CAPITULO 11

La apuesta

LA FUNDACIÓN

8 DE NOVIEMBRE DE 2024, 16:45

—Sabes —dijo Lanie desde el vano de la puerta que daba a la sala de estar del chalé de Crane, limpiando y engalanándolo para la ocasión—, todos tenemos que beber ron, porque eso es lo que Crane acumuló.

Newcombe le sonrió. Los ojos de ella estaban chispeantes; estaba de excelente ánimo, plena de energía debido al suceso que había tenido ante Kate Masters al insistir durante todo el día. Cuando Kate supo que Stoney iba a venir a la fundación, decidió que se debían reunir ahí, pero había venido temprano, sumamente temprano, y buscó a Lanie de inmediato. Newcombe no se sentía emocionado: no le gustaba Kate Masters. Algo en su ropa llamativa, su descaro, su boca, lo molestaban. Y odiaba el hecho de que hubiera iniciado amistad con Lanie. El Procedimiento Vogelman era culpa de Kate… y había sido la primera ruptura en su renovada relación con Lanie. En ese momento, ella se le acercó.

—Me agrada que hayas decidido hablarme, Lanie —murmuró Newcombe.

—Tomé un par de copas: eso facilita las cosas. No estoy diciendo que te voy a evitar realmente. Ocurre que no puedo manejar esta clase de situación muy bien.

Newcombe quería extender la mano y tocarle el cabello, pero no se permitió hacerlo.

—Quizá, si te molesta tanto, eso signifique que cometiste un error.

No, Dan, de veras. Las cosas están mejor de esta manera.

Newcombe redujo la distancia que los separaba y la tomó por los brazos, la bebida que ella llevaba en la mano los salpicó a ambos.

—Las cosas no están mejor, y tú lo sabes. —Le pasó los brazos alrededor del cuerpo, pero Lanie se mantuvo rígida ante el abrazo flojo de él—. Maldición, Lanie —susurró Newcombe—, ven a casa. Olvidaremos todo lo que ocurrió y empezaremos de nuevo.

Ella lo apartó con un leve empujón:

—¿Y olvidar todo lo que va a ocurrir? Elegiste un camino para ti, Dan, que no puedo recorrer contigo.

—Eso lo veremos. Nosotros…

—¡Todos! —gritó Kate Masters desde la sala de estar—. Pronto… reúnanse. Tengo noticias para todos ustedes.

—Me pregunto qué está pasando —dijo Lanie, girando con rapidez para evitar a Newcombe y yendo hacia la sala de estar.

Él la siguió obedientemente, incapaz de calibrar la intensidad de las palabras de Lanie. No le importaba que ella estuviera enojada con él: era el haberlo empujado para zafarse lo que le dolió. Las cosas habían estado tan bien esta vez. ¿Qué había ocurrido para que ella se alejara tanto? Newcombe no podía creer que fuera la postura que él había adoptado respecto de la NDI. Lanie sabía que él era un bocón. ¿Y la publicación? ¿Acaso el haberle dado ese importante cheque a Crane no demostraba la bondad de sus intenciones?

Crane y Whetstone, quien había llegado hacía nada más que unos minutos, se unieron al grupo, llevando bebidas en la mano. Burt Hill yacía semidormido en un sofá, cerca de donde Masters estaba de pie.

—Durante esta última media hora, estuve celebrando una conferencia con mi junta directiva —dijo Kate—, y tomamos una decisión ejecutiva.

—Oigámosla —dijo Whetstone.

Kate se pasó las manos por el cabello rojo.

—Estoy esperando el redoble de los tambores.

Burt Hill se golpeó rítmicamente sobre el abdomen.

Kate se volvió hacia Crane.

—En mi calidad de presidenta de la Asociación Política de Mujeres, tengo el agrado de anunciar que hemos reconsiderado nuestra decisión de quitarles el subsidio monetario y que, para el año calendario 2025, les concedemos una suma de cinco millones de dólares para la investigación sobre terremotos.

Crane rugió de placer, mientras todos los demás aplaudían. Masters se volvió hacia Lanie.

—Y ustedes se lo tienen que agradecer a esta mujer y a su elocuente alegato. Utilicé algunos fotogramas de la conversación que Lanie sostuvo hoy conmigo para mostrárselos a la junta: fue aprobada por unanimidad.

Lanie abrazó con fuerza a Kate; después se volvió hacia Crane, quien se había abierto paso hacia ella por entre la gente. Los dos compartieron una larga y significativa mirada, antes de abrazarse con gran intensidad. Newcombe sintió oscuras vibraciones.

—Mi agradecimiento a la Asociación Política de Mujeres —dijo Crane—, ha demostrado poseer gran sabiduría.

Parados en una especie de círculo alrededor de Kate, todos rieron, mientras Crane sonreía de oreja a oreja. El júbilo amainaba por momentos. Whetstone lanzó una astuta mirada a Dan y Lanie:

—Crane me comenta —dijo— que pudieron establecer el origen del sabotaje en el sismo de Memphis. Resulta difícil aceptar que alguien tan íntimamente relacionado con el proyecto pudiera ser tan avieso, ¿no?

Se produjo un incómodo silencio. Lanie suspiró profundamente, Newcombe demostraba malhumor, la expresión de Crane era inescrutable. Durante dos días y medio últimos, ellos tres habían conversado, de cuando en cuando, sobre el significado y el posible efecto del sabotaje, y las conversaciones sólo habían servido para hacerlos sentir molestos y deprimidos. Finalmente, Kate tomó la palabra:

—¿Creen que Sumi Chan haya tenido algo que ver con los problemas de ustedes? Me gusta, pero hay algo sumamente extraño en ese hombre.

—No importa —dijo Crane. Había librado una dura batalla consigo mismo respecto del tema del saboteador. Había triunfado sobre su furia y quería seguir adelante—. Ahora la pregunta es cómo reparar el daño y conseguir que la gente nos vuelva a escuchar.

—No es posible —dijo Whetstone con autoridad—, todo lo que eres ahora para la gente, Crane, es un lunático que los engañó a todos. De eso no te recuperas.

—¡Tendrán que escuchar! —dijo Crane, casi gritando.

Las pobladas cejas de Whetstone se arquearon, en gesto de sorpresa.

—¿Volvieron a calibrar las cifras? ¿Tienen otra fecha?

—Veintisiete de febrero —interpuso Newcombe.

—Están bromeando —dijo Kate, lanzando una mirada penetrante a Crane.

—Por desgracia, no. Lo decimos con absoluta, repito, absoluta, seriedad —dijo Crane con expresión sombría.

—Sí, ¿pero están absolutamente seguros? —preguntó Kate, indiscretamente.

—Absolutamente seguros.

—Así que por eso me trajiste aquí —dijo Whetstone—. Muy bien, ¿qué deseas de mí?

—¿Revisaste últimamente cómo anda tu liquidez, Stoney? —preguntó Crane.

—No tengo que revisarla. Si necesito dinero contante y sonante, puedo echar mano de unos tres mil millones de dólares. Dar o tomar un par de centenares de millones más o menos.

—Quiero pedirlo prestado —dijo Crane.

Whetstone rió.

—Me imagino que sí. ¿Y qué harás con ese dinero?

—Hacer una apuesta.

—¡Una apuesta! Creo que el tiempo que pasaste en la cárcel te dejó completamente desequilibrado. ¿Qué clase de apuesta?

—Quiero apostarle al pueblo estadounidense que un terremoto tendrá lugar en la Hendedura de Reelfoot el 27 de febrero de 2025. Quiero que la apuesta se haga a través de un estudio contable de terceros, que va a verificar los números y asegurar la imparcialidad. Pagaremos dos por uno. La gente puede tomar hasta cincuenta dólares de esa apuesta, que se habrán de pagar el día después del que está pronosticado el terremoto, si éste no se produjera.

—Quieres apostar tres mil millones de dólares de mi dinero a que predijiste correctamente el día del sismo, ¿no es así? —preguntó Whetstone.

—Dará la impresión de ser la apuesta de un tonto —dijo Crane.

—¡La impresión! —dijo Whetstone en tono alto—. ¡Lo es!

—No estamos equivocados, Stoney. No podemos perder. A razón de cincuenta verdes por tiro, mucha gente va a intervenir. A la televisión le va a encantar cubrirlo, porque tú te expones a perder tanto. Volveremos a estar en el candelero; quizás, hasta convenzamos a alguna gente de que tenemos razón y podamos hacer que salga más rápido que ligero de las zonas de peligro. Una vez que ganemos la apuesta, la confianza en nosotros se restablece, además de que no tendremos que jugar a la política: la fundación no va a necesitar fondos del Estado para seguir funcionando.

Whetstone se limitó a mirarlo con fijeza:

—Estás demente.

—¿Lo estoy? —replicó Crane—, las lecturas de esfuerzo no mienten y, esta vez, apuesto que hasta tendremos los Ellsworth-Beroza para respaldarnos, a medida que nos aproximemos al momento.

—Mira, Crane, soy altruista como el que más, pero no logré conseguir miles de millones de dólares por ser idiota: ¿por qué debo arriesgar casi todo mi dinero en un plan con el que ya fracasaste una vez?

—Porque ése es el curso correcto de acción —contestó Crane.

—No hay nada de correcto en jugar mi dinero y perderlo. Quedaría en la ruina. ¿No te podrías arreglar con un millón, o algo así?

—No. Los números tienen que ser enormes, para conseguir la cobertura periodística y mantener vivo el interés.

Whetstone movió de un lado para otro su canosa testa.

—Te respeto —dijo—, pero esta vez…

—¿Puedo decir algo? —preguntó Lanie. Todos los presentes se dieron vuelta para mirarla. Como le prestaron atención, prosiguió—. Hace ahora más de seis meses que estoy trabajando en el proyecto, tomando la idea de Crane para el globo y tratando de volverla realidad. Se está formando ante mis ojos. Mi trabajo es hablarle al globo, hacerle entender qué estoy tratando de conseguir y, mientras lo hago, continuamente se me ocurren las asombrosas posibilidades, más allá de la predicción de la ecología de los terremotos.

—¿Cómo cuáles? —preguntó Masters.

—Como la predicción meteorológica de largo plazo. La Tierra, a pesar de toda su generosidad, en realidad es un sistema totalmente cerrado y autosostenible en gran escala, que opera según su propio conjunto de principios rígidos. El globo puede hacer que esos principios sean comprensibles. Puede ser la maquinaria más importante que se haya ideado alguna vez. Si podemos predecir los patrones meteorológicos en el largo plazo, significa que podemos representar las zonas de hambruna y de abundancia, y lo podemos hacer con años de anticipación, planeando para esas zonas, sabiendo dónde y cuándo cultivar alimentos, dónde se va a necesitar asistencia; cuándo habrá huracanes, o si las inundaciones y los tornados van a producir destrucción.

—Señor Whetstone, ¿comprende las consecuencias de lo que estoy diciendo? Usted puede ayudar a que el globo se convierta en una realidad que permita el mantenimiento de la vida, que permita nutrirla. Este dispositivo tiene la capacidad de modificar para siempre la vida sobre el planeta Tierra, y de la manera más positiva. Puede ser que nunca lleguemos a controlarlo, pero sí podemos entenderlo, que es la segunda alternativa mejor. No le quite eso al pueblo del mundo.

—Pero tu globo todavía no se puso en línea, jovencita —dijo Whetstone—. Quizá nunca funcione.

—Ya lo hace en cierta medida —devolvió el golpe Lanie—. Tuve éxito yendo desde un suceso conocido hasta otro suceso conocido. Estoy convencida de que nuestro problema es básico.

—Pangaea —dijo Crane.

Ella lo señaló:

—Exacto. Hemos basado nuestro globo sobre una suposición probablemente errónea: que Pangaea ocurrió de la manera que los científicos especularon que ocurrió. Si esa especulación es inexacta, entonces no hay manera de que nuestro globo se conecte con las realidades que conocemos con seguridad. Le dediqué mucha meditación a esto, y estoy convencida de que necesitamos ir más para atrás, más allá de Pangaea, para conseguir nuestras respuestas.

—¿Más atrás, hasta dónde? —preguntó Masters.

—Todo el camino de vuelta, supongo.

—¿El comienzo de los tiempos? —preguntó Masters, asombrada.

—Si eso es lo que se necesita… —dijo Crane—. Podemos dejar que el globo nos cuente sobre Pangaea.

—Se oye maravilloso —dijo Whetstone—, con la salvedad del hecho de que empezar con lo totalmente desconocido podría significar que ustedes creen una Tierra que realmente no exista, a la que el globo simplemente haya inventado.

—No —dijo Lanie—, no es posible. Mi trabajo como sinetista es comunicarme con el globo, hablarle, para formar la relación simbiótica que hace que la suma de las partes sea más grande que el todo. Sabemos dónde termina nuestro globo. Tenemos acontecimientos reales que deben ir de acuerdo con eso. Todo lo que tengo que hacer es explicarle al globo que debe diseñar un mundo que termine en concordancia con el que ya existe. El resto se ocupará de sí mismo.

—¿En verdad pueden hacer eso? —preguntó Whetstone, en voz muy baja.

—Yo puedo —dijo Lanie—, y, con su ayuda, lo haré.

Whetstone la estaba contemplando, los labios temblando sin sonido alguno, la mirada fija en algún lugar interno, muy lejano. Se volvió hacia Crane.

—¿Cuándo lo hacemos?

—Ahora mismo —dijo Crane sin vacilar—. Esta noche.

—Gracias a tu generadora de imágenes —dijo Stoney—, acabas de ganar tres mil millones de dólares.

—Obtener prestado —dijo Crane—, «prestar», no «obtener». Tendrás de vuelta cada centavo de tu dinero el 28 de febrero.

—Celebrémoslo —dijo Stoney, extendiendo la mano.

Burt abrió una pequeña botella de la reserva con la famosa endorfina de Sumi, y todos empezaron a celebrar, con excepción de Crane y Newcombe.

Newcombe se sentía fuera de lugar y se preguntaba qué estaría haciendo el hermano Ishmael en este preciso instante. Después de su visita a la Zona, había dejado de beber alcohol y abandonado la endorfina. Fue una experiencia reveladora. Por primera vez se encontró a sí mismo y teniendo que lidiar con las depresiones y con la clase de irritaciones de menor importancia que la endorfina eliminaba en un instante. Supuso que, para quienes lo rodeaban, daba la sensación de hosquedad pero, en su interior, Newcombe se sentía en contacto con su verdadero ser, por fin. Podría padecer una nimia incomodidad emocional pero, por lo menos, aquello por lo que sufría era real.

—¿Qué estamos esperando? —preguntó Stoney—. Tenemos que elaborar las condiciones de una apuesta, poner en fila un estudio de contabilidad y, supongo, planear una difusión televisiva, ¿no es así?

—Así es —dijo Crane—. Bajemos a mi oficina.

Después, empezaron a recibir palmadas en la espalda de Kate, Burt y Lanie.

Newcombe no podía dejar de mirar a Lanie. Ella y Kate habían empezado a tomar dorf con alma y vida, y estaban volviendo a llenar sus vasos con ron. A Newcombe eso no le gustaba en lo más mínimo. No era propio de Lanie. Ese pensamiento lo alentó. La extrañaba horrores, la quería en su vida y en su cama; quizás ella también estaba sufriendo. Fue hacia donde Lanie estaba conversando con Kate.

—¿No crees que sería mejor que aflojaras un poco con esa sustancia? —preguntó, sacando el vaso de la mano de Lanie.

—No creo que sea asunto tuyo cuánto bebo —dijo Lanie, arrebatándole el vaso y empinándolo.

—¿Te importa, Kate, si te la quito algunos minutos? —preguntó Newcombe, pero con sentido retórico. Tomó a Lanie por el codo, conduciéndola, no con demasiada delicadeza, hacia el dormitorio de Crane.

—¡Volveré en seguida! —gritó Lanie por sobre el hombro—. ¡No empiecen antes de que vuelva!

Newcombe la introdujo en la habitación y cerró la puerta.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —preguntó Lanie—. Me pusiste en ridículo ahí afuera.

—No habíamos terminado con nuestra conversación.

—Habíamos, en lo que a mí concierne. ¿No lo entiendes, Dan? Hace ahora cinco años que nos estuvimos haciendo pedazos mutuamente: es hora de detener el dolor, de restañar la sangría. Dan, se terminó.

—Es él, ¿no?

Lanie se sentó pesadamente en la cama.

—¿De qué estás hablando?

—Crane —contestó él—. Hay algo entre tú y ese demente.

—Estás equivocado —dijo Lanie—, pero aun si no lo estuvieras, no es asunto tuyo.

—Te vendiste en cuerpo y alma al programa desquiciado de Crane —cargó él—. Yo no podía creer las palabras que salieron de tu boca hace unos minutos. ¿Cómo pudiste pronunciarlas sin caer en la tentación de reírte?

Lanie se paró de un salto y le clavó la mirada:

—Todas y cada una de las palabras que dije fueron en serio. ¿Cómo te atreves a menospreciar mi vida y mi trabajo?

—Mira, eres buena para las computadoras —dijo—. Gloria y loor. Pero Crane está vendiendo una fantasía. ¿Cómo es posible creer que el globo vaya a funcionar alguna vez?

—Va a funcionar. Voy a hacer que funcione.

—Pues entonces estás tan loca como él.

Lanie le lanzó una mirada llameante y, por primera vez, Newcombe leyó ahí desprecio, ira concentrada en él.

—¿Terminaste? —preguntó Lanie con tranquilidad.

—No, no terminé. Recién estoy empezando.

—Pues yo oí suficiente, doctor Newcombe. Debe excusarme. En la otra habitación hay dos personas que no opinan que yo estoy demente. Preferiría estar con ellas.

—No te voy a dejar ir con tanta facilidad —contestó Newcombe—. De alguna manera, Crane te infectó con su demencia.

Puedo esperar, Lanie. Te amo y siempre estaré ahí cuando me necesites.

—Hazte un favor, Dan —dijo ella—. Hazte a un lado.

En su interior, Newcombe estaba en llamas, la ira y la desesperación privadas de dorf cubriéndolo mientras miraba partir a Lanie.

Sumi estaba sentada ante su nuevo escritorio de la Academia Nacional de Ciencia, y trataba de concentrarse en las solicitudes de subsidios que estaban apiladas delante de ella. Le resultaba muy difícil mantener la mente concentrada en el trabajo: lo habían puesto a Crane en la cárcel —¡cárcel!—, y todo era culpa de ella. Él siempre la había tratado con respeto y amistad… ¿y cómo se lo había devuelto ella?; con el engaño más vil. Sumi se preguntaba a cuánto de ella misma podría renunciar, y aun así no perder su condición de ser humano.

—Pareces estar enfrascada en tus pensamientos —llegó una voz que la hizo volver con un respingo al aquí y ahora.

El señor Li estaba parado al lado del escritorio, sonriéndole con aire beatífico.

—Señor —dijo Sumi, parándose—. ¿Es usted o una proyección?

Li extendió la mano desde el otro lado del escritorio y le tocó el brazo. La mano de él permaneció bastante tiempo sobre Sumi.

—Soy real y estoy aquí. Lo que tengo que decirte es muy privado.

—¿Señor?

—Siéntate, Sumi.

Ella hizo lo que se le dijo. Li se desplazó con fluidez, como una víbora, alrededor del costado del escritorio y se sentó en el borde.

—A veces —dijo—, la vida tiene una manera de alterar nuestras… circunstancias en la forma más sorprendente, sin que nosotros tengamos que hacer algo para precipitar los cambios. ¿Sabes de qué estoy hablando?

—Presumo que mi nuevo puesto aquí es un ejemplo —dijo Sumi, a la que no le gustaba la mirada que tenía Li.

—En pequeña escala, sí. ¿Te importa si te hago una pregunta personal?

—Sí, sí me importa.

El señor Li rió:

—Encuentro que tengo una profunda curiosidad por tu forma de vida: ¿cómo se siente estar fingiendo, durante veintiocho años, que se pertenece al sexo opuesto?

Puesta por completo a la defensiva, Sumi respondió con cautela.

—No es algo especial en realidad. Siempre lo hice, así que es… natural.

—¿Sientes como hombre o como mujer?

—Siento como lo que soy.

El señor Li se paró y se puso detrás de Sumi, las manos apareciendo para masajear los hombros de la joven:

—Ya sabes lo que quiero decir —dijo Li con suavidad—. En lo sexual. ¿Cómo eres en lo sexual?

—Señor, no tengo deseos de responder preguntas de esa clase.

Las manos de él descendieron por los brazos de Sumi, acariciándolos con suavidad, mientras ella pugnaba por rechazar la sensación de náusea.

—Tú harás lo que yo te diga —dijo Li—. Responde la pregunta.

Sumi tomó una gran bocanada de aire. Su cuerpo se ponía cada vez más rígido mientras él la acariciaba:

—Con el objeto de que mi superchería funcione —contestó—, hace muchos años que abandoné toda idea de sexualidad: no me podía arriesgar a exponerme. Sencillamente controlo esas sensaciones.

—¿Nunca tuviste relaciones sexuales?

—No, señor.

—¡Por todos los dioses! —Se inclinó y la besó en la coronilla; después se apartó. Sumi se relajó de inmediato. Otra vez en la parte anterior del escritorio, él la miró con las cejas levantadas—. Creo que vamos a formar una asociación muy interesante.

—¿Cómo es eso, señor?

Tenía la esperanza de que Li no viera cómo le temblaban las manos.

—Tengo un nuevo empleo para ti, Sumi. ¿Qué te parecería ser vicepresidente de Estados Unidos?

Sumi Chan rió con ganas:

—Está bromeando.

—Hablo con absoluta seriedad. Pronto será tiempo de que Gabler renuncie… y tiempo para que el rostro de China salga a refulgir en la política estadounidense. Eso hará que las culturas tengan lazos más fuertes.

—Con seguridad habrá reparado, señor Li, en que la Constitución estadounidense establece que el vicepresidente tiene que ser un ciudadano nativo de Estados Unidos.

—Ah —dijo Li, buscando en el bolsillo y extrayendo un pequeño disco—, pero es que tú eres un ciudadano así, Sumi. Todo está aquí. —Dejó caer el disco sobre el escritorio—. Eres hijo de un infante de la Marina estadounidense, un guardia de embajada, que se casó con una ciudadana china. Naciste en una nave de la Armada que llevaba curso hacia Estados Unidos. Por desgracia, tus padres murieron en la epidemia de influenza que hubo hace varios años… esa parte es cierta, ¿eh? El historial es completo. Hice un excelente trabajo con él.

—Mentiras aún mayores agregadas a mi vida —dijo Sumi—. Señor Li, no puedo hacer esto. Mis tierras ancestrales…

—Las adquirí yo. Las perdiste como consecuencia de la presentación en bancarrota de tus padres, pero yo sabía que trabajabas para volver a comprarlas, así que lo hice yo. Serán tuyas cuando haya concluido nuestro negocio. Si rehúsas, nada tendrás.

—¿Por qué está haciendo esto?

—Ya te lo dije. Me complace la idea de que un asiático tenga la presidencia al alcance de las manos. Y esto también nos dará la oportunidad de trabajar… en contacto muy íntimo. No obstante, no haremos este cambio hasta dentro de un mes, o de dos. Deseo que puedas prepararte.

El microteclado del señor Li empezó a zumbar con insistencia.

—¿Qué? —preguntó, malhumorado. Escuchó unos instantes con aire sombrío—. Gracias, señor Mui —dijo por fin, y suprimió la comunicación. Volvió a tocar el microteclado: la pantalla mural de Sumi se encendió, trayendo con ella la imagen de Crane y Whetstone. Sumi sonrió involuntariamente. Crane había salido de la cárcel.

—… la gente me acusa de embustero. —Estaba diciendo Crane—. Pues bien, ésta es la oportunidad de ustedes de beneficiarse con mi, así llamada, naturaleza mentirosa.

Habló Whetstone.

—Hemos puesto tres mil millones de dólares, en efectivo, en una cuenta de garantía bloqueada. Ese dinero habla: dice que habrá un terremoto el 27 de febrero en el valle del Mississippi que causará una devastación impresionante. Estamos apostando a los formidables conocimientos y genialidad científica del señor Crane. Pagamos dos por uno. Si alguno de ustedes desea un poco de acción…

—¿Qué están haciendo? —preguntó Li.

Sumi movió la cabeza de un lado para otro.

—Usted nunca creyó, ¿no?

—¿Qué Crane pudiera predecir terremotos? Por cierto que no.

—Usted se equivocó, señor Li. Traté de decírselo cuando me hizo sabotearles el programa, pero no lo quiso escuchar.

—Pero ¿qué está ocurriendo ahora?

Sumi se reía, tanto por el alivio como por lo irónico de todo el asunto.

—¿No se da cuenta? Descubrieron mi traición y corrigieron sus cálculos. Usted va a tener su terremoto, señor Li. Usted va a conocer el horror de obtener lo que pidió.

—Pero eso… ¡eso lo cambia todo!

—Sí, todo. —Sumi reía—. La vida, señor, es cambio.

La Proyección King

LA FUNDACIÓN

23 DE ENERO DE 2025, 14:00

A la carrera, Crane rodeaba a los programadores que estaban en el interior del orbe estacionario recientemente construido en torno del globo.

—¡No tienes la menor valía! —le gritaba al globo—. Eres inútil. Te voy a vender como chatarra.

—Apaga los inductores de atmósfera, corre hacia ese globo y dale una patada en mi nombre —le gritó Lanie, con voz fatigada, desde donde se había desplomado sobre la consola.

Crane dejó de correr después de ver a Lanie: ella estaba abatida; él, nada más que enojado. Trotó hacia ella, quien tenía la mirada clavada en su teclado. Cuando se acalló la última de las campanillas de detención del funcionamiento, Crane le dijo con delicadeza.

—No es más que algo estúpido. No te rindas.

Lanie ni siquiera lo miró:

—Mejor que sea algo estúpido, porque se nos acabaron las ideas brillantes.

Crane se volvió y, a través del grueso cristal, contempló el enorme globo. Esta vez, se había paralizado en algún momento entre la formación de Pangaea, durante el estadio acuoso del planeta. Algún avance, por fin. Antes, durante las dos primeras semanas posteriores a la apuesta, lo habían reajustado veinte veces. Veinte veces lo habían vuelto a calibrar, haciendo ligeros ajustes al llameante nacimiento de la Madre Tierra… y veinte veces habían fracasado. Entonces, el globo hizo una solicitud dirigida nada más que a Crane… y éste la respondió con rapidez. El globo se estaba transformando a sí mismo; Crane sabía eso, Lanie también, aunque ninguno de ellos pudo predecir en qué entidad habría de transformarse.

El globo lo había instado a Crane a que se diera nueva posición a los polos magnéticos y a que se diera nueva conformación al ambiente circundante, para hacer la equiparación con el campo de gravedad de la Tierra a través, y más allá, de la capa de ozono. En respuesta a la solicitud, Crane había ordenado que se sellaran todas las aberturas de la sala del globo, y los vanos de puertas y ventanas. Después, se trajeron vastas cantidades de máquinas. Enormes válvulas de vacío e impulsores de campos de fuerza, bajo la dirección de los mejores físicos que Crane pudo contratar, se habían puesto en la cúpula y la base para transformar la sala del globo en una cámara que fuera una parte del universo, en la que el globo-Tierra rotaba sobre su eje.

Y ahora, esa tarde, por fin se había podido hacer un nuevo ensayo. Y a pesar de todas las modificaciones —el tiempo, el dinero, el trabajo intenso— no habían logrado otra cosa más que un nuevo fracaso… Era enloquecedor.

—Sabes, lo triste —dijo Lanie, mientras tragaba una tableta de endorfina— es que el remaldito globo ni siquiera alberga alguna esperanza de llegar a autoformarse: no encuentra la manera de llegar desde el punto A al punto B.

—Es que, sencillamente, no hacemos algo que deberíamos estar haciendo.

—Es tan simple. —Lanie se puso de pie y se unió a Crane—. Empero, tenemos factores conocidos: un peso de alrededor de seis por diez elevado a la veintiuna toneladas y media de fuego en rotación. Contiene elementos que podemos discernir. Rotaba más rápido en los comienzos, pero ya hemos dejado margen para eso.

—Factores conocidos. Dijiste factores conocidos.

Algo estaba carcomiendo a Crane, algo que tenía delante de las narices y que apenas si podía ver.

—A lo mejor Dan tenía razón —dijo Lanie—. A lo mejor ambos perdimos la chaveta y esto no es más que una fantasía.

—Dan dice muchas cosas con las que no estoy de acuerdo.

Otra vez, Newcombe había salido a dar respaldo público a un Estado islámico. Fiel a la palabra empeñada, las dos veces que apareció en televisión mantuvo el nombre de la fundación fuera de ese tema. Lo que sí hizo, en cambio, fue hacerse presentar como «el inventor de la ecología de los terremotos».

Había sido un mes y medio extraño, desde la noche en que Crane y Stoney aparecieron por televisión con la apuesta. El gobierno había atacado ferozmente a Crane y a la apuesta, calificándola de juego fraudulento que perseguía el propósito de engañar a los ciudadanos de Estados Unidos. A pesar de eso, la apuesta se cubrió a los tres días de hecha; en realidad, dos y medio. Ya no figuraba en las noticias, pero eso no importaba: cuanto más se acercaran al momento, más grande se volvería la cuestión. Era un concepto autogenerador.

Como un solo hombre, el ambiente de científicos influyentes repicaba con condena a Crane, refiriéndose a él como a «un lunático dedicado a hacerse famoso sin importarle el costo». En realidad, Crane estaba contento de oír eso: significaba que se mantendrían lejos de Reelfoot y se lo dejarían a él.

—Alégrense, gente —dijo Newcombe, yendo hacia la consola de Lanie llevando una página impresa en la mano—. Las cosas no pueden estar tan mal.

—La Tierra ha estado manteniendo sus secretos en secreto —dijo Crane en tono amigable—. En línea con tus especulaciones.

Newcombe se encogió de hombros:

—Me encantaría verlos alcanzar el éxito, pero estamos hablando de cinco mil millones de años de historia del planeta, de la mayoría de los cuales nada sabemos. En verdad no es posible esperar…

—Estás equivocado en muchísimos sentidos —dijo Lanie, señalando su fila de programadores, todos los cuales trabajaban con rapidez, ingresando datos, aumentando los conocimientos del globo—. Los datos actuales simplemente son el reflejo de lo pasado en época remota. En cada ejemplo en el que trabajé hacia atrás, a partir de un acontecimiento conocido, pude conectarlo con un acontecimiento desconocido que dio comienzo a la cadena. Exige mucho tiempo, pero sirve.

—Entonces, ¿por qué no lo aplicas a todo el globo?

—No puede ir hacia atrás, a razón de un acontecimiento por vez, consumiría el resto nuestra vida y un poco más —dijo Crane—. Cada acontecimiento se juzgaría en forma independiente, porque no conocemos las conexiones intrínsecas. Y, cuando hubiéramos terminado, aun así habríamos hecho un globo basado nada más que en lo que conocemos: ¿qué hay respecto de las excentricidades geológicas que ni siquiera hemos descubierto?

—Además —añadió Lanie—, aun con los eventos individuales que pudimos localizar retrocediendo en el tiempo, sólo puedo ir hasta un punto. En un momento dado, centenares de millones de años atrás, la máquina se paraliza y dice, «No pueden ir desde allá hasta aquí».

—En otras palabras —dijo Newcombe, tomando un asiento él mismo—, con el globo no pueden ir ni para atrás ni para adelante. El globo les está diciendo que el mundo que tenemos no es el mundo que tuvimos.

Crane chasqueó los dedos, pidiendo atención.

—Eso es, precisamente, lo que nos está diciendo —dijo, mirando a través del vidrio a la altura de tres pisos del globo—. No es el mismo. Algo le sucedió al planeta que lo modificó de manera drástica, que lo alteró para siempre. Así, pues, ¿qué pudo haber ocurrido, qué…? ¡Oh, Dios mío, qué estúpido que fui! —Se volvió hacia Lanie—. Ponlo en marcha: ahora mismo vamos a partir de cero.

—¿Qué?

—Tan sólo hazlo. Tengo una idea y la vamos a intentar.

El globo se apagó cuando las computadoras se recolocaron en estado inicial. Al cabo de un minuto, Crane miró una bola de fuego que rotaba violentamente en plena juventud.

—Muy bien —dijo—, quiero que a la masa de seis por diez a la veintiuna toneladas y media, le den un incremento de un ochenta y un avo.

—Un ochenta y un avo —confirmó Lanie—. ¿Un ochenta y un avo?

—Hazlo —dijo Crane.

Newcombe rió.

—Crane, eres un demente.

—Solamente si me equivoco.

—La máquina se rehúsa a aceptar ese peso adicional —dijo Lanie—. Me está diciendo que el incremento es inestable por su misma naturaleza. El globo no puede sostener el aumento de masa y, al mismo tiempo, mantenerse entero.

—Perfecto —dijo Crane—. Háblale, Lanie. Explícale que está bien construir un estado inestable.

—No va a querer oír eso —dijo ella.

—Dile al globo que la inestabilidad se resolverá por sí misma.

—¿Lo hará?

—Eso creo —contestó Crane, mientras Lanie se volvía hacia la computadora y abría una línea de discurso con sus funciones de razonamiento superiores.

Crane se acercó a Newcombe:

—¿Cuál es el printer? —preguntó.

—Ah —Dan sonrió, mientras le entregaba una pequeña pila de sismogramas—, casi me olvido: hemos empezado a obtener temblores Ellsworth-Beroza en las rocas de Reelfoot, que van de acuerdo con las fases iniciales de un terremoto de importancia. Asimismo, los niveles de radón, monóxido de carbono y metano siguen ascendiendo, junto con la actividad electromagnética.

Crane asintió, sin la menor sorpresa. Ganaría sus tres mil millones de dólares, pero a un costo más allá de lo imaginable. Estaba ocurriendo un ciclo de verdadero horror iniciando su implacable cosecha de vidas y propiedades. Y nadie le iba a prestar oídos a sus advertencias.

—Lo tengo —dijo Lanie, haciendo girar su silla—. Sin embargo, el globo solamente lo hará si tú le dices que lo haga, Crane. ¿Podrías venir acá?

Crane fue hasta la consola de Lanie, mientras ella ingresaba el comando que pondría el globo en acción.

—La máquina se rehúsa a asumir la responsabilidad por lo que pudiera ocurrir —dijo Lanie—. Está buscando una autoridad de mayor jerarquía.

Crane miró la pantalla; decía:

INICIAR GLOBO (S / N)

Tocó la s. La pantalla se borró, para después mostrar:

JEFE PROYECTO CONFIRMAR

—Pronuncia tu nombre en el canal C de tu microteclado —instruyó Lanie.

Así lo hizo Crane, y las luces del globo se encendieron de inmediato: la secuencia se había iniciado.

El globo giraba con rapidez, pero desequilibrado. Todas las luces se apagaron. Los programadores de Lanie dejaron de trabajar para observar el espectáculo. La Tierra no es perfectamente redonda, obviamente estaba muy lejos de eso con su abultamiento ecuatorial enorme, que se desplazaba y hacía que el planeta describiera una órbita tambaleante.

—Vas a romper tu juguete —dijo Newcombe.

Luces de peligro se encendían y apagaban en las consolas; las pantallas advertían sobre una inminente desintegración.

Ahora, sobre el globo apareció una inmensa protuberancia de fuego que amenazaba destruirlo, mientras la fuerza centrífuga lentamente alejaba del globo la bola de fuego.

—¡Vamos a tener que detenerlo, Crane! —gritó Lanie.

—¡Si lo haces, quedas despedida! —rugió Crane por encima de las campanillas de alarma que sonaban de un extremo a otro de la fila de computadoras.

—El globo quiere pasar a la secuencia de detención.

—Pero no lo hizo, ¿no? —replicó Crane—. Es más inteligente que nosotros. ¡Déjenlo ir!

El globo estaba bamboleándose horriblemente. Crujía mientras se hacía pedazos, pero Crane lo miraba con una sonrisa de satisfacción.

Y entonces sucedió: para estos momentos el globo era una forma de haltera asimétrica. Ya no era capaz de mantenerse unida a sí misma y el bulto se soltó, girando sobre sí mismo, y quedó libre, nada más que para ser capturado en la atracción gravitatoria de la masa más grande. Lo que quedó empezó a rotar normalmente otra vez. De un extremo a otro de la fila de computadoras se apagaron todas las campanillas y las luces intermitentes de alarma.

Los presentes contemplaban un planeta y su luna, un verdadero pedazo del globo, danzando en órbita sincrónica. El globo estaba de lo más feliz.

Newcombe se sentó mirando con fijeza, boquiabierto.

—¿Es ésa la Luna? —preguntó Lanie.

—Bueno, pues —contestó Crane con un encogimiento de hombros—, ahora sabemos de dónde vino eso. ¡Excelente! Sigamos mirando.

—Parece estar describiendo una órbita tan cercana —comentó Lanie.

—Creo que descubriremos —respondió Crane— que a medida que se frena la rotación de la Tierra, la Luna se aleja más. En este preciso momento, imaginemos no sólo el efecto que la Luna tendrá sobre las mareas oceánicas a esta distancia, sino sobre las mareas continentales también.

—No puedo creer que todavía funcione —dijo Lanie mientras el planeta se enfriaba y comenzaban las lluvias holográficas; la Luna ya estaba un poco más alejada.

—Esto es extraño —dijo Newcombe—. No es alguna especie de jugarreta, ¿no, Crane?

—Esto es Historia, mi estimado amigo —dijo Crane—. La historia de la Tierra como nadie la había visto jamás antes. Si este aparato sigue funcionando, puede ocurrir que todos seamos obsoletos.

Y trabajar, sí que lo hizo, mitad holografía, mitad «realidad», el continente emergió de las aguas que se evaporaban, la proximidad de la Luna sembrando estragos de importancia en tierra y mar: sismos, tsunami[1] y olas de marea golpeteando el globo en formas que ninguno de los investigadores pudo haber previsto. Si es que había existido una Pangaea como tal, nunca la vieron. Durante una hora que representaba centenares de millones de años, las masas continentales parecieron formarse y volver a formarse en una danza continua con la Luna, que continuaba alejándose con lentitud.

El globo se detuvo varias veces durante estos primeros períodos añadiendo a la mezcla, y en forma holográfica, cometas, asteroides y meteoritos, con el objeto de concordar con la vida conocida que vendría después, pero no se paralizó… siguió adelante. Cuanto más lejos iba, más excitados se ponían los programadores, hasta que empezaron a gritar y vitorear cada vez que la máquina se encontraba con un error y se restauraba sola para seguir adelante.

Finalmente, la Luna se separó lo suficiente como para perder parte importante de su influencia sobre el mar y el continente. Aquí se vieron los comienzos de un mundo estable, más estable, por lo menos, que el frenesí de los años previos. Los mares se aquietaron. Los continentes emergían de manera muy aproximada a como lo son hoy en día.

Para Crane el tiempo no existía durante este ejercicio. Para él, lo primero pasaba a lo último en un instante. Pensó en todos los hombres de ciencia que, desde sus comienzos habían medido, tomado el tiempo y especulado sobre la naturaleza de su tierra: sin las observaciones que hicieron, el globo no habría sido posible. Durante miles de años, los científicos habían registrado minuciosamente sus hallazgos, sin tener idea de hacia adonde habrían de conducir esos hallazgos. Éste era uno de los sitios adonde los condujeron. Habría otros.

Cinco horas más tarde, Crane emergió de sus pensamientos ante el sonido de los vítores. El globo se mantenía orgullosamente en línea, con su representación puesta al día, girando lentamente. Completamente parejo con la información de las computadoras.

Todos seguían estando ahí, incluido Newcombe, y se les había unido el resto del personal. Era un espectáculo del que nadie se podía apartar. El agregado de nuevas informaciones iba a continuar, pero ésta era la unidad central de la que habrían de surgir.

—¿Se dan cuenta de lo que acaban de hacer? —gritó Crane al grupo que aplaudía—. No importa cuánta información hayamos puesto en este sistema, no es más que un grano de arena en la playa, en comparación con lo que el globo inventó por sí mismo para hacer que nuestros datos sean compatibles. Cada fisura capilar, cada roca, cada arroyo subterráneo o explosión nuclear no confirmada que haya tenido lugar en el planeta Tierra están ahora a nuestra disposición para que los conozcamos. La información es poder, señoras y señores… y nosotros tenemos el poder.

Otros vítores. Crane se volvió hacia Newcombe:

—¿Todavía piensas que estoy loco?

—Loco por tratar —repuso el otro—, brillante por tener éxito.

Lanie se acercó a los dos hombres.

—Todavía estoy conmocionada.

Pasó el brazo alrededor de Crane, mientras Newcombe se ponía tenso.

—Tú lo hiciste —dijo Crane, atrayéndola con un fuerte abrazo, para después separarse cuando empezó a sentir que le gustaba demasiado—. Vamos a bautizar este globo como Proyección King.

—¿Le estás poniendo mi nombre?

—Eres la mamá —repuso Crane. Después alzó la voz para que todos lo oyeran—. Hemos hecho lo imposible —dijo—. Ahora intentemos lo impensable. Doctora King, ¿tendría la gentileza de programar hacia lo futuro en la Reelfoot, y ver qué nos da eso? Llévenos hacia adelante, hasta un terremoto, un terremoto grande.

Lanie se apresuró a llegar al teclado. Como si fuera una monstruosa bola de cristal, estaban empleando el globo para tratar de ver en lo futuro: era temerario y pavoroso. Esto era diferente de la predicción que habían hecho sobre la base de las lecturas de esfuerzo. Esto era, simplemente, la Tierra que estaba devanando la certeza de su propia historia. Ante el sonido de un zumbador muy intenso, el globo dejó de girar, la luz del reflector concentrándose en el valle del Mississippi, las familiares líneas rojas de un terremoto en el valle, mellado como un cuchillo.

—La hora —dijo Crane. Tenía la boca seca.

Lanie hizo aparecer de nuevo los números rojo sangre. Esta vez decían:

27 DE FEBRERO DE 2025, 17:37

Veintitrés minutos antes que los cálculos anteriores.

—Lo logramos —dijo Crane—, hemos conquistado el futuro.

Volvió a mirar a Newcombe:

—Ésta es nuestra fuente de investigación —dijo—. Todas nuestras respuestas se encuentran ahí.

Newcombe lo miró con dureza.

—Todo lo que necesitamos ahora es el coraje para usarlas. ¿Realmente queremos la responsabilidad de conocer el futuro?

—Es una cuestión académica —dijo Lanie desde la consola—. Lo queramos o no, está ahí.

Newcombe se paró y fue hacia Crane.

—Ahora que lo conseguiste —susurró—. ¿Qué vas a hacer en verdad con este remaldito aparato?

—Cualquier cosa que se me ocurra, doctor.

La Nube Masada trajo lluvia esa noche, lo que quería decir un flujo súbito de radiactividad por las calles y hacia el interior de los depósitos de agua. Algunas enfermedades y muertes habrían de sobrevenir, la mortandad más alta si se tienen en cuenta las formas de vida al aire libre. Pero solía ser peor, y continuaría siendo una amenaza cada vez menor, hasta que se habría de disipar, a mediados de la década de 2030 y, en última instancia, se la recordaría como un flagelo que, en la escala de sufrimientos de la humanidad, ocupa un lugar entre la Peste Negra y la Inquisición española.

Esa noche en particular había sido un regalo del cielo para Crane: había celebrado lo del globo con su personal; después partió hacia su oficina cuando las alarmas hicieron que todos buscaran refugio. Mientras la lluvia caía afuera, tendría el globo para él solo durante un rato.

Se sentó ante la consola de Lanie, explicando con exactitud lo que quería conseguir. Mientras terminaba de ingresar datos, la voz de Burt Hill le llegó a través del implante auditivo.

—¿Dónde diablos está, Crane?

—Esta noche permanezco en mi oficina —contestó Crane en la fibra P—. No te preocupes por mí.

—Lo único que usted quiere es jugar con su globo.

—¿Me puedes culpar por eso?

—En absoluto. Tengo que decirle algo, no obstante. Acaba de llegar un anuncio por todas las teleemisoras. El vicepresidente Gabler renunció. Todos piensan que se debe a que se lo culpó por todos los problemas con la Zona de Guerra.

—Interesante —dijo Crane, sin que le resultara del menor interés.

—Ésa no es la parte jugosa, jefe —agregó Hill—. Gideon lo nombró a Sumi Chan para que complete el mandato.

—¿Sumi? —dijo Crane, muy interesado ahora—. Me pregunto cómo lograron salvar el requisito de la ciudadanía.

—No se preocupe por eso —dijo Hill—. Esto remacha la cuestión: Sumi no es más que un traidor, arrastrado…

—Quiero que encuentres una fibra privada con Sumi —lo interrumpió Crane—. Quiero hablar con él. Y, cuando consigas comunicarte, asegúrate de darle tus felicitaciones más sinceras.

—Pero él es…

—Un hombre poderoso que puede ayudarnos —remató Crane—. Vuelve a llamarme en esta fibra.

Cortó la comunicación y miró la consola. Durante el último año había suministrado cada trocito de información que hubiera adquirido sobre los efectos que, sobre las fallas, tenían los ensayos termonucleares en superficie y subterráneos. Para estos momentos, el globo sabía mucho más que él.

Escribió la pregunta en el teclado y pulsó la tecla de ingreso.

El globo vaciló nada más que levemente, antes de revelar una serie de luces rojas titilantes por toda la Tierra, mientras Crane corría hacia él para comprobar los sitios. Todas las luces estaban concentradas en —o cerca de— hendeduras. El corazón le martillaba el pecho mientras contaba esas luces: cincuenta y tres.

Eso es lo que era, el motivo de su existencia.

Entonces se quebró y empezó a llorar, y no dejó de hacerlo hasta que tuvo a Sumi en la línea, y más negocios por hacer.