—Me estaba preguntando —dijo McAndrews— cuándo me haría usted esta pregunta. La respuesta es bastante difícil.
—Me sorprendería mucho —respondió secamente Dirk— que fuese tan complicada como las maquinaciones de la familia Medicis.
—Quizá no; hasta ahora no hemos echado mano del asesinato, a pesar de que hemos sentido con frecuencia el deseo. Miss Reynolds, ¿quiere usted tomar nota de las llamadas mientras hablo con el doctor Alexson? Gracias.
»Bien, como usted sabe los fundamentos de la astronáutica, la ciencia del viaje por el espacio, quedaron bastante bien establecidos a finales de la segunda Guerra Mundial. La V-2 y la energía atómica convencieron a la mayoría de que el espacio podía ser cruzado, si alguien quería intentarlo. Hubo varias sociedades, en Inglaterra y en los Estados Unidos que propalaron la idea de que teníamos que ir a la Luna y a los planetas. Se hicieron lentos pero progresivos avances hasta 1950, que fue cuando las cosas comenzaron realmente a progresar.
»En 1959, como puede usted… quizá recordar, el Ejército Americano mandó el proyectil dirigido «Orphan Annie», a la Luna con una carga de veinticinco libras de pólvora explosiva a bordo. A partir de aquel momento el público comenzó a darse cuenta de que el viaje a través del espacio no era cosa de un remoto futuro, sino que podía realizarse en el curso de esta generación. La Astronomía comenzó a situar la Física Atómica como la Ciencia Número Uno, y las listas de los socios de las sociedades de cohetes comenzaron a llenarse gradualmente. Pero una cosa era mandar un proyectil no ocupado por el hombre a la Luna y otra, muy diferente, aterrizar en ella con una nave del espacio de gran tamaño y regresar a la Tierra. Algunos pesimistas creyeron que la tarea podía tardar todavía unos cien años más.
»Había en este país un gran número de personas que no tenían intención de esperar tanto tiempo. Creían que la travesía del espacio era tan esencial para el progreso como lo había sido el descubrimiento de América cuatrocientos años antes. Aquello abriría nuevas fronteras y daría a la raza humana una meta tan retadora que anularía las diferencias nacionales y situaría los conflictos raciales del anterior siglo XIX en su verdadera perspectiva. Las energías que se hubieran podido desplegar para las guerras serían totalmente aplicadas a la colonización de los planetas…, lo cual podía dar ocupación para varios siglos. Ésta era, en todo caso, la teoría».
McAndrews sonrió ligeramente.
—Había, desde luego, muchos otros motivos. Ya sabe usted lo inquieto que fue el primer período de los años 50. El cínico argumento en pro del vuelo del espacio fue resumido en la famosa frase: «La energía atómica hace el viaje interplanetario, no sólo posible, sino imperativo». Mientras quedase reducida a la Tierra, la humanidad tenía demasiados huevos, en una cesta demasiado frágil.
»Todo esto fue comprendido por un curioso grupo de científicos, escritores, astrónomos, editores y hombres de negocios de la vieja Sociedad Interplanetaria. Con un capital muy limitado se empezó la publicación del Spacewards, que se inspiró en el éxito de la revista de la «American National Geographic Society». Lo que esta entidad había hecho para la Tierra, podía, se afirmaba, ser hecho para el sistema solar. Spacewards era una tentativa de hacer al público accionista, por decirlo así, de la conquista del espacio. Aquello creó un nuevo interés en la astronomía, y los que se suscribieron tuvieron la sensación de que estaban ayudando a financiar el primer vuelo al espacio.
»El proyecto no hubiera tenido éxito unos años antes, pero lo época estaba ya madura para él. En pocos años hubo cerca de un cuarto de millón de suscriptores en todo el mundo y en 1962 fue fundado el «Interplanetary» para consagrar todo su tiempo a las investigaciones y estudio de los problemas del vuelo a través del espacio. Al principio la entidad no podía ofrecer los salarios de los grandes establecimientos de cohetes patrocinados por el Estado, pero lentamente fue atrayendo a los grandes científicos del ramo. Preferían trabajar en un proyecto constructivo, incluso a un salario inferior, a fabricar proyectiles para transportar bombas atómicas. En los primeros tiempos la organización fue ayudada también por una o dos de las tormentas financieras. Cuando el último millonario inglés murió en 1965, privó al Tesorero de casi toda su fortuna convirtiéndola en un Trust para nuestro uso.
»Desde el principio, el Interplanetario fue una organización mundial, y es debido en gran parte a un accidente histórico que su Cuartel General se halle hoy en Londres. Hubiera podido perfectamente situarse en América y son muchos sus compatriotas que están todavía contrariados de que no sea así. Pero por una u otra razón, ustedes, los americanos, han sido siempre un poco escépticos respecto al vuelo espacial y no lo tomaron en serio hasta bastantes años más tarde que nosotros. Sin embargo, los alemanes nos batieron a los dos.
»Debe recordar usted también, que los Estados Unidos son un país demasiado pequeño para la investigación astronómica. Sí, ya sé que esto puede parecer extraño, pero si mira usted un mapa de la población comprenderá lo que quiero decir. Hay sólo dos sitios en el mundo realmente apropiados para la investigación del cohete de largo alcance. Uno es el desierto de Sahara, y aún éste está demasiado cerca de las grandes ciudades de Europa. El otro es el gran desierto de Australia Occidental, donde el Gobierno británico comenzó a construir su cohete de gran alcance en 1947. Tiene más de mil millas de longitud, y detrás de él hay dos mil millas más de océano, dando un total de más de tres mil millas de extensión. En todos los Estados Unidos no encontrará usted un solo lugar donde se pueda lanzar con seguridad un cohete ni tan sólo a quinientas millas. De manera que es en parte un accidente geográfico la causa de que las cosas hayan sucedido de esta forma.
»¿Dónde estaba? ¡Ah, sí…! Hacia 1960 o cosa así. Fue a partir de entonces cuando empezamos a ser verdaderamente importantes, y esto por dos razones generalmente ignoradas. Por aquel tiempo, toda una sección de la Física Nuclear se había parado en seco. Los científicos del Departamento Atómico creyeron que podían iniciar la reacción helio-hidrógeno —y no me refiero a la reacción «tritium» de la vieja bomba H—, pero el experimento crucial había sido muy cuerdamente desterrado. ¡Hay verdaderamente demasiado hidrógeno en el mar! De manera que los físicos nucleares permanecían sentados mordiéndose las uñas hasta que nosotros pudiésemos construirles laboratorios en el espacio. En estas condiciones, no tenía importancia que algo ocurriese. El sistema solar adquiriría meramente un segundo y sumamente efímero sol. El D. D. A. quería también que suprimiésemos los productos peligrosos de fusión de las pilas, que son demasiado radiactivos para ser conservados en Tierra, pero que pueden ser útiles algún día.
»La segunda razón no era tan espectacular, pero era quizá de una importancia más inmediata. Las grandes compañías de radio y telégrafo tenían que ir al espacio; era la única manera de que pudiesen transmitir la televisión sobre el mundo entero y procurar un servicio universal de comunicaciones. Como usted sabe, las ondas muy cortas de radar y televisión no se inclinan alrededor de la Tierra, recorren líneas prácticamente rectas, de manera que cada estación sólo puede mandar señales hasta el horizonte. Se habían construido enlaces aéreos para solventar esta dificultad, pero pronto se vio que la solución definitiva sólo se encontraría cuando se pudiesen construir estaciones de repetición a miles de millas encima de la Tierra; lunas artificiales describiendo probablemente órbitas de veinticuatro horas, de forma que pareciesen estacionarias en el cielo. No me cabe la menor duda de que ha leído usted ya mucho sobre este proyecto de manera que no entraré en detalles sobre él.
»Así, pues, sobre 1970 teníamos el apoyo de algunas de las mayores organizaciones técnicas del mundo, con unos fondos prácticamente ilimitados. Tenían, pues, que acudir a nosotros, puesto que disponíamos de todos los técnicos. En los primeros tiempos, temo que hubo su poquitín de rencillas y los Departamentos de servicio no nos han perdonado nunca el haberles robado sus mejores científicos. Pero en conjunto, seguimos en bastante buenas relaciones con el D. D. A. Westinghouse, General Electric, Rolls-Royce, Lockhead, de Havilland y todos los demás. Todos tienen oficinas aquí, como habrá usted ya probablemente observado. Pese a que nos hacen concesiones realmente substanciales, los servicios técnicos que nos prestan no tienen relativamente precio. Sin su ayuda no hubiéramos alcanzado este nivel por lo menos antes de veinte años».
Hubo una breve pausa y Dirk salió de aquel torrente de palabras como un galgo que trepa al galope por una montaña. McAndrews hablaba demasiado aprisa, repitiendo frases y párrafos enteros que llevaban años siendo usados. Dirk tuvo la impresión de que casi todo lo que le había dicho procedía probablemente de otras fuentes y no tenía nada de original.
—No tenía idea —respondí— de lo extenso que eran sus ramificaciones.
—Créame, esto no es nada —exclamó McAndrews—. No creo que existan muchas grandes firmas industriales que no estén convencidas de que de una u otra forma podemos ayudarlos. Las compañías del cable economizarán centenares de millones el día en que puedan reemplazar sus estaciones terrestres y sus líneas de conducción por algunos repetidores en el espacio; las industrias químicas…
—¡Oh, sí, sí, lo creo bajo palabra! Me preguntaba de dónde salía tanto dinero, pero ahora me hago cargo de lo grande que es la empresa.
—No olvide —intercaló Matthews, que hasta entonces había guardado un resignado silencio— nuestra más importante contribución a la industria.
—¿Cuál es?
—La importación del vacío a alto grado para el relleno de bombillas eléctricas y tubos electrónicos.
—Haciendo caso omiso de las habituales payasadas de Alfred —dijo McAndrews severamente—, es perfectamente cierto que la física en general avanzará a pasos gigantescos cuando podamos montar laboratorios en el espacio. Y puede usted imaginar cómo los astrónomos suspiran por observatorios que no estarán nunca obstruidos por las nubes.
—Ahora sé —dijo Dirk marcando los puntos con los dedos—, como se produjo el movimiento interplanetario y también las esperanzas que se pueden poner en él. Pero sigo encontrando difícil definir exactamente qué es.
—Legalmente es una organización sin beneficios («¡Y tanto!» intercaló Matthews sotto voce) destinada, como dicen sus estatutos, «a la investigación del problema del vuelo por el espacio». Originalmente obtuvo sus fondos del Spacewards, pero éste no tiene ahora ninguna relación oficial con nosotros desde que estamos conectados con el National Geographic, si bien tiene muchas oficiosas. Hoy la mayor parte de nuestros fondos proceden de concesiones del gobierno y de entidades industriales. Cuando el viaje interplanetario esté plenamente establecido sobre una base comercial, como lo está hoy la aviación, evolucionaremos probablemente hacia algo distinto. En todo esto hay una serie de ángulos políticos y nadie es capaz de prever qué ocurrirá cuando los planetas empiecen a ser colonizados.
McAndrews soltó una risita ahogada, medio de excusas, medio defensiva.
—Hay muchos sueños fantasiosos que flotan por esta atmósfera, como probablemente se dará usted cuenta. Hay quien tiene la idea de poner en marcha utopías científicas en mundos asequibles y todo esto. Pero la meta inmediata es puramente técnica, tenemos que averiguar cómo son los planetas antes de decidir en qué forma utilizarlos.
En el despacho reinó la calma; durante un momento nadie demostró querer hablar. Por primera vez Dirk comprendió la verdadera importancia del objeto por el cual aquellos hombres estaban trabajando. Se sintió avasallado y más de un poco atemorizado. ¿Estaba la humanidad dispuesta a ser lanzada al espacio, capaz de aceptar el reto de desnudos e inhóspitos mundos jamás destinados al hombre? No estaba seguro de ello, y en el fondo de su mente se sentía profundamente turbado.