8. UN CASO ADOLESCENTE
DE FRANÇOISE DOLTO
Dominique o el adolescente psicótico

Y. François

Sugerimos al lector que al leer este capitulo

se remita a la obra de F. Dolto[51]

Dominique tiene 14 años. Con el correr de los años se ha encerrado cada vez más en sí mismo, se ha vuelto progresivamente indiferente al mundo que lo rodea. Está en otra parte, “en otro planeta”. Hace mucho tiempo que casi no se dedica a otra cosa que no sea dibujar siempre lo mismo: autos, aviones. También modela, personajes filiformes y grotescos, siempre los mismos. Conductas estereotipadas… como se suele decir.

¿Y si pensáramos que esa actividad plástica compulsiva constituye precisamente la prueba última, presentada sin cesar para no ser nunca reconocida, de que Dominique intenta desesperadamente sobrevivir como Sujeto? Ésa es la apuesta que hace Françoise Dolto en favor de Dominique en el curso dé una cura cuyo relato ha llegado a ser emblemático: El caso Dominique.

En cuanto al conocimiento de la obra de Dolto, el interés del caso Dominique es irremplazable. Nos muestra ante todo a Françoise Dolto en pleno trabajo: en ese relato podemos asistir a sus diálogos con Dominique, descubrir las reflexiones personales que hace la analista durante la sesión, ver las reproducciones de los dibujos y los modelados de Dominique que aparecen acompañadas por los comentarios de ambos. El caso Dominique es también un texto de inmenso interés teórico: junto con sus hipótesis fundamentales relativas al Sujeto y al deseo, Dolto expone ampliamente su teoría de la imagen del cuerpo y de las castraciones simbolígenas. El caso Dominique, por último, es una extraordinaria iniciación al lugar que ocupan las realizaciones plásticas en la cura de niños llevadas a cabo por Françoise Dolto.

A todo esto, debemos agregar que El caso Dominique nos sumerge en el pensamiento de Françoise Dolto hasta sus confines entre el psicoanálisis, la filosofía y cierta forma de espiritualidad. En efecto, la misma convicción sostiene tanto sus hipótesis sobre la psicosis como su trabajo con los niños de pecho y los niños pequeños: todo ser humano es irreductiblemente un ser de lenguaje, aunque su palabra sea desquiciada, aunque ni siquiera hable todavía. Al anunciar que “todo es lenguaje”, Dolto efectúa una especie de síntesis de sus convicciones éticas más profundas. Para ella, el ser humano está “siempre ya” del lado de la unidad y del lado de la triangulación; por naturaleza pertenece a la vez al orden del “uno” y al orden de “tres”:

— al “uno” corresponde la idea de una unidad primaria de la persona, efectivamente realizada y anterior al estadio A del espejo, indisociable de una simbolización del cuerpo que Françoise Dolto llamará la imagen inconsciente del cuerpo;

— al “tres” se vincula la afirmación de que la estructura ternaria que llega a asumirse en la triangulación edípica es anterior a ella. Dolto desarrolló esta idea gracias al concepto de castración simbolígena, con lo cual extendió el impacto estructurante de la angustia de castración a los primeros estadios.

Precisamente en El caso Dominique Dolto nos ofrece una fórmula emblemática que constituye una especie de síntesis de su pensamiento desde los orígenes: “El ser humano es la encarnación simbólica de tres deseos, el de su padre, el de su madre y el suyo propio, siendo los tres seres de lenguaje”. Es ésta una perspectiva que extiende considerablemente el campo del análisis hacia lo impensado de los comienzos de la vida, lo impensado de las primeras heridas narcisistas, lo impensado psicológico. De modo que, para Dolto, el desafío era construir y conceptualizar una práctica psicoanalítica capaz de asimilar lo preverbal y lo preespecular.

Sin embargo, esto no debería llevarnos a pensar que el objetivo de Françoise Dolto era refutar la existencia de la locura. Podemos encontrar la mejor prueba de su postura en ese sentido en el diálogo inaugural que tiene con Dominique durante su primer encuentro: “¡Es cierto que dices disparates!”, le espeta en aquella ocasión, pero inmediatamente agrega que juntos intentarán comprender qué fue lo que lo llevó a hacerlo, con lo cual reconoce por lo menos a Dominique como un Sujeto de pleno derecho, condición previa y postulado fundacionales de su práctica y de su sistema teórico. Cuando le pide a Dominique que dibuje y modele —su actividad aparentemente más insensata—, Dolto lo hace movida por la convicción de que esas realizaciones plásticas tienen un autor, el Sujeto: representar es, ante todo, representarse, nos dice. Los dibujos y modelados en los que se encerraba Dominique llegarán a constituir el primer soporte de una verdadera relación o, mejor dicho, el primer soporte de una transferencia.

EL CASO DOMINIQUE
EN LA OBRA DE FRANÇOISE DOLTO

En octubre de 1967, Maud Mannoni organiza en Paris un coloquio sobre las psicosis infantiles. Ha reunido a psicoanalistas y psiquiatras ingleses y franceses para desarrollar un debate entre la corriente estructuralista francesa, encarnada en la escuela lacaniana, y la corriente existencialista inglesa, llamada “antipsiquiátrica”. Durante esas jornadas, F. Dolto[52] expone por primera vez las doce sesiones de la terapia de Dominique, un adolescente psicótico “apragmático desde su infancia”. Si bien no participa de manera explícita en el debate entre estructuralistas y existencialistas, en su texto Françoise Dolto responde indirectamente a los argumentos de unos y otros. A los ingleses, quienes hacen responsable de la psicosis al sistema social, Dolto les replica destacando la parte inconsciente de las determinaciones familiares que constituyeron la trama de la psicosis de Dominique; a los franceses, defensores de un estructuralismo intransigente, Dolto les responde con su referencia al deseo de un Sujeto primordial y sus conceptos de imagen del cuerpo y de castración simbolígena.

En la historia intelectual de Françoise Dolto, la presentación del caso Dominique subraya un trabajo de investigación psicoanalítica y de enseñanza que la terapeuta ya había comenzado a realizar desde que presentara su tesis de medicina en 1939, “Psicoanálisis y pediatría”, dedicada entonces a los pediatras y a los médicos a fin de sensibilizarlos respecto de los efectos somáticos patógenos de los conflictos neuróticos; la tesis fue reeditada en 1971, al tiempo que se publicaba por primera vez El caso Dominique:[53] En el momento en que se desarrolla el coloquio de 1967, Françoise Dolto ya ha adquirido un lugar central en el movimiento psicoanalítico francés en virtud de innumerables artículos, sus seminarios y sus consultas públicas. Mantiene una relación cercana con Lacan: ha participado a su lado de la creación, en 1953, de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, luego, en 1964, de la fundación de la Escuela Freudiana de París. Pero hay que destacar —los elementos teóricos evocados ya lo dejan vislumbrar— que el corpus teórico de Dolto no puede superponerse al de Lacan, por más que tome de éste sus premisas.

Françoise Dolto esbozó su corpus teórico en las páginas de sus libros y de sus artículos; sin embargo, nunca los presentó de manera sistemática, pues privilegió regularmente el valor heurístico del caso clínico por encima del rigor de la exposición académica. Además, es difícil abordar El caso Dominique sin detenerse un poco en la cuestión de fondo de la transmisión del psicoanálisis en la obra de Dolto. Su estilo oral, el de su escritura, la elección de los casos de los que hablaba públicamente son todos elementos que contribuyeron a crear un modo singular de transmisión. Muy sucintamente, podríamos resumir la idea en la siguiente fórmula: Dolto desconfiaba del saber y prefería lo verdadero. Así es como en la cura de Dominique, el saber estaba en la frase fulgurante de Dominique que en la primera sesión dice “haber vivido una historia verdadera”, una intuición exacta desde el punto de vista del saber pero que, sin embargo, no le servía para nada; lo verdadero sólo surgirá durante las últimas sesiones, una vez que Dominique haya atravesado la serie de castraciones simbolígenas y le haya dado el alcance simbólico correspondiente a la palabra del padre. De algún modo, F. Dolto invita a su lector a seguir el mismo camino. Procura conducirlo hacia el redescubrimiento vivo de los fundamentos del psicoanálisis antes que a la apropiación de un saber. Un rasgo notable de la obra de Dolto es su capacidad singular para tocar a cada uno en el corazón mismo de su experiencia del inconsciente.

La voluntad de estar más cerca de la verdad que del saber tiene un influencia determinante en el estilo de la narración del caso Dominique. No se trata de una transcripción textual y cronológica y cronológica de las sesiones: Françoise Dolto hizo un importante trabajo de escritura a posteriori. Así va entremezclando sus pensamientos con fragmentos de diálogos, agrega comentarios teóricos, anotaciones biográficas o el informe de los encuentros con los padres. Todas estas anotaciones constituyen un contrapunto de la cura, a la manera de los coros antiguos; al leer El caso Dominique como en la tragedia, uno experimenta la perturbación de encontrarse ante dos temporalidades, la de los acontecimientos y la del inconsciente, que se cruzarán únicamente en el momento de la Krisis, en la última sesión. Mientras Dominique no abordara las premisas del Edipo, la referencia a la cronología de las sesiones continuaría teniendo un carácter artificial respecto del tiempo del inconsciente. Seguramente esto fue lo que impulsó a Françoise Dolto a circular en sus comentarios de una sesión a otra: a veces anticipa, otras, finge sorpresa o ignorancia. Esta decisión, más que un artificio de estilo responde a la convicción de que sólo tiene sentido adoptar una perspectiva cronológica después de que haya operado la “función realizadora del sujeto” (para retomar la fórmula de Jean-Paul Moreigne), en otras palabras, a partir de la castración primaria.

LAS CUESTIONES TEÓRICAS
DEL CASO DOMINIQUE

Queda claro que, al construir su obra en un dialogo continuo con sus lectores y sus oyentes, Dolto se libero de las fronteras académicas entre psicoanálisis y compromisos personales. La referencia al inconsciente gobernó su práctica, pero también lo hicieron sus proposiciones referentes a la sociedad o sus meditaciones espirituales, todas esferas que, a su vez, alimentaron la elaboración teórica de la analista. Por ello sería artificial aislar los conceptos concernientes a la psicosis desarrollados a partir del caso Dominique de todo lo que los une a una concepción más global del Sujeto y de la ética de su deseo. De modo que debemos remitirnos a las que se consideran las hipótesis fundadoras de Dolto, antes de abordarlos conceptos psicoanalíticos que tales hipótesis sustentan.[54]

Las hipótesis fundadoras

Ya hemos sugerido en un párrafo anterior los contornos de esas hipótesis fundadoras al hacer referencia a la unidad y a la triangulación, dos conceptos situados en el origen por Françoise Dolto. Recordemos su fórmula: “El ser humano es la encarnación simbólica de tres deseos, el de su padre, el de su madre y el suyo propio, siendo los tres seres de lenguaje”. Completémosla con otras dos citas:

“Aparentemente, existe un ‘yo inconsciente’, […] previo al lenguaje que debe ser considerado como la instancia organizadora del feto en coloquio con el yo inconsciente de sus padres.”

“Por mi parte, si bien pienso que el deseo de los padres induce a su hijo por efecto del lenguaje, también creo que todo ser humano es, desde su origen, desde su concepción, fuente autónoma de deseo. Considero que su aparición viva en el mundo (en el momento del nacimiento) es simbólica en si misma de su deseo autónomo de asumirse, en su condición de tercer sujeto de la escena primitiva y sujeto único de la satisfacción del deseo genital conjugado de los padres, del cual es el único significante.”

Las hipótesis de Françoise Dolto la coloca en un lugar singular dentro del campo de los psicoanalistas: en efecto, Dolto sostiene que la unidad del Sujeto es primaria y hasta primordial. La posición contraria, que está más difundida, consiste antes bien en seguir la planificación de un desorden inicial hacia la unidad, ya sea mediante la integración de las pulsiones parciales, la superación de la posición esquizoparanoide o la identificación con la imagen especular.

A esto, Dolto opone su hipótesis fundadora referente a un Sujeto que de algún modo está “siempre ya ahí”. Las etapas del desarrollo adquieren entonces para ella una significación por completo diferente: lo que se construye en esas etapas es, no el sujeto, sino su relación con el deseo. Los momentos clave de la primera infancia, los estadios, deben entenderse, pues, como verdaderas pruebas de iniciación: no hay ausencia de saber, sino desconocimiento de una verdad que ya está allí. Durante los primeros años de su vida, el niño debe pasar por la prueba de una serie de iniciaciones en ese deseo del que su existencia misma es testimonio. La introducción de la noción de iniciación implica además una referencia a los agentes y a las reglas de tal iniciación: incumbe a los padres y a los adultos en general asumir la carga iniciadora, por cuanto ellos mismos fueron iniciados en la regla fundamental del deseo, la prohibición del incesto.

Imagen del cuerpo y castraciones simbolígenas

Un concepto esencial permite a Françoise Dolto articular sus hipótesis fundadoras al cuerpo psicoanalítico, hipótesis que, de lo contrario, hubieran permanecido en las fronteras del acto de fe: me refiero a la noción de imagen del cuerpo.

La apuesta teórica que hace Dolto es llegar a concebir el orden del deseo a pesar de que éste esté unido a las necesidades del cuerpo, el orden del inconsciente, a pesar de que éste esté sujeto al espacio y al tiempo del cuerpo propio.

Por “quimérica” que sea, la imagen del cuerpo representa muy bien esta unidad que en opinión de Dolto es primaria. Es el espacio simbólico que unifica y anuda deseo y cuerpo de las pulsiones, Sujeto y cuerpo propio: “Una imagen de sí mismo desarrollada, lograda, interpela (al niño) tanto en el plano biológico como en el plano emocional”, nos dice Dolto. Así referida a las leyes del deseo inconsciente, la imagen del cuerpo se distingue radicalmente del esquema corporal: a diferencia de éste, la imagen del cuerpo está marcada por el sello del orden simbólico y se asienta en la dialéctica de la alteridad promovida por Lacan. La imagen del cuerpo se construye en el lenguaje, está marcada por las huellas simbolizadas de la relación con el otro.

Al concepto de imagen del cuerpo Françoise Dolto adhiere de manera indisociable el de castración simbolígena. Dolto llama castraciones simbolígenas tanto a las prohibiciones de eternizar ciertas modalidades del deseo que el niño debe encontrar en las etapas clave de su desarrollo, como a los efectos que ejercen sobre él tales prohibiciones. Corresponde a los padres la tarea de iniciar al niño en las castraciones o, como dice Dolto, “darle” la castración.

Así es como la erótica oral del primer estadio, orientada por un deseo de toma y de incorporación, debe mutar y transformarse para mantener intercambios más abstractos, primero mediante la voz y luego mediante la palabra. El destete, la pérdida del cuerpo a cuerpo que éste implica y las palabras que lo acompañen serán los operadores de lo que Dolto llama la castración oral. La castración anal sucede a la castración oral: la omnipotencia ilusoria vinculada con la adquisición del dominio muscular debe encontrar las reglas referentes a lo que uno no debe hacerse a sí mismo ni hacerle a los demás. La castración genital edípica es el paso siguiente para articular definitivamente, gracias a la aceptación de la prohibición del incesto, deseo y cuerpo propio.

Si postulamos que la imagen del cuerpo es por naturaleza sincrónica, síntesis totalmente realizada en cada instante, las castraciones simbolígenas serían, pues, su equivalente diacrónico. A la dialéctica del deseo y del cuerpo propio que instituye la imagen del cuerpo, las castraciones simbolígenas agregan la de la sucesión de las zonas erógenas, de sus objetos y de las manifestaciones de la ley.

La otra manera, más clásica aunque no pueda superponerse totalmente a esta, de formular el juego dialéctico entre imagen del cuerpo, castraciones simbolígenas y ley del deseo, es poner el acento en quien lleva la voz cantante, aunque sea por su ausencia: el falo. Nada de lo que propone Françoise Dolto a través de sus conceptos propios obliga a elegir entre el aporte lacaniano a la cuestión del falo y una perspectiva más clásicamente freudiana, llamada desarrollista y en la que a veces se confinó a Dolto. La mejor prueba de lo que acabamos de afirmar puede hallarse precisamente en el caso Dominique: a lo largo de todo su estudio, Dolto mantiene un discurso de dos vertientes en donde las incertidumbres de la imagen del cuerpo de Dominique encuentran en cada etapa su eco en términos de busca fálica.

Psicosis, imagen del cuerpo y castración simbolígena

La coincidencia de perspectiva entre las concepciones de Françoise Dolto y las más conocidas de Jacques Lacan tiene, sin embargo, sus límites. Ya pudimos vislumbrarlas cuando destacamos en los párrafos dedicados a las hipótesis fundadoras, el tipo de consistencia que adquiría para Dolto la noción de Sujeto. En cuanto a la cuestión de los orígenes, los caminos de Dolto y Lacan se separan de manera inapelable. Está claro que al sujeto lacaniano tan próximo al señuelo, Dolto oponía un Sujeto auténticamente fuente de deseo; que al vínculo con el orden simbólico del sujeto lacaniano, Dolto replicaba mediante la afirmación de una identidad de naturaleza en el origen y por principio. Es como si Dolto prolongara hasta sus últimas consecuencias la afirmación lacaniana de la identidad estructural del inconsciente y del lenguaje con un “todo es lenguaje” radical. A partir del momento en que toma esta posición, Dolto se siente ineluctablemente llevada a formular nuevas hipótesis sobre la psicosis. La idea lacaniana de un sujeto psicótico radicalmente excluido del orden simbólico que le estaría anulado es incompatible con la del Sujeto que propone Dolto.

Para Dolto, si bien en el origen de la psicosis hay una herida en el orden simbólico, esa herida es de algún modo más local y más identificable: concierne únicamente a la imagen del cuerpo, no al Sujeto. En su sistema teórico, la psicosis es la expresión de una alienación en una imagen del cuerpo arcaica, es decir en una imagen del cuerpo que pudo sustraerse a las castraciones simbolígenas. No es el orden simbólico mismo lo que queda excluido de la escena psicótica, sino solamente sus efectos de “marcación” en etapas precoces y determinantes del desarrollo. En otras palabras, en los orígenes de la psicosis ha fallado una castración simbólica y el Sujeto se encontró alienado en una ética arcaica del deseo. La carencia de castración simbolígena es para Dolto la definición misma del trauma: un suceso no es traumatizante por sí mismo, sino por el hecho de no haber podido ser simbolizado a causa de no estar articulado a una castración simbolígena. En el caso de Dominique, veremos que el trauma fue que los padres lo “autorizaran” a identificarse con la hermanita que acababa de nacer, con lo cual dejaron que a los 3 años tuviera una regresión a una etapa posterior a la castración oral.

Dolto aborda precisamente la dimensión familiar o más bien genealógica de la aparición de una psicosis en relación con la falta de castración simbolígena: los padres no podrán dar la castración simbolígena esperada por el niño si presentan “lagunas de estructura preedípica o edípica” de la libido, originadas en su propia historia con sus propios padres. Y lo expresa mediante esta fórmula lapidaria: “Hacen falta tres generaciones para que aparezca una psicosis”. Agrega además que, en tales familias, el niño “más dotado de libido”, o sea, el más perturbador en relación con el deseo, es el que está más expuesto.

La alienación en una imagen del cuerpo preespecular y arcaica, por ausencia de castración simbolígena, hace que el sujeto psicótico sea incapaz de articular su deseo a su cuerpo humano sexuado. No obstante, continúa siendo un ser de deseo y de lenguaje que no puede sustraerse por completo a la cuestión del otro: espera, a pesar de todo, reconocimiento y respuesta a su deseo, continúa simbolizando su falta de ser. Pero, en la ética arcaica del deseo que lo aprisiona, el psicótico se encierra en un código que no puede compartir, incomprensible para los demás o, mejor dicho, autista. Dominique manifiesta así en la segunda sesión con Dolto su percepción de todo encuentro como un interconsumo devorador mediante un ademán que acompaña con sonidos que simulan una “mandíbula trituradora”.

Atado a tales fantasías arcaicas y aterradoras, el deseo se vive en la persecución: de modo que hay que adormecerlo o apagarlo. Gracias a la pulsión de muerte, el Sujeto puede abandonar temporalmente la carga de su deseo. Dolto afirma, en efecto, que la pulsión de muerte no apunta en ningún caso a la muerte del Sujeto, sino a poner en reposo el deseo, como ocurre durante el sueño o el orgasmo. En el marco de la psicosis, el despliegue de la pulsión de muerte no es en sí mismo patológico, en cambio sí lo es que surja en lugar de las castraciones simbolígenas: el sujeto psicótico sustituye la mutación del deseo confrontado a la castración por intentos repetidos de apagarlo en la pulsión de muerte.

A estos extremos de lo que se presenta como un mecanismo de defensa propio de la psicosis, Dolto agrega que los jirones de deseo que no pudieron ser ahogados ni adormecidos por la pulsión de muerte se le reaparecen al Sujeto adoptando la máscara de la fobia. En el caso de Dominique será fobia a todo movimiento, es decir, a todo lo que representa la dinámica de ese deseo que lo aterra porque él no ha reconocido ni aceptado sus leyes.

Teoría de la cura

Las hipótesis fundadoras de Dolto, sus conceptos propios y su teoría de la psicosis trazan los contornos de una teoría de la cura analítica inevitablemente original.

En primer lugar, el hecho de reconocer al otro en su condición primaria de Sujeta conduce naturalmente a Dolto a basar la cura en el principio de que se trata, ante todo, de un encuentro. Dolto afirma que es posible y necesario establecer con el otro —por más que éste sea considerado psicótico— lo que ella llama un “vínculo de conaturalidad”, un vínculo que los pondrá en un plano de “mismidad” durante la sesión. Para Dolto, la ética misma de la cura supone por principio que “en el analista hay una transferencia específica, pues tiene fe en el ser humano [que en ese momento es] su interlocutor”.

Desde un punto de vista puramente conceptual, lo que Dolto llama un “vínculo de conaturalidad” entre el analista y su paciente se extiende sobre la resonancia que se establece entre la imagen del cuerpo del analista y del analizando. Más exactamente, la imagen del cuerpo del analista constituye, de algún modo, “el camino real” hacia lo impensado arcaico del paciente psicótico. Para Dolto, el paso por el desfiladero inconsciente de la imagen del cuerpo del analista sostiene y hace posibles la transferencia y la interpretación, es el “lugar de consolidación”. Pero aun cuando entre en resonancia con el paciente en virtud de la sincronización de imágenes del cuerpo, el analista no se haya en una posición totalmente simétrica, por cuanto se supone que el analista ha superado la prueba de la castración edípica. Por esa sola razón, el analista está en condiciones de “dar” una castración al analizando. Françoise Dolto nos lo muestra en el transcurso de las sesiones mantenidas con Dominique, jalonadas por verdaderas enunciaciones de leyes del deseo.

Esto no debe hacemos pensar que, al declarar que la imagen del cuerpo del analista es el “lugar de consolidación de la transferencia”, Dolto nos remite simplemente a una forma de comunicación empática más o menos fusional. Se trata, por el contrario, de que el analista constituya de entrada un tercer espacio: el espacio de la ley común, el espacio de la enunciación de las castraciones, el espacio de co-construcción de la imagen del cuerpo. En esta perspectiva debe entenderse la atención que presta Dolto a los gestos, a la mímica y, sobre todo, a las realizaciones plásticas, dibujos y modelados. Los gestos y la mímica, que Dolto llama en otra parte el “lenguaje preverbal y paraverbal y que es el lenguaje del cuerpo”, están representados, por ejemplo, por el ademán ya evocado de Dominique y lo que ese ademán revelaba de las representaciones inconscientes del deseo movilizadas por el encuentro. En cuanto a las producciones plásticas realizadas durante las sesiones, sabemos que ocuparon un lugar eminente en la obra de Dolto: hasta les dedicó un seminario durante varios años.

Al comienzo de su práctica, Dolto había introducido los lápices y la pasta de modelar en sus curas de niños con el único propósito de apoyar sus declaraciones espontáneas. Luego, al tiempo que cobraba forma el concepto de imagen del cuerpo, se sintió impulsada a dar una importancia creciente a tal actividad. Dolto afirma, en efecto, que lo que dibuja o modela un niño durante la sesión es su imagen del cuerpo actualizada en la transferencia. Un enfoque que excede ampliamente el simple análisis simbólico de las realizaciones plásticas que hace el niño durante la sesión, pues las vuelve indisociables del proceso analítico mismo. En su obra, Dolto nos ha dejado innumerables ejemplos del modo en que se apoyaba en las producciones del niño para establecer la transferencia y hacer sus interpretaciones. La cura de Dominique en particular está jalonada por sus dibujos y sus modelados, que son a la vez manifestaciones palpables de la evolución de su situación afectiva inconsciente y representaciones puras del espacio de la transferencia.

Si Dolto da tanta importancia a las condiciones actuales de revelación de la imagen del cuerpo durante la cura, ello se debe ante todo a que tales condiciones hacen que la imagen del cuerpo de la transferencia y la imagen del cuerpo arcaicas se vuelvan solidarias y análogas. Las imágenes del cuerpo que pudieron sustraerse a la castración hallan una concordancia con la imagen del cuerpo actualizada en la sesión. Para Dolto, la cura debe permitir el retomo de las imágenes carentes de castración simbolígena: en otras palabras, la cura es un tiempo y un espacio de despliegue de la regresión que ofrece una nueva oportunidad de afrontar las castraciones. Nos encontramos aquí con el par regresión-catarsis conceptualizado muy tempranamente por Freud; en el pensamiento de Dolto, la catarsis se da en virtud de la confrontación con la castración simbolígena que no fue dada en su momento.

Aunque se trate de un sistema doblemente polarizado por la imagen del cuerpo del analista y la imagen del cuerpo del paciente, la cura no es, sin embargo, un campo cerrado. Françoise Dolto lo abre particularmente a la dinámica inconsciente familiar. Estén o no presentes los padres, Dolto trabaja con ellos. Al apoyarse en sus demandas, a menudo muy concretas, la analista mantiene el vínculo con ellos, con lo cual los hace participar de la cura del niño. Aunque se trate, por supuesto, de favorecer la modificaciones inconsciente inducidas por la cura del niño, la apertura del sistema de la cura a la familia real le permite además al niño “encontrar el Edipo” con sus padres reales antes que con su terapeuta. Durante la cura de Dominique, Dolto aceptó, por ejemplo, los múltiples intercambios de cartas con la madre y, sobre todo, la decisión del padre de interrumpir el tratamiento, pues pensó que esto era menos perjudicial para Dominique que una ruptura del precario equilibrio libidinal familiar.

EL DESARROLLO DE LA CURA

Primera sesión: 15 de junio. La primera sesión con Dominique estuvo precedida por una larga entrevista con la madre. Ésta es la anamnesis:

Dominique Bel, de 14 años, es el segundo de tres hermanos:

Paul-Marie, el mayor, tiene 2 años y medio más que Dominique, es decir, 16 y medio, en el momento de la primera consulta. Se sabe de él que no tiene un buen rendimiento escolar y que es bastante femenino en sus gustos e intereses.

Sylvie, la menor, tiene 11 años en el momento de la primera consulta. Se parece mucho a su padre, pues es rubia e inclinada al estudio, pero, a diferencia de aquél, tiene muchos amigos. Es la segunda niña que nace en la familia Bel desde hace ciento cincuenta años; la primera fue su tía paterna.

La mamá afirma que Dominique fue un niño muy deseado, por más que “se esperaba más bien que fuera una niña”. Agrega, sin embargo, que lo veía muy feo cuando nació: era velludo y castaño como su abuelo materno. Dominique se desarrolló normalmente, salvo por el hecho de que era un poco “difícil y exigente”, pero, en cambio, se manifestó muy precoz en cuanto al lenguaje.

En realidad, Dominique no presentó ningún problema hasta el nacimiento de su hermanita Sylvie: en ese momento manifestó una “fuerte reacción de celos”. Dominique había sido enviado a casa de sus abuelos paternos justo antes del nacimiento. Cuando regresó, Sylvie ocupaba su camita de bebé en el dormitorio de los padres y a él se lo había trasladado a una cama para adulto en el dormitorio de Paul-Marie, el hermano mayor. Dominique había mostrado una “fuerte reacción de angustia al ver mamar a su hermana; la apartaba bruscamente del seno, no quería ver que se “comieran a mamá”. Luego, se volvió inestable, agresivo, callado y encoprético. Hasta había exigido que le pusieran pañales como a su hermana y que se le permitiera mamar la madre aceptó sus demandas. Al terminar el verano siguiente, todas esas dificultades habían desaparecido.

Los problemas sólo reaparecieron en el momento de la escolarización primaria de Dominique y lo hicieron de tal modo que impulsaron a los padres a hacer una consulta en neuropsiquiatría infantil. Como los tests y el electroencefalograma dieron resultados normales, se les propuso que Dominique se sometiera a psicoterapia. Durante ese tratamiento, que no duró más de seis meses, se atribuyó el origen de las perturbaciones de Dominique a la intensidad de los celos que sentía respecto de su hermana Sylvie. El terapeuta decidió interrumpir la psicoterapia, aunque no se manifestara ninguna mejora notable, pues teniendo en cuenta el buen nivel intelectual de Dominique, confiaba en una evolución espontáneamente favorable. Desde entonces, se había convertido en el jovencito soñador y pasivo que era aún en el momento de la primera consulta con Dolto: “Un niño amable, fácil, de buena voluntad pero sin ningún medio, más bien simpático”, decían de él. La única mejora notable desde los ocho años había sido la desaparición de la eneuresis al comenzar la pubertad. En cuanto a la vida escolar, Dominique comenzó a ir al jardín de infantes a edad muy temprana, hasta que su encopresis, que coincide con el nacimiento de Sylvie, lo obliga a quedarse en casa. Sólo volvió a la escuela al comenzar el ciclo primario y había repetido dos veces noveno grado.

En el momento del primer encuentro, se considera que Dominique es incapaz de orientarse en el tiempo y en el espacio, “incapaz de vivir por sí mismo”. En la casa, juega con automóviles de juguete pero no se ocupa de nada práctico. Sobre todo le gusta dibujar. Habla, pero no responde a las preguntas. A veces, se divierte atemorizando a otros: se disfraza “de fantasma” con sábanas, pero ya nadie le presta atención. Desde un tiempo atrás cuenta “historias que inventa”. Dominique tiene un carácter estable, nunca se ríe con los demás y no llora. Poco cariñoso con los padres, sólo se muestra afectuoso con un tío paterno.

Sin embargo, a veces la máscara plácida de Dominique estalla, en particular porque manifiesta un temor fóbico a las bicicletas y a los ejercicios de equitación; en esas ocasiones, Dominique se aprieta contra su madre y no se anima ni a avanzar ni a retroceder. Asimismo manifiesta terror pánico al baño y puede mostrarse agitado y furioso ante las contrariedades. Por último, no soporta que cambien ciertas cosas de lugar y necesita imperativamente volver a colocar en el armario la ropa interior sucia, sin que se la lave.

La madre de Dominique, hija única, es una mujer tímida e introvertida. Vivió en África hasta el momento de la guerra. Hubiera deseado quedarse allá como religiosa y dedicarse a la enseñanza. Afirma haber tenido una “existencia extremadamente triste” y considera a su marido como su “compañero de miserias de la juventud”. Dice, sin embargo, que en su vida de esposa y madre ha sido feliz. En una entrevista ulterior, el marido la describirá como una “madre al 150 por ciento”.

En cuanto al padre de Dominique, Georges, también él tuvo una infancia difícil, salpicada de numerosas mudanzas. No se lleva bien con su propio padre, oficial superior retirado, descrito como un hombre rígido. Georges es el mayor de una familia de cuatro niños, tres varones y una niña, pero dos de sus hermanos murieron en circunstancias trágicas:

— el padre de Dominique tenía 5 años cuando un hermano menor, de un año y medio, muere al tragar una pieza de un trencito con el que estaba jugando. El padre de Dominique queda afectado hasta el punto de no poder soportar la visión de una cuna vacía; ésa es, por otra parte, la razón que lo lleva a reemplazar a Dominique por Sylvie en la habitación parental;

— en cuanto al segundo hermano, doce años menor, había desaparecido en la montaña en condiciones misteriosas cuando tenía 17 años, el mismo año en que nació Dominique. La familia, que había esperado en vano su regreso, nunca aceptó totalmente su muerte.

El padre de Dominique viaja mucho, sólo está presente en la casa esporádicamente. Es un solitario que se interesa únicamente por su trabajo y tiene un solo amigo, su socio. Según su esposa, es “muy maternal” con sus hijos; los prefería cuando eran bebés: en realidad, parece ocuparse poco de ellos, tengan la edad que tengan. Al encontrarse con Dolto, Georges le confiará que su hermana “es como mi hija” y que Paul-Marie “es como yo”; en cuanto a Dominique dirá: “es de otro planeta”. El padre es hostil a todo enfoque psicológico y sólo cree en la cirugía como solución para curar a Dominique, “una operación de los centros del cálculo”.

Podemos rescatar algunos elementos de los datos reunidos sobre la familia de Dominique: el trauma profundo y nunca superado de la desaparición de los dos tíos paternos, el repliegue neurótico de la pareja parental, la confusión de sus roles, el lugar de honor que ocupa Sylvie por ser la segunda niña en el linaje de los Bel, un lugar que contrasta con el de Paul-Marie, representante masculino pálido y borroso y también con el de Dominique, siempre en otra parte y a destiempo.

Cuando entra en el consultorio de Françoise Dolto para mantener su primera entrevista, Dominique se presenta como un adolescente alto de cabello castaño, con bigote incipiente, esbozando una sonrisa enigmática y adoptando una actitud congelada en una postura de mono sabio. Esa primera entrevista tiene la intensidad de la primera escena de una tragedia:

Dominique: Ya ve, no soy como los demás, a veces al despertarme, pienso que he vivido una historia verdadera.

F. Dolto: Que te volvió no verdadero.

Dominique: ¡Si, es eso! ¿Cómo lo sabe?

F. D.: No lo sé, lo pienso al verte.

Dominique: Pensaba que me encontraba nuevamente en la sala cuando era pequeño, temía a los ladrones; pueden llevarse el dinero, la platería, ¿se imagina todo lo que podrían llevarse?

F. D.: ¿O a tu hermanita?

Dominique: ¡Oh, usted! ¿Cómo hace para saberlo todo?

F. D.: Yo no sé nada de antemano, lo que ocurre es que tú me dices con tus palabras cosas que yo escucho prestando mucha atención; eres tú quien sabe lo que te pasa, no yo. Pero juntos probablemente podamos comprender.

Dominique: […] A veces me digo: esto no va más, pero ¡estoy diciendo disparates!

F. D.: Pero ¡es cierto que dices disparates! Veo que te das cuenta. Tal vez te disfrazaste de chiflado para que no te reprendan.

Dominique: ¡Ah, debe ser eso! Pero ¿cómo lo sabe usted?

F. D.: No lo sé, pero veo que te disfrazaste de loco o de idiota y que no lo eres, porque te das cuenta y porque quieres cambiar.

De entrada, Dolto le propone a Dominique un reencuentro y le enuncia las reglas fundamentales de la cura: entrevistas cada quince días durante las cuales él expondrá todo lo que piensa así como los sueños que recuerde, en palabras, dibujos o modelados; la garantía de secreto por parte de la analista acerca del contenido de las sesiones al cual él mismo no está obligado.

Después de esta entrevista, Dolto le declara a la madre de Dominique que “no se trata en absoluto de un niño débil mental simple, sino de un niño psicótico inteligente” y le propone la cura a fin de “tratar de detener la evolución hacia la locura”. Las sesiones serán pagas, pero si Dominique falta a alguna no se le cobrará. Dolto pide también encontrarse con el padre de Dominique y destaca la importancia simbólica de ese encuentro: el trabajo sólo se hará si el padre está de acuerdo.

Desde esta primera sesión podemos advertir ciertos puntos clave de la cura ya evocados:

— la sesión inscribe la práctica psicoanalítica de Dolto en el marco de un encuentro y de “una transferencia específica del analista de niño”:

— este objetivo ético constituye la condición previa para un enfoque propiamente psicoanalítico de la verdad mediante el hilo del significante (la sala/la sucia [en francés salle y saiel]) y de la imagen del cuerpo;

— se destaca finalmente la importancia de la familia: nada se hará sin el acuerdo del padre, lo cual le atribuye con anticipación a la palabra del padre el valor simbólico que aún no tiene para Dominique.

Una semana después de esta entrevista, la señora Bel le escribe a Françoise Dolto que se sintió muy apesadumbrada al oír que Dominique estaba “loco”, pero que aquello le hacía esperar por fin su restablecimiento, alivio probable a su culpabilidad por haber querido desembarazarse de su hijo en una institución especializada. Además, Dominique ha cambiado ya considerablemente después de esa primera entrevista.

La cura de Dominique que va a comenzar verdaderamente ahora, se desarrollará a lo largo de once encuentros, durante un año y cuatro meses, desde el 30 de junio del mismo año hasta el mes de octubre del año siguiente. De todas las temáticas que fueron tejiendo la progresión nos ajustaremos sobre todo a seguir dos órdenes de preguntas recurrentes:

— del lado de Dominique: ¿Cuál es su imagen del cuerpo actualizada en la transferencia? ¿Cómo se inscribe para él la diferencia de los sexos? ¿Qué castración de la imagen del cuerpo no le fue dada?

— del lado de la familia: ¿Quién es el portador del falo? ¿Quién lo encarna? ¿Quién es reconocido como fálico en esta familia?

Todo el talento de Dolto consistirá en escuchar a Dominique en esos dos registros, apoyándose en lo que él dice en palabras y en realizaciones plásticas, sin saber que lo dice. En las primeras sesiones, en efecto, Dominique se encuentra en una situación de extraterritorialidad en relación con su decir, es como si éste lo hiciera actuar, en lugar de ser él el autor de lo que dice. Sólo en la última sesión, en el momento de la separación, Dominique podrá articular su decir con su imagen del cuerpo y con la palabra castradora del padre.

Segunda sesión: 30 de junio. Está precedida por una entrevista con el padre que da su consentimiento para que se realice la terapia.

Escuchemos lo que dice Dominique en la primera parte de esta sesión: “Y entonces los sueños eran que yo me perdía en una estación de tren y allí encontraba a una bruja que decía únicamente crac, crac, crac (lo dice imitando el gesto de aplastar con las manos). Yo buscaba una información […] y no quería historias”.

Para Dolto, Dominique manifiesta allí algo esencial respecto de su imagen del cuerpo, en consecuencia, algo esencial sobre la naturaleza del vínculo transferencial que ha establecido con ella: “… estar metido entre mandíbulas trituradoras. Eso debe de ser lo que él transfiere sobre mi persona extraña y valiosa, como, por lo demás, lo hace sobre todo esbozo de contacto […]. Entre nosotros, esto es un interconsumo, según lo que él entiende de las relaciones libidinales”. La hipótesis de Dolto hace inteligibles las diversas fobias de Dominique: tales fobias responden a la angustia propiamente oral de ser atrapado o mordido, Dominique teme toda manifestación animada de vida que experimenta como “animación depredadora, desintegradora”.

En la segunda parte de la sesión, a partir de un dibujo que hace Dominique y que representa “un barco de la guerra de Troya, una nave de los troyanos”, comienzan a cruzarse interrogaciones sobre la cifra tres y sobre “muertos que también podrían haber sido matados”. Aquí vemos cómo se dibuja, en el sentido propio del término, la sombra proyectada sobre Dominique por el tío paterno misteriosamente desaparecido que polarizaba los pensamientos de toda la familia en el momento de su nacimiento. Dolto guarda para sí esta interpretación: con frecuencia durante la cura adoptará esta actitud; sus interpretaciones serán escasas y se presentarán las más de las veces en forma de interrogación. Los dibujos y los modelados continuarán ocupando siempre el centro de la relación.

Después de esta sesión, Dolto responde a lo que era la demanda primitiva de la familia, a saber, un consejo de orientación. Dolto propone que Dominique sea derivado en una clase de perfeccionamiento durante el siguiente ciclo lectivo. Más tarde, la mamá le escribirá a Dolto a fin de solicitarle que intervenga personalmente ante el director de una clase de perfeccionamiento, quien no se decide a aceptar a Dominique. Solicitud a la que Dolto accederá.

A fines de septiembre, Dolto se enterará, siempre a través de una carta de la madre, que Dominique se adaptó muy bien a la clase en la que finalmente fue admitido y que su conducta ha experimentado un cambio radical: Dominique se ha vuelto diligente, afectuoso, ya no siente fobia de las bicicletas y hasta ha comenzado a formar varias colecciones. Dolto interpreta esta mejora como un intento de Dominique de reordenar sus defensas de un modo obsesivo.

Tercera sesión: 18 de octubre. Ésta es una sesión de atmósfera casi maníaca. Dominique pasa con gran velocidad de un tema a otro en una especie de huida hacia adelante en medio de gran ansiedad. Los temas que se cruzan y entrechocan tienen en común la “fuerza extraordinaria” que Dominique atribuye a las mujeres: primero la de “Fifi Varilla de Acero”, luego la de su prima Babette y la de su hermana y por último la de su abuela paterna. Una sesión evidentemente articulada con la cuestión de la atribución de un falo a las mujeres.

Françoise Dolto sólo interviene para relanzar la cadena asociativa seguida por Dominique.

Cuarta sesión: 16 de noviembre. Ahora Dominique tiene un buen desempeño en la escuela.

Durante la sesión modela un perro pastor al tiempo que expresa su sentimiento de que han querido librarse de él llevándolo al dispensario. Evoca su rivalidad con Paul-Marie. Mientras habla, Dominique manipula su modelo sin lograr que coexistan la cola y la cabeza de su perro y sin conseguir que el animal se mantenga de pie. Dolto atribuye esta dificultad a la imposibilidad de tener acceso a una imagen sexuada y fálica del cuerpo: “Proyectada en el perro, aparece la fantasía de perder la cabeza en el momento de empezar a caminar […] Andar es ponerse de pie, postura fálica del cuerpo propio […].”

En la segunda parte de la sesión, el perro sueña ser una vaca y se transforma en buey: un buey que sueña que es “una vaca lechera”. Dolto interpreta esta transformación como la expresión de la fantasía de “mamas uretrales” y se lo propone directamente a Dominique quien se ruboriza: “¿A qué edad supiste que lo que las vacas tenían entre las patas no eran partes para hacer pipí?”.

El hilo asociativo se extiende a través de una serie de sueños imbricados: “Esta vaca sueña que es un buey. La vaca es el sueño del buey. Pero el buey que ella sueña, sueña a su vez que es una vaca”. Una serie de asociaciones que manifiesta la vacilación de Dominique en cuanto al sexo “soñado”, “es decir, deseado”. La serie se cierra con la imagen de la “vaca sagrada”, representación de Dolto en la transferencia, “transferencia de yo-ideal fálico, mamario y uretral”, nos dice Dolto: “Creo que el buey sagrado o la vaca sagrada tiene que ver con el enamoramiento que sientes por la señora Françoise Dolto; quieres hacerla sagrada”, le lanza a Dominique quien vuelve a sonrojarse.

Asistimos en ese momento de la sesión a un cambio de registro muy específico de las curas de Dolto. En efecto, la analista se apoya en esta interpretación para explicar a Dominique “la ley del amor fuera de la familia”. El tono es diferente. Ya no es el de la sugerencia interrogativa, sino el de la enunciación: “Puedes amar a tus padres como tus padres, pero no puedes enamorarte de tus padres. No es lo mismo amar a los padres y amar a otros o a las mujeres.”.

En la última parte de esta última sesión, se habla finalmente del “pichón sediento”, cuyo contenido latente es fácil de adivinar: “Mi pobre pichón, ese hombre sólo me dará agua si le vendo mi pichón que ocupaba el lugar de honor. Adiós, mi pichón”. La alegoría del pichón debe entenderse, por supuesto, en el registro del falo: Dominique, que había sido el objeto parcial, el fetiche fálico de su madre hasta el nacimiento de Sylvie, nunca había logrado simbolizar la pérdida de ese lugar.

Quinta sesión: 4 de enero. Dominique se presenta junto con su madre y con Paul-Marie que deseaba conocer a Françoise Dolto. Esta acepta el encuentro en la medida en que Dominique esté de acuerdo.

Antes, Dolto recibe a Dominique que dibuja un hombrecito más realista que los anteriores, a quienes llamaba “los personajes”. Le agrega un pene que dibuja como una ubre, luego le agrega senos “que se llaman también el sexo del hombre”, dice. Dolto le señala: “No, eso no es lo que se llama el sexo. Estas dos bochas que colocaste son otra cosa. ¿Qué son?”

La sesión se interrumpe a causa de la entrevista con Paul-Marie, que se realiza en ausencia de Dominique. Paul-Marie revela entonces que, cuando el padre no está en casa, la madre les pide a ambos hermanos que duerman en su cama para darle calor. Esta confidencia marca un punto de inflexión en la cura de Dominique.

Al retomar la sesión, Dolto evoca muy directamente lo que acaba de saber. Dominique intenta esquivar el asunto hablando de sus emociones con un amigo antes de abordar con claridad lo que experimenta en la cama de la madre y las preguntas que se plantea. Dolto reformula todas estas cuestiones del modo siguiente: “Lo que pasa en tu cuerpo, lo que le ocurre a eso que tú llamas tu ubre y que no es una ubre de vaca; tú sabes bien que es tu sexo. […] Y bien, hay momentos en que pasa algo parecido a lo que pasaba con la cola del perro de la otra vez, o está levantada o está baja. Y eso depende de lo que tú sientas en tu cuerpo”.

Y agrega, en el modo enunciativo: “… cuando un niño se acuesta en la cama de su mamá […] en su corazón sabe que está muy mal que se considere el marido de su madre […] y en su cuerpo, todo esto provoca algo. Ya no sabe si es un animal, si es un bebé niña o varón y no saber qué es lo vuelve muy tonto. […] Y bien, según la ley de los hombres, está prohibido que los varones se acuesten con su madre. Nunca el niño puede ser el verdadero marido de su madre, jamás puede amarla para tener hijos verdaderos. Los hijos verdaderos se hacen con el sexo de los dos padres. La ley de los humanos indica que el sexo del hijo nunca debe encontrar el sexo de la madre”.

Sesiones sexta y séptima: 18 de enero y comienzo de marzo. Durante las dos sesiones posteriores a esta entrevista “bisagra”, Dominique se permite evocar los juegos sexuales que practica con su primo, con quien juega “a la mujer” imitando el amamantamiento. El significante leche circula en estas sesiones y choca con el de la ubre-falo. Dominique trata de medir, además, su propio valor como varón comparándolo con el valor que pueda tener Sylvie a los ojos de la madre y en referencia al valor fálico que atribuye a la capacidad de las mujeres de llevar en su seno y alimentar a los hijos. Menciona también los juegos sexuales que practica con un amigo y, de manera más alusiva, con su hermana. Durante el relato, modela peces, rayas “con la cola eléctrica” y la boca muy abierta.

Françoise Dolto prácticamente no interviene. Considera que el hecho de evocar en sesión estos temas que en otras circunstancias son tabúes vehiculiza más una angustia de castración estructurante que emociones pervertidas que haya que interpretar como tales.

Octava sesión: comienzos de mayo. La sesión está siempre orientada hacia la cuestión de los juegos sexuales con las niñas de la familia. Dominique va exponiendo un hilo asociativo que Dolto se limita a unir puntualmente con lo que ya sabe de la historia del muchacho.

Novena sesión: 25 de mayo. En la primera parte de la sesión, F. Dolto comenta la cura:

Dominique: Me gusta venir aquí […]. Además acá hay revistas.

F. D.: Además, acá estoy yo y tú vienes a verme y tus padres pagan la consulta. Pagan para que veas a la señora Françoise Dolto y te cures. […]

Dominique: Y además hay cosas

F. D.: Hay cosas que no te gusta oír. […]

Dominique: Y bueno. Soy “cabezón”, como alguien que no ha podido hacer algo y un amigo le dice: “No hagas eso porque te puede pasar esto o aquello”.

Dolto asocia estas declaraciones al disgusto provocado por su enunciación de las leyes del deseo, ella “le ha dado, en efecto, la prohibición del incesto al decirle que ya no debe acostarse en la cama de la madre”.

Esta sesión se caracteriza por una serie de asociaciones muy rápidas en las cuales circulan las referencias a la sesión primitiva, al valor identificatorio de los abuelos y a la ambivalencia respecto de las “grandes rubias” que representan el linaje Bel.

Mientras habla, Dominique modela un perro: medio ovejero alemán, cortado sagitalmente, con la cabeza de tamaño desproporcionado y una cola voluminosa. La única intervención de Dolto durante esta sesión se refiere a este modelado: “Antes me dijiste que eras ‘cabezón’ y, mira, el perro tiene una cabeza muy importante, él también es testarudo. […] Tú también tienes tus ideas y te guardas lo que piensas. La próxima vez continuaremos trabajando para comprender mejor qué hay en tu corazón que se parece a tu modelado, que es a la vez grande y pequeño, que siente y comprende, que tiene una cabeza y una cola de grande, pero no puede decirlo y se queda quieto”,

Décima sesión: 7 de junio. A través de anécdotas de la vida cotidiana en su casa, Dominique evoca la rivalidad con su hermano, el valor que le da a las actitudes firmes de su padre, la importancia adquirida a sus ojos por el abuelo paterno, la nueva confianza que tiene en sí mismo: en suma, según las palabras de la propia Françoise Dolto, lo que se transformó en Dominique “es su identificación con los hombres, la presentificación del Yo Ideal a través de la persona del padre y del abuelo paterno. Hay además un reconocimiento de la castración justificada por el padre”.

Decimoprimera sesión: fin de junio. Dominique ha progresado mucho en el colegio. El director hasta desearía que permanezca un año más a fin de que obtenga su certificado de estudios. En familia, Dominique vive ahora “en el mismo plano que los demás”. Sin embargo, el padre cree, contra toda lógica, que pierden el tiempo y el dinero pagándole una terapia a Dominique y que los cambios producidos tienen que ver con “las etapas de la edad”. Continúa pensando que la única salida es la cirugía.

Dominique dedica la sesión a representar una intervención quirúrgica.

Ésta es la anteúltima sesión. La siguiente estará precedida, en efecto, por un mensaje de la madre que anuncia que será la última. Por lo demás, durante las vacaciones, Dominique se manifestó perfectamente adaptado y ha sido nuevamente admitido en la clase de perfeccionamiento. La madre agrega que más bien es su marido ¡quién debió someterse a terapia!

Decimosegunda y última sesión: fin de octubre. El encuentro está plagado de comentarios de Dominique acerca de la actitud del padre: “Dice que de todos modos, por lo que yo podría hacer, mi retraso ya no es recuperable y que hubiera sido mejor no intentarlo. Con esto dice que hay que admitir la enfermedad incurable. Y bueno, yo no digo que no tenga razón, es mi padre, sé bien que tampoco tiene la culpa”. Dominique agrega que espera poder regresar cuando él mismo pueda pagarse las sesiones.

Recordemos el estado en que estaba Dominique cuando entró por primera vez al consultorio de Françoise Dolto: embrutecido y ausente. Parecía solo, ajeno a todo intercambio humano. Sólo un año después puede hablar en su nombre y darle el lugar que le corresponde a la palabra del padre. Ha llegado a ser uno más entre otros, sujeto de su decir. Por su parte, Dolto acepta la interrupción de la cura: considera que esta decisión paterna constituirá un destete del hijo en relación con el padre. A pesar de todo, cree que Dominique “difícilmente pueda evolucionar libre de neurosis en un medio familiar que se acomodó perfectamente a su psicosis” y que “su cura debe plantear serios problemas libidinales al padre y al hermano”.

Síntesis clínica. Dominique, invadido por los celos ante el nacimiento de Sylvie, se halló atrapado en un movimiento de identificación con ella y de introyección de una conducta de bebé de pecho considerada para la familia una referencia “valiosa”, es decir, fálica.

Sylvie se había hecho portadora de este valor fálico en virtud de la conjunción de elementos inconscientes vinculados a la historia de los dos linajes parentales:

— para el padre, Sylvie encarnaba la vida que recomienza después del duelo; por una parte, la niña había nacido cuando la familia aceptaba por fin la muerte del tío paterno desaparecido en la montaña; por otra parte, ocupaba inconscientemente para el padre el lugar de su propia hermana, la primera niña Bel nacida también después de la desaparición de un niño Bel, el que había tragado la pieza de un tren de juguete;

— para la madre, el valor de Sylvie estribaba sobre todo en el hecho de que era una niña, que además se parecía a los Bel, y porque era bella, encarnaba el patronímico.

Para Dominique competir con la hermana era tanto más angustiante por cuanto la niña, además de ser su rival fálica, llevaba un nombre, Sylvie, que podía entenderse como un significante que confirmaba la fantasía de que el tío desaparecido poco antes de su nacimiento, podía haberse reencarnado en ella: “S’il-vit” [en francés, “Si él vive”].

La regresión de Dominique, no percibida claramente ni menos aún frenada, hasta había sido favorecida por lo que Dolto llama “los elementos libidinales recalentadores seductores” procedentes de su madre que habla aceptado, por ejemplo, volver a amamantarlo. Dominique había sufrido una regresión a una imagen del cuerpo anterior a la castración oral ya adquirida: una imagen del cuerpo actualizada durante la segunda sesión mediante ademanes.

En cuanto a Paul-Marie, apartado de toda rivalidad fálica desde el nacimiento de Dominique, no encontró otra salida que la de “copiar” a la madre en la relación con el hermano y luego con la hermana. La conducta de Paul-Marie habría constituido, en opinión de Dolto, uno de los elementos determinantes de la estructuración patológica de Dominique: al no asegurar su función de hermano mayor, Paul-Marie no pudo estimular la rivalidad estructurante que le hubiese permitido a Dominique rehuir su regresión psicotizante.

Alrededor de Dominique, las representaciones masculinas, los representantes fálicos, estaban, pues, muertos, borrados o eran inconsistentes. En cambio todo el valor fálico se concentraba en las mujeres, la hermana y la madre y en la persona de Dolto en la transferencia. En este contexto patógeno, Dominique se había vuelto incapaz de sostener su narcisismo, a saber, su “ir devenir en la índole de su sexo”, según el uso que le da Dolto al término. Al no encontrar Dominique representantes masculinos suficientemente valiosos para sustentar su busca identificatoria, la herida narcisista precoz, vinculada con la regresión oral, no hizo más que agravarse.

Dominique era irremediablemente prisionero de una espiral infernal hacia cuyo fondo su psicosis había rechazado la progresión hacia la muerte real:

—“Dominique sólo pudo medir la inmensidad de su carencia mediante el decir y la gestualidad familiar significante: medir su ausencia de valor, relacionada no con la virilidad adulta, ni con la potencia paterna adulta, sino con la omnipotencia mágica y fetichista fálica de esa bebé, desprovista de pene, objeto parcial de la madre y reconocida poseedora del valor de falo presentificado”

—“Hasta la aparición de su hermana, Dominique sólo había encontrado valor, sólo había sido apreciado por la pareja gemela madre-hermano mayor, como fetiche fálico.”

—“La entrada en la neurosis obsesiva grave, en el momento del nacimiento de la hermana, se convirtió en regresión a un estado psicótico cuando fue negada toda esperanza de evolución”

CONCLUSIÓN

El caso Dominique nos ofrece la ocasión de conocer los aspectos esenciales de las hipótesis clínicas y teóricas de Françoise Dolto que, a su vez confieren al caso notable densidad y riqueza. Pero, como todos los grandes textos, este informe no se limita a un discurso cerrado, sino que deja en suspenso una cantidad de cuestiones, referentes tanto a la obra de Dolto como al campo más general del psicoanálisis. Mencionaremos aquí algunas de ellas.

Ante todo, la cuestión del deseo del analista, que nos invita a abordar la ética “de la fe en el otro” defendida por Dolto. Sabemos que hubo quienes denunciaron en este sentido lo que sería una desviación humanista y religiosa ajena a la ética propiamente psicoanalítica. No obstante, esa “fe en el otro” no implica en absoluto la creencia ingenua en su bondad, en su redención o en su capacidad de llegar a ser mejor; por el contrario, es la aceptación lúcida del carácter implacable del deseo y de sus leyes. Sólo si suponemos que tal noción apunta a “hacer el bien”, atribuimos a las ideas de Dolto el carácter de desviaciones “tradicionalistas”: la lectura atenta deja ver que su obra ofrece muchas más razones para ser combatida desde el estricto punto de vista de la moral común que palabras tranquilizadoras. Si aceptamos dejar de lado las polémicas y nos limitamos, por el contrario, a medir la dimensión del compromiso exigido por la fórmula de Dolto, nos vemos impulsados a no dar por descontado ninguno de los procedimientos de reconocimiento social del “ser-analista”.

Otra cuestión que vuelve a poner en el tapete la obra de Dolto es la referente a la jerarquía psicoanalítica de lo imaginario. Recordemos a ese Dominique, la totalidad de cuyo deseo se había alienado en sus intentos estereotipados de representación, a quien Dolto propone justamente modelar y dibujar, apoyándose así en lo que parecía más desprovisto de significación para sustentar la transferencia. En las curas de Dolto, el hecho de recurrir a las figuraciones plásticas es mucho más que un complemento técnico destinado a paliar la ausencia de verbalización: debe entenderse como una verdadera promoción de la función imaginaria. Para retomar la fórmula de la propia analista, diremos que Dolto está absolutamente en lo cierto al afirmar “que las mediaciones imaginarias sustentan la simbolización de la relación”. Dolto agrega que el objeto mismo del trabajo del psicoanalista es ofrecer al otro el acceso a las mediaciones imaginarias. Finalmente sabemos que el concepto de imagen del cuerpo constituyó el fruto teórico de esta hipótesis teórica que primeramente fue clínica. Aquí podemos advertir claramente la distancia que la separa del sistema teórico lacaniano: para Dolto, la imagen no es más que un reflejo en el cual el sujeto se aliena al tiempo que nace a sí mismo. Sujeto e imagen del cuerpo propio, simbólico y mediaciones imaginarias están íntimamente vinculados entre sí mucho antes de que el estadio del espejo llegue a fijar su estructura. Lo que reabre Dolto es nada menos que el debate sobre la importancia de las mediaciones imaginarias, debate que una lectura estructuralista de Freud parecía haber cerrado.

No podemos retomar ese debate sin evocar al mismo tiempo una nueva cuestión: la del lugar que ocupa el orden simbólico en el pensamiento de Françoise Dolto. Hemos visto que Dolto establece un continuum de Sujeto y de imagen del cuerpo entre el desarrollo normal y la desviación hacia la psicosis: la ruptura sólo corresponde a la ausencia de una castración simbolígena. La noción de castración simbolígena introduce la idea de que lo simbólico, además de ser un hecho de estructura, del que el Sujeto psicótico no está excluido, es un elemento activo y dinámico del cual el psicótico sí se ha sustraído. Del mismo modo en que la imagen del cuerpo actualiza en la cura una imagen del cuerpo anacrónica, el orden simbólico opera a la vez en una eterna actualidad, la del Sujeto, y en una temporalidad cronológicamente identificable, la de las castraciones simbolígenas.

Éstas son algunas sendas, entre muchas otras, por las cuales puede emprenderse un auténtico trabajo de investigación. Después de leer su texto El caso Dominique, uno no puede contentarse con confinar a Dolto a la condición de clínica genial, cuya intuición desgraciadamente sería intransferible. Dolto logró además crear los elementos de una enseñanza, a fin de que otros puedan comprender, tanto en sí mismos como en los demás, cómo se manifiestan lo arcaico y las heridas impensadas anteriores al lenguaje.