Las líneas en bastardilla que presentan las citas de Freud y de Lacan son de J.-D. Nasio.
FREUD
Freud siempre se sintió presionado entre el respeto deontológico por la intimidad del paciente y el deber ineludible de comunicar a todos su experiencia y de teorizarla con miras a fundar esta nueva ciencia que es el psicoanálisis. Las dos citas siguientes muestran este antagonismo entre la preocupación por preservar el secreto profesional y el deseo de constituir un saber universal.
[…] Es cierto que los enfermos nunca habrían hablado si hubiesen imaginado la posibilidad de una explotación científica de sus confesiones y, seguramente, también habría sido en vano pedirles su autorización para publicarlas.[5]
Sin embargo, entre discreción y publicación, Freud no duda, elige la publicación.
[…] La discreción es incompatible con una buena exposición de análisis; hay que carecer de escrúpulos, exponerse, entregarse plenamente, traicionarse, conducirse como un artista que compra los colores con los ahorros domésticos y quema los muebles para dar calor a su modelo. Sin algunas de estas acciones criminales, nada se puede lograr acabadamente.[6]
Para Freud, la transmisión del saber es una exigencia moral.
[…] El médico tiene deberes, no sólo ante el enfermo, sino también ante la ciencia. Ante la ciencia significa, en el fondo, ante muchos otros enfermos que sufren el mismo mal o que lo sufrirán algún día. La publicación de lo que uno cree saber sobre la causa y la estructura de la histeria llega a ser un deber, la omisión, una vergonzosa cobardía.[7]
Freud reconoció haber enmascarado ciertas circunstancias de la vida del paciente que habrían permitido identificarlo, sin dejar de deplorar la censura del menor detalle de su historia clínica. Procura así favorecer la participación activa del lector.
Antes de seguir con mi informe, debo reconocer que modifiqué las circunstancias que rodearon los hechos que estudiaremos, con la intención de evitar toda identificación, pero eso es lo único que cambié. Por lo demás, considero un abuso el hecho de deformar, por el motivo que fuera, aún el mejor, los rasgos de la historia de un enfermo en el momento de comunicarla, porque es imposible saber qué aspecto del caso rescatará un lector al juzgar por sí mismo y porque se corre así el riesgo de inducirlo a error.[8]
Es preferible que el analista redacte el caso una vez terminado el análisis.
[…] No someter los materiales adquiridos a un trabajo de síntesis hasta que el análisis haya terminado.[9]
El estilo narrativo y necesariamente animado de una observación clínica facilita hasta tal punto la lectura que nos hace olvidar que la teoría está allí plenamente presente.
Yo mismo me sorprendo al comprobar que mis observaciones de enfermos se leen como novelas y que no llevan, por así decirlo, el sello de la seriedad, propio de los escritos de los hombres de ciencia. Y me consuelo diciéndome que este estado de cosas es evidentemente atribuible a la naturaleza misma del tema tratado y no a mi elección personal.[10]
Freud lamenta comprobar la inmensa diferencia que separa el hecho vivido del hecho escrito, el hecho real del hecho informado y también lamenta hasta qué punto la escritura, al no lograr nunca describir lo real psíquico, sólo puede suministrar una representación empobrecida.
¡Qué embrollo cuando tratamos de describir un análisis! ¡Qué pena da tener que presentar en fragmentos el gran trabajo artístico que la naturaleza creó en la esfera psíquica![11]
LACAN
Así como lo bello sólo puede conocerse mediante el ejemplo, ciertas nociones analíticas sólo pueden abordarse poniendo en escena un caso. Al introducir una de las lecciones de su seminario sobre La Ética, Lacan invita a sus auditores a releer la Antígona de Sófocles como el ejemplo mismo de lo bello.
En la categoría de lo bello sólo el ejemplo, dice Kant —pues es totalmente diferente del objeto—, puede fundar la transmisión, en la medida en que ella es posible e incluso exigida. Ahora bien, desde todo punto de vista, este texto [Antígona] merece desempeñar un papel para nosotros.[12]
Para Lacan los Cinq Psychanalyses testimonian ante todo la preocupación de Freud por obtener del paciente la restitución de su pasado. Restitución que consiste en una reintegración de su historia, es decir, en una reinterpretación de su pasado a partir de lo vivido actual. Cada paciente, no sólo tiene una historia singular, sino que tiene sobre todo una interpretación singular de su historia. Precisamente esta manera particular de revivir el pasado es lo que individualiza cada caso y hace que exista el psicoanálisis.
Creo haberles demostrado que éste es el punto de partida de Freud [es decir, de la reconstitución completa de la historia del sujeto]. Para él, siempre se trata de la aprehensión de un caso singular. En ello radica el valor de cada uno de sus cinco grandes psicoanálisis. […] El progreso de Freud, su descubrimiento, está en su manera de estudiar un caso en su singularidad.
¿Qué quiere decir estudiarlo en su singularidad? Quiere decir que esencialmente, para él, el interés, la esencia, el fundamento, la dimensión propia del análisis, es la reintegración por parte del sujeto de su historia hasta sus últimos límites sensibles, es decir hasta una dimensión que supera ampliamente los límites individuales.[13]