«Hasta ahora», escribió Dirk en su Diario aquella noche, «no he hecho más que rondar por los bordes del Interplanetario. Matthews me ha tenido describiendo órbitas a su alrededor como un planeta menor, tengo que alcanzar una velocidad parabólica y escapar, como sea empiezo a aprender el lenguaje, como me había prometido.
»La gente que quiero conocer ahora son científicos e ingenieros que constituyen la verdadera fuerza motriz detrás de la organización. ¿Qué les hace «picar», para decirlo crudamente? ¿Son una banda de Frankensteins meramente interesados por el proyecto técnico sin la menor consideración por las consecuencias? ¿O ven, quizá más claramente que McAndrews y Matthews, dónde va a llevar todo esto? M. y M. algunas veces me recuerdan un par de corredores de fincas tratando de vender la Luna. Hacen su oficio, y lo hacen bien, pero al principio alguien debió inspirarlos. En todo caso, están un grado o dos por encima de la jerarquía.
»El Director-General me pareció una personalidad muy interesante cuando lo conocí durante algunos minutos el día de mi llegada, pero me es difícil ir a él y catequizarlo. El Delegado del D. G. debe ser una buena pareja para él, puesto que los dos son californianos, pero no ha regresado todavía de los Estados Unidos.
»Mañana tengo el curso de «Astronáutica sin lágrimas» que Matthews me prometió a mi llegada. Al parecer es un film instructivo de seis rollos, pero no me ha sido posible verlo antes porque en este bendito antro de genios nadie fue capaz de reparar un proyector de treinta y tres milímetros. Una vez lo haya visto, Alfred me jura que estaré en condiciones de alternar con los astrónomos.
»Como buen historiador supongo que no debo tener prejuicios de ninguna clase y ser capaz de observar las actividades del Interplanetario con ojo desapasionado. Empiezo a estar preocupado por las consecuencias finales de todo esto y las solicitudes que Alfred y Mac siguen demostrando no me satisfacen en absoluto. Supongo que es por esto que ahora tengo ansia de llegar a los científicos de arriba y oír sus puntos de vista. Entonces, quizá, estaré en condiciones de formular juicio…, si es de mi incumbencia formularlo. Más tarde. ¡Claro que es de mi incumbencia! Fíjense en Gibbon, fíjense en Toynbee. A menos que un historiador saque conclusiones (justas o erróneas) no es más que un vulgar escribiente.
»Todavía más tarde. ¿Cómo puedo haberlo olvidado? Esta noche he subido a Oxford Circus en uno de los nuevos autobuses de turbina. Es muy silencioso pero si se escucha atentamente se oye un zumbido muy agudo de soprano. Los londinenses están extraordinariamente orgullosos de ellos porque son los primeros del mundo. No comprendo cómo una cosa tan sencilla como un autobús puede haber necesitado para perfeccionarse casi el mismo tiempo que una nave del espacio, pero así me lo han dicho. Tiene algo que ver con la parte económica de la ingeniería, creo.
»Decidí ir a pie hasta mi casa y al salir del Bond Street vi un magnifico carruaje dorado tirado por caballos que parecía salir directamente del Pickwick. Iba a repartir género de un sastre, creo, y llevaba un letrero ornamental que decía: «Est. 1768».
»Todas estas cosas hacen que el británico sea muy desconcertante para el extranjero. Desde luego, McAndrews diría que es el inglés, no el británico, el que está loco… pero yo me resisto a admitir esta sutil distinción».