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—Me perdonará que lo deje —se excusó Matthews—, pero aunque es un muy buen film, levantaría la casa a gritos si tuviese que verlo otra vez. Haciendo un cálculo, debo haberlo visto unas cincuenta veces por lo menos.

—No importa, no importa —dijo riéndose Dirk desde el fondo de su sillón en el pequeño auditorio—. Es la primera vez que soy el único cliente de un cine, de manera que para mí será una cosa nueva.

—Muy bien, volveré cuando haya terminado. Si quiere usted que le pasen otra vez algún rollo dígaselo al operador.

Dirk volvió a hundirse en su asiento. Se le ocurrió pensar que no era suficientemente cómodo para invitar a nadie a descansar y a tomar la vida con ligereza. Lo cual demostraba un buen sentido por parte del fabricante, ya que el cine era un establecimiento estrictamente funcional.

El título con algunos detalles de los pormenores apareció en la pantalla:

EL CAMINO AL ESPACIO

Consejos técnicos y efectos especiales

por Interplanetario

Producción Águila-León

La pantalla estaba obscura; después, en el centro, apareció una estrecha franja de luz estelar. Fue ensanchándose gradualmente y Dirk se dio cuenta de que se encontraba bajo los hemisferios de la cúpula de algún gran observatorio que se iban abriendo. El campo estelar comenzó a extenderse; avanzaba hacia él.

«Por espacio de dos mil años —dijo una voz pausada— los hombres han soñado en viajes a otros mundos. Las historias de los vuelos interplanetarios forman legión, pero hasta nuestra era no se había perfeccionado una máquina que pudiese convertir estos sueños en realidad».

La silueta de algo oscuro se destacaba sobre el campo estelar; algo delgado, puntiagudo y ansioso de escapar. La escena se iluminó y las estrellas se desvanecieron. Sólo quedó el gran cohete, con su brillante casco de plata descansando bajo el sol sobre el desierto.

Las arenas parecían hervir a medida que las explosiones las devoraban. Después, el gigantesco proyectil fue ascendiendo lentamente como si tirase de él un invisible alambre. La cámara se inclinó hacia arriba; el cohete disminuyó de tamaño y se perdió en el espacio. Menos de un minuto después, sólo era visible el tenue rastro del vapor.

«En 1941 —prosiguió el narrador—, el primero de los grandes cohetes modernos fue lanzado en secreto desde las playas del Báltico. Éste era el V-2 destinado a la destrucción de Londres. Siendo como era el prototipo de todos los artefactos posteriores, vamos a examinarlo en detalle».

Seguían una serie de dibujos parciales de la V-2 mostrando todos sus componentes esenciales; los tanques de combustible, sistema de inyectado y motor.

Por medio de dibujos animados la operación del mecanismo fue demostrada tan claramente que nadie podía dejar de entenderla.

«V-2 —continuó la voz— podía alcanzar alturas de cien millas y después de la guerra fue activamente empleado para la experimentación de la ionoesfera.

»A finales de 1940 se produjeron algunas explosiones espectaculares en Nuevo México, y algunas más espectaculares todavía de falsos lanzamientos y otras formas de fracasos.

»Como pueden ver, no siempre era una cosa segura y pronto fue superado y substituido por artefactos más potentes y fáciles de controlar, como éstos…»

La alisada forma de torpedo iba siendo sustituida por largas y delgadas agujas que se elevaban silbando por el cielo y volvían a caer bajo hinchados paracaídas. Uno tras otro los récords de altura y velocidad quedaron anulados. Y en 1959…

«Fue cuando el “Orphan Annie” fue acoplado. Consistía en cuatro fases diferentes, o “pasos”, volviendo cada uno de ellos a caer cuando su provisión de combustible estaba agotada. Su peso inicial era de cien toneladas…, su carga suplementaria sólo de veinticinco libras. Pero la carga suplementaria de polvo de magnesio fue el primer objeto de la Tierra que alcanzó otro mundo».

La Luna llenó la pantalla; sus cráteres brillaban blancos y sus largas sombras se extendían, agudas y negras, a través de las desoladas llanuras. Estaba bastante menos que medio llena y la accidentada línea terminal encerraba un gran óvalo de oscuridad. Súbitamente, en el corazón de esta tierra oculta, brilló durante un instante el tenue destello de una chispa y desapareció. El «Orphan Annie» había alcanzado su objetivo.

«Pero todos estos cohetes eran meros proyectiles; ningún ser humano había salido hasta entonces de la atmósfera para regresar sano y salvo a la Tierra. La primera máquina tripulada llevando un solo hombre a una altura de doscientas millas, fue la “Aurora Australis”, que fue lanzada en 1962. Por aquel tiempo todos los estudios referentes a los cohetes de largo alcance estaban basados en los grandes campos experimentales construidos en el desierto australiano.

»Después de la “Aurora” vinieron otras naves más poderosas y en 1970 Lonsdale y McKinley, con un artefacto americano, hicieron el primer vuelo orbital alrededor de la Tierra, circundándola tres veces antes de aterrizar».

Después vino una impresionante secuencia, pasada sin duda a mayor velocidad, que mostraba casi toda la Tierra girando en enormes proporciones. Aquello dejó a Dirk casi deslumbrado por algunos momentos y, cuando se serenó, el locutor estaba hablando de la fuerza de gravedad. Explicaba en qué forma sostenía todo lo de la Tierra y cómo disminuía con la distancia, pero sin desvanecerse completamente jamás. Unos diagramas más animados demostraban en qué forma se podía dar a un cuerpo una tal velocidad que circulase alrededor de la Tierra eternamente, compensando la gravedad con la fuerza centrífuga, de la misma forma que la Luna lo hace en su órbita. Esto era ilustrado con la imagen de un hombre haciendo girar una piedra atada con un trozo de cordel alrededor de su cabeza. Iba alargando lentamente el cordel, pero manteniendo siempre la piedra girando cada vez más lentamente.

«Cerca de Tierra —explicaba la voz—, los cuerpos tienen que moverse a cinco millas por segundo para mantenerse en órbitas estables, pero la Luna, situada a un cuarto de millón de millas en un campo de gravitación mucho más débil, necesita moverse sólo a una décima parte de esta velocidad.

»¿Pero qué ocurre si un cuerpo, como por ejemplo un cohete, abandona la Tierra a más de cinco millas por segundo? Fíjense…»

Apareció una maqueta de la Tierra flotando en el espacio. Por encima del Ecuador se movía un diminuto punto trazando un sendero circular.

«Aquí tenemos un cohete avanzando a cinco millas por segundo en el borde mismo de la atmósfera. Verán ustedes que su recorrido forma un círculo perfecto. Si ahora aumentamos su velocidad hasta seis millas por segundo, el cohete sigue corriendo alrededor de la Tierra en una órbita más cerrada, pero su recorrido se ha convertido en una elipse. Al seguir aumentando su velocidad, la elipse va alargándose y alargándose y el cohete se aleja en el espacio. Pero regresa siempre. Sin embargo, si aumentamos la velocidad inicial del cohete hasta siete millas por segundo, la elipse se convierte en parábola… y el cohete se ha escapado para siempre y la gravedad de la Tierra no podrá volverlo a capturar; ahora recorre para siempre el espacio como un minúsculo cometa salido de la mano del hombre. Si la Luna se encontrase en la posición debida, nuestro cometa se aplastaría contra ella como el “Orphan Annie”».

Esto, desde luego, es la última suerte que se desea a una nave del espacio. A esto seguía una larga explicación demostrando todas las fases de un hipotético viaje a la Luna. El comentarista demostraba la cantidad de combustible que tendría que llevar para conseguir un aterrizaje seguro y la cantidad que se necesitaría para un regreso más seguro todavía. Rozó levemente el problema de la navegación por el espacio y explicó en qué forma podían tomarse precauciones para la seguridad de la tripulación. Finalmente terminó:

«Con cohetes de propulsión química hemos obtenido grandes resultados, pero para conquistar el espacio y no hacer meros raids de limitada duración, tenemos que haber dominado las ilimitadas fuerzas de la energía atómica. En la actualidad, los cohetes atómicamente impulsados están todavía en la infancia; son peligrosos e inseguros. Pero dentro de pocos años los habremos perfeccionado y la humanidad habrá dado el primer gran paso por el Camino del Espacio».

La voz se hizo más fuerte y se oyó un tembloroso fondo de música. Entonces a Dirk le pareció quedar suspendido, inmóvil, en el espacio, a unos centenares de pies del suelo. Sólo tuvo tiempo de percibir algunos edificios diseminados y darse cuenta de que se encontraba en un cohete que acababa de ser lanzado. Después la noción del tiempo volvió a él; el desierto comenzó a alejarse con velocidad acelerada. Una cordillera de bajas colinas apareció a la vista y quedó rápidamente convertida en una llanura. El cuadro iba girando con lentitud y súbitamente la línea de una costa cortó el campo de visión. La escala visual se contrajo considerablemente y se dio cuenta de que estaba contemplando toda la costa de Australia Meridional.

El cohete no aceleraba ya, sino que giraba alejándose de la Tierra a una velocidad no lejana de la de escape. Las dos islas gemelas de Nueva Zelanda aparecieron a la vista, y entonces, en el borde mismo de la imagen, apareció una línea blanca que al primer momento creyó nubes.

Algo pareció agarrarse a la garganta de Dirk cuando se dio cuenta de que estaba viendo los eternos muros de hielo de la Antártida. Recordó el Discovery, amarrado allá, a menos de media milla de él. Sus ojos abarcaron en un momento la totalidad de las tierras en las que Scott y sus compañeros, hacía menos de una vida, habían luchado y sucumbido.

Y entonces el borde del mundo retrocedió ante sus ojos. La maravillosa y eficiente giroestabilización comenzaba a faltar y la cámara vagaba por el espacio. Durante largo rato, aparentemente, todo fue noche y tinieblas; después, sin transición, la cámara quedó inundada de sol y la pantalla se hizo deslumbradora. Cuando reapareció la Tierra pudo ver el hemisferio entero reflejado en la pantalla. La imagen se hizo nuevamente borrosa mientras la música cesaba, de manera que tuvo tiempo de percibir los continentes y océanos de aquel remoto y desconocido mundo que tenemos debajo.

Durante largos minutos el lejano globo quedó suspendido delante de sus ojos; después, lentamente, se fue disolviendo. La lección había terminado, pero no la olvidaría fácilmente.