LA FUNDACIÓN
3 DE SEPTIEMBRE DE 2024. 15:45
Un cóndor voló en lo alto, por encima del perímetro defensivo de la Fundación Crane. Mientras mantenía una solitaria vigilancia sobre las alarmas contra intrusos y las perturbadoras radiaciones electromagnéticas, el complejo y sus ocupantes, el pájaro describía círculos y descendía sin cesar; se posaba y planeaba continuamente. A la lustrosa belleza del cóndor sólo la superaba su complejidad, pues era por completo electrónico y sus ganglios estaban directamente conectados con el cerebro de Mohammed Ishmael. Era adecuado, pensaba Ishmael, que un enorme buitre negro americano fuera su espía desde las alturas. Pronto, si todo fuera como él estaba convencido de que habría de ir, tendría otro espía, casi tan confiable, dentro de la fundación misma.
En opinión del hermano Ishmael, Lewis Crane necesitaba que se lo sometiera a una cuidadosa vigilancia, pues era la única persona del planeta que representaba una amenaza grave para Ishmael. Crane desafiaba la visión apocalíptica del mundo que tenía el hermano Ishmael, quien supo, desde la primera vez que se fijó en Crane que, de algún modo, el destino de ambos estaba entrelazado y, por eso, no le inquietaba en demasía que su intensa preocupación por Crane y por el trabajo que hacía su fundación pudiera ser por completo oracional, totalmente personal… y que consumiera demasiado tiempo. Era necesario, aunque Ishmael no podía estar del todo seguro del porqué o del cómo.
Los ojos del cóndor produjeron una imagen ampliada de la zona de aterrizaje de helicópteros que estaba cerca del edificio principal, en el complejo de la fundación. Crane lo llamaba la mezquita, lo que a Ishmael no le causaba la menor gracia, aunque sí lo divertía considerablemente advertir que los invitados que estaban llegando en ese preciso instante habían estado en la reunión en alta mar que se había celebrado en junio. A todos se los había invitado de vuelta, con la excepción de él. Ishmael tiró la cabeza hacia atrás y rió.
Lanie King era espectacular en todo aspecto, pensaba Crane mientras miraba en torno del laboratorio central o, tal como ahora estaba instando a todos a denominarlo, la sala del globo. Los tres meses últimos, Lanie se había autosometido a prueba una vez y otra. Vivía con las computadoras, la computación le salía por todos los poros… y compartía con toda su alma la meta que Crane tenía para el globo. Había contratado a los programadores, los había mudado de las desagradablemente húmedas salas posteriores a la sala principal, de modo que pudieran estar cerca del objeto de su trabajo y apreciar en todo momento la inmensidad del proyecto. Buen manejo empresario era ése, reflexionó Crane.
Con lo único que no estaba satisfecho era con el papel que él mismo desempeñaba en público. Rebotaba de una actuación a la siguiente… era un actor que podía cantar y bailar, hacer comedia —P. T. Barnum y Cecil B. de Mille—. Por naturaleza introvertido, quedaba agotado por esas actuaciones, aunque dudaba de que alguien pudiera imaginar cuánto le exigían. Este pequeño espectáculo de hoy fue uno de los de importancia crucial para su carrera. Los políticos y la gente que tenía el dinero querían ver progresos. Lo que era más importante, Li reclamaba un terremoto, ¡y por Dios que Crane estaba completamente seguro de que tenía uno para mandarle!
El trabajo de Newcombe y Lanie mostraba que los niveles del radón existente en el suelo habían aumentado en cerca de un treinta por ciento a través del valle del Misisipi. En la región también estaban teniendo lugar cargas electromagnéticas. Ambos fenómenos probablemente provenían de un esfuerzo deformante en las líneas de falla, que actuaba sobre las rocas: cuando las rocas se agrietaban, el radón escapaba; cuando se fracturaban, permitían que la electricidad fluyera con más facilidad a través del agua freática. Precursores… probablemente.
En julio, las computadoras de Lanie habían utilizado la misma teoría del intervalo sísmico, para predecir un terremoto de importancia en la línea de falla de New Madrid, en Missouri. El último terremoto grande en ese lugar había tenido lugar en 1812. Crane iba a contarles a todos sus invitados respecto de ese terremoto histórico como avance publicitario de los entretenimientos que estaban por venir. Su alma dividida experimentaba regocijo y abatimiento. Necesitaba el terremoto para seguir adelante con su trabajo y, en última instancia, salvar millones de vidas; sentía completa aflicción, profunda congoja, ante la idea de un terremoto a lo largo de la línea de falla de ciento noventa y dos kilómetros de New Madrid, que podía destruir todo lo que existía desde Little Rock hasta Chicago… incluyendo a Memphis, St. Louis y Natchez. Necesitaba estar en lo cierto; tenía la esperanza de estar equivocado, en cuanto al grado de devastación, por lo menos.
Miró en derredor de la sala iluminada de manera espectacular. Cerca de las puertas de entrada se había erigido un pequeño estrado con butacas afelpadas para los invitados más importantes. Que ya estaban ahí, charlando y bebiendo el champagne mejorado de Sumi. Hasta el señor Li parecía estar de buen humor, al igual que el vicepresidente Gabler —hoy sin su esposa—, y el presidente Gideon. Cómo estas personas podían estar tan alegres era algo incomprensible para Crane. En las Zonas de Guerra se habían producido tumultos durante los dos meses últimos, en respaldo de la exigencia de la NDI para que se le dé una patria. Un incremento de la seguridad y la reducción de los embarques de alimento, poco lograban para mantener en disciplina los territorios ocupados. Los fundamentalistas islámicos de París, Lisboa, Argelia y Londres apoyaban a sus hermanos estadounidenses organizando revueltas. Los boicots de los productos de Liang Int. estaban forzando al señor Li a capitular en muchos sectores, en especial en los relativos al ablandamiento de la retención del envío de alimentos.
Una nueva peste sexual estaba arrasando el subcontinente de la India, lo que dejaba perplejos a los agoreros que predecían una superpoblación. Cada día que transcurría, pestes genéticas y cepas de virus y bacterias resistentes a los antibióticos —así como ese antiguo enemigo de la humedad, el hambre— estaban demostrando que los malthusianos estaban equivocados. El abastecimiento de comida era desconsolador. En terreno silvestre ya era muy poco lo que crecía bien: el blanqueado por los rayos ultravioletas de las cosechas había destruido todo lo que no se cultivaba debajo de los baratos escudos solares desarrollados bajo la patente exclusiva de Yo-Yu, el principal competidor de Liang.
En julio, el Presidente había anunciado que el gobierno —es decir, Liang Int.— estaba financiando un estudio de fuste sobre la posibilidad de hacer la regeneración del ozono, lo que impulsó a funcionarios de Yo-Yu a acusar al gobierno de intentar destruir el mercado de libre competencia, al atacarlos directamente en los frentes del bloqueo solar y de la protección contra radiación solar. Calificaron al estudio gubernamental de «terrorismo político». Crane sólo podía sacudir la cabeza ante las payasadas del ser humano. Para oponerse a las payasadas de la Naturaleza, empero, Crane estaba preparado para actuar… aun ahora. Subió a la plataforma donde Lanie estaba sentada ante una consola de computadora y Newcombe ante la larga mesa con micrófonos embutidos, que proyectaban por la vasta estancia hasta el susurro de los conferencistas.
—Señoras y señores —dijo, su voz sonando como la de Dios, y retumbando teatralmente desde gran cantidad de altavoces empotrados en los muros.
La sala se oscureció. Crane aguardó hasta que los asistentes quedaran en silencio; después dijo, simplemente:
—El universo…
Una luz brillante destelló durante diez segundos:
—El universo —prosiguió Crane— comenzó con un estampido de hidrógeno y helio, que vomitó materia ígnea a fantástica velocidad y en todas direcciones.
El globo estalló en una llamarada de holoproyección, vibrantes rojos y amarillos girando en torbellino en torno de él.
—Nuestro planeta nació dentro del fuego hace unos cuatro mil millones y medios de años. Al girar sobre su eje, sus nubes, que se estaban encogiendo, de polvos y gases gradualmente se solidificaron.
El globo se modificaba mientras Crane hablaba, mostrando, en forma holográfica, la formación del planeta desde el estado gaseoso al sólido. La enorme escala de la esfera y las modificaciones que ponía de manifiesto abrumaban a la gente que estaba sentada en la oscuridad. Crane podía oír los murmullos de admiración.
—Al principio fuimos un planeta de roca fundida. Lentamente, los elementos más pesados, níquel y hierro, se depositaron, constituyendo un núcleo interior denso. Parte de los materiales rocosos más livianos, tales como basalto y granito, se fundieron, flotaron hacia arriba y se enfriaron, formando una corteza delgada. Había manto alrededor del núcleo.
Los dedos de Lanie volaron sobre las teclas de la computadora, y la proyección del globo se transformó, como por ensalmo, en una esfera rocosa, estéril.
—Entonces, empezó a llover…
Truenos retumbaron por toda la sala. Lluvia holográfica cayó sobre el globo, proveniente de densas nubes preñadas de relámpagos.
—Llovió durante miles de años, hasta que el planeta quedó cubierto con agua por completo. Por fin, el cielo se despejó.
El globo se convirtió en una bola de agua que giraba en torno de su eje.
—Al enfriarse a ritmo pausado, al evaporarse el agua, en el planeta se formó tierra, tierra flotante.
Masas continentales aparecieron en el globo de Lanie, todas ellas navegando lentamente por ese mundo de agua. Todos los asistentes miraban, extasiados, mientras la masa continental se desplazaba hacia el ecuador, para finalmente reunirse íntegra formando un supercontinente gigantesco, todavía estéril.
—Pangaea —dijo Crane—, término griego que significa todas las tierras: el punto de partida del mundo que conocemos hoy. La escisión de Pangaea como consecuencia de fuerzas desconocidas, probablemente de convección, trajo volcanes… y los gases de esos volcanes trajeron el comienzo de la vida biológica.
Hizo una pausa. Después, continuó.
—Y la escisión de Pangaea trajo terremotos.
Crane se dirigió a Lanie:
—Programa en el globo el último terremoto de New Madrid —dijo en voz baja. Newcombe garrapateó en un papel, y Lanie se apresuró hacia los programadores. Para sacar esto adelante, Lanie necesitaba más datos de entrada que los que podía manejar sola. Newcombe sostuvo el papel en alto: rezaba ¡No te arriesgues! Crane se limitó a negar con la cabeza, mientras sonreía con ironía.
Cuando Lanie le hizo una señal, indicándole que ella y su personal estaban listos, Crane dijo:
—Atraigo la atención de ustedes a Estados Unidos y al río Mississippi.
Todas las luces se apagaron, con la excepción de un único haz luminoso, concentrado en el medio de Norteamérica.
—Es mayo de 1811 —prosiguió Crane—. La lluvia es mala en la primavera y los ríos se desbordan. Aunque la gente oye muchos truenos, observa que, extrañamente, no hay relámpagos. En el otoño, los ciudadanos de New Madrid, en el sudeste de Missouri, cerca de la frontera con Kentucky y Tennessee, se sorprenden al descubrir que decenas de miles de ardillas abandonan su hogar en los bosques y se desplazan en falanges hacia el río Ohio, donde se tiran para ahogarse. En septiembre de ese mismo año, en lo alto pasa un gran cometa, arrojando un fulgor brillante y fantasmagórico sobre los bosques. Para muchos, un presagio.
Crane bajó la escalera con lentitud. El globo ya no giraba, sino que se había detenido frente al estrado, destacando el valle del Mississippi.
—Norteamérica es una frontera sin ley. Tecumseh gobierna sobre las tribus indias próximas a New Madrid y en el transcurso de todo el otoño libra más de una batalla contra las fuerzas del general William Henry Harrison. Los piratas y asaltantes se dedican con ahínco a su profesión en el río, obligando a que los capitanes de barcos de carga formen convoyes para brindarse mutua protección. Pero, en las primeras horas de la mañana del 16 de diciembre, un lunes, todo eso pasa a un segundo plano.
Crane penetró en el círculo de luz del reflector.
—A las dos de la mañana, el infierno hizo una visita.
Un sonoro estampido resonó por la estancia, mientras una enorme cicatriz aparecía en el globo.
—El suelo se agita con violencia derribando las casas hechas con troncos. Un horrible rugido, mezclado con un siseo y un agudo pitido, surge del suelo que se abre. Malsanos olores sulfurosos envuelven a los colonos sobrevivientes. Relámpagos de luz brotan con violencia del suelo mientras éste ondula. El suelo hace erupción como un volcán, lanzando agua, rocas, arena y carbón hasta la altura de la copa de los árboles. Veintiséis de estos sucesos tienen lugar durante esta sola noche. Espantoso. Pero sólo son temblores leves de tierra: el vigésimo séptimo día es el día del terremoto en sí, y su potencia se siente en treinta estados. Bosques enteros quedan arrasados. El suelo se hunde, dándose nueva forma a sí mismo, mientras se abren inmensas fisuras que lo tragan todo. El río Mississippi modifica su curso centenares de veces; atrapado en enormes elevaciones del terreno, se convierte en una pesadilla de remolinos y cataratas, matando todo lo que vivía en él. En un momento dado fluye aguas arriba. Cuando las riberas se desploman, el río asciende, inundando todo el valle, ahogando todo aquello que no esté ya muerto.
«En Jackson, Mississippi, a ochenta kilómetros del epicentro, los árboles se desarraigan y los edificios caen. En St. Louis, aguas mucho más arriba, relámpagos se disparan desde el suelo, las chimeneas se derrumban, las casas se parten en dos. Una espesa niebla envuelve a la ciudad durante días. Las ruinas se extienden por muchos kilómetros de Arkansas. Memphis está devastada por los deslizamientos de tierra. Tan lejos como Nashville, los edificios retumban y se estremecen. Un lago inmediatamente al norte de Detroit burbujea como una olla hirviente. Las sacudidas se sienten con intensidad en Richmond y Washington D. C. El edificio del Congreso de Raleigh, Carolina del Norte, se sacude durante una sesión legislativa que se celebró muy avanzada la noche. En Charlestown, las campanas de 3 a iglesia resuenan y los habitantes experimentan náuseas debido a las sacudidas.»
Ramas de luz que aparecen en el globo se extienden desde la zona del sismo, de manera de abarcar la mayor parte de los Estados Unidos.
—¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros, doctor? —alzó la voz Li.
—Mucho, señor Li, porque nuestros cálculos indican que hace años que se está demorando otro terremoto de importancia en la línea de falla de New Madrid. Muchos de los precursores de un sismo así ya están en posición, y estamos tratando de precisar el momento exacto para que se produzca esta catástrofe. Doctor Newcombe, ¿tiene usted algo para agregar?
Newcombe se quedó sentado unos instantes. No estaba seguro de que fuese la hora de hacer que suene la alarma, pero no le resultaba posible mantenerse en silencio después de la presentación de Crane:
—Las Montañas Rocallosas tienen el efecto de absorber los sismos occidentales —dijo por fin—. Cualquier sismo que se produzca al este de ellas va a ser devastador. Nuestros descubrimientos iniciales ponen la tasa de mortandad en más de tres millones de personas; los daños, en la cercanía de los doscientos cincuenta mil millones de dólares. El caos inherente a esto afectaría la capacidad del país para suministrar bienes y servicios en un radio mucho mayor que el de las zonas donde se produjera el terremoto, y se extendería a la escena internacional. El golpe que se infligiría a la economía podría condenarla a su destrucción y el país podría no llegar a recuperarse jamás, de manera muy parecida a como Gran Bretaña fue incapaz de recuperarse de las guerras que libró durante el siglo XX.
Toda la sala quedó sumida en un silencio profundo, absoluto. Newcombe hizo una profunda inhalación.
—¿Responde eso su pregunta, señor Li? —preguntó sin resentimiento.
A Crane le gustaba la apariencia del presidente Gideon. Su preocupación parecía sincera y siempre miraba a los ojos cuando hablaba con alguien. Tenía un aire de mando del que carecía el vicepresidente. Por supuesto, eso no hacía que fuera más autónomo que Gabler, sino que hacía que fuera más sencillo lidiar con él.
—Tengo la esperanza de que tan sólo esté tratando de asustarnos, doctor Crane —dijo Gideon, con una bebida firmemente alojada en su mano—. Es seguro que no sé si querría ejercer el mando durante un desastre de tan vastos alcances como el que usted acaba de describir.
El señor Li, parado al lado de Gideon, inclinó la cabeza hasta casi tocar la del Presidente.
—El buen doctor no tiene esa clase de sentido del humor —dijo—. Creo que cree sinceramente en la predicción que hizo hoy.
—No estoy invocando hechizos —dijo Crane—, si es a eso a lo que usted se refiere. Tan sólo estamos construyendo una hipótesis científica razonable.
El Presidente enderezó el cuello.
—¿No está seguro de que esto vaya a ocurrir?
Crane alzó su copa, Burt Hill se apresuró a llenarla de nuevo con whisky:
—Ah, sí ocurrirá, señor Presidente. La Tierra no tendrá esa suerte.
—Pero el momento, Crane —sonrió Li—. Todo esto consiste en conocer el momento.
—Estamos trabajando en eso —repuso Crane, mirando con cuidado a los dos hombres—. Las señales están ahí. Ahora estamos tratando de establecer la fecha. Si el globo estuviera terminado…
—Pero no lo está —dijo Gabler—, y sus predicciones son meras palabras.
—¿Igual que Sado, señor vicepresidente? ¿Fueron meras palabras? —replicó Crane, mirándolo con desdén—. Mi personal está compuesto por profesionales sumamente competentes, que transcurrieron toda su vida estableciendo las bases para arribar a este momento. ¿Cuáles antecedentes tiene usted en este sentido?
Gabler se sonrojó hasta la raíz de los cabellos, mientras Gideon se ponía la mano en la boca para ocultar la sonrisa.
—Realmente tenemos que tener absoluta seguridad sobre esto —dijo el señor Li—. Las elecciones tendrán lugar dentro de nada más que dos meses.
—Estoy haciendo lo mejor que puedo —dijo Crane—. Apresurarse y dar una predicción equivocada no le haría bien a nadie.
—Eso es absolutamente cierto —concedió Li. Sumi hizo su entrada para escanciarle champagne mejorado en la copa—. Recuerde que es para su conveniencia presentar algo antes de la fecha de elecciones.
—¿Se lo pueden imaginar? —dijo Gideon, poniendo su propia copa al alcance de Sumi— anunciamos, de antemano, un desastre de proporciones… salvamos millones de vidas y miles de millones de dólares en bienes. Los de Yo-Yu no tendrían la menor probabilidad.
—Por desgracia, señor Presidente, temo que podría acontecer precisamente lo opuesto —dijo Li, tomándolo a Sumi por el brazo—. Anunciamos un desastre de proporciones, evacuamos, cerramos fábricas, protegemos las existencias… para que después nunca se produzca ese desastre.
—La boca se le haga a un lado —dijo Gideon.
—Eso es lo que está en juego —dijo Li. Se volvió del Presidente hacia Crane, su expresión solemne transformándose, de manera camaleónica, en otra de cálida amabilidad—. ¿Está Sumi trabajando a su entera satisfacción, doctor Crane?
Crane y Sumi intercambiaron una sonrisa.
—Sumi Chan es el mejor supervisor que se pueda pedir para un proyecto —contestó Crane—. Estoy en el terreno la mayor parte del tiempo, en consecuencia, él entiende las prioridades y emite los cheques. Un socio de primer nivel.
—Excelente —dijo Li con una amplia sonrisa. Pasó un brazo en torno de Sumi—. Liang Int. podría utilizar más hombres como Sumi. Sabe, doctor, estoy fascinado por su globo. Yo también tengo uno.
—Eso oí —dijo Crane—. Algún día tendrá que mostrármelo.
Li rió.
—Temo que eso sea imposible. Reglamentos, ya sabe.
—Claro que sí. Sumi, el presidente Gideon parece haber vaciado su copa.
—No podemos permitir eso —dijo Sumi, llevando la botella para volver a llenar la copa de Gideon—, en la fundación no se permite que las copas queden vacías.
Gideon asintió, feliz, con una inclinación de cabeza. Parecía relajado y cómodo; sus guardaespaldas también parecían estar tranquilos. Alzó la copa.
—A su salud, doctor.
Todos bebieron. Después, Gideon dijo:
—¿Qué posibilidades hay de hacer una recorrida por sus instalaciones? Encuentro este lugar fascinante. Si hubiera alguien libre, yo…
—Nadie conoce este lugar como yo —dijo Crane—. Vamos. ¿Hay alguien más que esté interesado?
—Vayan ustedes dos, así se conocen mejor —dijo Li—. Yo tengo que discutir algunos asuntos con el señor Chan.
—Me parece bien —dijo Crane, conduciéndolo a Gideon hacia afuera de la carpa.
Li se volvió hacia Sumi.
—¿Cuán cerca están realmente de este asunto de New Madrid? —preguntó con brusquedad, la vulpina sonrisa que le había regalado a los demás se había borrado por completo.
Sumi hizo un gesto de negación con la cabeza.
—No estoy seguro. Hay mucha información que está llegando. Sé que ya seleccionaron la adecuada, pero todavía están en el proceso de establecer el momento preciso: podrían descubrir que no va a ocurrir sino hasta dentro de muchos años.
Li frunció el ceño.
—Quiero que encuentren un terremoto que se produzca antes de las elecciones.
—Sólo hacen lo que pueden.
—No, Sumi pueden encontrar ahora un sismo… si es que las teorías de Crane efectivamente son ciertas. Pero, para encontrar ese sismo, esta gente se debe concentrar en conseguir lo que yo quiero, y no dedicarse a jugar con sus datos y sus chiches —sonrió con gesto despectivo—, con sus investigaciones básicas. Y hablando de investigaciones, ¿cómo andan las tuyas sobre el doctor Newcombe? ¿Sigue en pie su viajecito de esta noche?
Sumi asintió con una inclinación de cabeza, sintiendo que la red que había caído sobre todos los de la fundación se estaba ajustando.
—Viajará con el nombre de Enos Mann. Saldrá cuando oscurezca.
—Humm, estará afuera toda la noche, pues. Se prevé que la Nube de Masada entre alrededor de la medianoche.
—¿Está su gente en posición?
—No te preocupes por mi gente —dijo Li, al tiempo que en la cara se le dibujaba un gesto de disgusto cuando vio acercarse a Mui—. Encárgate de acicatear a esta gente para que me consiga esa predicción. Ahora sugiero que circules, para así evitar suspicacias de la gente.
Sumi inclinó levemente la cabeza, conteniendo la tensión y la ira. Fue hacia Newcombe, deseando de todo corazón que hubiera algo que ella pudiera decir, alguna manera sutil de hacerle saber a ese hombre que hoy a la noche debía quedarse en la fundación. Kate Masters, vestida con unas medias ajustadas de pierna entera y amplia capa, en color rojo brillante, estaba hablando cuando llegó Sumi, con su botella de champagne en la mano.
—Oh, Sumi —dijo Masters, su roja cabellera peinada en rulos apretados que le llegaban hasta los hombros—, es necesario que algún día me dé el secreto de esto.
Extendió la copa.
—Una antigua receta de familia —dijo Sumi, lanzándole a Masters la clase de mirada lasciva que había visto que lanzaban los hombres—. Es bueno para la actividad sexual.
—Tesoro, en ese aspecto no tengo problemas, pero llénela de todos modos. —Extendió la copa y Sumi escanció. En muchos sentidos percibía que Masters estaba jugando a las escondidas de manera similar a como ella misma lo estaba haciendo, un juego destinado a un mundo de hombres. En Masters había más cosas, muchas más, que las que ella revelaba.
—Eh, guarden un poco para mí —dijo Newcombe, extendiendo su propia copa.
—Deseo que todos ustedes sepan mi opinión —dijo Masters, tomando un largo trago—. Lo que ustedes hacen aquí es importante. Sé que Crane se lo tiene que vender a las autoridades constituidas y que, al venderlo, eso se vuelve vulgar. Pero no para mí.
—Agradecemos eso —dijo Lanie, sonriéndole—. En verdad, aquí únicamente queremos ayudar a la gente, pero parece que siempre tenemos que contar con un gancho.
—La naturaleza del juego —dijo Newcombe, frunciendo el ceño—. Es un juego que odio, pero es el único del que se dispone.
—Me dio un susto de muerte, sabe, con su discurso de hoy —dijo Masters.
—Eso espero —dijo Newcombe— eso me da a mí un susto de muerte.
—Si es que sirve de algo —dijo Masters, tomando otro trago—, canjeamos el Procedimiento Vogelman para respaldar la Fundación Crane, pero si la administración Gideon se hubiera rehusado, los habríamos respaldado a ustedes de todas maneras; algunas cosas son más importantes que la política. Ustedes tienen categoría.
—Entre bueyes no hay cornadas, ¿eh? —dijo Sumi—. La felicito. Debo traer otra botella ahora. Vaya por la sombra.
Sumi salió con rapidez, seguido con la mirada por Lanie: había algo terriblemente solitario, terriblemente triste respecto de Sumi Chan. Lanie no confiaba en Sumi, pero eso no impedía que sintiera pena por él. Miró a Masters.
—¿En qué consiste el Vogelman?
—¿Estás interesada, mi querida?
—No —respondió Newcombe por ella—. Nosotros tan sólo…
—Sí, estoy interesada —dijo Lanie, mirando con fijeza a Newcombe—. Tengo mucho para hacer en los próximos años, y no quiero tener que preocuparme por los hijos.
—Un implante único —dijo Masters—, colocado en forma externa en la paciente; la colocación tarda quince minutos. Permanece colocado para siempre y evita la ovulación. No más calambres abdominales; no más períodos. —Miró a Newcombe—. Un montón de mujeres se lo está haciendo.
—Y eso fue todo en cuanto a la población mundial —dijo Newcombe.
—Si quieres quedar llenita, tomas una píldora. Sin problemas. Las madres hacen que se les aplique a sus hijas en la pubertad. Eso se hace cargo de más de un dolor de cabeza.
—Es antinatural —dijo Newcombe.
Masters hizo destellar su sonrisa exhibidora de dientes.
—Para ustedes resulta fácil de decir, compadre. La Naturaleza es tal como la Naturaleza lo hace. En Los Ángeles hay unos pocos médicos realmente buenos que efectúan el procedimiento, Lanie. ¿Deseas que te arregle una cita?
—Sí —dijo Lanie.
—No —dijo Newcombe.
Masters hizo una breve inhalación y terminó su copa de champagne mejorado.
—Bueno, pues… quizá sea mejor que lo conversen entre ustedes, ¿eh?
—La llamaré —dijo Lanie, lanzándole una mirada furibunda a Newcombe. ¿Por qué tenía que ser tan dominante?
—Mejor me mezclo con la concurrencia —dijo Masters, mientras sacudía el cabello con gesto teatral—. No me pagan por quedarme acá parada y beber.
—Ya lo creo que sí —dijo Newcombe.
La mujer se encogió de hombros.
—Yo sé cuándo tengo que hacer un garboso mutis, ¿está bien? Otra vez, gracias por el espectáculo de hoy: voy a tener pesadillas durante una semana.
Estrechó la mano de Newcombe y le dio a Lanie un prolongado abrazo fuerte.
—La llamaré mañana —susurró Lanie. Cuando Masters estuvo bien lejos, Lanie se volvió hacia Dan, airada.
—¡Nunca, en toda mi vida, me sentí tan avergonzada! —exclamó—. ¿Cómo pudiste hacer algo así?
—¿Cómo pude? ¿Algo como eso no es una decisión que ambos deberíamos tomar?
—No desde mi punto de vista: es mi cuerpo, mi vida. Y la semana que viene haré que se me aplique el procedimiento, ya fuera que te guste o no te guste.
—Ya no somos niños —contestó Newcombe—. Tus años de fertilidad no durarán mucho…
—Fertilidad —dijo Lanie, haciendo una inspiración profunda para calmarse—. No soy una especie de Madre Tierra que solamente espera que la fecunden, Dan. ¿Por qué siempre tienes que arruinar…?
—¡Es un día grandioso! —interrumpió Crane—. Los tenemos con el culo en la mano, ¿no?
—Les hemos prometido algo que no podemos entregar —dijo Newcombe con aspereza—. ¿Qué tiene eso de bueno? Por lo menos pudiste haber esperado hasta que hiciéramos lecturas de esfuerzo en el terreno, antes de anunciarle el terremoto al mundo.
Crane miró a Lanie.
—¿Qué problema tiene?
—Bebés —contestó Lanie.
—Bebés —repitió Crane. Después se estremeció—. ¡Qué horrible pensamiento! No importa. Dentro de un ratito, todos esos papanatas se habrán ido. Quiero invitarlos a ustedes dos a mi casa para cenar. Una pequeña celebración.
A Lanie se le iluminó el rostro.
—Eso da la impresión de ser…
—No puedo —dijo Newcombe.
—¿Qué? ¿Tienes otra invitación? —preguntó Crane.
Lanie vio a Dan esquivar la mirada.
—Tengo que bajar de la montaña —dijo—. Estuve posponiendo la calibración de nuestro equipo colocado en la San Andrés. Es necesario hacerlo.
—¿Esta noche? —insistió Crane— es una de las noches de Masada.
—Llevaré un traje protector.
—Lleva dos —dijo Lanie—. Voy contigo.
Newcombe negó con un movimiento de cabeza.
—Tú te quedas aquí. Disfruta la cena. Volveré bien temprano por la mañana.
—En verdad no me importa. Yo…
—Quiero hacer esto por mí mismo —dijo Newcombe. Lanie estaba sorprendida por lo furioso que estaba—. No es algo personal… Yo… Yo necesito algo de tiempo para pensar.
—¿Pensar en qué? —preguntó Lanie, sospechando que el comportamiento de Dan nada tenía que ver con que ella se sometiera al Procedimiento Vogelman, sino que era algo más que le estaba ocultando.
—¡Doc Dan! —gritó Burt Hill mientras trotaba hacia ellos—. Se está poniendo oscuro. Tengo el helicóptero listo para usted, si aún lo quiere.
—Voy —dijo Newcombe—. Volveré por la mañana. Disfruten la cena.
Dicho esto, dio media vuelta y cruzó la sala del globo a zancadas, sin echar una sola mirada hacia atrás.
—¿Qué demonios fue todo esto? —preguntó Crane.
Lanie movió la cabeza de un lado a otro, con gesto de pesar:
—No lo sé, pero nada tiene que ver con la falla de San Andrés.
—¿Qué quieres decir?
—Envió uno de sus técnicos para que recalibre ese equipo, la semana pasada.
21:10
—¿Ya están listos? —gritó Crane desde la grúa, mientras corría alrededor del globo en la máquina, a veintisiete metros de altura.
—¡Bájate de ahí! —gritó Lanie—. ¡Te vas a matar!
El alocado hombre estaba colgando de la barquilla y blandiendo una botella de ron.
—¡Soy demasiado terco para morir! —aulló, haciendo bocina con las manos—. Haz que tu personal se ponga en movimiento, y hagamos que esta cosa entre en acción.
—¡Estamos trabajando en eso!
Sumi estaba al lado de Lanie.
—Crane parece… estar exuberante hoy.
—Ésa es una palabra que lo describe, supongo.
Lanie se estaba muriendo de hambre: la invitación de Crane para cenar nunca se hizo realidad del todo, una vez que se obsesionó con la idea de probar el globo. Entre la ausencia de Dan y la puerilidad de Crane, Lanie se estaba empezando a sentir más como una madre que como una socia.
Se volvió hacia sus programadores; después giró los ojos hacia Sumi.
—Vamos, muchachos. Ya lo oyeron al jefe, pongamos esa cosa en línea.
Quejidos y quejas salieron de toda la fila. Lanie miró a Sumi.
—¿Puede usted hacerlo bajar? —preguntó.
—Ni siquiera lo intentaría
—Eso fue lo que pensé.
Lanie se alejó de las terminales dispuestas contra el muro y se acercó al globo, el dispositivo alzándose de manera majestuosa dentro de su techo contorneado: la gente era tan pequeña al lado de un sueño tan grande.
—¡Baja de inmediato, o lo apago! —le gritó a Crane, mientras su grúa efectuaba otra circunnavegación.
Crane golpeó los controles, haciendo que la grúa se detuviera bruscamente y la barquilla quedara oscilando con violencia. La botella se estrelló en el piso, cerca de Lanie:
—¡Huy! —dijo Crane.
—¡Abajo, Crane… ahora!
Hizo descender la barquilla hasta el piso y salió de ella, la cara con gesto de muchachito arrepentido.
—Mi botella se cayó —dijo.
—Te conseguiré otra —dijo Sumi, saliendo con premura.
—Grandioso —dijo Lanie, mirándolo a Crane—. ¿Cuánto más de eso tienes?
—Cajas —dijo Crane, subiendo y bajando rápidamente las cejas—. Cajas de ron provenientes de los agradecidos ciudadanos de Le Precheur. ¿Cuál es la demora en la pasada de prueba?
—Tal como usted puede saber, o puede no saber, doctor —dijo Lanie con severidad—, a las computadoras les hemos estado suministrando información, no programas; tarea, podría yo añadir, que no hemos terminado aún. Tenemos que abrir todas las trayectorias para la pasadita de prueba que usted quiere para esta noche. Esta gente estuvo trabajando todo el día, y está cansada. Dele un minuto, ¿está bien?
—Estás enojada conmigo —dijo Crane, haciendo pucheros.
—Estoy enojada con Dan —contestó Lanie—. Tú estás aquí. Un geólogo cabeza dura es lo mismo que otro.
—Dan es un nene grande. Tiene asuntos, o lo que fuere, que atender, y eso es todo.
—Su vida está acá. No tiene cosa alguna que hacer abajo.
—Una botella de ron de Martinica —dijo Sumi, apurándose por llegar a ellos y darle la botella a Crane—. Sin mejorar.
Crane desenroscó la tapa y tomó un prolongado trago, girando sobre los talones para contemplar el magnífico globo.
—Me voy a volver loco pronto, si no ponemos esta cosa en movimiento.
—Ya estás loco —replicó Lanie—. Mira, no puedes esperar demasiado de esta primera vez. Los intangibles son…
—Los intangibles son el motivo de que te contratara —dijo Crane, ya sin sonrisa—. Ése es el porqué de que aquí haya un generador de imágenes, para hablar con mi globo, para comunicarme en forma sintética, para que haya sinergia.
—No es tan sencillo, sabes. Estamos metiendo todos los datos históricos, pero estamos hablando de la vida del planeta en sí. Alguien excava un yacimiento en Roma, lubricando una falla desconocida: dos años después hay un terremoto de importancia en Alaska. No podemos ingresar programación para el caos, y no podemos saber cuánto de importante, o de esencial, es el papel que desempeña.
Crane miró a Sumi.
—¿Qué piensa usted?
—Pienso que necesita predecir algo antes de las elecciones, o vamos a perder nuestros fondos. Si esto hace promover esa causa, entonces estoy decididamente a favor de avanzar a toda máquina.
Lanie no le prestó atención a Crane y miró a Sumi.
—¿Qué maldita utilidad tendría para cualquiera de nosotros hacer una predicción errónea? No entiendo lo que usted nos está diciendo. Es usted tan malo como el señor Li. No podemos hacer que la Tierra se comporte según nuestras prescripciones.
—Y nosotros tampoco podemos sobrevivir sin financiación —dijo Sumi. Después miró a Crane—. Usted predijo todo, hasta un terremoto en Centroamérica dentro de los próximos meses. No fui yo quien lo dijo, sino usted.
—Estábamos en el sitio —dijo Crane—. Necesitábamos proponer algo, eso es todo. Las señales están ahí, pero no son señales completas.
—¿Qué otra cosa necesita?
Lanie sintió que la recorrían escalofríos cuando Sumi hizo la pregunta, y no estuvo segura del porqué.
—Vamos a la localidad la semana que viene, para hacer lecturas de esfuerzo. Eso nos dará un cuadro más completo. —Crane bebió—. Algo de aumento de actividad después del período de dilatación o un temblor previo al sismo grande sería bueno. Más actividad eléctrica en el suelo tampoco vendría mal. Aunque con el proceso de dilatación, yo estaría dispuesto a hacer un poco de especulaciones, si la actividad sísmica remontara otra vez. Es una muy buena señal que la actividad de lubricación haya desplazado la mezcla de serpentina, olivina y agua, a una posición para que se produzca un deslizamiento de falla importante.
—¿Usted haría una predicción basándose en eso? —preguntó Sumi.
—Si un empujón nos ayuda a ponernos en marcha —dijo Crane, para después señalar a Lanie con la mano sana, que también sostenía la botella—. Y también quiero decirte algo. Primero que todo, no quiero actitudes negativas: hemos llegado hasta acá por haber sido positivos y temerarios. En segundo lugar, aquí estamos cumpliendo el sueño de toda una vida. Tus computadoras se están atosigando con más conocimientos sobre nuestro planeta Tierra que lo que pueda abarcar cualquier otra fuente individual. Las respuestas se encuentran ahí. A lo mejor, una vez que hayamos asimilado todos estos conocimientos, te resulte posible descubrir una gran cantidad de cosas de las que nunca antes nos habíamos dado cuenta, entre ellas la noción de que podría haber un patrón para el caos.
—¿Nunca detienes la actividad? —preguntó Lanie.
—¡Nunca!
—¡Creo que entramos en línea! —gritó uno de los programadores, lo que hizo que todos ellos prorrumpieran en breves vítores.
—Les agradezco a todos y cada uno. —Crane se volvió hacia Lanie—. ¿Te agradaría hacer los honores?
Fue entonces cuando ella lo sintió, la mezcla de miedo y emoción que había mantenido contenida desde el momento mismo en que Crane sugirió someter a prueba el programa. Asintió con una leve inclinación de cabeza, incapaz de hablar, y fue hacia el tablero maestro, una profusión de luces parpadeantes, reóstatos y botones, dispuestos todos en una doble hilera, con un solo teclado de control situado debajo de un monitor grande.
Ella encendió el monitor y apareció un cursor titilante. Lanie deseó que Dan hubiera estado ahí, independientemente de cómo resultaran las cosas. Vaciló ante el teclado.
—No tenemos trompetas para anunciar el acontecimiento, señorita King —dijo Crane, quien tenía la mirada clavada en el monstruoso globo.
Con dedos temblorosos, Lanie escribió: «Avanzar desde Pangaea». Después hizo una profunda inhalación y apretó la tecla Enter.
Con un gemido profundo, el globo empezó a rotar, los continentes dándose nuevas formas hasta llegar al gran continente único con enormes variaciones meteorológicas. Pangaea se escindió en silencio, y allí donde se rompían y cizallaban unos contra otros, los continentes mostraban venas rojas indicadoras de sismos.
—Hermoso —dijo Crane.
Lanie estaba demasiado concentrada en buscar errores de programación en el proceso, como para apreciarlo. Era un manojo de energía nerviosa mientras caminaba para reunirse con Crane.
—¿Cuál es nuestra primera interfaz histórica? —preguntó Crane en voz muy queda.
—El meteoro Chicxulub, de ocho kilómetros de ancho —contestó Lanie—, hace sesenta y cinco millones de años.
—La zona de contacto K- T —dijo Crane.
Lanie, temblando, miraba el globo fijamente.
—Sí. Principios de la Era Terciaria, fin de los dinosaurios. Buscar volcanes en las antípodas… ahí.
La holoproyección de un enorme meteoro ardiendo en la atmósfera voló a través de la sala, estrellándose en la península de Yucatán. Un gigantesco manto de polvo se elevó y se extendió por todo el globo, entreviéndose, a través del polvo, los más tenues vestigios de líneas rojas pulsátiles extendiéndose desde el sitio del impacto, mientras la actividad volcánica se iniciaba en el lado opuesto de la esfera.
Crane extendió la mano y tomó a Lanie del brazo, con el rostro convertido en máscara rígida mientras contemplaba la historia de la Tierra crearse ante sus ojos.
—Sí —murmuró, ante la propia excitación en aumento de Lanie.
Y entonces ella oyó una campanilla que sonaba desde un puesto lejano de la programación; después otra, y otra más. El sistema estaba deteniendo su actividad.
—¡No! —exclamó, liberándose de la mano de Crane y volviéndose hacia la consola, mientras centelleaban mensajes de error y las campanillas sonaban con fuerza por toda la enorme sala. Lanie se dio vuelta y miró; el globo se había apagado por completo. La cabeza de Crane se movía espasmódicamente de un lado a otro, y de su garganta surgió un profundo gruñido.
Lanie tendió las manos hacia la consola, lista para ingresar control de daños, pero se detuvo cuando vio que en el monitor aparecían escritas palabras que deseó no haber visto jamás: «Sin analogía - Sistema incompatible».
Totalmente confusa, las manos le cayeron a los costados, mientras Crane se acercaba a zancadas para pararse detrás de ella.
—Prosigue —dijo él—. Trabaja en la incongruencia.
—No puedo —dijo Lanie, señalando la pantalla—. No sabría por dónde empezar.
Crane leyó las palabras; después la tomó por los hombros, girándola para que lo mire de frente.
—¿Qué quiere decir eso?
Una horrible confusión se apoderó de Lanie, mientras otros programadores se acercaban con lentitud hasta formar un cordón poco compacto en torno de ella y Crane.
—Significa que al cráter mexicano no se lo puede hacer coincidir históricamente con alguna otra cosa que hayamos programado en las máquinas. Nos está diciendo que es imposible.
—No —dijo Crane, para agregar en voz más alta—. ¡No, no aceptaré eso! Vuélvelo a posición inicial y hagámoslo de nuevo.
—Mira, Crane —dijo Lanie—, existen dos posibilidades y una es que hayamos cometido un error al programar, lo que es comprensible, si se tiene en cuenta que no nos diste tiempo para revisar lo que hicimos. Para corregir eso tendremos que repasar todo lo que hicimos esta noche, revisando cada etapa del proceso. Esta gente está demasiado cansada para hacer eso.
—¿Cuál es la otra posibilidad?
Lanie hizo una profunda inhalación.
—Que los sucesos anteriores al de Chicxulub, quizá la separación de Pangaea en sí, ya hubieran alterado tanto al mundo, que el impacto del meteoro ejerció un efecto diferente del que mostró nuestro globo.
—Tú me dijiste que la máquina podía definir y corregir tales incongruencias, recorriendo las limitadas posibilidades de los sucesos faltantes.
Lanie lo miró inclinar la botella hacia los labios y beber la mitad de ella de un solo y largo tirón. Crane, como siempre, era una bomba de tiempo lista para explotar.
—Eso se ubica entre suceso conocido y suceso conocido —dijo Lanie—. Entre, digamos, Chicxulub y la caída de las murallas de Jericó. Pero Chicxulub es lo más antiguo de que tengamos noticia. Cualquier cosa anterior a eso es pura especulación.
Crane volvió a señalar a Lanie, su dedo tembloroso con la furia del borracho.
—Y aun así, dentro de un campo de posibilidades limitado —dijo, dejándola a Lanie y girando sobre sí para ir hacia el globo, la mirada fija en él, como si la concentración le fuese a brindar las respuestas que buscaba en la vida.
Por primera vez desde que vino a trabajar para Crane, Lanie se empezó a preguntar cuánto de la energía de ese hombre había en este proyecto. No sería la primera vez que un demente hubiera convencido a la gente para que creyera en disparates.
Crane se volvió hacia ella.
—Vuelve a ponerlo en actividad —dijo—. Revisaremos el programa sobre la marcha.
—No —contestó Lanie—. Mis programadores están cansados. Yo estoy cansada. Intentémoslo de vuelta por la mañana.
—¡Te di una orden!
—Y yo rehúso cumplirla.
—¡Maldita seas! —aulló, agitando el brazo en alto. La semiterminada botella salió volando hacia el globo, estrellándose en Siberia. Un humo acre se elevó del sitio en el que el ron había mojado los circuitos—. ¡Estás despedida!
—Está bien —contestó Lanie. Se volvió hacia el grupo de programadores, que se amontonaba en torno de ella—. Vayan a su casa. Hemos terminado aquí por esta noche. Mañana su nuevo jefe les dirá qué hacer.
—Creo que necesitamos llevarlo a su casa —dijo Sumi.
—Al demonio con él.
—Lanie…
Lanie asintió con fatigada inclinación de cabeza y avanzó para tomarlo a Crane por el brazo enfermo, mientras Sumi lo hacía por el sano.
—Vamos, lo llevaremos a su casa —dijo Sumi—. Necesita dormir.
—No necesito dormir —dijo Crane, permitiéndoles, a regañadientes, que lo saquen de ahí; mirando el globo, mientras lo sacaban arrastrándolo—. Necesito sentarme y trabajar.
Se volvió y besó a Lanie en la mejilla.
—Ah, quizá sea una cuestión del peso. ¿Cuánto le sumaste al total de la Tierra?
—Mil toneladas cortas por día, debido al impacto de meteoros.
—Prueba sumando más peso que el que había en las épocas antiguas: la actividad de los meteoros es mucho menor ahora que lo que fue hace mil millones de años.
—Lo que tú digas.
Lanie regresó y lo sacaron afuera, donde Crane los apartó con fuerza para pararse por sí mismo. Miró hacia el cielo. La Luna, llena en tres cuartos y en el costado mostrando escenas de sangrientos accidentes de automóviles.
—Ahí es donde necesito vivir —dijo Crane, señalando, para después mirarse ambas manos, en busca de una botella que ya no estaba ahí—. Allí arriba podría mirar a la locura salir por la mañana y ponerse al atardecer.
Lanzó una risotada.
Caminaron hasta las escalinatas empotradas en la ladera.
—Por lo menos, en la Luna no te tendrías que preocupar por sismos —dijo Lanie.
Crane y Sumi rieron.
—La Luna tiene sismos —dijo Sumi.
—¿De veras?
—Alrededor de tres mil por año —dijo Crane, mientras caminaba haciendo eses.
—¿Tiene núcleo?
—Sí —contestó Crane—. Uno de mil cuatrocientos cuarenta kilómetros de diámetro. Hay sismos pequeños, empero, de grado Richter 2. Muy raramente rompen la superficie. Son, casi, como un recuerdo de temblores.
—¿Un recuerdo de qué? —preguntó Sumi.
—No lo sé —Crane volvió a contemplar la Luna—. Ahí arriba un hombre podría construirse un mundo que lo satisfaga. No como hacen las compañías mineras, que sólo van a sacar, sino un mundo donde impere la verdad.
—Está empezando a hablar como Dan —dijo Sumi—. La verdad no existe.
—La ciencia es la verdad —dijo Lanie con rapidez—. El amor es la verdad.
—No existe cosa tal como el amor —replicó Sumi con amargura. Era la primera vez que Lanie hubiera oído a ese hombre exponer algo de sí mismo—. El amor sencillamente es un disfraz para el dolor.
—Eso no es cierto —arguyó Lanie.
Sumi la miró con ojos inescrutables.
—Entonces, ¿dónde está su hombre esta noche?
—La mentira de la libertad —dijo Crane, citándolo a Newcombe—. La mentira de la seguridad. La mentira de la política. La mentira de la religión. —Se volvió hacia Lanie—. No estás despedida.
—Gracias… creo.
—Tienes que hacer que el globo funcione. ¿Entiendes lo que estoy diciendo? Esto no puede detenerse aquí. El sueño… el sueño…
Lanie sintió escalofríos, al pensar en sueños y darse cuenta de por qué estaba tan molesta por el hecho de que Dan se hubiera ido. Iba a tener que enfrentar la noche sola.
—Haré todo lo que pueda para conseguir que el globo funcione —dijo—. Confía en mí.
—Sí, confío en ti. Confío en ti tanto como confío en Dan… o en Sumi, aquí presente.
Palmeó al hombrecito en la espalda; Chan pareció estar incómodo. A Lanie la puso triste pensar que el mundo de Crane era tan reducido que tenía que confiar en Sumi Chan, aunque no se podía explicar el porqué de esa sensación.
El sonido de una campanilla flotó en la cálida brisa que corría por la meseta; a eso siguió la voz combinada de la computadora, que dijo:
—Los niveles de radiación han ascendido hasta un margen inadmisible. Por favor buscar refugio y adoptar precauciones de inmediato.
La respuesta inmediata fue el sonido de puertas que se cerraban y de persianas blindadas que se trababan.
—La nube —dijo Crane, señalando hacia el oeste. La Nube de Masada—. Es mejor que entremos. Vayamos a donde vivo y tomemos un trago. ¿Qué opinan?
—Crane —dijo Lanie—, si alguna vez abrieras los ojos te darías cuenta de que no puedo ir a tu casa.
La miró fijamente, el rostro inexpresivo; de pronto, las cejas se le alzaron.
—Vértigo —dijo—. Ahora lo recuerdo. Tienes miedo de las alturas.
—Petrificada, se acerca más a la verdad —dijo Lanie—. Las rodillas me fallan y, lisa y llanamente, dejo de funcionar en lo físico.
Crane rió.
—Siempre me preguntaba por qué tú y Dan nunca me vienen a visitar. Estás llena de sorpresas.
Habían llegado hasta la escalera. Lanie ascendió hasta el primer rellano, el nivel más bajo en el que estaba situado el bungalow que ella compartía con Dan. Crane, usándolo a Sumí como soporte, venía a la zaga.
—Si crees que eso es interesante —dijo Lanie—, espera a que te cuente sobre las pesadillas.
—¿Pesadillas? —repitió Crane mientras alcanzaba el rellano.
—Cada vez que voy a dormir sueño con lo que pasó en Martinica.
—¿Qué sueñas? —preguntó él.
—Estoy recordando cosas nimias —dijo ella, y se estremeció. El viento que soplaba acompañando la Nube era frío—. Retazos. Recuerdo estar sentada en la oscuridad y tocar el cuerpo de aquel pobre muchacho. Recuerdo… el ron.
—¿Qué más?
Lanie frunció el entrecejo. Crane parecía estar enfadado por el sueño de ella.
—Tú estás en el sueño, Crane —dijo—. Estás usando un traje holgado, voluminoso… todo blanco, como un traje protector contra quemaduras, tan sólo que más grande… más consistente. Estás sumamente excitado por algo, pero no te puedo oír a través de toda esa gruesa ropa. No… no estoy segura.
Hay alaridos y explosiones por todo alrededor, y ese muchacho muerto está ahí… y todos los hombres cubiertos con lodo. C-Creo que lo peor de todo esto es la sensación que me hace experimentar.
—¿Qué sensación?
—Como que estuviera esperando morir.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Extendió la mano hacia la perilla de la puerta de su casa.
—Lanie, yo…
—Tengo que entrar —dijo ella con brusquedad. Entró rápidamente, antes de que Sumi y Crane la vieran caerse a pedazos.
—Dan —sollozó suavemente, hundiendo la cara entre las manos—. ¿Dónde diablos estás, hijo de puta?
Se fue a la cama y lloró hasta dormirse… y volvió a tener la pesadilla, sólo que esta vez Crane, en su traje voluminoso, estaba extendiendo las manos para alcanzarla, tratando de que ella las tome. Esta vez sí pudo oír la palabra que Crane estaba gritando: Pangaea.