, mientras que el profesor le dirige una mirada dolorida que le hace a uno sentirse como un envenenador profesional de niños. Ambas técnicas son perfectas, y todo el mundo quiere a sir Robert una vez se ha acostumbrado a él.

Dirk examinaba la habitación con peculiar interés. Era la típica sala de dibujo con la iluminación moderna sobre la mesa de los planos situada en una esquina. Las paredes estaban cubiertas de gráficos y dibujos sobre papel oscuro, alternados con fotografías de cohetes dirigiéndose espectacularmente a lejanos puntos. El sitio de honor estaba dedicado a una vista ampliada de la Tierra tomada a una altura de, por lo menos, mil millas. Dirk supuso que pertenecía también a la película que Matthews le había facilitado ver. Sobre la mesa de Collins había una fotografía de una especie muy diferente; la fotografía de una muchacha muy linda a quien Dirk creía haber visto un par de veces durante el almuerzo. Collins debía haber observado su interés, pero en vista de que no daba explicación alguna, Dirk supuso que no estaba todavía casado y era, como él mismo, un soltero lleno de optimismo.

—¿Supongo que ha visto usted nuestro film «La Ruta del Espacio»? —dijo finalmente el aerodinamista.

—Sí, me ha parecido muy bueno.

—Ahorra muchas palabras y expone las ideas básicas con mucha claridad. Pero, desde luego, está ya un poco pasado de moda, y supongo que está usted todavía un poco en la oscuridad respecto los últimos adelantos; particularmente la propulsión atómica del «Prometheus».

—Es verdad —dijo Dirk—. Para mí es un misterio completo.

Collins esbozó una leve sonrisa de extrañeza.

—Me asombra usted —se lamentó—. Bajo un punto de vista técnico es mucho más sencillo que el motor de combustión interna que todo el mundo conoce perfectamente. Pero, por una razón u otra, la gente imagina que la propulsión atómica tiene que ser incomprensible, de manera que no hacen siquiera el esfuerzo para entenderla.

—Yo haré el esfuerzo —dijo Dirk riéndose—. A usted le toca hacer lo demás. Pero le ruego recuerde… que sólo quiero entender lo suficiente para seguir lo que se está haciendo. No tengo la intención de dedicarme a hacer planos de una nave del espacio.