PROYECTO VALLE IMPERIAL
BOMBAY BEACH, CALIFORNIA
15 DE JUNIO DE 2028.11:00
Lewis Crane levantó el helicóptero hasta las hinchadas nubes blanco brillante, recortadas contra un cielo azul intenso, y después enfiló rápidamente hacia abajo. Charlie, a quien le faltaban nada más que dos días para cumplir dieciocho meses de vida, palmoteo y rió con su vocecita tintineante. Estaba sentado en el regazo de su madre y, en su propio regacito, llevaba un enorme elefante amarillo de felpa.
—¿Sabes qué son las nubes, Charlie? —preguntó Crane mientras inclinaba el helicóptero hacia el sur, en dirección al sitio del proyecto—. Son agua.
Charlie hizo un gorgorito. Daba la impresión de adorar a los padres, y los deleitaba escuchando con atención cada palabra que le decían, a menudo respondiéndoles con una profunda retahíla de sonidos en su media lengua.
—¿Y cuánto pesa una nube?
Los ojos del niño, color castaño como los de la madre, se abrieron como platos. Como si pudiera entender todo lo que le decía su padre, miró el cielo. Recién estaba aprendiendo a hablar. Señaló con un dedito rechoncho y dijo:
—Núe… núe.
—Así es, muchacho: nube —dijo Crane—. Estoy seguro de que crees que esas nubes no pesan nada… como las telas de araña. Pero una nube realmente grande pesa mucho. Quizá cuatro millones y medio de toneladas. Grande. Grande, ¿eh?
—Gande —repitió Charlie, abriendo los brazos todo lo que podía. Levantó su animalito de paño—. Efante.
—Sí —dijo Crane, excitado—. Quizá dos elefantes.
Radiante, miró a Lanie.
—¿Oíste eso? Dos palabras nuevas. ¡Y entendió el concepto de tamaño!
Lanie lanzó una risita, alisando el cabello de Charlie mientras resistía la tentación de embromar a Crane. ¡Qué diablos!, pensó, Charlie era brillante, probablemente no estaba listo para pronunciar el discurso de aceptación del Nobel en Estocolmo, pero Crane tenía motivos para sentirse orgulloso de su hijo. Cómo amaba a Charlie. Y qué padre fantástico era. No obstante, lo más importante de todo, pensaba Lanie, era que Charlie tenía temperamento dulce, tenía curiosidad por su entorno y era afectuoso. Casi como si le pudiera leer los pensamientos, Charlie giró y le estampó un húmedo beso en la mejilla. Lanie reía cuando divisaron el Proyecto, centenares de metros más abajo.
Como siempre había manifestantes protestando en torno de los portones exteriores del compuesto del Proyecto. Habían estado ahí desde que se practicó la excavación inicial, lo que había tenido lugar apenas unos pocos días después del nacimiento de Charlie. Mohammed Ishmael había ampliado el alcance de las protestas de la NDI, al mismo tiempo que las hacía cada vez más violentas. El propósito declarado de hacer piquetes de protesta en Northwestern Gemstone era impedir que Crane siguiera adelante con lo que los manifestantes llamaban «sus planes dementes de sembrar estragos termonucleares para detener los terremotos». Lanie y Crane lo sabían. Había provenido de una fuente única: Dan Newcombe… o Abu Talib, como se hacía llamar ahora.
Cuando Dan renunció a la fundación, ambos temieron que diera a publicidad lo que sabía sobre el sueño de Crane. Lo único que los sorprendía era que hubiese tardado tanto… o que le hubiera tomado tanto tiempo enterarse sobre Northwest Gemstone y sumar dos más dos. Hasta ahora no le habían mentido al público. De hecho, no habían efectuado declaraciones públicas en absoluto. Pero no tenían que mentir, ya que el público no era propenso a creerle a la NDI. Después de la derrota en el referéndum sobre la patria para la NDI, Mohammed Ishmael se había vuelto mucho más prominente, a menudo eclipsándolo a Dan en cuanto a la cantidad y la importancia aparente de los discursos, de las apariciones en televisión y ante su pueblo. Y no había duda de que era Mohammed Ishmael el que había hecho retornar a la NDI a un régimen militar de ataques terroristas.
Todas las Zonas de Guerra se habían alzado al mismo tiempo, para después desplazarse más hacia el interior de las ciudades en sí. Bombas humanas, automóviles llenos con asesinos que les disparaban a quienquiera que tuviera la mala suerte de estar en las calles, guerrilla urbana sin la más mínima contemplación.
Y cada vez que tenía lugar otro tiroteo, otro atentado con bombas, Mohammed Ishmael inmediatamente reclamaba el honor, y decía que el terror se detendría cuando la NDI consiguiera una patria… y se detuviera la actividad de Crane.
Liang Int. seguía respaldando el proyecto, el motivo principal era el hecho de que no se podían permitir perder el honor ante Yo-Yu, cuyo nuevo logotipo, las letras you en rojo sangre, parecían hablarle directamente al hombre de la calle.[2] Yo-Yu había sido un fenómeno: sus chips se habían vuelto notablemente complejos, capaces de crear efectos en los que el cerebro no podía establecer la diferencia entre la realidad y la fantasía. Habían salido tan buenos, de hecho, que los intentos del señor Tang por competir lanzando productos similares habían fracasado de manera lastimosa, como consecuencia de su inferior calidad. Sencillamente había una brecha tecnológica demasiado grande, y Yo-Yu protegía con mucho cuidado sus secretos.
Y también estaba el valle del Mississippi. Yo-Yu, que había recibido una poderosa inyección de capital proveniente de sus chips —pues, en verdad, los chips estaban reemplazando a la dorf en el mercado—, había hecho una oferta para toda la región que Liang aceptó. Eso lo había hecho feliz al señor Mui, ya que permitió que Liang América exhiba ganancias para el año calendario 2027. Después, Yo-Yu bombeó dinero en todo el Medio Oeste, lo que suministró energías a la región. Ésta se había convertido en una zona fronteriza de bonanza, a la que convergían desde todas partea los desplazados sociales que carecían de derechos y franquicias, y ocupaban el lugar de aquéllos que se habían ido después del terremoto y de sus persistentes temblores posteriores.
Bulliciosa y más allá de la ley, la gente del valle del Mississippi lo había convertido en el punto candente para obtener dinero rápido y celebrar contratos con facilidad, y eso le había brindado a Yo-Yu el sitio de apoyo que necesitaba en sectores básicos —propiedad de la tierra, madera para la construcción, plantas de productos químicos, agricultura—, con lo que pudo tomar verdadera carrera para quebrar a Liang América.
Y se habían ganado a la gente. El mejor proyecto de relaciones públicas que pudo haber visto el mundo fue el de la regeneración del ozono, idea que se le había robado a Liang. El proyecto de Yo-Yu había reabastecido el veintisiete por ciento de la cantidad de ozono atmosférico, lo que ayudó a todos sin costo alguno. Una vez más, la gente pudo salir al sol sin temor de contraer cáncer de piel. Arboles a los que se consideraba muertos desde hacía mucho se estaban regenerando. En las elecciones para la renovación parcial del Congreso, en 2026, Yo-Yu se había quedado con ochenta y nueve escaños de la Cámara de Diputados, tantos que se había establecido una especie de equilibrio político y en el Congreso se volvieron a oír, una vez más, debates verdaderos sobre asuntos verdaderos.
Crane pasó con el helicóptero muy cerca de la turbamulta, encendiendo el altavoz externo con su microteclado, mientras un pequeño mar de caras lo maldecía y agitaba los puños hacia él.
—Están invadiendo propiedad privada —les dijo, mientras Charlie reía y volvía a palmotear al oír la estentórea voz de su padre—. Abandonen la zona de inmediato. Vamos a iniciar ejercicios para control de disturbios, empleando una aspersión química letal. Váyanse de inmediato.
Hizo ascender de nuevo el helicóptero mirando cómo, abajo, la gente se dispersaba presurosa. Se conectó con Control de Proyecto.
—Enciendan las regaderas rotativas —ordenó.
Todo el personal reía cuando se abrieron las mangueras de agua común y corriente para rociar a la gente. Los manifestantes corrían, tropezando y ahogándose, jadeando en busca de aire… derrotados por el poder de sugestión. Crane cambiaba de broma al cabo de algunos días, para que no se corriera la voz.
Despejaron la cerca de tres metros de alto y el pequeño contingente de FPF los saludó con la mano cuando pasaron. A pesar de todas sus bravuconadas, el hermano Ishmael nunca había atacado el complejo en forma directa, quizá porque temía salir demasiado lejos de una zona central de guerra… o bien pudo haber tenido miedo de estar en lo cierto respecto de que en el complejo se estuviera trabajando con material termonuclear inestable.
—¿Dijo que las máquinas no van a cavar? —preguntó Lanie mientras despejaban la cerca para recorrer los siete kilómetros que faltaban para llegar al complejo.
—El señor Panatopolous está muy molesto y quiere modificar la fecha de completamiento.
—¿Y, qué tiene eso de nuevo? Diez plañideras juntas no llegan a superarlo.
—Ése es su especial talento, mi amor. La contribución creativa que nuestro Pany le hace al mundo. Creo que la extrañaría si él llegara a cambiar.
—¿Qué le dijiste?
—Le dije que haría que mi esposa iría ver qué pasa —respondió Crane, subiendo y bajando rápidamente las cejas—… porque sí irás a ver qué pasa, ¿no?
Lanie asintió con una leve inclinación de cabeza.
—Da la impresión de que otra vez fuera un problema de calibración. Los excavadores se salen de la línea al cabo de un tiempo, y nadie se da cuenta hasta que dejan de trabajar.
Descendieron con exactitud en el edificio de confinamiento de dos pisos, su construcción, carente de ventanas y parecida a una cúpula, se asemejaba a una verruga de hormigón armado en el plano desierto de Bombay Beach. El emplazamiento estaba en la margen oriental del Mar de Saltón, a varios kilómetros de una gran comunidad de retiro espiritual. Más hacia el este estaban las montañas de San Bernardino. Bajo el brillante sol matutino, Saltón refulgía como un diamante. De cuarenta y ocho kilómetros de largo y dieciséis de ancho, había surgido a la vida en 1905, cuando el río Colorado irrumpió a través de esclusas de irrigación e inundó la región. Aunque se lo llamó mar, Saltón realmente era un lago salino de poca profundidad. El proyecto extraía agua de él para sus reactores.
Pero no era por eso que habían construido aquí: Saltón estaba a sesenta y nueve metros, sesenta centímetros, por debajo del nivel del mar, por lo que podían cavar desde un punto bajo. Y lo que era más importante aún: la artesa de Saltón estaba ubicada precisamente encima de la convergencia de fallas más importante de California. Inmediatamente por debajo del mar, las fallas de San Andrés e Imperial se convertían en una sola, siendo la falla Imperial la última rasgadura que seguía ininterrumpida hasta el Golfo de California. Las fallas unidas después se desplazaron hacia el norte, interconectándose con otras fallas y volcanes inactivos. No sólo era el Mar de Saltón el sitio para que actúe como cuello de botella de San Andrés sino, también, para enfriar otras tres fallas, por lo menos, al mismo tiempo. El globo mostraba lo importante que era llegar a estas otras fallas, porque demostró que, para 2070, trece años después de que el sur de California se convirtiera en la isla de Baja, el resto del Estado se fracturaría hasta el Saltón, desde la frontera mexicana hasta Oregon, convirtiendo a California en una península sobresaliente, mientras las costas del Pacífico iban a apoyarse contra Arizona y Nevada.
De aquí a dos semanas, Crane estaba planeando detener todo eso con una sola acción temeraria.
Aterrizó sobre una superficie alquitranada que estaba al lado del edificio de confinamiento, donde había trabajadores que la lavaban con mangueras, después de que la noche anterior pasara la Nube Masada. Masada por fin estaba empezando a disiparse e iba a desaparecer en el transcurso de los próximos años. Finalizaciones y comienzos. Tres meses antes, un grupo de cuarenta científicos judíos había desafiado la aún intensa radiación de Israel, para erigir un asentamiento tipo ambiente cerrado en la arrasada ciudad de Jerusalén. La cúpula de ese asentamiento se apoyaba en los restos del Muro Occidental, que era todo lo que quedaba del templo que Salomón había construido tres milenios antes. El mundo islámico se quejó tremendamente y prorrumpió en amenazas. Los judíos permanecieron en Jerusalén. Dos bebés ya habían nacido en la tierra de sus ancestros.
El giro de la rueda, había pensado Crane en aquel momento. Cómete el codo, hermano Ishmael.
Descendieron al lado del confinamiento, saltaron del helicóptero y fueron caminando hacia la profusión de pequeños edificios diseminados por toda la planicie. Había barracas para las tropas permanentes, un comedor para el personal y edificios para recreo y tinglados para proteger el equipo. Había otro sector donde se reunían las máquinas a motor, donde moraban todas las extrañísimas máquinas cavadoras antropomórficas del señor Panatopolous. A lo lejos, en las llanuras de sal, un monte de sesenta metros de roca y tierra excavados constituía el punto más elevado de la zona circundante.
El ascensor que llevaba a la caverna tenía la apariencia de cualquier otro edificio. De tres pisos de alto, tampoco tenía ventanas. Polvo amarillo soplaba por el campamento en el aire caliente del desierto. La familia Crane se apuró para llegar al camino de acceso. Lanie llevaba a Charlie y le bajó el ala del sombrero sobre la cara, para evitar que el polvo le entre en la boca, pero el niño lo empujó de vuelta hacia arriba Charlie se adaptaba de modo natural al desierto.
En la entrada pronunciaron sus nombres, para que la computadora compare los patrones de pronunciación; después recorrieron a pie los cuatro metros y medio de oscuridad que mediaban hasta la puerta interna, igualmente grande para permitir el ingreso y el egreso de equipo pesado. Aquí los tres pasaron por la exploración del patrón de vasos retinianos y de las huellas digitales.
Las puertas del ascensor se abrieron con un silbido hidráulico, y entraron en un cilindro metálico liso de seis metros de alto por nueve de radio que podía transportar cien personas o sesenta toneladas de equipo. El ascensor era un gigantesco electroimán que utilizaba el propio campo magnético de la Tierra como propulsión. Estaba suspendido en lo alto de un abismo de treinta y dos kilómetros, sin aparatos externos que lo mantuvieran en su sitio y sin frenos. Inmediatamente por dentro de la puerta había dos botones. Una flecha hacia arriba y una flecha hacia abajo.
El centro del cilindro estaba alfombrado, tenía asientos confortables y entretenimientos que aguardaban a los pasajeros del viaje de descenso de veinte minutos. Lanie se dejó caer pesadamente sobre un sofá. Charlie fue directamente en busca del constructor holográfico, una máquina de proyección que se sostenía con la mano y que creaba ladrillos que se podían apilar y disponer de manera para construir cualquier cosa. A Charles Crane le encantaba apilarlos hasta el techo de la habitación, para después sacar el de abajo y ver cómo se desmoronaban los demás.
Crane miraba a su hijo, con la chochera que únicamente un padre mayor podía sentir. A los cuarenta y un años no se sentía particularmente viejo, pero había llevado una vida fuera de lo común, que le habría bastado a diez hombres, y su reciente dulcificación lo había hecho sentirse contento de estar viendo cumplirse su sueño. Temía perder la energía maniática que lo había impulsado antes. Esto era demasiado importante para el mundo como para sacarse de encima la presión. Se estaba volviendo malditamente civilizado y pronto, sospechaba, llegaría la aceptación… después la complacencia… después, la muerte de la creatividad.
—¿Vas a tener que posponer la fecha? —preguntó Lanie, mientras la torre de ladrillos de Charlie se desmoronaba en medio de ellos, para gran regocijo del niño.
—Estaremos bien —respondió Crane desde una cómoda silla, mientras Charlie cambiaba los ladrillos y empezaba de nuevo, pero esta vez con pirámides.
—Simplemente estoy contento de que tengamos esto listo antes de las próximas elecciones.
—Quizá toda esa horrible violencia se detenga también. —Lanie se extendió en el sofá.
El ascensor se desplazaba sin hacer el menor sonido, con la salvedad de un leve chasquido cada diez segundos, correspondiente a un punto de contacto.
—¿Estás bien? —preguntó Crane.
—Nada de importancia… Estoy un poco cansada. No dormí bien anoche.
—¿Pesadillas?
—Nada de importancia, ya te lo dije.
—Lanie…
Ella se incorporó sobre el borde del sofá, tensa:
—¿Recuerdas el sueño que yo solía tener?
—¿El de Martinica? Claro que sí. Desapareció después de que recuperaste la memoria.
—Volvió —dijo Lanie—. Lo tuve anoche. —Movió la cabeza de un lado para otro—. Tan… real. Podía sentir el fuego quemándome las piernas, y los alaridos, y…
—No es más que un sueño, Lanie —dijo Crane, yendo hacia el sofá para sentarse al lado de ella. La rodeó con los brazos y la envolvió con fuerza.
Lanie se ablandó al estar apoyada en él.
—La locura de todo esto es… el lugar donde ocurre, en el sueño. Se parece mucho a donde estamos en este preciso instante.
Crane la besó en la mejilla.
—Simplemente, tu cerebro está poniendo lo que tú sabes en el sueño, eso es todo.
—No —dijo Lanie, poniéndose tensa entre sus brazos—. No cambió. Siempre tuvo ese aspecto en la pesadilla.
Crane la hizo girar para mirarla de frente.
—¿Qué son los sueños? —preguntó.
—Impulsos eléctricos al azar en la corteza cerebral. El cerebro los interpreta como le place —Lanie le sostuvo la mirada—. Entonces, ¿cómo es que vi este lugar en un sueño, hace cuatro años?
—Coincidencia —respondió Crane—. Una caverna es muy parecida a otra.
El proyecto había ejercido presión sobre todos los intervinientes, y Crane iba a estar contento en el momento en que se terminara. Cuando le venda el paquete al mundo, sería con alguna otra persona actuando como coordinador. Crane estaba listo para descansar, para pasar algo de tiempo disfrutando de su familia.
—Puede ser.
Se estaban acercando. Crane podía sentir la reducción de velocidad en el vientre. El ascensor los descargó en un vestíbulo grande con paredes de hormigón armado y soportes de acero, bien iluminado. Desde el vestíbulo salían varios corredores, que iban hacia diferentes partes del Proyecto. Los Crane tomaron el administrativo, pasando recepción de visitantes/procesamiento, y hasta la sala de procesamiento electrónico de datos.
Se detuvieron ante la puerta. Lanie entregó a Charlie a Crane.
—Eso es, ve con papito a visitar al señor Panatopolous, mientras mami vuelve a poner el proyecto grande de vuelta en el flujo
—Vamos, muchacho —dijo Crane—. Iremos a ver las excavadoras.
—¡Edora! —dijo Charlie, excitado.
El corredor terminaba en un conjunto de escalones metálicos, al lado del cual estaba pegado un cartel que rezaba: «Personal autorizado solamente». Tomaron la escalera e ingresaron en la caverna.
Era enorme, de más de cuatrocientos cincuenta metros de lado a lado. El techo natural de la caverna estaba a treinta metros por encima. Ramificándose a cada lado de la caverna principal estaban las cavernas del señor Panatopolous. Suficientemente anchas como para permitir el paso de camiones y equipo, se extendían casi cinco kilómetros en cualquiera de ambas direcciones. Una iluminación brillante hacía que el sitio pareciera incandescente, aunque se mantenía frío en los veinte y medio grados Celsius, que son naturales bajo el suelo.
La sala de procesamiento electrónico de datos, grande y envuelta en vidrio, miraba hacia la caverna.
—Saluda con la manita a mamá, hijo. Ella espera.
Crane y Charlie agitaron la mano en dirección de la ventana, donde Lanie les sonrió con calidez y les devolvió el saludo. Crane y Lanie eran simbióticos, se combinaban a la perfección en todos los aspectos de su vida. Compartían la obligación de cuidar a Charlie, trabajaban cuando querían o necesitaban. Más que todo, entendían y respetaban lo que impulsaba al otro. Ninguno era servil. Por primera vez en su vida, Crane entendió el dicho «El hombre no fue hecho para estar solo».
Puso a Charlie en el piso. El niño avanzó rectamente hacia las zorras de tres ruedas que se usaban en las cavernas. Crane se apresuró a seguirlo y ambos treparon a una.
—Llama a mami —dijo, sosteniendo el microteclado de muñeca para Charlie, que inmediatamente extendió la manita y tocó la fibra P. Por el implante auditivo de Crane llegó la voz de Lanie.
—Eh, estamos trabajando aquí arriba.
—Sí, sí. ¿Podrías decirme dónde está Panatopolous?
—Corredor A —contestó—. Abajo de todo.
—Gracias, amor. Adiós.
Cortó la comunicación y tocó la tecla del foco, con lo que el vehículo se puso en acción con una sacudida, avanzando con un leve ronroneo a lo largo del piso hormigonado. Mientras avanzaban por la caverna hacia el corredor A, el poder apareció ante la vista. Agujeros del tamaño de piscinas de natación y separados entre sí unos nueve metros habían sido recortado directamente en la roca. Estaban rodeados por rieles. Cada agujero descendía casi seis kilómetros y por su centro corría un tubo de treinta centímetros de diámetro, relleno con material termonuclear. Había cien tubos.
La zorra se desvió hacia la izquierda, tomando el corredor A, que daba vueltas y revueltas debido a los agujeros con sus tubos embutidos que tenían el propósito de soldar las ampliamente divergentes fallas que entrecruzaban el sector. Para estos momentos estaban tan abajo de Saltón que, al ser el lago tan poco profundo, las explosiones de abajo apenas si producirían onditas en el agua.
Grandes salidas impresas de computadora, colocadas cada kilómetro, aproximadamente, hacían el seguimiento de la radiación que había en la cámara. Había pequeñas fugas ocasionales, fácilmente comprensibles en un sistema que no se pretendía que durara más allá de la semana posterior a la siguiente. Con las cantidades asombrosas de material radiactivo que habían estado utilizando los dieciocho meses pasados, resultaba notable que nunca hubieran tenido un verdadero problema. Eso era lo que les permitía terminar más pronto de lo estipulado y antes de las elecciones que, según lo que se esperaba universalmente, iban a dar por resultado una victoria avasalladora de Yo-Yu y, dado que se estaba corriendo la voz sobre el proyecto, y estaba ganando consenso entre el público eso podría significar la cancelación del proyecto.
El corredor seguía serpenteando, haciéndose evidente en las paredes de roca el esfuerzo de falla, y las fracturas por esfuerzo transversal y por compresión. Un tesoro geológico invalorable que mostraba las posibilidades de la Naturaleza. Todo este paisaje se convertiría en roca fundida, cuando los dispositivos termonucleares se dispararan.
Llegaron a un tramo recto del corredor y divisaron el comerrocas del señor Panatopolous, a unos treinta metros adelante, al final de la línea. El hombrecito caminaba de un lado para otro lleno de enojo, como siempre. Fiel a la palabra empeñada, cuando llegó el momento de conceder el subcontrato para excavación, Crane había pensado en el hombre que lo había ayudado a cavar a través del lodo aluvial de Reelfoot, y lo contrató a Panatopolous para todo el trabajo y le ofreció un incentivo del cincuenta por ciento, si terminaba la tarea para fines de marzo.
—Ya era hora de que viniera —dijo Pany cuando aparecieron en la zorra. Calmado, se le iluminó la cara con una vasta sonrisa al ver a Charlie.
—Eh, ahí está mi muchachote —dijo Panatopolous, sacándolo de la zorra para sostenerlo en el aire. Charlie reía, pero sus ojos estaban fijos en la excavadora de tres metros que tenía el aspecto de una mantis religiosa—. Estás creciendo día a día.
Charlie era la mascota no oficial del proyecto, al haber sido criado, literalmente, desde retoño hasta que empezó a gatear, bajo la vigilante mirada de sesenta empleados.
Crane fue hasta una máquina que tenía el hocico totalmente hundido en el agujero a medio cavar, el confín del pozo demasiado abajo como para que se lo pudiera ver. Una jaula del tamaño de un hombre colgaba justo en el borde interior del agujero. Estas jaulas estaban diseñadas para transportar a un trabajador hacia el fondo, para que revise posibles fugas en el núcleo. Al final del trabajo, transportaría al encargado de disparar los miles de kilos de explosivos plásticos embutidos en el tubo que darían comienzo a la reacción en cadena.
La excavadora tenía en el extremo un poderoso trépano que picaba la roca. Después, los cascotes eran succionados hacia arriba por el tubo, en dirección de las entrañas de la máquina. Una cámara larga, cilíndrica, deshacía la roca por medio de ultrasonido, hasta convertirla en polvo, que después se arrojaba en la parte trasera de un camión volcador que lo aguardaba para transportarlo hasta la montaña artificial que estaba en la planicie.
Panatopolous llevó a Charlie hasta su padre.
—Pude haber terminado con esto si no estaría atado a las malditas computadoras. Un agujero es un agujero, ¿por qué tienen que revisar mis agujeros?
—Usted sabe mucho sobre agujeros —contestó Crane—. Yo sé sobre lo que hay adentro de ellos.
—En un agujero no hay nada. Está vacío.
Crane le sonrió.
—¿Cuánto pesa una nube? —preguntó.
—¿¡Qué!?
El microteclado de Crane sonó en la fibra de Lanie.
—Estoy mirando una excavadora no operativa —dijo—. Háblame.
—No te atrevas a permitir que Charlie quede en el suelo, cerca de ese agujero abierto —contestó ella en el implante auditivo de él.
—Comprendido.
—Dile a nuestro desdichado amigo que tiene que recalibrar su excavadora coma - cero - nueve - cinco centímetros, a veintitrés grados…
—Coma - cero - nueve - cinco centímetros a veintitrés grados —le dijo Crane a Panatopolous, quien maldijo, para después disculparse ante Charlie.
—… está haciendo que la falla sea parte de este túnel. Las computadoras no admitirán la incongruencia intrínseca de un túnel que se desplaza.
—Recibido. ¿Algo más?
Ella quedó en silencio durante varios segundos.
—¿Lanie?
—Hay aquí dos grupos para hacer una visita programada.
—¿Y qué hay con eso?
—Uno de ellos es un grupo pequeño de la Nación del Islam.
—¿Qué? Nunca autoricé…
—Lo siento, Crane —dijo ella en voz baja—. Sumi me llamó ayer y me preguntó si podíamos hacer esto como un favor personal para él; como una manera, quizá, de abreviar la violencia. No estabas disponible, yo estaba hasta las orejas con trabajo… Dije sí, y después olvidé decírtelo.
—No permitas que alguien vaya más allá de recepción. Voy para ahí —dijo Crane.
Tomó a Charlie de los brazos de Panatopolous. Crane era tan famoso que atraía enorme atención. En los comienzos de la excavación, el público había pedido a gritos venir al emplazamiento para conocerlo a él. Las mejores relaciones públicas, eso fue lo que se decidió, consistían en aceptar unos pocos grupos que hagan visitas limitadas que se concentraran en la geología de la caverna. Todo eso formaba parte, también, del pretexto para mantener el proyecto en secreto.
—Crane —dijo Lanie—. Dan es parte del grupo.
La ira estalló en el interior de Crane.
—¡No puedo creer que tenga la osadía de venir acá!
—En estos momentos lo tengo delante de mí —dijo Lanie.
Abu Talib estaba de pie, incómodo, en la antesala para visitantes, repleta de armarios. Estaba con Khadijah, que estaba embarazada de su segundo hijo, y Martin Aziz. Talib podía sentir odio por Crane, que, ahora lo sabía, lo había experimentado desde el principio, pero en los primeros tiempos lo había suprimido por completo.
Aquí, en las cavernas de la locura de Crane, Talib conoció la estructura del Mal. Un ruidoso grupo de escolares de quinto grado, pertenecientes a la escuela primaria Niland, se vino a la carga por toda la estancia, perseguido por su maestra, que trataba de apaciguarlos. Talib no advirtió nada de eso. Escuchaba los sonidos metálicos, las voces de los operarios, el zumbido de los sistemas de circulación… eran los sonidos de un sistema que operaba en línea, la realidad del ejercicio de Crane para jugar a ser Dios. Si Talib había tenido antes la más leve duda respecto de sus sospechas, esa duda se disipó ahora. Ni siquiera tenía que mirar por los alrededores. Sabía que abajo habría pozos, muchos de ellos, y todos atiborrados con explosivos termonucleares.
Aunque ateo él mismo, Talib era muy sensible a los conceptos de la ley natural. La Tierra era buena, el producto de todo lo que había pasado antes; sus procesos eran sacrosantos. Estudiarlos, claro que sí y tratar de vivir en armonía con ellos, por supuesto, pero ¿controlarlos?, blasfemia. Pensaba en las leyes newtonianas del movimiento: toda acción produce una reacción igual y de sentido opuesto. ¿Cómo podría reaccionar la Tierra ante el ataque de Crane?
Abu Talib sintió que la ira crecía dentro de él. Sobre sus hombros soportaba el peso de la justicia. Tenía que hacer lo que nadie más podría y detener al demente antes de que destruya el planeta.
—No puedo creer que realmente estés acá.
La cabeza de Talib giró, como disparada por un resorte, en la dirección de la que venía la voz de Crane. Crane estaba flanqueado por dos G; Lanie se mantenía un poco más atrás, sosteniendo a su hijo, su hijo blanco.
—Y yo no puedo creer que realmente vayas a hacer esto —contestó Talib.
Lanie se abrió camino entre los G para entrar en la sala.
—Hola, niños —les dijo a los escolares, que habían dejado de jugar cuando oyeron el intercambio de palabras entre los dos hombres—. Desearía pedirles a todos ustedes que elijan un armario y se quiten todo equipo de comunicaciones que pudieran estar usando. Apaguen los implantes auditivos. Sáquense los microteclados y guárdenlos en los armarios.
Los niños hicieron lo que se les pedía.
—Gracias —prosiguió entonces Lanie—. Ahora vayan, por favor, con el policía, que los llevará en una visita guiada a la sala de rocas y gemas.
Los niños se pusieron en fila detrás de uno de los inexpresivos guardias de seguridad. Crane y el otro G fueron hacia la sala de procesamiento, para rodear a los tres representantes de la NDI.
—¿Así que cuánta gente mataron hoy, Dan? —preguntó Crane—. ¿Hemos pasado la marca de los tres mil ya?
—Déjelo en paz —terció Khadijah—. Libramos una guerra de liberación. En las guerras muere gente.
—Usted debe de ser la esposa —dijo Crane, acercándose a ella.
—Pasaré todo eso por alto, Crane, ya que no es la NDI la que está en discusión —dijo Talib—. Estoy aquí para darte una última oportunidad de recobrar la sensatez. Por favor, detén esta locura ahora. Aléjate de esto.
—Tú me conoces malditamente bien como para decirme eso —replicó Crane.
—Pero yo no lo conozco en absoluto, doctor Crane —intervino Aziz.
Crane se quedó mirando al hombre vestido con una túnica blanca:
—¿Y quién podría ser usted?
—Alguien que aborrece la violencia tanto como usted —replicó Aziz.
—Pues entonces anda usted en malas compañías.
Lanie se adelantó con el bebé, y Talib sintió que se ponía tenso en su interior:
—Hola, Dan —dijo en voz baja. Él cruzó los brazos para impedir que le tiemblen las manos.
—Así que usted es Lanie —dijo Khadijah, interponiéndose entre la otra mujer y Abu—. Yo soy Khadijah, la esposa de Abu Talib. Tiene usted un hermoso hijo.
—Gracias —dijo Lanie, los ojos todavía fijos en Talib—. Tengo entendido que usted tiene una hija.
—Y un varón en camino —dijo Khadijah, palmeándose el abdomen—. ¿Su hijo heredó la locura del padre?
—Así lo espero —repuso Lanie con frialdad, todavía mirando a Talib—. ¿Por qué no nos puedes dejar tranquilos, Dan? ¿Qué te hicimos?
Talib rompió el contacto visual, pues sentía que su determinación se estaba resquebrajando.
—No lo entiendes —dijo—. ¡Lanie, esto puede destruir el planeta!
—Suficiente —dijo Crane—. Quiero que se larguen.
Talib nunca había sabido si Crane odiaba a alguien, pero podía sentirlo ahora, pulsando desde ese hombre en oleadas agonizantes. El enemigo. Talib no protestó contra la orden de Crane.
Regresaban hacia Procesamiento desde la sala de computadoras, donde un ordenanza estaba barriendo justo afuera. Cuando Talib pasó al lado del hombre, en el bolsillo de su chaqueta cayó un disco.
Llegaron a Procesamiento, y Talib deslizó el disco fuera del bolsillo y lo introdujo en la ranura de su microteclado para copiarlo. Tosió para disimular el pitido que indicaba que se había completado la copia. Después se puso el disco en la palma de la mano y lo dejó caer en el cesto de residuos que estaba al lado de la puerta, en el momento en que el ordenanza ingresaba en la sala para barrer.
Crane y el FPF los guiaron de vuelta a los ascensores. A los pocos minutos, los alumnos de quinto grado corrieron por el vestíbulo para unirse a ellos. Mientras caminaban hacia el enorme ascensor, Crane aferró a Talib por el brazo, y lo miró con furia.
—No sé qué estás haciendo aquí después de todo este tiempo —dijo—. Pero lo harás por última vez. No deseo, ni pretendo, volver a ver otra vez tu cara.
—Sácame la mano de encima —dijo Talib, desembarazándose, mientras la puerta se cerraba entre ellos.
Lo último que Crane vio del otro hombre fueron los ojos, brillantes como lava por el odio. La tubería de emociones negativas funcionaba en ambos sentidos.
—¡Crane! —gritó Lanie, viniendo a la carga por el vestíbulo, con Charlie cabalgando alegremente sobre su espalda—. ¡Crane! —Lo alcanzó sin aliento, frunciendo el ceño ante las puertas cerradas del ascensor—. Se fueron —dijo.
—En seguida, por supuesto. ¿Ocurrió algo?
—Nos falta un disco.
—¿Cuál?
—Diagramas esquemáticos del diseño básico, planos heliográficos, análisis estructural.
—Muéstrame —dijo él, al mismo tiempo que avanzaba por el pasillo—. Si se llevaron algo, tenemos tiempo para detenerlos cuando lleguen a la superficie.
Corrieron a la sala de procesamiento electrónico de datos, oscura y fría, esculpida en la roca desnuda.
—Lo había sacado —explicó Lanie— para revisar los problemas de alineación de Pany; después lo coloqué…
—¿Aquí? —preguntó Crane, levantando un pequeño disco que estaba en el otro lado del teclado y sosteniéndolo para que ella lo vea.
—¡Es ése! —dijo ella, tomándolo de Crane para colocarlo en la caja de discos que se cerraba con llave. Miró con dureza a Crane:
—Yo no lo puse ahí.
—¿Estás segura?
Lanie asintió con un silencioso movimiento de cabeza. Crane clavó la mirada en el techo de la caverna como si, a través de la roca sólida, pudiera ver a Talib.