ZONA DE GUERRA DE LOS ÁNGELES
29 DE JULIO DE 2026. 02:10
—La propuesta tiene un cierto mérito, y ciertamente la he de tomar en cuenta —dijo Mohammed Ishmael.
Abu Talib se hundió aún más en su silla.
—Hermano Ishmael —dijo—, le di mi palabra al señor Tang en este asunto.
—Tang —dijo Ishmael con tono despectivo—. Un lameculos. La arpía de Mui Tsao que no es más que un chipito con dos puertos de conexión. ¿Y por quién estabas hablando, Talib? —La expresión de Ishmael era seria, cuando clavó la mirada en Talib, que estaba del otro lado de la mesa.
Se encontraban en un refugio blindado que era pequeño, producía claustrofobia. Una larga y refulgente mesa ocupaba la mayor parte de él. En alguna parte, por debajo de la Zona, había un reducto que Talib nunca antes había visto. Las paredes eran de plomo y las puertas, pesadas y herméticas como las que se hallaba en los submarinos.
Camastros de metal se desplegaban de las paredes. Armarios y estantería de almacenamiento cubrían todo espacio disponible, y estaban atiborrados con agua en botellas, alimentos enlatados y otros conservados en frascos sellados. Un refugio antibombas y casamata de diseño y aprovisionamiento clásicos.
Ismael dio la vuelta a la mesa y se reclinó sobre ella hasta casi apoyarse, la cara a nada más que centímetros de la de Talib:
—Te pregunté en nombre de quién estabas hablando —dijo en voz alta—, porque con toda seguridad no era en el mío… ¡Y con toda seguridad que no lo era en el de mi pueblo!
Talib se erizó de rabia y se puso de pie de un salto, haciendo que la silla se dé vuelta y caiga, retumbando con sonido metálico al dar contra el suelo. Martin Aziz avanzó velozmente alrededor de la mesa y se ubicó entre los dos hombres.
—Hermano mío —le dijo a Ishmael—, el acuerdo que Talib hizo con Tang nos consigue casi todo lo que queremos y, a cambio, todo lo que tenemos que hacer es aceptar que no haya más violencia. ¿Entiendes?
—Lo que entiendo —dijo Ishmael, haciendo a su hermano a un lado de un empujón para enfrentarse a Abu Talib, la cara de los dos hombres casi tocándose— es que mis métodos nos ha traído tan lejos. Un pie puesto en nuestra madre patria, los blancos agachando la cabeza ante nosotros y pidiéndonos favores. Si estos métodos consiguieron llevarnos tan lejos, ¿por qué deberíamos abandonarlos ahora?
—¿Olvidaste los edificios foco? —preguntó Talib—. Liang Int. lo sabe y amenaza con destruirlos a todos.
Ishmael alzó las manos, presa de la exasperación.
—¡Los edificios foco, siempre los edificios foco! —Arqueó una ceja—. En ese entonces tú no andabas por acá, hermano, pero sobrevivimos igualmente bien antes de que tuviéramos edificios foco que nos suministraran energía. ¡Maldición!
Se alejó de Talib y pasó apretándolo a Martin Aziz contra la pared, para quedar en la cabecera de la mesa, a cuatro metros y medio de distancia. Bajó violentamente las manos, golpeando la mesa con las palmas y le lanzó una mirada quemante a Talib.
—¿Y alguna vez se le ocurrió a tu cabeza de roca que si ellos fuesen a cerrar los edificios foco, nosotros probablemente responderíamos con un éxodo en masa hacia Nueva Cairo? Imagina eso, si no te molesta. Imagina el éxodo de Memphis multiplicado por cincuenta, y sin terremoto que lo disfrace. Imagina las peleas. Imagina el derramamiento de sangre. Imagina las relaciones públicas.
Talib se sintió repentinamente estúpido.
—Nunca pensé en eso.
—¡Pues bien, tu amigo blanco, el señor Tang, por cierto que sí lo hizo! Y por eso, por ponerle fin a la violencia que nos hizo llegar tan lejos, ¿que obtenemos a cambio realmente? Nada más que la promesa de que ellos van a seguir haciendo lo que hicieron hasta ahora… nada. Si supusieran que hay alguna ventaja para ganar al cerrar los edificios foco, créeme, ya lo habrían hecho, y sin consultarnos al respecto. El motivo por el que no han combatido contra nosotros es simple. Somos parte de este… este paisaje; parte del tejido de este país. Si todos las demás etnias los ven venirse encima de nosotros, eso los pondría a meditar sobre qué les podría pasar a ellas. Pruebas al canto: a los G se los hizo retirar de la lucha con la Zona en Memphis casi de inmediato, por cuestiones de relaciones públicas, y Liang se aseguró de que la televisión estuviera llena de imágenes del terremoto, no del éxodo.
—Leonard —dijo Aziz con suavidad—. ¿No obstante, no podemos usar esto como una apertura? ¿No podemos tratar de seguir ese curso? Si están dispuestos a permitirnos coexistir, ¿por qué pelear con ellos? Ya casi mil de nosotros, principalmente niños, murieron en los choques con los G.
—Mártires —dijo Ishmael—. Y sé cuántos murieron.
Talib se paró perfectamente erguido. Había renunciado a la fundación y ahora estaba a punto de renunciar a la NDI. ¿En qué se iba a convertir? ¿En un hombre sin trabajo, sin siquiera un sitio al que llamar hogar?
—Hermano Ishmael —dijo con tono servicial—, dada la naturaleza de tu falta de confianza en mí y en la falta de importancia que de ahora en adelante vas a considerar que tiene mi trabajo, respetuosamente te presento mi renuncia como vocero de la Nación del Islam.
—¿Por qué no te sientas, Abu? —suspiró Ishmael—. Respeto tu opinión y la tarea que haces. Eres irremplazable. Encontraremos la solución para este asunto con Tang, ¿está bien? Te dije… pedí… que te sientes.
Talib se sentó.
—Estuve trabajando en Nueva Cairo —dijo—. Un éxodo en masa no es factible. No hay suficientes viviendas. La gente que desplacemos destruirá mucho, con el objeto de evitar que lo tomemos. A la gente, especialmente a la gente de la ciudad, habrá que enseñarle cómo labrar la tierra, cómo trabajar con las manos. Pongamos veinte millones de personas en esa situación, y tendrás problemas de alimentos, agua y de eliminación de desechos como nunca pudiste haber soñado.
—Lo sé —dijo Ismael—. Todavía no estamos listos. Es por eso que estoy tomando en cuenta el acuerdo que negociaste con Tang. —Miró a Aziz—. ¿Te sentarías también, por favor? Me pones nervioso. Simplemente pido —prosiguió—, que nadie abuse de mi autoridad. ¿Puedo tener acuerdo general en cuanto a eso?
Inclinaciones de cabeza que señalaban asentimiento, se produjeron alrededor de la mesa.
—Bien. Coincido en que el desplazamiento a Nueva Cairo será lento. Hagamos que el primer asentamiento se pueda sustentar solo, y nos expandiremos a partir de ahí. Mientras tanto, el hermano Talib nos ha hecho el más grande servicio, al traernos la noticia de la meta última de Crane. Utilizar armas termonucleares para fusionar las placas continentales. Crane será nuestro foco.
—¿Por qué? —preguntó Talib—. No podrá obtener ni el material fusionable ni la autorización para hacer una cosa así.
Ishmael miró a Talib como se mira a un niño. Sonrió beatíficamente, volviendo a sentarse en un silla, las manos tocándose entre sí nada más que por la yema de los dedos:
—Continuamente me pregunto cómo es posible —preguntó con suavidad— que hayas trabajado codo a codo con ese hombre, y que no te des cuenta de su poder.
—Su poder está en su demencia —dijo Talib.
—Su poder estriba en la claridad de su visión —replicó Ismael—. El mismo sitio en el que reside mi poder.
—Se metió en aguas muy profundas —dijo Talib.
—Encontrará la manera de salir —dijo Ishmael—. Y a nosotros nos competirá detenerlo. Crane es mi Satán, Abu. Quiero que no haya malentendidos: él es la batalla más grande que yo haya de librar jamás. Al igual que Mahoma con los nativos de la Meca. «Aunque me dieran el Sol para mi mano diestra y la Luna para mi siniestra para que yo abandone la empresa en que me he empeñado, así y todo no descansaré hasta que el Señor guíe esta causa hasta la victoria, o hasta que yo muera por ella». Prométanme que si no vivo para ver la culminación de esto, el resto de ustedes continuará después de mí.
—Juro que no dejaré de acosar a Crane mientras haya un soplo de vida en mí —dijo Talib.
—Y yo —dijo Martin Aziz.
—Bien. Es Crane quien, en última instancia, nos proveerá la llave para nuestra madre patria. Todavía no sé cómo, pero puedo verlo con la misma seguridad con la que puedo ver a mi propia muerte llamándome. ¿Hay algún otro asunto proveniente del mundo exterior?
Talib miró la tapa de la mesa; después se aclaró la garganta:
—Con el debido respeto y con toda humildad —dijo con la voz ahogada—, querría solicitar tu permiso para solicitar la mano de tu hermana en matrimonio.
—Una alianza —dijo Ishmael—. ¿Ya no te interesa más la mujer de Crane?
—Fui un tonto —contestó Talib.
—Sí, lo fuiste —respondió el hermano Ishmael. Se paró y rodeó la mesa en dirección de Talib—. Pero ya no eres un tonto. —Talib se puso de pie; los dos hombres de abrazaron—. Bienvenido a nuestra familia. Ahora seremos verdaderos hermanos. —Lo besó a Talib en cada mejilla. Sonriente, dijo—: Permíteme ir a buscar a Khadijah y traerla para ti. Debemos celebrar.
En verdad, Mohammed Ishmael podría haber enviado a alguien para que traiga a la hermana, pero necesitaba un tiempo a solas. Sabía que Talib era un buen hombre que se estaba transformando en buen musulmán, pero el converso todavía no había empezado a adoptar la actitud adecuada cuando trataba con los infieles. Ishmael sabía que tendría que vigilar cuidadosamente a su nuevo hermano… en particular porque Crane los estaba atrayendo a Talib y a él hacia la tela de araña que los atraparía a los tres y moldearía su sino. Ishmael podía sentir cómo lo atraía en ese mismo instante. En la cuenca de los ojos se le formaron lágrimas: al igual que Moisés, vería la tierra prometida, pero no viviría lo suficiente como para entrar en ella.
Afuera, en el vestíbulo, mirando hacia la pared para que nadie lo viera, lloró para sí mismo, y después maldijo su debilidad. Únicamente las palabras del profeta le aportaban algo de solaz: «Sé en el mundo como un viajero, o como un transeúnte, y considérate a ti mismo como perteneciente a los muertos».
Así sea.
SILVER SPRINGS, MARYLAND
13 DE AGOSTO DE 2026.16:23
Sumi Chan observaba su monitor de seguridad, cuando el helicóptero de Kate Masters planeó con suavidad sobre la plataforma de descenso, vomitando a la mujer y a un hombre mayor que llevaba un maletín de médico. Las luces que bordeaban la plataforma se encendieron, haciendo destellar las lentejuelas de la ceñida malla roja de danza de Masters, haciendo que la mujer se ilumine como si fuera parte de la ópera china en noches de festival.
Sumi vio las figuras aproximarse al ascensor de la casa. Sintió gran agitación, pues nunca le había confiado sus secretos a alguien, ni siquiera a Crane, y ahora vería qué precio iba a tener que pagar por haberse permitido confiar en Kate Masters.
Los visitantes desaparecieron de la pantalla, y Sumi cambió de toma, para tener una vista del interior del ascensor. Las puertas se abrieron y Masters y el médico entraron. Al descubrir la cámara, de inmediato Kate usó la lente a modo de espejo y se acomodó el cabello.
—Espero que estas películas queden bien en los archivos —dijo, bajándose un poco más el ya profundo escote y guiñando un ojo.
Los aposentos del vicepresidente estaban situados en Silver Spring, Maryland, a pocos minutos de la capital. Toda la casa estaba bajo tierra y protegida en forma electrónica, lo que dejaba al vicepresidente protegido sin necesidad de gastar en guardaespaldas. Sumi ya había imaginado numerosas maneras en las que aquí se podía violar la seguridad, pero no importaba. En la historia de Estados Unidos, nadie había tratado de asesinar a un vicepresidente, porque tenía muy poco poder y era fácil de reemplazar.
Sumi apretó el botón de activación de la puerta y fue presurosa a través de la pequeña, pero elegante, tradicional casa china cuyas ventanas daban a proyecciones holográficas de la provincia de Henan, en la que ella se había criado. Tierra de labrantía ondulante, campesinos trabajando los campos; a la distancia, el río Huang He fluyendo suavemente de oeste a este. En el transcurso de un año, Sumi había visto la plantación, el crecimiento y la cosecha de dos cultivos, sin que falten siquiera los tifones en la primavera y la helada mortífera en el invierno.
Las puertas del ascensor se abrieron en la sala de estar. Masters salió de un salto hacia la habitación y le dio un fuerte abrazo a Sumi.
—Todo este secreto es muy excitante.
—Estoy empezando a tener frío en los pies —susurró Sumi en el oído de Masters—. Este médico, ¿cómo sabes que podemos confiar en él?
Masters sonrió y se irguió.
—Vicepresidente Chan, deseo presentarle a mi padre, el doctor Ben Masters.
—Es un placer —dijo el hombre, estrechando la mano de una aliviada Sumi. Debió de haber sabido que Masters iba a manejar las cosas de manera impecable—. Kate me dijo que usted tiene algo así como un problema de sexo.
Sumi asintió inclinando suavemente la cabeza.
—No quiero que sepan que soy mujer —dijo, y las palabras sonaban raras proviniendo de su boca.
—Me limitaré a presentar mi informe sobre el estado de su salud —contestó el hombre, relajado su rostro lleno de arrugas—. No es mi tarea hacer el censo poblacional. ¿Hace cuánto que no se hace un examen físico general?
—No lo hice desde que salí de China diez años atrás.
—Muy bien, pues —respondió el médico—. ¿Dónde puedo disponer las cosas?
—Hay un cuarto para huéspedes al final del pasillo —repuso Sumi—. ¿Servirá eso?
—Excelente. Deme unos minutos para preparar todo.
El médico se alejó. Entonces, Sumi se volvió hacia Masters, quien extendió las manos y le empezó a desarreglar el cabello, que estaba severamente peinado hacia atrás, haciendo que caiga a los costados y formando un flequillo. Sonrió con satisfacción cuando terminó, como si recién ahora pudiera aceptar realmente a Sumi como mujer.
—¡Estoy listo aquí atrás! —gritó el doctor Masters desde el cuarto de huéspedes.
—¡Voy! —contestó Sumi.
Kate la detuvo:
—Siéntate un segundo, quiero preguntarte algo personal.
—Sobre actividad sexual, ¿no? —dijo Sumi, sintiendo que involuntariamente se estaba poniendo tensa—. Te diré lo que le dije al señor Li: para poder mantener mi charada, tuve que suprimir esos impulsos.
—¿Eres asexual?
—No.
—¿Te gustan las mujeres o los varones?
—No me atraen las mujeres. ¿Por qué me estás haciendo estas preguntas?
—Bien. ¿Qué clase de hombres encuentras atractivo?
—Kate —dijo Sumi, nerviosa—, ¿adónde apunta todo esto?
—Limítate a responder mi pregunta. ¿Qué clase de hombre te atrae, un semental joven… un tipo lleno de músculos?
—No —rió Sumi—, esto es tonto. Un juego.
—Juega, pues. ¿Qué clase de hombre?
—No sé… inteligente. Alguien que me represente un desafío mental. Maduro… que esté más allá de las tonterías de un joven. Fuerte, pero vulnerable. Seguro de sí mismo, pero abierto a las interpretaciones…
—Lo estás describiendo a Crane.
—¿Qué?
—Es de Crane de quien estás hablando.
Sumi retrocedió asustada, instintivamente cubriéndose la boca con la mano.
—Estás enamorada de él, ¿no?
Sumi jadeó como si le faltara el aire, y dio la espalda a Kate. Ahora Masters conocía todos sus secretos. La mujer la abrazó desde atrás, apoyando la cabeza sobre el hombro de Sumi.
—Lo siento tanto, querida —le dijo. Después la hizo darse vuelta lentamente, hasta que quedó frente a ella—. Tengo algo para ti. —Mostró un pequeño enchufe metálico, del extremo del cual sobresalían juegos dobles de sensores de casi ocho centímetros de largo.
—¿Un puerto para chip?
—En cinco minutos, papá puede colocarte uno de éstos en el cráneo. Confía en mí. Te ayudará con tus problemas sexuales.
—¿Quién dijo que tengo un problema? —preguntó Sumi con vehemencia—. No soy una chipita, Kate.
—Tampoco lo soy yo. —Kate se corrió la parte de la roja cabellera que estaba directamente sobre la oreja izquierda, revelando su propio puerto—. Soy una simple muchacha. Si es malo, lo hago. Si es divertido, lo hago; por lo común son la misma cosa. Confía en mí, querida. Puedo arreglarte de manera que puedas llevar una vida sexual plena sin llegar a conocer jamás un hombre. Cinco minutos de tu tiempo. Debajo del cabello, donde nadie lo vea, a menos que tú quieras que lo vean.
Sumi Chan se quedó mirándola con los ojos agrandados como platos.
La lluvia holográfica caía con fuerza sobre Henan. A través de la ventana del dormitorio de Sumi penetraba una brisa fría, húmeda, fragante. Las luces del dormitorio estaban apagadas. Destellos ocasionales de los relámpagos iluminaban la habitación.
Un leve dolor de cabeza le hacía recordar a Sumi el chip que estaba guardado en la cajita que tenía al lado, en la mesa de luz. La revisación médica había salido bien y la operación quirúrgica en verdad sólo había tomado cinco minutos, la mayor parte de los cuales se empleó en afeitarle el punto de dos centímetros y medio de la cabeza, donde se iba a hundir el puerto. Se administró un anestésico. Después se practicó una pequeña incisión, y los sensores se pusieron directamente dentro del corte. Los sensores eran muy agudos. Ben Masters usó un pequeño martillo para hacerlos pasar a través de músculos y hueso. Una vez que traspasó el cráneo, un empujón introdujo los sensores profundamente en el cerebro de Sumi.
Había sido indoloro.
Los relámpagos destellaron otra vez, y Sumi se dio vuelta para mirar la caja del chip y las pequeñas pinzas de punta fina que estaban unidas a la caja por medio de una cadena. No había motivo para que no lo utilizara de inmediato, le había dicho Kate.
Se sentó en la cama, el pijama de seda culebreando a lo largo de los cobertores, cuando lanzó los pies hacia el suelo y recogió la caja. La abrió y, con las pinzas, extrajo el chip. Se palpó el nuevo puerto con el meñique; usando ese tacto como guía, puso en posición el chip, que se deslizó sin esfuerzo dentro de la unidad excitadora e hizo contacto, emitiendo un ronroneo que sólo Sumi podía oír.
Aguardó un instante; después miró en derredor en la habitación. Nada estaba ocurriendo, no había alucinaciones, no había colores brillantes, no había estados alterados. Se volvió a tender de espaldas, decepcionada, tiró de los cobertores sobre sí misma y miró las sombras en el cielo raso.
Entonces, un sonido. Golpecitos muy leves: alguien estaba llamando suavemente a su puerta. Estiró las sábanas hasta la barbilla.
—¿Quién anda ahí? —preguntó en voz alta.
La puerta se abrió y entró un hombre llevando una vela.
—Traje un poco de luz: —dijo en chino— pensé que la tormenta te podía haber asustado.
El corazón de Sumi empezó a galopar cuando el hombre se acercó más. La mano se acercó sigilosamente a la alarma de seguridad, aunque sería demasiado tarde para que la salven. ¿Cómo había logrado entrar ese hombre?
—He estado aquí todo el tiempo —respondió a la pregunta no expresada de Sumi.
—¿Quién es usted?
—¿Quién o qué?
El hombre puso la vela al lado de Sumi, sobre la mesa de luz; después se sentó al lado de ella en la cama. Ella pudo sentir que los muslos de ambos se tocaban, mientras el hombre la miraba con expresión de inocencia. Sumi extendió la mano hacia la vela, y pudo sentir su calor.
—Empiece por quién.
—No tengo nombre. Dame tú uno.
—Qué, entonces: ¿qué es usted?
—Soy tu hombre ideal, supongo —contestó—. He estado viviendo en tu cerebro desde el mismo momento en que el anciano doc Ben introdujo el excitador. Tengo la impresión de ser una combinación de Lewis Crane, de tu padre y de un profesor del colegio secundario, llamado señor Weng, del que estabas secretamente enamorada.
—El señor Weng —dijo Sumi, hundiendo la cara en las manos; la cara estaba ruborizada por la vergüenza—. Nunca pensé en él como…
—Pensaste en él hoy, cuando Kate te preguntó qué clase de hombre te gustaba.
—¿Por qué estás aquí?
—Estoy aquí para ser tu amante, Sumi, si así lo quieres. Tu amigo, si no quieres un amante… aunque debo decirte que te estarías perdiendo algunos estímulos increíbles. Éste es un chip muy bueno. Me siento con mucha vitalidad.
—Pero no… no estás aquí en realidad. Quiero decir, no en sentido físico.
Él bajó la mano para acariciarle suavemente el muslo. La tensión de Sumi empezó a aflojar. De algún modo, saber que era ella la que estaba creando a su amante hacía las cosas mucho más fáciles. Sin miedos. No había necesidad de tener miedos.
—Te voy a llamar Paul.
—De acuerdo. —La mano de él subió hasta la cara de ella, el contacto desencadenó impactos eléctricos por todo el cuerpo de Sumi—. Pero ¿por qué Paul?
Lo miró con los ojos muy abiertos:
—Porque no conozco a nadie que se llame Paul —contestó. Ambos rieron.
Los brazos de él la rodearon y la atrajeron. Sumi pudo oler el aroma de su colonia, sentir la áspera textura de su cabello ensortijado.
—Te amo, Sumi —le susurró Paul en el oído.
—Lo sé —repuso ella, las lágrimas rodando por las mejillas—. Lo sé.
ZONA DE GUERRA DE LOS ÁNGELES
17 DE DICIEMBRE DE 2026. 19:03
Abu Talib estaba sentado en la parte de atrás de la gran sala de instrucciones junto con Khadijah. Tenía los pies apoyados sobre la mesa y la cabeza tirada hacia atrás. Estaba cansado; sentía los huesos molidos. Cinco meses atrás había completado negociaciones con Tang, relativas a un acuerdo del que se sentía orgulloso… así como tremendamente nervioso. A cambio de la aceptación de la NDI de cesar las protestas violentas, Liang Int. había prometido convocar un referéndum nacional respecto de darle a la NDI una patria. Y esa noche era la noche, noche de elecciones.
Cerca de treinta personas llenaban la sala, paradas contra las paredes y observando grandes pantallas de televisión. Estaban vigilando la votación en ciudades que tenían Zonas de Guerra. En la parte delantera de la sala —la misma a la que habían traído a Talib en su primera noche bajo tierra, hacía ya un millón de años—, estaban de pie tanto Mohammed Ishmael como Martin Aziz. Una túnica negra y una túnica blanca, el día y la noche, dos hombres absolutamente unidos por la causa y diametralmente opuestos por el método. Estaban mirando una enorme pantalla que llenaba la parte frontal de la sala. Khadijah estaba sentada con Talib, la cabeza sobre el hombro de él, haciéndole mimos cansadamente. Talib le besó la frente.
Talib se preguntaba qué iba a hacer el hermano Ishmael si el voto no resultaba como lo quería. Durante estos cinco meses últimos, Martin Aziz había tenido enfrentamientos cotidianos con Ishmael sobre la cuestión de la violencia en los territorios ocupados. Durante cinco meses, un agotador día tras otro, su hermano lo había convencido de nuevo a Ishmael de que no vuelva a iniciar los disturbios y a contentarse, en cambio, con la fase de «educación pública» que había ideado Aziz y que conducía Talib. El trabajo de Talib consistía en pronunciar discursos y hacer apariciones en la red de televisión, en el programa de quienquiera que se lo solicitase, para vender el hecho de que la Nación del Islam era una organización pacífica, que simplemente se dedicaba a la formación de un Estado islámico y de la hermandad común y corriente entre todas las personas.
Había hecho esto sin parar durante cinco meses enteros dejando de lado por completo la ciencia, ya que no había lugar en el carné de baile. Incluso sus deberes diplomáticos en Nueva Cairo estaban recibiendo demasiado poca atención. La actividad se había vuelto desorientadora para Talib, sin saber jamás en qué ciudad se encontraba, diciendo siempre las mismas cosas. Eso lo había desgastado por completo, y era una manera muy poco conveniente para comenzar un matrimonio.
En forma coincidente, Aziz había iniciado demostraciones pacíficas desde la Zona. «Tumultos informativos» los denominaba. El pensamiento prevaleciente en Aziz era que Ishmael había atraído la atención de toda la gente con los verdaderos tumultos, y ahora, mediante educación y relaciones públicas, era el momento de obtener la comprensión de esa misma gente y, con suerte, su voto, en la cuestión de obtener una patria.
—¿Por qué están tan preocupados tú y mi hermano? —preguntó Khadijah—. ¿Acaso no estamos ganando?
—Por el momento —respondió Talib—. No estás acostumbrada al proceso electoral, pero lo que ocurre es que muy poca gente vota durante el día de elecciones. La mayoría espera hasta llegar a casa del trabajo y enciende la pantalla para ver los discursos y promesas de último minuto, de los políticos. La gente toma la votación como otro medio de entretenimiento.
Sintió, más que oyó, a Khadijah lanzar un jadeo de estremecimiento. Señalaba una pantalla en el costado de la sala, y Talib se volvió para ver a Crane y una inmensamente embarazada Lanie que ocupaban toda la pantalla, al pie de la cual se indicaba que el sonido entraba por la fibra M. Talib pulsó su microteclado y pudo oír la parte final de lo que estaba diciendo Crane.
—… y ésa no es más que una de las razones por las que mi esposa y yo apoyamos la causa de la Nación del Islam. Hemos votado por una patria. Esperamos que ustedes también lo hagan.
Sorprendido hasta el punto de la conmoción, Talib se puso rígido, para después apagar con rapidez. Aparte de mandarles a Lanie y Crane un agradecimiento, a través del correo electrónico, por el apoyo que brindaron, ¿cómo se suponía que debía reaccionar? En esos días, Crane era un héroe triunfal y el más mínimo de sus actos aparecía en televisión. El casamiento en los Himalayas había obtenido horas de cobertura.
Aparte de esas presentaciones de tipo chismoso, empero, poco se sabía sobre Crane y Lanie… sobre su trabajo, sus nuevos proyectos. Incluso la comunidad científica había estado bastante tranquila, si bien a oídos de Talib había llegado que algo se estaba gestando, que Crane estaba desarrollando un nuevo sector, pero Talib había estado demasiado ocupado como para hacer el seguimiento. No podía ser el plan para fusionar las placas. Crane se había vuelto lo suficientemente rico desde aquella apuesta como para poner en marcha un esfuerzo así, pero nunca habría obtenido las autorizaciones de excavación que serían necesarias, y mucho menos el material fusionable. Y aun así…
Khadijah le estaba sacudiendo vigorosamente el brazo.
—¿Qué te pasa? —preguntó con brusquedad—. Estás enfadado. ¿Te molesta ver que la mujer blanca está tan grande con el hijo de Crane?
—No —mintió—. Todo eso quedó en el pasado.
—Pero te gustaría tener hijos… varones, ¿no?
Talib le hizo girar la cabeza, que ella todavía apoyaba en el hombro de él, y la miró en los ojos:
—Sí —respondió—, me gustaría mucho.
—Bien —contestó Khadijah—, porque vas a tener uno. Te hice un varón para que gobierne Nueva Cairo.
—¿Qué?
La mirada de ella era juguetona.
—Ya me oíste —dijo—. No deberías estar sorprendido. Lo estuvimos intentando con bastante diligencia.
La abrazó con fuerza, inundado por una sensación de agridulce euforia.
—Eso es maravilloso. ¿Para cuándo?
—Junio —respondió ella—. El próximo junio.
—¿Sabes que es un varón? ¿Te hiciste el examen?
—No necesito examen —dijo ella—. Hice un varón para el Islam. En mi familia somos muy obstinados.
—¡Talib! —gritó Ishmael—. ¡Enciende tu maldito implante auditivo!
Abu besó a Khadijah, sintiendo mariposas en el estómago, y activó la fibra V.
—¡Khadijah está embarazada! —le anunció a todos los que sintonizaban la fibra.
Todos los presentes lanzaron vítores.
—Oremos para que sea un hijo varón —dijo Ishmael—. Ahora, ¿tendrías la bondad de mirar la pantalla?
Talib miró y no quedó sorprendido. En uno de los lados de la pantalla se veía una toma del exterior de las murallas de la Zona de Guerra de Los Ángeles. Habitantes de ella, adultos y niños, estaban de pie formando un grupo grande y cada integrante llevaba una vela. Estaban cantando. En el otro lado de la pantalla estaban pasando el recuento de la votación: la NDI estaba perdiendo.
—¡Estamos perdiendo, y mi hermano hace que nuestra gente cante negro spirituals! —gritó Ishmael, alzando los brazos al cielo—. ¡Un espectáculo para escarnecernos!
—En porcentaje, estamos un punto abajo —interrumpió uno de los observadores del referéndum—. Dos puntos abajo en Phoenix.
—¡Estamos perdiendo la delantera en Nueva York!
—Eso es —dijo Ishmael en voz baja.
Talib miró la pizarra con los resultados generales. Los votos se volvían contra la causa.
—¿Quién está manejando la pantalla de Detroit? —preguntó Ishmael a gritos, en medio de la confusión.
—Yo, señor —respondió un hombre que estaba parado cerca de Talib, que ahora estaba de pie. Khadijah se paró también.
—¡No! —gritó Aziz, agarrando el brazo de Ishmael—. ¡No puedes hacer eso!
Ishmael liberó el brazo con un ademán violento y escupió en el piso.
—Ése es el resultado de haberte escuchado —dijo. Después se volvió hacia el observador del referéndum—. ¿Es el Hermano Elijah el que dirige la acción en Detroit?
—Sí, señor.
—Dile que encienda el fuego, hermano.
—Sí, señor.
En la pantalla grande, Aziz ya había pasado a la Zona de Guerra de Detroit, mientras Talib miraba cómo le llegaba a la multitud la orden de Ishmael. Cesaron de cantar de inmediato, arrojando las velas contra la guardia de FPF, que estaba en fila a una distancia de cuarenta y cinco metros.
La multitud cargó hacia el borde la Zona, gritando:
—¡Alá es grande!
Arrojaban piedras, pero cuando el gas vomitivo cayó sobre el pavimento alquitranado, salió a relucir la verdadera artillería.
—¡Armas de fuego! —bramó Aziz—. ¿¡Qué estás haciendo!?
—¡Lo que debí haber hecho todo el tiempo! —replicó Ishmael—. En estos momentos es la única manera. Quizá podamos conseguir que suficientes teleespectadores se alejen de sus botones de votación. Quizá podamos mantener la delantera. ¡Pongan a Chicago en el micrófono!
—¡El cómputo está descendiendo en Detroit. Ahora hemos bajado el cinco por ciento! —gritó el observador del referéndum.
—Díganles que aguarden —dijo Ishmael, caminando furiosamente de un extremo a otro de la sala. Señaló a un hombre que operaba un pequeño monitor— ¿Cuál es el análisis de comparación en la pantalla?
—Todavía estamos ganando en las ciudades en las que no tenemos presencia —contestó el hombre por el implante auditivo.
—Hermano —dijo Aziz, terciando suavemente por el implante—, respecto de Detroit…
—Abortar Detroit de inmediato —dijo Ishmael. Con el ceño profundamente fruncido, entró a zancadas en el medio de la actividad. La gente estaba trabajando a todo vapor en los monitores y descargando estadísticas.
—¡Cesar todas las operaciones! —ordenó Ishmael. La sala quedó repentinamente en calma, todas las miradas puestas en Ishmael.
Se corrió la voz con rapidez, las zonas rompían su vigilia con velas y los sediciosos ya corrían de vuelta a guarecerse detrás de sus murallas.
—¿Y ahora, qué? —preguntó Aziz.
—¿Y tienes la osadía de preguntarme eso? —Ishmael puso un dedo justamente frente a la cara de su hermano—. Vamos a perder, y te acuso a ti. —Después señaló a Talib—: Y te acuso a ti.
—La violencia no es la respuesta. Te estoy implorando que mantengas la paz —dijo Aziz.
—¡No! —gritó Ishmael.
Giró sobre los talones y, como un torbellino, se alejó de su hermano y se abrió paso a empujones por entre la multitud, saliendo por la puerta lateral sin siquiera echar una mirada hacia atrás.