WASHINGTON, DC
13 DE ABRIL DE 2026, MEDIA MAÑANA
El cóndor de Mohammed Ishmael planeó con suavidad sobre las corrientes térmicas, bien en lo alto de la avenida Constitution, siguiendo a Crane y su caravana de automóviles mientras rodaban a través de la ciudad fantasma de Washington, D. C., en dirección al edificio del Congreso Nacional.
Mucho había cambiado durante el año anterior… y cada cambio trajo sorpresas. Cuando Li Cheun le dijo al presidente de Estados Unidos, en febrero de 2025, que no habría terremoto en Mississippi, no pudo haber conjeturado que a las treinta y seis horas estaría muerto. Y por su propia mano.
El cataclismo en el Reelfoot había sido tan devastador en tantas regiones —y tanto más como consecuencia de la confabulación del señor Li— que, al cabo de un día, resultó obvio que Liang Int. Estados Unidos daría pérdida para el año calendario 2025, la primera en su historia norteamericana.
Al ver las proyecciones financieras, y al ser hombre de honor, el señor Li se empapó en alcohol de quemar, entró en su muy amado diorama, y se prendió fuego. Sumamente considerado el señor Li, pensó Mui Tsao. Su muerte había hecho posible seguir adelante sin tener que cambiar mucho de lo que existía. De haber ido el señor Li al exilio o a prisión, las reglas de la compañía «abrían obligado a introducir un cambio en cada uno de los códigos».
El señor Mui sobrevivió, pues, a un tribunal inquisitorial que la compañía, al dar a conocer todos los registros que había enviado a la casa matriz de Beijing, concernientes a lo que él había calificado como el comportamiento «cada vez más necio» del señor Li. También acusó al finado de «egoísmo y tozudez» en sus tratativas financieras, y juró ser un gerente más sensato y avenible, que pondría a Liang América de vuelta, en el negro en el lapso de un año. Esta última parte era, claro está, una mentira y todos lo sabían, pero el optimismo es fundamental en la teoría de los negocios.
El señor Mui inmediatamente adquirió su propia arpía, un joven y ambicioso hombre de la empresa, llamado Tang. La nueva arpía hacía mucha presión para competir con Yo-Yu en el ramo de los microprocesadores cerebrales, sector en el que Tang tenía gran interés, ya que él mismo era un chipito con dos puertos de conexión.
La verdad de las cosas era que el imperio de Ling Int. se estaba desplomando lentamente, por su propio peso, y que el terremoto de Reelfoot, junto con los ochocientos temblores subsiguientes, no había hecho más que acelerar el proceso.
En 2011, Liang había comprado todas las deudas de Estados Unidos de Norteamérica, todos sus vales pendientes. Básicamente, adquirió la propiedad del país, la mayoría de cuyos impuestos cobrados era destinaba a pagar los intereses de la enorme deuda que se tenía con Liang, aunque una pequeña cantidad de los dólares provenientes de esos impuestos tenía que aplicarse a diversos programas para el pueblo. Liang Int. tan sólo poseía y explotaba Estados Unidos, no quería conservar su inversión. Puesto que la compañía era el gobierno de facto, cuando ocurrió lo de Reelfoot, quedó cargando con las culpas.
Reelfoot había sido lo suficientemente grande como para derribar un gigante: la primera sacudida alcanzó los 8,5 de la escala, casi el tope. Memphis nunca emergió de abajo del Mississippi, aunque el río siguió cambiando de curso durante tres meses después del sismo. Ahora no era más que el recuerdo de una ciudad, un sitio para que los buceadores buscaran tesoros perdidos.
Little Rock y Paducah quedaron lisa y llanamente inhabitables. Nashville quedó gravemente dañada, así como Louisville y Evansville y Carbondale. En St. Louis, el río sumergió la ciudad bajo una ola enorme, derribando el Arco sobre la ciudad en sí y arrasando edificios. En Kansas City, el río Quay salió de madre y ahogó más personas que las que fueron directamente afectadas por el sismo. El lago Michigan también desbordó, y las aguas de la inundación, junto con los temblores subsiguientes en Chicago, derribaron las torres negras gemelas donde estaban las oficinas de Liang, en Dearborn.
Knoxville, Lexington, Frankfort, Indianapolis, Fort Wayne, las dos Springfield (de Missouri y de Illinois), Jefferson City. Todas esas ciudades padecieron daños en los grados VII y VIII de la escala Mercalli.
Cuatro diques del sistema TVA se desplomaron, inundando Tennessee e interrumpiendo el suministro de energía hidroeléctrica a una región del continente que todavía la utilizaba. Los malecones de Mississippi y Louisiana se desmoronaron.
La tasa de mortandad llegó a casi tres millones de personas; la acongojante cantidad de diez millones de personas quedó sin hogar. Los daños se calcularon en centenares de miles de millones de dólares.
Liang era una operación comercial sin elementos superfluos, que hacía marchar la producción en relación con los recursos naturales. Centenares de plantas químicas, fábricas de papel, fábricas de automóviles y fabricantes de escudos se hundieron con el terremoto, por no mencionar las bocas de expendio minorista. Liang era propietaria de esos productos para venderlos. La gente acudió a su gobierno para solicitar ayuda financiera, y Liang Int. se encontró en la nada envidiable posición de exigirse el reintegro a sí misma.
No se lo podían permitir. Tampoco se lo podían permitir sus aseguradoras.
La casa matriz simplemente decidió probar si se podía hacer que el flujo de bienes y servicios regresara a través de la región y se reconstituyera con lentitud. Con ese propósito, la compañía declaró que la región del terremoto era una pérdida total y la abandonó, dejando al Medio Oeste estadounidense convertido en una zona muerta de edificios derrumbados y sueños deshechos, en la que pululaban la pobreza y las enfermedades. La pérdida en ingresos brutos fue tremenda; las relaciones públicas quedaron destruidas.
El presidente Gideon se había convertido en el hombre más odiado de Estados Unidos. Se negaba a renunciar porque necesitaba el sueldo, y no podía echarle la culpa al señor Li, que era quien realmente la tenía, porque eso habría significado admitir que, en primer lugar, había sido el señor Li el que le decía qué debía hacer. Gideon se había convertido en prisionero en su propia Casa Blanca.
El cóndor del hermano Ishmael descendió hasta el nivel de la copa de los árboles, para obtener tomas cercanas de la caravana de automóviles mientras se acercaba al Capitolio. Los ocupantes de los vehículos se apuraron a salir de ellos y entrar en el edificio.
La versión compaginada de la videopelícula de Jimmy Earl, La mejor última esperanza, había sido el espectáculo más mirado del mundo en 2025, lo que a su creador le había traído premios y fama e, incidentalmente, lo había vuelto a Lewis Crane el hombre más adorado y reconocible del país.
Después estaban los habitantes de la Zona de Guerra que escaparon del cataclismo en Memphis y habían ido al sur y asumido el control militar de una pequeña ciudad llamada Friars Point, Mississippi. Rebautizada Nueva Cairo, la ciudad atrajo cincuenta mil refugiados.
El Mississippi siempre había cruzado la ciudad. Ahora estaba a varios kilómetros de distancia, pero había dejado detrás el cieno más rico de toda la faz del planeta. Muy pronto, a los cincuenta mil iniciales se les unió un millón más de africs del sur disgustados, fugitivos de las zonas o cualquier musulmán que quisiera empezar una nueva vida. Las fronteras originales se ampliaron, tomaron cada vez más terreno y expulsaron a los dueños anteriores de las tierras. Al final, el señor Mui se vio forzado a intervenir.
Mui consideraba la expansión del islam como algo inevitable. Además de eso, no estaba por tomar a su cargo los gastos de una guerra total para echarlos de esas tierras. Lo que hizo, de hecho, fue crear otra Zona de Guerra más grande que la anterior. Inmensa, para decirlo con sinceridad. Construyó una muralla de doscientos diez metros de altura que rodeó por completo a Nueva Cairo, aunque a varios kilómetros de las líneas del frente y sin representar una amenaza directa. A la gente se le permitía viajar libremente, si iba desarmada, hacia y desde la zona amurallada.
La NDI estableció contactos de inmediato con otros estados islámicos de todo el mundo, los que proveyeron alimentos y materiales mientras la nueva Zona de Guerra se ponía de pie por sí misma. Poco después, el hermano Newcombe fue a ver a Yo-Yu y celebró un contrato de intercambio comercial que le brindó a la NDI suficientes escudos para cubrir los cultivos del delta que necesitara desarrollar con el objeto de que Nueva Cairo se vuelva autosuficiente.
Funcionó. Lo que también funcionó fue la violencia, la escalada cada vez mayor de la guerrilla y la guerra económica, con confrontaciones implacables con la FPF y con amenazas, o boicots reales, de los productos de Liang Int. En el sitio sagrado interno más recóndito del liderazgo de la NDI, la escisión era más profunda que nunca: Martin Aziz y Dan Newcombe contra Ishmael… sin que ninguno de los dos bandos pudiera demostrarse en forma concluyente. Era un empate.
Sumi Chan se cernía desde su elevada posición en la Cámara de senadores y presidía las reuniones de esos engreídos, siempre sonrientes y amables, pero completamente falsos, que se llamaban a sí mismos congresistas. Estaban «debatiendo» la cuestión de aprobar o no, una resolución no vinculante que, merced a un milagro de completa retórica y deslumbrante falta de lógica, le echaría la culpa al consorcio Yo-Yu de la tragedia de la hendedura de Reelfoot.
—Señor presidente —dijo la congresista de Nueva York—. Desearía concederle tres minutos de mi tiempo al honorable senador por Arkansas/Oklahoma.
—Se toma nota —dijo Sumi en forma automática—. Tiene usted la palabra, señor Gerber.
—Gracias —dijo el caballero, con el aplomo de un estafador.
Cuando empezó a hablar, Sumi dejó vagar su mente. Todavía tenía que entender por completo por qué estaba ahí. Y el único hombre que se lo podía decir había muerto hacía mucho. Se las había arreglado para evitarlo desde el momento en que tomó este empleo hasta su muerte, porque lo temía en lo sexual. Ahora estaba sentada ahí, aburrida y sola, el símbolo del liderazgo político estadounidense, ya que Gideon se había escondido en la Casa Blanca.
—¡Señor presidente! —La voz la sobresaltó. Uno de los pajes del Senado la tironeaba de la manga—. Alguien quiere verlo. Dice que es importante.
—¿Quién?
—Lewis Crane.
—¿Lewis Crane está acá? —preguntó en voz suficientemente alta como para que se oiga en la cámara.
—Está aguardando en el pasillo, señor.
—Mi Dios —dijo Sumi. No había tenido contacto personal con Crane desde lo de Reelfoot. Se volvió hacia el paje, un chico con acné, hijo de un juez de la Corte Suprema, y dijo:
—Llévelo a la antigua Corte Suprema, en el piso de abajo. Me reuniré con él en un instante.
El paje se alejó presuroso. Ahora, Sumi estaba completamente alerta y excitada. Crane pudo haber sido muchas cosas, pero nunca aburrido. Le entregó el mazo al oficial de orden, para que éste llame al presidente de la mayoría, y se escabulló de la cámara y salió a las salas vacías, en las que retumbaban sus pasos. Había oído que, otrora, cada año venían aquí seis millones de visitantes para escuchar los trámites legislativos y ver la democracia en acción. Nadie venía ahora. Todos los miembros del Congreso eran anacrónicos, que vivían su vida en un edificio de doscientos años que se estaba cayendo a pedazos debido al nepotismo de George Washington, que eligió su propia cantera de roca de inferior calidad como fuente de material para construir esta maldita cosa.
Lewis Crane había venido al territorio de Sumi. Debía querer algo, pero Crane siempre quería algo. Ahora quería algo antes de que Yo-Yu asumiera el poder. En un gobierno en el que los votos se compraban, el rival de Liang tenía más poder adquisitivo. Yo-Yu podía tomar el control del gobierno sin ganar un solo escaño en las elecciones. Hasta a la propia Sumi habían intentado sobornarla… y ella había considerado la posibilidad. Estados Unidos era propenso a ejercer ese efecto sobre la gente.
Crane esperaba con Lanie en la conservada galería de la diminuta sala del tribunal del siglo XVIII, mientras el resto de la comitiva visitaba todo el edificio. La sala era un incongruente espacio reducido, habida cuenta de las grandes decisiones que se habían anunciado ahí —Dred Scott, Marbury contra Madison—, notables precedentes en la jurisprudencia. La sociedad estadounidense moderna se había formado en este lugar, para después reconstruirse en el gran edificio, estilo imitación griego, que estaba en la acera de enfrente.
Lanie puso su mano sobre la de él.
—No te preocupes —susurró como si estuviera en una iglesia cosmi—, va a resultar.
—No lo hemos visto a Sumi desde hace mucho.
—Tengo fe en ti —dijo Lanie—. Vienes al sitio adecuado en el momento adecuado.
Crane esperaba que ella tuviera razón, pero él era escéptico… y, sentía, adecuadamente cínico respecto de la política. Haría sus juicios sobre Sumi después de que hubieran hablado. El brazo lisiado le dolía terriblemente. A la tarde se iba a producir un terremoto de gran magnitud en la placa de Cocos, en el sitio en que se encontraba con la del Caribe. Más tarde, esa misma noche, en África, la Gran Grieta se iba a separar un poco más, cuando parte de ella se apartara de sí misma, creando rocas y abriendo enormes fisuras. Mañana iban a tener lugar avalanchas de lodo en California. La evacuación de las zonas afectadas ya se estaba efectuando gracias al Informe Crane, su boletín mensual sobre el estado de la Tierra. Eso le daba a las poblaciones un margen de dos meses de adelanto respecto de cualquier sismo inminente.
—¡Crane! —le llegó una voz desde el vano de la puerta. Se volvió para ver a Sumi Chan, en piyama negro de seda, parado con los brazos extendidos y una amplia sonrisa.
Crane se paró de un salto para apurarse y darle a Sumi un abrazo de oso.
—Se te ve bien.
—Los ojos pueden engañar —contestó Sumi, dejándolo a Crane para ir a saludar a Lanie—. Felicitaciones por su inminente matrimonio. Espero ser invitado a la ceremonia.
—Es por eso que estamos aquí —dijo Crane, mientras Sumi besaba a Lanie en la mejilla—. Queríamos invitarte personalmente.
—Bien —contestó Sumi, volviendo a mirar a Crane y sonriendo—. ¿Y quizá para tratar algún negocito mientras estás aquí?
—Siempre puedo tratar negocios —dijo Crane, mientras los tres tomaban asiento. Crane observó una cierta flojedad en los rasgos de Sumi. Ese hombre necesitaba un desafío. Sacó una revista del bolsillo trasero y se lo dio.
—Aquí tienes, el nuevo Informe Crane, recién salido de la imprenta.
—Ya tengo uno, es lectura obligatoria para cualquier jefe de Estado en ejercicio. ¿Cuándo es el gran día?
—El 23 de julio —dijo Lanie—, a las 14:37 exactamente.
—En la cadena del Himalaya —completó Lewis.
—Himalaya —sonrió Sumi—. Tu suerte aumentó desde la última vez que nos vimos, amigo mío.
—Al igual que la tuya.
—No, yo simplemente estoy haciendo lo que hacía cuando te conocí, alharaca y relaciones públicas, con la diferencia de que ahora lo hago en otro sitio. Me siento como un cuidador, que se limita a vigilar el cargo hasta que aparezca el verdadero vicepresidente.
—¿Entonces es cierto lo que oí decir sobre Yo-Yu? —preguntó Lanie.
—Probablemente más cierto que lo que te imaginas —repuso Sumi—. El consorcio se anotó varios puntos con nuevos chips que, según me dijeron, son mejores que la endorfina. La gente quiere a Yo-Yu. Una vez que iniciaron su proyecto para regeneración del ozono, supe que Liang estaba derrotada. Yo-Yu se las arregló para reponer el cinco por ciento de la capa de ozono, y eso nada más que en este año. A la gente le gusta eso; vota por eso.
—¿Tu poder desapareció por completo? —preguntó Crane
—No por completo —contestó Sumi, la mirada volviéndose ya penetrante—. ¿Cómo está el doctor Newcombe?
—En estos últimos meses no lo he visto mucho en persona —contestó Crane—. Está en su año sabático, tratando de afinar su ecología de terremotos para que se adecué más a la licuación del suelo. Lo vemos todo el tiempo en televisión, empero.
Sumi asintió con la cabeza.
—Está en Washington más que yo. Nueva Cairo sigue siendo noticia para el público, y Newcombe es el vocero de la NDI. Creo que su conversión pública tiene mucho que ver con la mayor aceptación que la gente tiene por la Nación del Islam.
—Es geólogo, no político —dijo Crane, sin molestarse por ocultar su desprecio—. Necesita pasar más tiempo en las cosas importantes.
—¿Hemos tocado un punto sensible, acaso? —preguntó Sumi.
—Dan tiene talento —contestó Crane, encogiéndose de hombros—. Desperdiciar su talento en tonterías es algo que me resulta incomprensible… sin pretender faltarte el respeto.
—Hay gente que encuentran que la idea de un Estado islámico en Estados Unidos es algo más que una tontería —repuso Sumi—. Sé que la gente de Liang lo considera prioridad número uno.
—La gente de Liang se puede ir…
—Crane —lo interrumpió Lanie, señalándose el microteclado de pulsera.
Él asintió con la cabeza; después sonrió, sorprendido de encontrarse nervioso.
—¿Te preguntaste por qué nunca traté de ponerme en contacto contigo durante tanto tiempo?
—Supuse que estabas enojado conmigo —dijo Sumi, haciendo una leve inclinación de cabeza.
—Oh, Sumi, no. Piensa en ello. ¿Quién mejor que yo para entender cómo a una persona se la puede someter a presión, se la puede atormentar y, finalmente, obligar a que haga algo que realmente no desea hacer? ¿Quién mejor que yo para entender las explicaciones racionales que llevan a una persona la conclusión de que el fin justifica los medios? —Movió la cabeza en gesto de negación, en su cara una expresión que era a la vez de sabiduría y de compasión—. Dejé lo pasado atrás. Por favor, créeme, y no vuelvas a pensar en eso.
Sumi y Crane se miraron con fijeza: habían establecido contacto, y había comprensión y perdón entre ellos.
Crane se aclaró la garganta.
—Pasé el último año trabajando en un proyecto especial, algo verdaderamente grande pero, para terminarlo, necesito tu ayuda.
—Me duele admitirlo, Crane, pero en estos tiempos resulta muy difícil conseguir dinero del Estado para investigación y desarrollo. Es lamentable, pero alguien de Beijing tendrá la última palabra en cuanto a la concesión de fondos…
—No quiero fondos. Quiero autorización y ratificación. La fundación es rica. La apuesta de tres mil millones de dólares, ya sabes. Además, empezamos a publicar el informe y el mundo paga por el informe en sí, por la ecología de los terremotos en las zonas pronosticadas, por la evaluación medulosa de los posibles daños, y por la obtención de asesoramiento en general. Nuestra prosperidad supera todos mis sueños.
—¿No necesitas fondos? —preguntó Sumi, frunciendo el entrecejo—. ¿Pero qué puedes querer de mí si no quieres prenderte de la teta? ¿Qué podría yo tener para ofrecerle al hombre que tiene todo el dinero que necesita?
La boca de Crane estaba seca. Metió la mano en el bolsillo y extrajo un diminuto disco.
—Dale una mirada a esto —dijo, entregándoselo—. Explicará mucho.
Sumi introdujo el disco en su propio microteclado y después miró en derredor, buscando una pantalla.
—¿Me podrías prestar tus antiparras, por favor?
Lanie le dio a Sumi unas antiparras adicionales que llevaba en su bolso de tela, al que ella denominaba bolso con-todo-lo-que-Crane-necesita-para-sobrevivir-por-el-camino. Lanie hizo una inhalación profunda, nerviosa y tenía los ojos muy abiertos. Las cartas estaban echadas.
—Prueba en la fibra L —dijo Crane, mientras Sumi se bajaba las antiparras y tocaba la tecla.
—Una vez que termines con este trabajo, te podría utilizar como encargado de las relaciones públicas —bromeó Crane.
—¿Soborno, Crane? —preguntó Sumi, siguiéndole la broma—. Esto debe de ser verdaderamente importante.
—Lo es. Pero, ahora en serio, siempre tienes un puesto esperándote. Espero que lo sepas.
—El globo —dijo Sumi, sonriendo.
—Sí —dijo Crane, con tono de padre cariñoso—. Te hemos extrañado en la fundación, Sumi.
El globo estaba girando con rapidez. ¡Si Sumi tan sólo supiera, pensaba Crane, lo que había acontecido con el globo durante este último año! Había evolucionado a velocidad asombrosa, convirtiéndose en algo que había sobrepasado las fantasías más alocadas que pudo haber tenido Crane cuando contrató a Lanie. La función cognitiva del globo no admitía reproches pero, lo que era más importante, estaba desarrollando conciencia… Forzó su atención para que vuelva a la imagen del globo girando. Su reflector encontró y destacó California, mientras la rotación iba disminuyendo.
Estaban contemplando California, la imagen llenando todo su campo visual en las antiparras. El mundo era verde y marrón; los océanos, azules; las ciudades, vibrantes en amarillo pálido, amistoso.
—Muy bien —dijo Crane—. ¿Recuerdas dónde está el Amortiguador de San Andrés?
—Justo al sur de Bakersfield, ¿no es así? Monte Pinos.
—Sí.
El Amortiguador de San Andrés era una inflexión en s que había en la línea de falla, una protuberancia o pliegue similar a un reborde, donde la placa del Pacífico, que se desplazaba hacia el norte, y la placa de Norteamérica, que lo hacía hacia el oeste, estaban trabadas. El desplazamiento inexorable continuaba y las placas, titanes monstruosos e imparables, se empujaban entre sí. La presión estrujaba cada vez más el Amortiguador, sometiendo la roca a un esfuerzo deformante cada vez mayor.
—Ahí —dijo Crane—, ¿ves la zona roja que se abre en la base?
Una luz rojo brillante titiló justo al sur de Bakersfield, y empezó a reptar a través de una línea de falla que, al final, abarcaba una enorme losa de la placa del Pacífico, hasta llegar a Filipinas. Los Ángeles estaba del lado equivocado de la falla que se estaba desgarrando. Lo mismo pasaba con San Francisco. La rasgadura descendía ininterrumpida hacia el sur, hasta adentro de México, escindiendo la península de Baja California en el extremo norte del Golfo de California.
—El punto rojo es tan grande en el Amortiguador —dijo Sumi
—Eso se debe a que todo el Amortiguador está pronto a partirse. Mira.
Sumi quedó sin aire.
Todo el reborde estaba pulsante en rojo, deformándose. Después, simplemente se desmoronó, como si todo el esfuerzo se hubiera aliviado de golpe. La placa del Pacífico se desplazó. No había gente representada en el globo pero, cuando las ciudades amarillas empezaron a palpitar en un feo rojo, cualquier ser humano que mirara podría oír los alaridos de centenares de miles de personas heridas y moribundas.
—Lo que estamos mirando es la verdadera separación del sur de California de la placa de América del Norte —dijo Crane—. Se está convirtiendo en una isla que contiene la osamenta de dos de las principales ciudades del mundo, por no mencionar que toda la California del lado oceánico, tan intensamente desarrollada, se convierte en cadáver. ¿Ves? Nació un nuevo minicontinente, que se desplaza hacia el norte.
El trozo de continente lentamente se arrastró hacia su eventual subducción por debajo del lomo norte de la placa.
—Asombroso —susurró Sumi—. ¿Y el año?
—Sigue mirando.
Crane llamó por el microteclado a Lanie, quien se quitó las antiparras para mirarlo fijo. Él se encogió de hombros, ella hizo lo mismo y después le sopló un beso, antes de volver a acomodarse las antiparras.
Crane se colocó de nuevo las suyas en el preciso momento en que los números 6 - 3 - 2058 aparecían en la pantalla.
—Quiero recordarte, Sumi —dijo—, que ésta no es una simulación ni un conjunto de especulaciones. Estás mirando en una bola de cristal y contemplando, de manera directa, el futuro, el futuro real.
—Treinta y dos años. —Sumi apretó el microteclado para detener el disco. Todos se levantaron las antiparras. La cara de Sumi estaba contraída y pálida—. Qué tristeza se debe sentir cuando se mira tanto horror todo el tiempo, cuando se sabe cuan inevitable es.
—Pero ¿es inevitable? —preguntó Crane, viendo cómo los ojos de Sumi se entrecerraban como ranuras.
—Me acabas de decir que estuve mirando en una bola de cristal.
—Una bola de cristal que muestra el futuro que será real únicamente cuando llegue.
—No entiendo.
—Pon la otra cara del disco. Deseo que mires otro futuro.
El globo se volvió a encender dentro de las antiparras. El tiempo volvió atrás.
—Mira más hacia el sur de la Falla, en el valle Imperial Observa cómo se abre una pequeña zona roja.
Mientras Crane hablaba, un pequeño punto rojo a lo largo del brazo sur de la Falla de San Andrés brilló en rojo durante varios segundos. Después desapareció.
—¿Qué fue eso? —preguntó Sumi.
—Mira —dijo Crane—. El globo va a cobrar velocidad.
Rotaba violentamente en persecución de los años, para finalmente detenerse en California. Una vez más en los números 6 - 3 - 2058, pero ahora daba la impresión de que todo estaba intacto y sereno. El espectáculo terminó. Los espectadores se quitaron las antiparras. Sumi miró fijamente a Larde; después, a Crane.
—Muy bien. ¿Qué pasó…, cómo se produjo la diferencia?
—Le pregunté al globo —dijo Crane, haciendo una pausa para el efecto dramático— si era posible evitar la destrucción de California mediante la fusión de las placas.
—¿Cómo se fusionan placas tectónicas, Crane?
—Calor. Un calor tan intenso que funde la roca sólida y hace que quede adherida.
—¿Y cómo generarías un calor tan intenso?
—Una reacción termonuclear es la única manera que se me ocurre. En este caso en particular, una explosión de cinco gigatones a lo largo de un tramo de diez kilómetros bajo tierra, treinta y dos kilómetros por debajo de la superficie del planeta, justo en el punto que indicó el globo.
—Estás hablando de una explosión miles de veces más poderosa que cualquiera que se haya detonado con anterioridad.
Mientras asentía vigorosamente con la cabeza, Crane dijo rápidamente.
—Pero desviada hacia abajo, hacia el núcleo termonuclear de la Tierra. Ni siquiera produciría una onda pequeña en la superficie. Lo hemos simulado: funciona.
—¿Pero cómo podrías saber que no habría de redundar en otra cosa que no fuere una rotura de importancia en la Falla y en el apresuramiento de la destrucción catastrófica?
—Sumi, ¿no me dijiste que el Informe Crane es lectura obligatoria para todos los jefes de Estado? Pues bien, el Informe Crane se basa sobre las funciones del globo, y todavía no equivocó. En este caso lo estamos usando nada más que de una manera ligeramente distinta. Piensa en esto: fusionar las placas más hacia el sur de la falla, donde no hay esfuerzos deformantes por el momento, eliminará toda la presión sobre el Amortiguador. De hecho, esta única soldadura en verdad frenaría la velocidad de la deriva continental, al volver a unir las dos placas. Durante cincuenta años posteriores al acontecimiento, en estas dos placas comprobamos una disminución de la deriva del ochenta por ciento, con una disminución concomitante en la actividad sísmica.
Sumi se puso en pie de un salto y empezó a recorrer la estancia de un lado a otro:
—¿Estás seguro de que el esfuerzo deformante no va a saltar por otro lado? Quizás estemos destruyendo Sudamérica para salvar Los Ángeles.
—En el globo avancé doscientos cincuenta años, y no encontré actividad alguna que ya no estuviera destinada a ocurrir. Quizá mucho más adelante pueda haberla, ¿pero cuánta seguridad quieres? Hemos aprendido que esta única soldadura reduce la actividad mundial de los temblores en un siete por ciento.
—¿Lo dices en serio?
—Lo digo en serio.
Sumi salió de las filas de asientos, para pararse al final del pasillo. Señaló a Crane.
—Esto apunta a algo que es más grande que California, ¿no?
—Sí —dijo Crane sin ambages—. El globo me mostró cincuenta y tres puntos para soldadura que, una vez completados, detendrán por completo la deriva continental, junto con los terremotos, volcanes y tsunami asociados con ella. Supuse que hablarle al mundo respecto de hacerlo será muchísimo más fácil, una vez que demostremos que funciona en un solo sitio.
—¡Treinta y dos años es el lapso de dos vidas para un político! Eso plantea problemas.
—Es más difícil que eso —dijo Crane—. Únicamente tenemos una ventana de cinco años, como máximo, en la soldadura de San Andrés. Para septiembre del 2033 la presión habrá aumentado lo suficiente, todo a lo largo de la falla, que la soldadura no será posible sin dar comienzo a un terremoto de grandes proporciones.
Sumi avanzó por el pasillo y se sentó al lado de Crane, mirando hacia el asiento de los jueces.
—¿Y qué necesitarías, exactamente, del gobierno?
—Muchas cosas, menos dinero. Por empezar, tendríamos que resolver la manera de sortear la prohibición de detonar armas termonucleares. Yo necesitaría los permisos adecuados para hacer excavaciones en el valle Imperial, en el pliegue sinclinal de Saltón. Y, por supuesto, necesitaría acceso a los depósitos de armas termonucleares.
—Quizá —dijo Sumi— no sea tan difícil como piensas.
—¿Qué quieres decir?
—Eres un experto en armas termonucleares —respondió Sumi—. ¿Recuerdas el desarrollo de la primera bomba atómica?
—El proyecto Manhattan —dijo Crane—. ¿Qué hay con eso?
—Se hizo en el máximo secreto, el gobierno lo trataba como medida de seguridad nacional, sin decírselo a alguien casi hasta el momento mismo en que la dejaron caer sobre los japoneses.
—¿Estás sugiriendo que podríamos hacer todo esto en secreto? —preguntó Lanie.
Sumi asintió con la cabeza; después miró a Crane y le tocó el brazo.
—Siempre tuve fe en ti. Si me dices que esto es posible, pues entonces tengo fe en que es posible. Eres un hombre bondadoso. Yo te causé mucho daño y estoy en deuda contigo, y tú sabes que lo estoy. Es una obligación.
—No, Sumi, a mí nunca…
Sumi alzó la mano, pidiendo silencio.
—Por favor. Permíteme recuperar el honor y el respeto por mí mismo. Liang Int. sufrió un duro revés. En última instancia aprobarían el proyecto si lo pudiéramos llevar a cabo cerca de las próximas elecciones, y triunfamos… En especial si no tienen que pagar nada: ése es el caballo que corre tapado en este asunto.
—Entiendo —dijo Crane.
—Sería en absoluto detrimento de todos que esto se filtrara al mundo exterior. Ya me puedo imaginar el clamor, en especial al estar la Nube de Masada circunnavegando el mundo cada diecisiete días, para recordarle a la gente el terror termonuclear. Éste puede ser un período histórico para ti y la posibilidad de poner por fin, en práctica tu sueño. ¿Supongo que es a esto a lo que estabas apuntando todo este tiempo?
__Tu suposición es correcta.
—Será el trabajo de venta más grande en la historia del mundo, pero estoy listo para emprenderlo. Los aspectos son tan buenos como se puede esperar. Sin embargo, para vender el programa necesito más de ti que este disco: ¿tú lo financias todo, hasta el último centavo?
—Estoy preparado para hacerlo.
—Pues entonces sólo tengo que convencer a la gente apropiada sobre la factibilidad del proyecto. Y conseguir que todo esté por escrito. Imagino que analizaste todos sus pros y sus contras.
Crane asintió con la cabeza.
—Es eso lo que me pasé haciendo este último año. Conozco cada argumento en contra, y cada argumento para rebatir el anterior. —Buscó en el bolsillo y extrajo otro disco—. Todo está ahí.
Sumi tomó el disco.
—Eres un hombre temido y respetado en Liang Int. Cayeron una vez en el lado contrario a ti, y lo pagaron caro. Querrán escuchar. —Se guardó el disco en el bolsillo y se puso de pie—. Pondré manos a la obra de inmediato.
Crane también se paró.
—¿Lo harás, en verdad, lo harás?
—Sin la menor duda. Esa puede ser la razón por la que estoy en el planeta: nada más que para hacer este trabajo.
Lewis Crane, duro como la roca y centrado como un epicentro, se desplomó en su asiento, estupefacto.
—No sé cómo agradecerte. Yo…
—No —dijo Sumi, sacudiendo vigorosamente la cabeza hacia un lado y otro—. Soy yo quien te lo agradece. Ahora puedo recuperar mi honor.
Se inclinó ceremoniosamente y salió rápidamente de la cámara. Crane estaba temblando, casi deliraba.
Lanie lanzó un chillido y le pasó los brazos alrededor del cuello:
—¡Lo lograste! ¡Lo… lograste! ¿Cómo te sientes? Crane se secó los ojos y besó a su futura esposa. —Me siento como si me hubieran sacado de los hombros el Peso de cinco mil millones de años.
NUEVA CAIRO
16 DE JULIO DE 2026, 14:00
Abu Talib, también conocido como Daniel Newcombe, estaba de pie en un enorme algodonal, junto con representantes de las repúblicas islámicas de Argelia y Guatemala. Todos los días venían dignatarios islámicos a presentarle sus respetos o a negociar contratos comerciales con Nueva Cairo. En estos precisos momentos, el algodón era el rey.
Al convertirse al islam, Newcombe empezó a ser el hermano Abu Talib que era el nombre del tío de Mohammed y su partidario más grande de toda la vida, quien tampoco había creído en la misión del profeta, del mismo modo en que Newcombe/Talib tampoco creía en los principios del islam ni en la filosofía del hermano Ishmael. Era la manera en que el hombre ateo abrazaba la religión.
El campo se extendía centenares de hectáreas. Las pantallas de Yo-Yu a tres metros por encima, lanzaban un reflejo levemente azulado. A la distancia, la muralla de Liang dividía el horizonte. Cientos de personas trabajaban en el campo que los rodeaba. En ese mismo instante, los algodoneros se asemejaban a pequeños arbustos muertos, pero la tierra era negra y rica, y las lluvias de primavera ya estaban a pocas semanas de distancia.
Ali García, representante comercial de Guatemala, estaba en cuclillas al lado de una planta, mirándola con el entrecejo fruncido.
—¿Éste será algodón de las tierras altas estadounidenses? —preguntó, mientras sus dedos jugaban con una ramita muy delgada.
—El mejor del mundo —le contestó el hermano Talib—. Ahora no parece gran cosa, pero las flores se empezarán a formar después de las lluvias. Una vez que se marchiten se forma la vaina, la que en un par de meses estará madura. Ustedes podrán tomar el envío a mediados de agosto.
—¿Qué pueden producir en un campo como éste? —preguntó el argelino Faisal ben Achmed.
—El año pasado obtuvimos ochocientos mil balas de algodón, y sin saber lo que estábamos haciendo. Este año duplicaremos esa cantidad. ¿Están interesados?
—Por supuesto que estamos interesados —dijo García—. ¿Qué esperan a cambio?
Inversiones de capital, maquinaria agrícola, ganado en pie y materiales de construcción —contestó Talib—. Estamos cavando, atrincherándonos, hasta que el resto de nuestra gente sea bienvenida en la madre patria. Queremos establecer una base sólida a partir de la cual podamos crecer.
—Kwiyis —Faisal asintió con la cabeza—. La gente de ustedes es fuerte y su suelo está bendecido. Serán un buen agregado a nuestra familia internacional.
—Si queremos tomar el transbordador a Belice, debemos irnos —dijo García, poniéndose de pie.
—¿Están seguros de que no se pueden quedar y comer conmigo? —preguntó Talib—. Los alimentos son deliciosos y todos se cultivan aquí, en Nueva Cairo. Permítanme extenderles mi plena hospitalidad.
—Alfshukre —contestó Faisal—, pero no, y lo lamentamos. La hospitalidad de Abu Talib es famosa.
Talib inclinó levemente la cabeza, y después los condujo a través de los campos hasta el camino principal, bajo un sol pesado, quemante. Allí los aguardaba un vehículo.
—¿Qué tan grandes son los territorios ocupados? —preguntó García, mientras el conductor abría el foco y salía raudamente.
—Somos la esquina noroeste de los territorios —contestó Talib—. El Mississippi nos divide de Arkansas y Louisiana, y nos brinda una frontera natural en el sur, hasta el Golfo de México. Nos extenderemos hacia el este, hasta el océano Atlántico. Habrá suficiente lugar.
—Por ahora —dijo Faisal, y todos rieron.
—¿Los estadounidenses capitularán? —preguntó García.
—Así lo espero —respondió Talib—. Sinceramente, así lo espero.
Viajaron a través de algodonales, campos de soja y arrozales; después pasaron frente a las granjas lecheras, y más adelante se veían gallineros. Los alojamientos estaban dispersos en los campos, para que los trabajadores vivieran cerca. Estaban realizados en forma de edificios de tres pisos, con departamentos hechos con ladrillos cocidos en Nueva Cairo. La construcción de viviendas era una importante preocupación, y siempre estaba haciéndose a todo vapor. Al carecer del equipo adecuado desde el comienzo, la industria de la construcción era casi bíblica en sus métodos, algo que Talib quería rectificar lo más pronto posible.
Le encantaba el respeto con el que se lo trataba en estos días. Con Crane había vivido en las sombras. Aquí era él quien hacía la sombra, y era una sombra grande. La mayoría pensaba en él, no en el hermano Ishmael, cuando se mencionaba el Estado islámico. Eso puso a los dos hombres en una extraña posición, en especial porque Talib no consideraba a Ishmael como su líder espiritual.
Arboles de magnolia muertos y gente viva bordeaban la carretera que conducía al casco de lo que había sido una plantación antes de la guerra civil y que ahora servía como sede gubernamental y religiosa de Nueva Cairo. A Yo-Yu se le había dado permiso para construir una planta de escudos en el Estado amurallado y, a cambio, estaban diseñando escudos para árboles, de modo que la regeneración de los miles de árboles de magnolia y los algodonales de Nueva Cairo pudieran ponerse en marcha.
Talib les deseó a sus huéspedes sahbah innoor y dispuso que el conductor los trasladara. Se abrió camino por entre la multitud que atestaba la entrada principal a la Casa de Gobierno. Siempre había multitudes, ya fuere de gente que se quejaba o, lo que era más frecuente, de refugiados que buscaban asilo. No bien Talib consiguiera levantar otro edificio, iba a hacer que Inmigración se mudara al punto geográfico de Nueva Cairo que estuviera más lejos de donde él estaba.
No bien lo reconocían, la gente se apartaba ante él. Él era una Presencia, se lo consideraba la palabra de Ishmael encarnada, y se lo trataba en consecuencia. Y era el único estadista de la NDI: el hermano Ishmael se rehusaba a asumir ese papel, y también a visitar Nueva Cairo hasta que, según decía, «todos mis hermanos tengan libertad para hacer el viaje de vuelta a casa».
Por eso, para los ciudadanos, Abu Talib era quien gobernaba Nueva Cairo. Hasta la fecha no se le había negado ninguna solicitud, por lo que su condición de amo supremo no estaba en discusión. El primer año de Nueva Cairo había transcurrido lleno de penurias —emocionales, físicas y financieras—, pero habían sobrevivido y la colonia estaba alcanzando buenos resultados. Talib había sido responsable, en gran parte, de ese éxito.
Era lógico que, cuando decidió tomarse la licencia del año sabático, fuera allí. Estaba cerca de la acción y se lo respetaba, y, por empezar, podía trabajar con el mismo suelo que había sacado de sincronización a su ecografía sísmica. Además, Crane y Lanie estaban lejos. Él trabajaba con mucha intensidad para olvidarlos a ambos… con muy poco resultado.
Había instalado su laboratorio en un dormitorio grande con un amplio balcón donde trabajaba y dormía. Dejaba las puertas-ventana abiertas toda la noche para sentir la brisa. Ingresó luego de marcar su código y trabó la puerta detrás de sí.
—Assalamu ahlaykum —le llegó una voz de entre el zumbido de las computadoras y sismogramas.
Se dio vuelta, sorprendido: Khadijah lo estaba contemplando.
—Wiahlaykum issalam —respondió él, cruzando la distancia entre ellos para besarla en ambas mejillas—. ¿Qué te trae hasta aquí, a Ciudad Afric? Estás muy lejos de casa, muchacha.
—Mi hermano me envió. Quiere que me «acostumbre a la llanura aluvial». ¿Siempre hace este calor?
—La mayor parte del tiempo —dijo Talib, y rió—. Odio decirlo, pero me gusta volver a verte.
—Gracias. En realidad, estoy contenta de haber venido.
—Pues si pretendes quedarte un tiempo —dijo Talib—, recuerda usar velo cuando salgas: éste es un Estado islámico.
Khadijah sonrió.
—Lo averigüé de la manera más difícil: alguien me tiró una roca cuando estaba entrando.
—¿Y tú qué hiciste?
—Se la tiré de vuelta.
Talib lanzó una risita breve.
—También habrá que ponerte a trabajar —dijo—. Ésa es la regla aquí.
—¿En los campos? —preguntó horrorizada.
—O en la construcción, o en las instalaciones sanitarias, o en el mantenimiento de los escudos…
—Suficiente. Hablaremos sobre eso mañana. —Señaló el licuador—. ¿Qué hace eso?
—Cuando termine de ingresar datos —explicó Talib—, voy a duplicar los terremotos del año pasado. Éste es un mapa geológico exacto de esta región. Lo llené con sensores diminutos para leer los cambios. Con suerte, el río alterará su curso y, en último caso, terminará donde está hoy. Si lo hace, significa que hice mis cálculos correctamente. Si no lo hace, deberé regresar a lo básico.
—¿Cuántas veces lo intentaste?
Él alzó las cejas.
—Una docena, más o menos. En la ciencia no existe la recompensa instantánea. Pero me estoy acercando.
Khadijah le puso la mano sobre la boca. Tengo entendido que la mujer blanca se va a casar con el hombre de los terremotos.
Talib negó con un movimiento de cabeza, y se liberó de la mano de Khadijah.
—Sí, es totalmente cierto que Lanie y Crane se casarán —dijo—. La semana que viene, y en una posada en los Himalaya con una soberbia vista del monte Everest. Estoy seguro de que fue Crane quien eligió el lugar: le encanta el toque espectacular —añadió con tono sarcástico.
—El tono de tu voz me hace creer que te liberaste de esa mujer. —Talib se limitó a encogerse de hombros—. ¿Ella no va a ser tuya? —insistió Khadijah.
—No.
—Pues entonces tengo una propuesta para ti.
¿Y ahora qué? Se preguntó Talib, sonriendo con ironía.
—¿Es que una mujer musulmana que se precie de tal le hace proposiciones a un hombre?
La muchacha lanzó un sonido de exasperación.
—Mira, no tienes mujer. Yo no tengo hombre. Tengo la sangre apropiada. Es una alianza política perfecta.
—¿Cuál?
—¡Nuestro matrimonio! ¿De qué piensas que estoy hablando?
Talib rió con ganas.
—¿Nuestro matrimonio? ¿Me estás haciendo una broma?
—Oh, cierra la boca y escúchame —dijo ella con enojo—. Esto ya me es bastante difícil como para que encima te mofes. Sé que eres un… buen hombre. Serías bueno conmigo.
—¿Y te mantendría cerca de la cima de la curva del poder, eh?
—¿Y qué tiene eso de malo? Por si no te diste cuenta, es algo así como genético… Como fuere, es una tradición conmigo y con mis hermanos. Me gusta lo excitante tanto como a cualquiera. También sería buena esposa y llevaría un hogar islámico. Te podría dar hijos, soy fuerte. —Su voz perdió potencia y se quedó mirando el piso. Con tono que era casi un susurro, añadió—: Tendrías mi corazón y mi dedicación para siempre.
—Alto —dijo Talib con calma, pero con severidad, mientras la tomaba por los hombros.
—No… no hagas esto. No nos podemos casar. No lo haremos. Me siento halagado y tú eres maravillosa. Muy pronto, algún hombre…
—Soy demasiado testaruda para los hombres islámicos.
—Bueno, claro… está eso.
—Tú necesitarás casarte y procrear hijos. Haremos futuros líderes juntos. ¿No entiendes cuán correcto es esto, cuán predestinado?
—Khadijah, yo no te amo.
—No estamos hablando de amor —contestó ella—. Nunca podría amar a un vanidoso como tú. Cásate conmigo. Tu mujer le pertenece a otro.
—¡Eso no quiere decir que pueda dejar de amarla así como así!
—Y dale con el amor. ¿Qué es esto? La vida continúa, Abu Talib, contigo o sin ti.
Las manos de él temblaban sobre los brazos de ella.
—Déjame solo —dijo Talib.
Se apartó de ella y fue hacia las puertas-ventana. Se inclinó sobre la barandilla del balcón y oyó el bullicio de abajo, un río interminable de gente que entraba reptando en la historia. Talib había logrado tanto… Dios, ¿por qué sentía tanto dolor?
Khadijah estaba al lado de su brazo, tocándolo levemente.
—Todavía soy virgen —le dijo—. Te daré eso ahora mismo, si te place. Sé que puedo complacerte.
—Lo que me complacería —dijo él— es que olvidaras que esta conversación alguna vez tuvo lugar. No te sacrifiques en el altar de Dan Newcombe.
—Abu Talib —lo corrigió ella, acercándosele mucho y apretando su cuerpo contra el de él—, ése es tu nombre. Y yo soy tu futuro.
Con lentitud, Khadijah se separó, dio vuelta y, con la cabeza en alto, salió con paso firma del balcón. Talib la miró cruzar la habitación y salir al vestíbulo. Después volvió a mirar sus dominios: un mar azul de escudos que se extendía en todas direcciones hasta donde alcanzaba la vista. Y pensó en Lanie.
Ya era suficientemente malo que se casara tan rápido con Crane, pero cuando oyó el rumor de que estaba embarazada, eso fue un verdadero puñetazo en las tripas. Casarse y tener una familia había sido un tema importante de discusión entre él y Lanie durante tantos años… Pero, con Crane, ella estuvo lista de inmediato para aceptar el pleno compromiso.
Maldijo y descargó el puño derecho sobre la palma izquierda. Esto era una estupidez, una estupidez en él. Era famoso internacionalmente —reverenciado, incluso—, y no podía superar el hecho de que Elena King lo hubiera desechado por Crane. Sonrió burlándose de sí mismo. Les había enviado el regalo de bodas más fino, más exótico y más adecuado que pudo encontrar: un localizador de terremotos de Chang Heng, proveniente del segundo siglo de la Era Cristiana. Era un jarrón grande en cuyo exterior iban fijados ocho dragones dorados, cuya boca apuntaba hacia abajo. Debajo de cada dragón había una rana con la boca abierta. En la boca de cada dragón descansaba una bola de bronce y, si ocurría un temblor, el dragón afectado dejaba caer su bola en la boca de la rana, poniendo en acción una alarma. La ubicación del dragón determinaba la dirección del terremoto. En el 138 de la Era Cristiana, esa misma urna había medido un terremoto que se produjo a seiscientos cuarenta kilómetros de distancia. Los mensajeros que entraron a galope tendido en la ciudad capital de Loyang para traer la noticia, descubrieron que su información ya la había anunciado el jarrón. Era un instrumento delicado, un obsequio hermoso… y eso era todo lo que les podía dar. Por cierto que no iba a asistir al casamiento que, según Talib sospechaba, tanto Lanie como Crane, deseaban imperiosamente su presencia, porque significaría la conclusión, la reconciliación, la continuidad de la relación entre los tres. Pero él sabía que verlos casarse lo desgarraría en jirones emocionales, le quitaría la virilidad. No, la ceremonia tendría que seguir adelante sin él.
Se estremecía por la emoción. ¿Era amor, ira, egoísmo o rivalidad, lo que alimentaba el motor de sus celos y su autocompasión? No lo sabía. Sí sabía, empero, que no quería transcurrir su vida solo y sin descendencia. Estaba Khadijah…