F.-X. Moya-Plana
A.-M. Arcangioli
Sugerimos al lector que al leer este capítulo
se remita al libro de D. W. Winnicott.[23]
El texto sobre la pequeña Piggle está constituido por la reproducción, palabra por palabra, de los apuntes tomados por Winnicott a lo largo de todo el tratamiento. Esas notas y comentarios describen la cura a medida que ésta se va desarrollando. Se trata de un informe en el que aparecen representadas dos personas que trabajan y juegan con gran intensidad y placer sin olvidar nunca la meta que deben alcanzar. Este documento pone de manifiesto la agudeza clínica de Winnicott y su manera sumamente creativa de conducir este análisis infantil.
Los padres de Piggle se pusieron en contacto con Winnicott en 1964, cuando la niña tenía 2 años y 4 meses; al terminar el tratamiento, ya había cumplido los 5 años. De modo que la cura se extendió por un lapso de treinta meses. Piggle vivía lejos de Londres, por ello sus encuentros, dieciséis sesiones en total, estuvieron separados por prolongados intervalos, durante los cuales los padres, quienes pertenecían a un medio intelectual y tenían cierto conocimiento del mundo de la psicoterapia, enviaban cartas o telefoneaban a Winnicott para comunicarle el estado de la paciente. En relación con el trabajo realizado con ellos, Winnicott observó: “Los padres nunca perdieron la confianza y no interfirieron”.
La cura analítica comienza el 3 de febrero de 1964. Teniendo en cuenta la abundancia del material propuesto por Winnicott sería ilusorio pretender hacer una presentación exhaustiva de esta cura. Partiendo de una presentación concentrada en la “fantasía de la mamá negra”, elegimos tres momentos clave: su aparición, su evolución y su desaparición.
La evolución de este trabajo analítico se divide claramente en tres partes:
— La primera, que atestigua el estado caótico particularmente intenso en que se encuentra la pequeña. Nuestro comentario teórico se basará en los siguientes temas: el objeto transicional, la elaboración de la fantasía de la “mamá negra” y la dinámica de la cura.
— En la segunda parte, podremos apreciar con cuánto entusiasmo se implica Gabrielle en un trabajo sobre sí misma y cómo, con la ayuda de Winnicott, se lanza a explorar representaciones que son fuente de angustia. El comentario se referirá a la técnica terapéutica que aplica Winnicott en la cura con el objeto de ayudar a Gabrielle a liberarse de la “mamá negra” para hallar una madre suficientemente buena.
— En la tercera parte, podremos seguir a Gabrielle en la resolución de sus perturbaciones psíquicas, resolución que se da simultáneamente con su capacidad para separarse de Winnicott y poner un punto final a la cura. El comentario teórico hará hincapié en los procesos psíquicos que se desencadenan en esta fase terminal del tratamiento.
Para situar brevemente el recorrido profesional de Winnicott, conviene recordar que primero ejerció como pediatra y sólo más tarde se orientó hacia el psicoanálisis. En combinación con su práctica de psicoanalista, Winnicott ocupó durante cuarenta años un puesto de asesor en pediatría y luego en psiquiatría infantil en un servicio hospitalario.
A lo largo de toda su carrera, Winnicott fue requerido a menudo para dar conferencias ante diversos auditorios: médicos, asistentes sociales y docentes. Asimismo, tuvo a su cargo una serie de programas radiofónicos sobre niños en la BBC.
Su profusa actividad profesional no le impidió interesarse por las artes, la vida social y la política. En 1971, año de su muerte, se hallaba aún en plena actividad; tenía 74 años y hacia cinco que había terminado la cura analítica de la pequeña Piggle.
Piggle presentada por sus padres
El 4 de enero de 1964, los padres de Gabrielle escriben a Winnicott una carta de la que presentamos seguidamente largos extractos: “¿Tiene usted tiempo de ver a nuestra hija Gabrielle, de dos años y cuatro meses? Sufre verdaderos tormentos que la mantienen despierta de noche y a veces parece que su vida y la calidad general de su relación con nosotros sufrieran los efectos de este malestar; aunque no siempre es así.
He aquí algunos detalles. Es difícil describir cómo era Gabrielle de bebé: parecía tener todas las características de una persona, pues daba la sensación de tener grandes recursos internos. No hay mucho que decir sobre el amamantamiento; lo vivió fácil, naturalmente; lo mismo ocurrió en el momento del destete. Tomó el pecho hasta los nueve meses. Desde muy pequeña manifestó sentimientos muy apasionados respecto de su padre y se hacía desear por su madre.
Cuando tenía 21 meses, nació su hermanita (que ahora tiene 7 meses), lo cual nos pareció un poco prematuro para ella. El hecho mismo del nacimiento de la hermana, sumado a nuestra propia ansiedad en ese sentido, pareció suscitar un gran cambio en Gabrielle.
Se irrita fácilmente, se deprime, lo cual no ocurría antes. La intensa angustia y los celos que manifestaba en relación con su hermana no duraron mucho; pero su angustia fue en verdad intensa. En cuanto a su madre, cuya existencia antes casi parecía ignorar, Gabrielle se muestra mucho más expresiva, pero, a veces, también le manifiesta más animosidad. En relación con su padre, en cambio, se ha vuelto notoriamente reservada.
No trataré de darle más detalles sobre este punto; me limitaré a hablarle de las fantasías que la hacen gritar y llamarnos permanentemente durante la noche.
La primera fantasía es: Gabrielle tiene una mamá y un papá negros. La mamá negra aparece a la noche y la reprende diciendo: “¿Dónde están mis miams?” A veces, la mamá negra la tira en el inodoro. La mamá negra, que vive en su vientre, adonde se le puede hablar por teléfono, con frecuencia está enferma y es muy difícil hacerla sentir mejor.
La segunda fantasía, que comenzó antes, gira alrededor del ‘Babacar’. Todas las noches Gabrielle grita en varias ocasiones: ‘Cuéntame del babacar, dime todo sobre el babacar’. La mamá y el papá negros frecuentemente están juntos en el babacar y a veces hay un hombre solo.
Hemos pensado pedirle ayuda a usted ahora, pues tememos que Gabrielle se instale y se esclerose ante esta angustia al no encontrar otro modo de afrontarla.”
Comienzo de la cura
Cuando se encuentran por primera vez, Winnicott tiene 67 años y Piggle 2 años y 4 meses. La niña llega acompañada por su padres. Winnicott ve ante sí a una pequeña de aspecto serio que llega con el evidente propósito de trabajar.
Hace pasar a los tres a la sala de espera y luego le pide a Piggle que lo acompañe al interior del consultorio. La pequeña vacila y le dice a la madre: “Soy demasiado tímida”, ante lo cual Winnicott solicita a la madre que los acompañe, pero que no haga nada por ayudar a su hija.
Desde el comienzo, Winnicott sitúa la relación en el marco del juego. Apenas instalados en la habitación, Winnicott se pone a jugar con un oso de paño que estaba en el suelo y lo trata como si fueran grandes amigos, luego se dirige al fondo del cuarto, se sienta en el piso, de espaldas a Piggle y a la madre, y comienza a jugar con otros juguetes. De pronto dice: “Tráeme el oso, quiero mostrarle estos juguetes”. Inmediatamente, Piggle toma el oso y va a mostrarle los juguetes.
Pasados cinco minutos de juego, la madre sale discretamente y vuelve a la sala de espera.
El contacto entre Winnicott y Piggle ha quedado así establecido. Piggle se pone a jugar con los juguetes que se hallan en desorden y, cada vez que toma uno, dice: “Tengo un…” y nombra el juguete. Y entonces repite en varias ocasiones: “Y aquí hay otro y otro”, mientras se apodera de los vagones de mercancías.
Winnicott toma esto como un comienzo de comunicación y entra en su juego: “Otro bebé, la bebé Suz” (así llama Piggle a su hermanita Suzanne). Ante esta observación, la niña comienza a contarle sus recuerdos relacionados con la llegada al mundo de su hermanita, sin lograr establecer la diferencia entre sí misma y Suzanne: la bebé que come y duerme en la cuna es Piggle y Suz al mismo tiempo.
Piggle toma luego una bombilla eléctrica sobre la que aparece dibujado el rostro de un hombrecillo y dice: “Dibuja un hombrecillo”. Y luego se pone a acomodar todo en las cajas: “Tengo que ordenar, no hay que dejar desordenado el lugar”. Una vez que ha embalado todo, hasta el objeto más pequeño, en las cajas, dice a modo de conclusión: “Hice orden”.
Así termina la primera consulta.
— Los padres escriben a Winnicott. En el período que sigue a la consulta, los padres escriben a Winnicott para comunicarle los siguientes sucesos: Piggle tiene muchas dificultades para dormirse a causa del “babacar” ahora Piggle es “mala” con mucha más frecuencia, da puntapiés y pega alaridos en el momento de irse a dormir.
Y cuenta cosas extrañas, como “El babacar me quita el negro y te lo pasa a ti, entonces yo te tengo miedo a ti, tengo miedo de la Piggle negra y soy fea”. Tiene miedo de la “mamá negra” y de la “Piggle negra”, “porque me vuelven toda negra”, agrega.
Poco tiempo después relata que la “mamá negra” arañaba la figura de su madre, le arrancaba sus “miams”, la ensuciaba completamente y la mataba, diciendo que cuando era bebé tenía una mamá muy dulce.
— El “babacar”. La segunda consulta tiene lugar un mes más tarde. Piggle se dirige directamente a los juguetes y vuelve a tomar la lamparilla que había tomado antes y que tiene un rostro dibujado y le dice a Winnicott: “Hazla enferma”, y él le agrega una boca.
Piggle elige un juguete redondo, perforado en el centro y pregunta: “¿Qué es esto?”, “¿Tú conoces el babacar?”. Winnicott le pide dos veces que le explique qué es. “¿Está en el carrito de Piggle? ¿O tal vez en el de la bebé?, pero no obtiene ninguna respuesta.
Winnicott le propone entonces una interpretación: “El babacar es la parte de adentro negra de la madre. De ahí viene el bebé cuando nace”. Con alivio, Piggle responde: “Sí, es la parte de adentro negra”.
Inmediatamente, la niña toma un balde y lo llena de juguetes hasta el borde, deliberadamente. Winnicott intenta varias interpretaciones y la que parece tener más éxito es la siguiente: “El balde es el vientre de Winnicott, no tiene la parte de adentro negra porque podemos ver lo que entró; los bebés se hacen comiendo con voracidad por eso uno se enferma”.
Entonces, toma forma un juego compartido: Winnicott se transforma en el bebé de Piggle. Un bebé muy voraz que ama mucho a Piggle, su madre. Ha comido tanto que se enfermó.
Piggle aprueba y propone su propia representación de la voracidad: toma una caja que contiene animales, saca los dos más grandes, un cordero y un mullido cervatillo y los dispone para que parezca que se están comiendo a los demás animales que quedaron en la caja.
Winnicott vuelve a la carga: “Soy yo, el bebé Winnicott, venido de adentro de Piggle, nacido de Piggle, muy voraz, muy fuerte, que come los pies y las manos de Piggle.” La niña sale inmediatamente a ver a su padre, y regresa a los cinco minutos. Winnicott ha permanecido sentado en el suelo, cerca del balde cargado hasta el tope de juguetes; Piggle se le acerca y le dice: “¿Puedes darme un juguete? ¿Uno solo?” Winnicott responde: “Winnicott es un bebé muy voraz, quiere todos los juguetes”.
Piggle sale nuevamente en busca de su padre diciendo: “El bebé quiere todos los juguetes. Y al regresar agrega:
“Ahora el bebé Winnicott tiene todos los juguetes. Me voy con papá”. Ante esto Winnicott replica: “Tienes miedo del bebé Winnicott voraz, el bebé nacido de Piggle, que quiere a Piggle y se la quiere comer”.
La niña sale en busca de su padre, a quien Winnicott le pide que entre en la habitación. El padre se sienta, coloca a Piggle sobre las rodillas y comienza un nuevo juego:
“Yo también soy un bebé”, dice la niña, haciendo aparecer la cabeza entre las piernas de su padre, como si estuviera naciendo. Este juego dará lugar a una fuerte discusión entre Winnicott y Piggle:
“Quiero ser el único bebé. Quiero todos los juguetes”, dice Winnicott.
“Tú tienes todos los juguetes”, replica la niña.
“Sí, pero quiero ser el único bebé, no quiero que haya otros bebés”, insiste Winnicott. (Mientras tanto, Piggle ha vuelto a subirse a las rodillas del padre y “nace” nuevamente.)
“Pero, yo también soy la bebé”, insiste a su vez.
“¿Me tengo que enfadar?”, pregunta Winnicott.
“¡Ah, sí!”, responde Piggle.
Inmediatamente, Winnicott comienza a hacer ruidos, tira los juguetes, se golpea las rodillas y replica: “Quiero ser el único bebé”.
Finalmente, Piggle se pone de pie y dice “Soy un león”. Y simula rugir. Es una buena réplica de la voracidad del bebé de Winnicott que lo quiere todo y, fundamentalmente, ser el único bebé.
La sesión termina poco después y Winnicott estima que Piggle halló lo que buscaba al presentarse al encuentro.
Después de esta segunda consulta, los padres informarán que la niña sigue experimentando gran inquietud en el momento de acostarse: se siente acosada por la “mamá negra”, tiene pesadillas y sólo se duerme muy tarde en la noche.
La tercera consulta se desarrolla esencialmente mediante la repetición de juegos, de temas ya abordados en la sesión precedente.
En los días posteriores a la tercera consulta, los padres le comunican a Winnicott la aparición de nuevas preocupaciones.
Por momentos, la niña comete actos de agresión sorprendentes como arrojar una piedra a la cabeza de su madre o pegarle con fuerza en la mano a su hermanita Suzanne, mientras dice, por ejemplo; “¿Se te partió la cabeza, mamá?”, “¿Duele, Suzanne?”, o bien, “Dame una aguja para que pueda arreglar mi cobertura”. La madre le pregunta: “¿Quieres arreglar mi cabeza?” Y Piggle le responde: “Yo no te puedo arreglar, mamá, eres demasiado dura”.
Un mes y medio después, Piggle regresa al consultorio de Winnicott; ya tiene 2 años y 8 meses. Apenas juega, se dirige directamente hacia los juguetes y declara espontáneamente: “Vine por el babacar”.
Winnicott reintroduce el tema de la cólera: “Mamá está muy enojada con Piggle, dice, porque Piggle está enojada con mamá —a causa de la nueva bebé— y entonces mamá parece negra”.
Mientras Winnicott dice esto, Piggle juega sola con los juguetes y un momento después sale de la habitación para decirle a su padre que quiere irse. El padre se opone y Winnicott le pide que entre en la habitación con la niña. Piggle salta a las rodillas del padre para retomar incansablemente el juego de ser el bebé que nace de papá. Ante esta conducta, Winnicott le dice que es importante que el padre esté presente cuando ella teme quedarse sola con el terapeuta.
La niñita se muestra muy positiva en relación con su padre y le comenta que tenía miedo a causa del juego en el que Winnicott se había transformado en la Piggle enojada, Winnicott insiste: “Yo soy la Piggle enojada, mientras que Piggle es la bebé que nació reemplazando a mamá por papá.” “No”, replica la niña. En ese momento, Winnicott le dice lo siguiente: “Piggle quiere a papá para ella sola, por eso mamá se pone negra, es decir, negra de cólera”.
Cuando la sesión termina, Piggle se muestra muy amistosa con Winnicott, está feliz y parece sentirse cómoda. Al concluir este encuentro, Winnicott se plantea el problema de cómo llamar a la niña a partir de entonces: ¿Gabrielle o Piggle?
Ya de regreso en su casa, Piggle tiene momentos de depresión y arranques de destrucción que alterna con momentos en los que se manifiesta razonable, se lava mucho y pone orden. Tiene un sueño y al relatarlo hace el siguiente comentario: “No había espigas que se elevaran, o sólo se levantaban un poco, por lo malo que tenían dentro”.
Comentario teórico: elaboración de la fantasía
de la “mamá negra”
Antes de comentar estas tres sesiones, nos parece conveniente compartir con el lector algunas reflexiones sobre el objeto transicional, relacionadas con este caso clínico.
Al leer la historia de la pequeña Piggle, nos sorprendió el hecho de que Winnicott no empleara la expresión objeto transicional cuando en realidad todo el trabajo desarrollado con la niña se basó en la constitución de un espacio transicional. Al explicar por qué era necesario hacer ese trabajo con Piggle, tal vez podamos dilucidar este pequeño enigma.
Pero antes nos parece útil repasarlos grandes lineamientos trazados por Winnicott para describir este objeto.
• El objeto transicional. De acuerdo con el modo en que lo presenta Winnicott, el objeto transicional aparece al comienzo como un elemento reconfortante. Consuela al niño de la separación de la madre que acaba de experimentar. Al representar a la madre, ayuda a soportar sus ausencias. Está dotado de las cualidades que tiene la madre en los momentos de calma; es compasivo y benévolo. Su existencia tangible ayuda al niño a pasar de la representación de un objeto que controlaría en sus fantasías a un objeto que controla en la realidad. Este dominio de un objeto real lo prepara para aceptar que la realidad exterior existe independientemente de él.
Una vez que contamos con esta definición del objeto transicional, ¿cómo debemos interpretar su ausencia en la historia de la pequeña Piggle?
Los datos teóricos suministrados por Winnicott sumados a los datos sobre la evolución patológica de la pequeña Piggle nos han llevado a formular la siguiente hipótesis: creemos que en la época en que Piggle tomó conciencia de su separación física de la madre, se halló en dificultades para asumirla y la vivió como un abandono. Por consiguiente, se alejó de su madre por quien comenzó a “hacerse desear” y se volcó hacia el padre que llegó a ser así su principal objeto de amo. Se nos dice que ese padre, al que Piggle amaba apasionadamente cuando era niña, se transformó en un buen sustituto de la madre. Al hacer un nuevo bebé su padre la abandonó. La llegada de la hermanita desmoronó el ordenamiento psíquico construido por Piggle. Le resultó imposible entonces conservar una imagen de madre buena. Al verse privada del sustituto maternal bondadoso o de un objeto que pudiera simbolizar a esa madre benévola, se lanza a elaborar una fantasía aterradora. En esa fantasía, lo que aparece sobre todo es una mamá negra y, en ocasiones, un “babacar”, es decir un continente negro.
Cuando los padres le proponen trabajar con el doctor Winnicott, se lo presentan como “alguien que sabe mucho de babacar y de mamá negra”. Para comprender hasta qué punto Winnicott es un especialista en babacar y en mamá negra, nos referiremos a sus concepciones del desarrollo del niño en el período que va desde los 6 meses a los 2 años. Esta aclaración teórica nos permitirá seguir la trayectoria patológica de la pequeña Piggle, es decir, la elaboración de la fantasía de la mamá negra, las imágenes de madre que implica, la naturaleza de la agresividad que expresa.
Veamos primeramente lo que se refiere a la evolución de a un niño pequeño. Cuando un bebé llega a la edad de aproximadamente 6 meses, su desarrollo psíquico y físico lo lleva a hacer descubrimientos. Particularmente dos de esos hallazgos habrán de dar origen a grandes transformaciones de su organización psíquica.
En esa época, el niño cobra conciencia de que él y su madre son dos personas diferentes, dos personas separadas físicamente. Luego, reconocerá que su bienestar depende de la madre. Por razones vinculadas con el nivel de desarrollo del niño, esa madre, que ahora ya es alguien distinto y separado, será objeto, en el espíritu del hijo, de tres representaciones. Por turnos se impondrán en su pensamiento tres imágenes diferentes. Y cada una de ellas corresponderá a la dinámica psíquica que caracterice al niño en cada momento.
• Las tres imágenes maternales. La primera imagen representa a una madre solícita, compasiva, disponible, en suma, una madre vivaz y saludable. Predomina en los momentos de calma, de tranquilidad, pero también en los momentos en que el pequeño siente una tensión pulsional en la que no hay visos de agresividad.
La segunda imagen representa una madre mala, frustrante, perseguidora. Una madre que le reprocha que obtenga satisfacción a sus expensas y que la enferme. Esta imagen predomina en los momentos de tensión pulsional en los que está implicada la agresividad del niño, particularmente en el momento de comer, cuando el pequeño imagina que satisfacer su hambre implica un deterioro del cuerpo de la madre.
La tercera imagen es la más compleja; representa a una madre dotada de cualidades opuestas, es decir, a veces buena y gratificante, a veces mala y frustrante. Esta tercera imagen resulta de la integración en una sola de las dos imágenes anteriores.
Una vez dicho esto, retornemos a la pequeña Piggle. En sus representaciones fantasmáticas aparece en primer plano una “mamá negra”.
Examinemos el desarrollo de estas situaciones a fin de identificar más claramente las imágenes de madre que incluyen y la naturaleza de la agresividad que expresan. Para hacerlo, sigamos a Piggle en el relato de sus fantasías:
• Los argumentos fantasmáticos de la pequeña Piggle. La mamá negra arranca a la madre de la realidad, le arrebata sus “miams” (pechos), la ensucia y la mata. A veces, esa mamá negra reclama sus “miams” y estos aparecen agujereados y tirados en el inodoro. La mamá negra vive enferma en el vientre de la pequeña Piggle y es muy difícil hacerla sentir mejor. Los personajes negros contaminan a quienes sej les acercan y los ennegrecen.
Éstos son los puntos esenciales de los relatos de Piggle.
Si tratamos de identificar las imágenes maternales a la que debe enfrentarse la niña, comprobamos que hay dos imágenes que se suceden de manera caótica. La primera que se impone es la de una madre mala, por momentos perseguida y destruida, por momentos perseguidora y destructora. En ocasiones, el intento de elaborar una imagen de madre unificada termina mal. La madre mala que se pone en contacto con otras imágenes, por ejemplo la de la madre realidad, contamina el resto del mundo y esas otras imágenes se vuelven a su vez destructoras o quedan destruidas.
En lo que a la naturaleza de la agresividad se refiere, el tema de los pechos robados y destruidos nos suministra elementos suficientes para creer que esta agresividad es de naturaleza oral y que hasta puede dársele un nombre: voracidad. Ésta es la senda explicativa que emprende Winnicott.
Detengámonos unos instantes en esta noción de voracidad. Es necesario saber que la voracidad es la marca de un deseo imperioso, insaciable, que aparece representado por la fantasía de vaciar, agotar, devorar, el pecho materno. Los argumentos fantasmáticos construidos por Piggle constituyen indicadores esenciales que permiten suponer que la niña ha sido invadida por una intensa voracidad.
Sin embargo, le era imposible reconocer tanto esa voracidad como sus consecuencias destructoras. El único modo de representar la destrucción de Piggle y de su entorno era una fantasía de valor defensivo. Y ésa es la fantasía a la que Piggle puede tener acceso en un nivel consciente, una fantasía que la aterroriza y le amarga la vida.
¿Cómo detener ese desastre? Éste es el problema que Winnicott ayudará a resolver.
• La exploración de la voracidad durante las consultas. Durante las consultas, se ponen en escena situaciones en las que se expresa una intensa voracidad: los animales grandes se comen a los pequeños, la lámpara se enferma por culpa de su gran boca, el balde desborda de juguetes.
La voracidad hace intolerable la idea de compartir con alguna otra persona, en este caso un bebé. En sus juegos, Piggle también dispone del nacimiento potencial de los bebés con los cuales estaría obligada a compartir a su madre. En los juegos con el padre, los bebés nacen cuando ella lo dispone y, al mismo tiempo, Piggle puede ser todos los bebés que nacen.
Winnicott, sin impedir que la niña actúe libremente, también toma sus propias iniciativas. Inventa, por ejemplo, un juego en el que también él se transforma en un bebé voraz: un bebé que quiere todos los juguetes y a la mamá sólo para \él, un bebé que quiere tanto a su mamá que hasta se la va a comer. Al abrir este espacio de juego, Winnicott provoca la agresividad de Piggle y le muestra a un bebé voraz, por lo tanto agresivo. La niña entra gustosa al juego y para hacer frente a ese bebé voraz se convierte en león y luego busca la protección del padre.
El modo como conduce Winnicott el trabajo analítico permite que Piggle, a través de los juegos, comience a vislumbrar el deseo contrariado situado en el punto de origen de la mamá negra”. La posición subjetiva que consiste en querer alimentarse vorazmente de la propia madre excluye la posibilidad decompartir el alimento con otro. En ese contexto psíquico, Piggle vive la llegada de la hermanita como una catástrofe. Siente, pues, una frustración intolerable que desencadena en ella una intensa agresividad que, en su espíritu, sólo puede tener consecuencias dramáticas para sí misma y para la madre. Esas consecuencias son hasta tal punto dramáticas que resulta inevitable hacer surgir una mamá negra responsable de toda la agresividad; de la de Piggle, naturalmente, pero también de la de todos aquellos que están a su lado.
Cuando termina está primera parte de la cura, Piggle reconoce que Winnicott la ayudó y, según él mismo afirma, “[Piggle] puso en su sitio a la mamá negra” Se evitó así la contaminación provocada por la mamá negra, pero no se resolvió completamente el problema planteado por la destrucción.
Aun cuando, durante el sueño, las fuerzas de vida hacen una tímida aparición: “Las espigas se elevaban sólo un poco, por lo malo que tenían dentro”, queda intacta la cuestión de saber dónde situó Piggle a la mamá negra.
Continuación de la cura
— “Buen día, Gabrielle.” Con estas palabras recibe Winnicott a la niña y ésa es la manera en que la llamará en lo sucesivo. Piggle tiene ya 3 años y 3 meses. La sesión comienza con una serie de amabilidades de parte de la niña: “Es agradable haber venido nuevamente, ¿no es cierto? Mira qué bonitos zapatos nuevos tengo”. Y súbitamente la emprende contra su hermana Suzanne que es molesta y se le acerca todo el tiempo para fastidiarla. A Gabrielle le gustaría un bebé que se mantuviera a distancia y no se apoderara de sus cosas. Continúa hablando de Suzanne y dice que ambas lloran cuando están enojadas. Winnicott le responde que sería bueno que tuvieran habitaciones separadas o casas separadas para evitar las disputas.
Entonces Gabrielle reconoce que tiene miedo de la “Suzanne negra”. “Aquí juego con tus juguetes. Detesto a Suzanne, directamente la detesto, sólo cuando toma mis juguetes. ¡Qué linda es esta casa!” Winnicott le responde: “Amas y detestas a Suzanne al mismo tiempo”.
Poco tiempo después, Gabrielle advierte que sobre el escritorio de Winnicott hay una fotografía de una niña de 6 o 7 años: “Mira que bonita fotografía, es una niña mayor que yo; es mayor que yo como yo soy mayor que Suzanne. Ya sabe caminar sin sostenerse y sabe ponerse de pie (y hace una demostración de lo que dice). Winnicott comenta: “Así ya no tiene constantemente necesidad de mamá”.
Se acerca el final de la sesión y Gabrielle le dice a Winnicott:
“Eh, ¿quieres que ordene todo?”.
Y Winnicott le responde: “No, deja, yo me encargo”. Gabrielle parte junto a su padre y le deja a Winnicott todo en desorden. Es la primera vez que se siente tranquila en cuanto a la capacidad de Winnicott de tolerar el desorden y la suciedad.
Ya en casa de Gabrielle, la “mamá negra” se calma, pero aparece una “Suzanne negra”: “Viene a visitarme de noche, dice Gabrielle, porque me quiere, pero es negra”. Evidentemente, prefiere que Winnicott la llame por su verdadero nombre y así lo demuestra en un comentario que les hace a los padres: “Quería decirle al doctor Winnicott que me llamo Gabrielle, pero él ya lo sabía”. Y lo dice con gran satisfacción.
— Novena consulta. Gabrielle deja a su padre en la sala de espera, entra en el consultorio y se dirige sin vacilar hacia los juguetes. Ya tiene 3 años y 4 meses.
Respecto de la mamá negra, comienza por decir:
“Viene todas las noches. No puedo evitarlo. Ella es muy difícil. Se mete en mi cama. Y no tiene derecho a tocarla, es mi cama. Yo tengo que dormir allí. Papá y mamá están en su cama en otra habitación. No, ésa es mi cama; así es la mamá negra.”
Después imagina una historia relacionada con su hermana. Suzanne estaba triste porque Gabrielle debía ir a Londres: “Oh, ¿cuándo regresará mi hermana mayor Suzanne?, me necesita para ir al retrete. Esta mañana quería que yo la levantara un poco para hacer caca. Yo sufro mucho todas las noches. Es la mamá negra. No se ocupa de sus hijitas”.
Después de escuchar esta larga confidencia, Winnicott le dice: “Me estás hablando de tu mamá y de cómo no ha sabido ocuparse de ti”.
Y Gabrielle exclama: “Mamá sabe hacerlo muy bien; la mamá de cara negra, horrible, es la que no sabe”.
“Tu mamá no sabía nada de bebés hasta que te tuvo a ti, pero tú le enseñaste a ser una buena mamá para Suzanne”, le dice Winnicott.
Varios días después, los padres de Gabrielle llaman por teléfono a Winnicott para comunicarle un gran cambio: la niña está mucho más calmada. Ahora juega con su hermanita y se siente menos perseguida. Suzanne, por su parte, no la ataca tanto como antes. Además Gabrielle está más afectuosa con su madre y con frecuencia se muestra capaz de jugar con ella.
— Décima consulta. Gabrielle tiene ahora 3 años y medio. El placer de estar separada de su hermana y por lo tanto de tener a. Winnicott para ella sola la angustia. Y lo manifiesta: “Cuando construyo algo, quiero destruirlo. Pero Suzanne no quiere hacer eso. Tenía biberones con una tetina. Primero empecé a darle el biberón, pero ella se escapó y no me dejó. Es una bebita graciosa”.
“Ésa es la razón por la que te gusta venir aquí. Para alejarte de ella”, replica Winnicott.
Y Gabrielle continúa diciendo: “Discúlpeme por haber llegado un poco antes, pero no podía estar más tiempo en casa, porque tenía ganas de venir a ver al señor Winnicott”.
Un rato más tarde, toma el cervatillo de paño, al que llama perro, y trata de quitarle toda la viruta de madera que rellena el vientre.
“Míralo, exclama, hizo mucha caca en la canasta y la alfombra, ¿te molesta?”
“No”, responde Winnicott.
Gabrielle toma todos los juguetes y los reúne en un montón. Winnicott hace el siguiente comentario: “Ahora están todos en contacto unos con otros y ninguno está solo”.
Respecto del cervatillo vaciado, Gabrielle le solicita: “Sé cariñoso con él, dale toda la leche y el alimento que necesite. Yo tengo que irme. Te dejo con toda esta suciedad”.
Comentario teórico: de la “mamá negra”
a la “mamá suficientemente buena”
Decidimos hacer aquí una presentación bastante larga de las consultas de esta segunda parte de la cura, a fin de mostrar la riqueza de las exploraciones realizadas y el considerable trabajo de reorganización psíquica logrado.
No obstante, para hacer un comentario teórico, retomaremos la imagen de la mamá negra que constituye nuestro hilo conductor. Nos parece que esta imagen ocupa el núcleo patógeno que tanto hace sufrir a la niña.
La consulta que da comienzo a esta segunda parte de la cura se caracteriza por un hecho. Winnicott recibe a la niña llamándola por su verdadero nombre: Gabrielle. Creemos que ésta es una manera que tiene Winnicott de hacerle saber que ha recibido el mensaje sobre la “mamá negra”.
— La mamá negra ha sido puesta en su lugar. La mamá negra ha sido ordenada y Piggle, que también se había puesto negra, ha ido a reunirse con ella. Las dos residen ahora en un lugar psíquico disociado de la personalidad de Gabrielle. En ese reacomodamiento, Piggle representa la parte mala, destruida, de Gabrielle, de la que conviene separarse. Lo que dice Gabrielle confirma esta explicación. Afirma que todo el mundo es hermoso, que todos son simpáticos. Y, por supuesto, ella misma está incluida en ese “todos”.
Sin embargo, esta visión ideal de sí misma y de los demás se revela precaria y los temores asociados a la destrucción reaparecen en el centro de sus preocupaciones. En efecto, si bien la “mamá negra” ha sido acomodada, no ha desaparecido por ello del mundo de Gabrielle.
• La “nueva mamá negra”. Ahora la “mamá negra” aparece de noche para ocupar su cama y se presenta como una pésima madre. No sabe ocuparse de su hijita y no sabe nada de los bebés ni de los niños, pero, su mamá verdadera, precisa Gabrielle, sabe ocuparse muy bien de sus hijas.
El lugar y el poder de la “mamá negra” se han modificado.
Esta mamá amenazadora pertenece ahora al terreno de los sueños. Ya no ejerce una influencia nefasta en las personas que rodean a Gabrielle. Su poder de persecución fue reducido y canalizado. Con todo, no perdamos de vista que la “mamá negra” es el árbol que oculta el bosque, en esta caso, a la Gabrielle agresiva. Una Gabrielle que, por fin, se mostrará abiertamente. En efecto, durante una consulta, la niña se libra a una actividad deliberadamente destructiva.
• Winnicott acepta la destrucción. Después de ese acto de destrucción, Winnicott le asegura a Gabrielle que no hay ningún problema y que él podrá arreglarse con los estragos causados por la niña. Recordemos que, en ese momento, el terapeuta atribuye un valor positivo a las manifestaciones agresivas de Gabrielle. Para él, son una señal de que la niña le tiene confianza: puede aceptar la suciedad y el revoltijo que ha dejado Gabrielle sin sentirse afectado. Según su propia expresión, Winnicott, al adoptar esta conducta, “sobrevive a la destrucción”. Esto significa, evidentemente, que permanece vivo, pero también contiene otras significaciones. Sobrevivir es, pues, soportar la agresividad de Gabrielle, no sentirse afectado por ella, pero también no estar ausente durante un tiempo que supere la capacidad de la niña de tener una representación de él vivo; también implica no tomar represalias, es decir, continuar teniendo la misma calidad de presencia ante la niña. En realidad, la cura continúa, Winnicott mantiene su atención y su disponibilidad. Continúa estando dispuesto a blindarle su ayuda a Gabrielle en las empresas difíciles, ya se trate de manipular cosas, ideas o sentimientos.
• La madre suficientemente buena. Winnicott nos muestra aquí a un terapeuta que se conduce como una madre lo suficientemente buena, es decir, como una madre que sobrevive a la agresividad de su hija. Como puede hacerlo una madre en la realidad cotidiana, Winnicott, con su actitud, ayuda a Gabrielle a reconocer su odio y la culpabilidad que implica. La ayuda a imaginar que puede limitar, y hasta reparar, los efectos de su destructividad mediante fantasías positivas y actos constructivos, reparadores.
No obstante, el relato clínico de la tercera parte de la cura nos mostrará que Winnicott, en su función de “madre suficientemente buena”, por momentos falla.
El fin de la cura
Después de un intervalo de cuatro meses, Gabrielle regresa al consultorio de Winnicott para mantener el decimosegundo encuentro. Ya tiene 4 años y un mes.
Esta vez el terapeuta está sentado en su sillón y no en el suelo como lo hacía habitualmente. Gabrielle demuestra tenerle gran confianza al aceptar ese cambio y, sentada en el suelo, demuestra su capacidad de estar sola en presencia de alguien.
Winnicott aborda entonces el tema de lo negro: “Lo negro, ¿es lo que no ves?”
“No puedo verte porque eres negro”, replica Gabrielle.
El terapeuta insiste: “¿Quieres decir que cuando estoy lejos, soy negro y no puedes verme? Entonces pides venir a ver; me miras y ya no soy negro”.
“Cuando me voy y no te miro, tú te vuelves negro, ¿no es cierto, doctor Winnicott?”, pregunta la niña. Winnicott le explica: “Y además, después de cierto tiempo, necesito que me veas para hacerme volver nuevamente blanco. Si el intervalo es largo, tú comienzas a atormentarte por culpa de esta cosa negra que era yo y que me he vuelto negro y entonces ya no sabes qué es esta cosa negra”.
“Si”, responde Gabrielle con tono convencido.
Después de esta sesión, la madre dirige una carta al analista dictada por Gabrielle que nos muestra que la ausencia de Winnicott en la realidad ya no es un obstáculo para que continúe existiendo en el espíritu de su pequeña paciente. El siguiente es el contenido de la carta:
“Te enviaremos un cuchillo para cortar tus sueños y nuestros dedos para levantar las cosas, y también, cuando llegue la nieve, te enviaremos algunas bolas de nieve para lamer y también algunos lápices de colores para dibujar un señor. Te enviaremos un traje que te pondrás cuando vayas al colegio.
Cariños a tus flores, a tus árboles y a los peces que tienes en tu acuario.
Con afecto, Gabrielle.”
— Decimotercera consulta. Apenas llegada al consultorio, Gabrielle se pone a trabajar, es decir, a jugar. Mientras manipula los trenes, dice: “Mira, se cayó del tren, yo puedo volver a acomodarlo sola”. Y lo hace.
Mientras continúa separando los trenes del revoltijo en que se encuentran, Gabrielle explica: “El gancho se salió de éste. Lo coloco otra vez. Ahora, puedo ponerlo de verdad adentro”. Winnicott confirma: “Gabrielle es también alguien que sabe reparar las cosas”. La niña continúa hablando: “Papá sabe reparar las cosas, los dos somos muy hábiles. Mamá no es nada hábil. En la escuela me hice un tractor. No te veía desde hace tiempo y mañana tampoco te veré”. Winnicott replica: “¿Eso te entristece?”
“Sí, me gusta verte todos los días, pero no puedo porque debo ir a la escuela. Tengo que ir a la escuela”.
“Habitualmente venías para componerte, pero ahora vienes porque te gusta venir. Cuando venías para componerte, lo hacías aunque tuvieras que ir a la escuela, pero ahora tienes dentro de ti un reparador Winnicott, alguien que llevas contigo”.
— Decimoquinta y penúltima sesión. Han pasado muchos meses. Ahora Gabrielle tiene casi 5 años. Durante esta consulta, habrá un gran momento de juego compartido que será determinante para alcanzar la cura. Gabrielle es quien propone el juego y Winnicott acepta inmediatamente el rol que ella le asigna.
El juego es el siguiente: Gabrielle toma un juguete que representa un personaje paternal y comienza a maltratarlo. “Le retuerzo las piernas”, dice.
“¡Ay, ay!”, se queja Winnicott.
Y la niña agrega: “Ahora ya no queda nada. Está todo retorcido y con la pierna rota. También tiene la cabeza rota, así que tú ya no puedes llorar. Te tiro en seguida. Nadie te quiere”.
“Así que Suzanne nunca podrá tenerme”, retruca Winnicott. Y continúa: “Así, el Winnicott que inventaste es todo tuyo y listo con él, ya nadie más podrá tenerlo”.
La niña insiste para hacerlo llorar nuevamente. Pero él protesta diciendo que ya no le quedan más lágrimas.
“Ya nadie te verá nunca más. ¿Eres un médico?
“Sí, soy médico y podría ser el médico de Suzanne, pero el Winnicott que tú inventaste se terminó para siempre”.
A lo que Gabrielle exclama: “Yo te hice”.
Poco después, toma una hoja de papel y extiende un poco de cola en el centro y alrededor dibujando un cuadrado.
“Pronto cumpliré cinco años”, dice, con lo cual quiere indicar a Winnicott qué desea terminar este tratamiento cuando aún tiene 4 años.
Winnicott responde: “También a mí me gustaría terminar contigo, para poder ser todos los demás Winnicott y no tener que ser este Winnicott, tratamiento especial, que inventaste tú”.
Durante este diálogo, Gabrielle continúa realizando su obra con la cola, que se ha transformado en una especie de “lápida” o de “mausoleo” de todos los Winnicott destruidos o matados.
Siguiendo las instrucciones de la niña, Winnicott toma un trozo de papel y dibuja una Gabrielle de pie, luego le retuerce los brazos, las piernas y la cabeza, mientras le pregunta si eso le hace doler. La niña ríe y responde: “No, me hace cosquillas”.
— El último encuentro entre Winnicott y Gabrielle. Gabrielle ya ha cumplido los 5 años cuando, tres meses después, se presenta a la última consulta, que no se desarrolla como las anteriores. En realidad, se parece más bien a la visita de una amiga a casa de un amigo.
Se reencuentra con todos los juguetes y recuerda los juegos previos. Winnicott le pregunta: “¿Recuerdas qué significaban para ti los juguetes cuando eras la pequeña Piggle, en lugar de la Gabrielle grande?”.
Cuando llega la hora de partir, Gabrielle está dispuesta a hacerlo y va en busca de su padre. Evidentemente la visita le ha dado gusto.
Winnicott escribirá a modo de comentario final: “Parecía completamente natural al decirme adiós y tuve la impresión de estar ante una niña de 5 años completamente natural y normal en el plano psiquiátrico”.
Comentario teórico: la capacidad de reparar
y la resolución de la transferencia.
• El Winnicott “negro”. Durante esta parte de la cura, asistimos a las últimas manifestaciones de la “mamá negra”, representada en la transferencia por Winnicott. Comprobamos, en efecto, que el intervalo entre las consultas es demasiado prolongado para que Gabrielle pueda conservar una representación de Winnicott vivo. En consecuencia, se vuelve negro, es decir, destruido y destructor. En el momento en que aparece el Winnicott “negro”, el Winnicott analista le da a Gabrielle la clave de esta representación inquietante.
La carta dirigida a Winnicott que la niña dicta luego a su madre no indica que esta interpretación fue eficaz. Gabrielle se dirige a un Winnicott por completo vivo en un mensaje cargado de ternura y poesía.
• La capacidad de reparar. La consulta siguiente muestra que las dificultades que llevaron a Gabrielle a ver a Winnicott encontraron una solución. Ahora la niñita confía en su propia capacidad para reparar, para reacomodar. Puede, pues, reconocer su agresividad sin experimentar una angustia intolerable, pues puede restaurar lo que ha dañado. Ya no tiene necesidad del doctor Winnicott para reparar algo y además cuenta con un Winnicott reacomodador que permanece siempre a su disposición, un Winnicott que se ha convertido en un objeto muy bueno que forma parte de su psique.
• La resolución de la transferencia. Por último, asistimos a lo que podemos considerar como una gran escena final en la que Winnicott y Gabrielle se libran felices a un juego que representa la resolución de la transferencia y de la contratransferencia. Ambos ponen fin a la existencia de un doctor Winnicott y una Gabrielle enferma. Estos asesinatos recíprocos no conllevan remordimientos, culpabilidad. En el marco del juego, Winnicott y Gabrielle dan libre curso a su destructividad. Ambos saben que esas representaciones de una Gabrielle enferma y de su médico ya no tienen cabida; el trabajo analítico ha terminado.
Gabrielle hará una última visita a Winnicott para despedirse. Después de evocar los recuerdos de los tiempos de la pequeña Piggle, se separarán como buenos amigos.
Nos parece oportuno concluir esta exposición haciendo una breve observación a los lectores del libro La pequeña Piggle. Las descripciones clínicas propuestas por Winnicott figuran allí “en bruto”.
En realidad, sólo una lectura más profunda puede descubrir el texto vivaz e interesante que encierran tales descripciones. En ese caso, el lector atento se verá ampliamente recompensado por la riqueza de los materiales clínicos, teóricos y técnicos propuestos en ese notable diario de cura que es La pequeña Piggle. En nuestro estudio, elegimos un eje teórico-clínico que, a nuestro entender, pone de relieve un aspecto del pensamiento de Winnicott, a saber, la conveniencia de que el terapeuta acepte la destructividad del paciente a fin de desactivarla mediante la simbolización. Evidentemente, el informe de Winnicott incluye muchos otros temas a partir de los cuales se puede elaborar una reflexión profunda. En realidad, cada lector y cada lectora puede abrirse un camino personal en ese texto extremadamente denso.