T. Garcia-Fons
M.-CI. Veney-Perez
Aconsejamos al lector que al leer este
capítulo se remita al texto de Melanie Klein.[22]
Londres, 27 de enero de 1929.
Un niño de 4 años entra en una casa del barrio de Notting Hill acompañado por su niñera. Atraviesa una habitación, luego otra, más pequeña y oscura.
Una dama los recibe. La niñera se retira. El niño no presta atención. Atravesando una puerta doble, penetra en un vasto escritorio: muebles sólidos, un lavatorio, objetos y libros, juguetes en cajas y una presencia humana… Pero el niño no ve verdaderamente nada de todo eso.
Solamente, tal vez, su itinerario por ese lugar desconocido, las puertas que ha atravesado, sus picaportes y, sobretodo, la puerta doble que organiza un espacio oscuro donde él podría habitar lo intrigan y le hacen señas. Apenas ha advertido, entre lo juguetes, un trencito, pero no lo demuestra.
Hay una dama que lo observa. Él siente confusamente su presencia. Es una señora de considerable estatura, pelo gris y mirada clara. De ella se desprende una fuerza extraña, casi amenazante, pero también una suavidad acogedora. La mujer permanece en silencio durante un buen rato.
De pronto, elige un tren de una caja de juguetes y otro más pequeño y los coloca ante el niño. Entonces su voz llena el espacio y el niño oye: “Tren papá” y “Tren Dick”.
Dick —ése es el nombre del niño— toma el tren más pequeño y lo hace rodar en la dirección de la ventana. Y también él habla: “Estación”. Entonces la dama agrega: “La estación es mamá. Dick entra en mamá”.
¿Qué ha dicho? ¿Qué pretende? Dick, sobrecogido, deja el tren. Rápidamente se refugia en el espacio entre las dos puertas. Y oye otra palabra: “Negro”. Sale y vuelve a entrar varias veces y repite: “Negro”.
La mujer insiste: “Está negro en mamá. Dick está en lo negro de mamá”. Algo se agita en el interior del niño, lo conmueve y lo aterroriza. Pregunta: “La nana”. La dama le responde: “La niñera vendrá pronto”. El niño se calma.
Así se produce el encuentro inaugural entre Dick y una psicoanalista llamada Melanie Klein.
Pero ¿quién es esa mujer capaz de hacer algo tan loco, impensable para su época? No sólo psicoanalizar a niños, sino además, creer que puede relacionarse con un niño tan gravemente perturbado como Dick y analizarlo.
Un itinerario agitado
Dolor, violencia y pasión: estos tres términos definen perfectamente la vida de Melanie Klein.
Melanie Reizes nació en Viena en 1882 en una familia judía. Es la menor de cuatro hermanos y en el momento en que ella llegó al mundo su padre, médico, tenía 50 años. El hombre, que nunca mostró mucho interés por la pequeña, se sumergió tempranamente en la senilidad. La madre, Libussa, veinte años más joven que su marido, es un personaje complejo y omnipresente. Es una mujer hermosa y cultivada, autoritaria e insatisfecha.
Se trata de una familia de gran riqueza intelectual, sin duda apasionante, pero cuyas relaciones son marcadamente pasionales: amor fusional, celos y reproches, rechazos, crisis de furia y culpabilidad marcan el ritmo de esta familia excesiva que debe afrontar además las humillaciones de la falta de dinero y del antisemitismo.
La pequeña Melanie vive sumergida en un torbellino de sentimientos y movimientos contradictorios, dentro del cual debe afirmarse. Admira a sus padres y a sus mayores. Venera a su hermano Emmanuel, muy dotado, que la inicia en numerosas esferas del arte y del pensamiento y de quien ella dirá luego: “Fue mi confidente, mi amigo, mi profesor…” Emmanuel se deja morir, lejos de todos, a los 20 años. Para la familia, se trata de un duelo tanto más terrible por cuanto repite un duelo anterior: cuando Melanie no había cumplido aún los 5 años, Sidonie, su hermana tres años mayor, murió de tuberculosis. Más tarde, Melanie renunciará a su deseo de adolescente de ser médica y psiquiatra. Sólo cursará por algún tiempo clases de arte y de historia.
Se casa muy joven con Arthur Klein, un amigo de su hermano, apenas un año después de la muerte de este último. Es un matrimonio sin amor. Melanie sigue a su marido, ingeniero químico, a comarcas frecuentemente aisladas. Lleva una vida de mujer de su hogar y “se lanza”, como dirá ella misma, a la maternidad. Tiene tres hijos: Erich, Hans y Melitta. Hans morirá en un accidente de montaña, Melitta se hará psicoanalista y se malquistará con su madre.
El encuentro con el psicoanálisis
Retornemos al año 1910, Melanie Klein no es aún la psicoanalista célebre, la fuerte personalidad que dará a conocer más tarde. Por el momento, sufre de depresión y pasa algunos periodos en una clínica. Ya tiene más de treinta años cuando descubre el psicoanálisis al leer un libro sobre los sueños de cierto doctor Sigmund Freud Para ella el libro es toda una revelación y le despierta la esperanza de que sus sufrimientos, que afectan sus relaciones y las de sus allegados, tengan una significación. Sobre todo, tiene inmediatamente una convicción: su destino la vincula al futuro del psicoanálisis.
Desde entonces su historia personal y su recorrido analítico se vuelven indisociables. En el alborotado contexto político y social de la época, Melanie Klein migra sucesivamente a Budapest, a Berlín y a Londres y conoce a tres grandes figuras de la primera generación de psicoanalistas; en Budapest, a Sandor Ferenczi, con quien se someterá a análisis; en 1924, en Berlín, frecuentará a Karl Abraham, con quien emprenderá una segunda etapa de análisis, interrumpida por la muerte brutal de este último; finalmente, Ernest Jones la invita a Londres y la incita a instalarse allí. Se muda en 1926 con sus hijos. Entre tanto, se ha divorciado.
Son tres encuentros capitales y formadores con tres eminentes discípulos de Freud quienes, cada uno a su manera, reconocen muy pronto las excepcionales cualidades de Melanie Klein, sus dotes; todos ellos la alientan y apoyan en su vocación y sus investigaciones en el campo analítico infantil.
El encuentro con Freud fue menos feliz, pues éste tomó partido por su hija Anna en las controversias que enfrentaron a las dos mujeres. Su única entrevista con el fundador del psicoanálisis, durante el Congreso de Berlín de 1922, fue profundamente decepcionante: él no se interesó por lo que decía Melanie.
Klein debió luchar mucho para hacer reconocer sus concepciones innovadoras. Siempre se basó en su experiencia clínica y fue construyendo, a medida que obtenía nuevos conocimientos a través de su práctica con niños, concepciones teóricas y una visión de la psique infantil que había 1legado a penetrar profundamente.
Primero, observa a sus propios hijos y su primer analizando es su hijo Erich Hoy esto puede parecer chocante, pero en la época de los primeros balbuceos del psicoanálisis infantil, era una práctica extremadamente común, los terapeutas analizaban a sus propios hijos, a los hijos de sus colegas o de amigos… y a domicilio. Por lo demás, hoy sabemos que los padres de Dick eran miembros de la Sociedad Británica de Psicoanálisis.
A fines de la década de 1920. Melanie Klein ya habla conquistado a la mayor parte de sus colegas ingleses. Y había formado su clientela. Los conflictos con Anna Freud se hablan apaciguado temporalmente. Aquél era para Melanie un periodo creativo y quizá por primera vez, sereno.
Un universo fantástico
Así hemos llegado nuevamente a Londres, al año 1929 y a Dick. Pero antes de retomar el hilo de la cura del pequeño, demos un paso al costado para introducirnos en la esfera musical. En efecto, Melanie Klein, en el artículo que precede al texto sobre Dick, comenta la ópera de Ravel, El niño y los sortilegios, pues reconoce en ella, de manera sobrecogedora, el universo íntimo del niño tal como ella misma se lo representa. ¿Cuál es el argumento de esta fantasía escrita por Colette? Un niño perezoso se niega a hacer sus deberes. La madre lo castiga: a pan seco y ¡té! El niño da, pues, rienda suelta a su resentimiento, destruye objetos, persigue a los animales que se acercan a darle ánimo y se rebela. En el universo del niño se desencadena un frenesí fantasmagórico que pasa del espectáculo deslumbrante a la pesadilla. El niño se siente aterrorizado y desesperado cuando, al borde del desvanecimiento, vuela a rescatar a una ardilla que momentos antes había martirizado. La multitud furiosa de animales y árboles se calma instantáneamente, enternecida, y canta a la bondad recuperada del niño. Éste, a su vez, deja brotar un grito de amor que cierra la obra: “Mamá”.
Nos encontramos en el escenario de un teatro lúdico y aterrador, proyectados en un mundo de pavor, de destrucción y desolación, pero del que puede nacer una palabra o un gesto de amor. Melanie Klein lleva en sí misma exactamente ese mundo, ese universo infantil. Esta dama singular, habitada por este universo fantástico profundamente anclado en sus construcciones teóricas, es la persona que encuentra Dick en su camino desolado y que le abrirá un espacio nuevo y extraordinario.
Volvamos a encontrarnos con ellos en el escenario psicoanalítico, después de evocar la historia de Dick.
Una historia trágica
La historia de Dick es, desde el comienzo, dramática. Su madre trata de amamantarlo, pero no lo logra. Persiste durante varias semanas, angustiada, y fracasa. Dick está a punto de morir de hambre. El niño ya tiene 7 semanas cuando sus padres contratan a una nodriza que le da el biberón, pero él se niega a succionar. Hay que forzarlo. Además, Dick sufre de problemas digestivos.
El amor está extrañamente ausente de esta familia: no hay ninguna calidez alrededor de Dick, ni gestos de afecto por parte de la nodriza, ni de su padre ni, sobre todo, de la madre, desconcertada ante ese hijo que sintió como anormal desde el momento del nacimiento. Un ambiente “pobre en amor”, relaciones inmediata y profundamente perturbadas, sufrimientos corporales: ése es el mundo hostil en el que está sumergido Dick y en el cual continuará debatiéndose. Por ejemplo, a los 5 meses, defecar u orinar es una tortura. Cuando comienzan a ofrecerle alimento sólido, se niega a masticarlo y rechaza todo lo que no tenga la consistencia de una papilla.
A los 2 años, experimenta cierta mejoría: los padres han contratado a otra nodriza y lo envían una larga temporada a casa de la abuela. Esas dos personas, nuevas en su vida, lo rodean de afecto, de ternura, pacientemente. Dick parece entonces salir de su marasmo, toma el curso de una vida más armoniosa y normal. Aprende a caminar, se vuelve limpio, desarrolla su inteligencia. Aparentemente, se adapta mejor a la realidad y enriquece su vocabulario aprendiendo maquinalmente muchas palabras nuevas. También descubre la masturbación y, cuando la niñera lo descubre y lo reprende —Dick tiene entonces 4 años—, siente miedo y culpabilidad. Progreso y normalización, indudablemente, pero en el fondo nada se ha solucionado, los problemas esenciales persisten.
Un niño extraño, de lenguaje inhabitado
El niño que se encuentra por primera vez ante Melanie Klein tiene todas las características de un extraterrestre. Es como si perteneciera a otra realidad, se muestra ausente a las personas y a los objetos que lo rodean y que para él son como transparentes, carentes de sentido.
Dick corre por todas partes, perdido. No pide nada, no juega ni expresa ninguna emoción. No reaccionó ni siquiera cuando la niñera abandonó la habitación dejándolo a solas con Melanie Klein. No demostró ni temor ni timidez, como habría hecho la mayor parte de los niños en la misma situación.
Dick se ha detenido en su desarrollo. Parece, como los trenes que tanto le gustan, abandonado en el andén de una estación y parece haber renunciado a todo deseo de descubrir el mundo y de descubrirse a sí mismo. Su cuerpo torpe evoca un títere desarticulado. Finalmente, no siente el dolor físico y, curiosamente, no puede usar ni cuchillos ni tijeras.
Dick ha aprendido palabras mecánicamente, una cantidad limitada de palabras que le permiten pronunciar frases elementales. Pero no ha penetrado realmente en la lengua que es para él como una concha vacía, una casa rudimentaria que él no habita, que no le interesa. La mayor parte del tiempo “hace ruidos”: emite sonidos repetitivos, sin significación, que no se dirigen a nadie. Cuando se le ocurre hablar más normalmente, utilizar su magro vocabulario, lo hace de una manera inadaptada y hasta en contra del sentido habitual. Por ejemplo, puede pronunciar perfectamente ciertas palabras, pero si su madre le pide que las repita, las deforma por completo.
Dick está encerrado en un universo extraño y frío, terriblemente negativo. ¿No existen esperanzas? Felizmente, hay dos elementos positivos, como dos puentes posibles, que lo mantienen unido a la realidad de otros seres humanos: su interés, su curiosidad por los trenes y las estaciones, así como por las puertas y sus picaportes y la posibilidad de abrirlas y cerrarlas.
Así se presenta el pequeño Dick: un niño parapetado, inalcanzable, que sólo tiene algunos puntos de anclaje en la realidad, en cuyo muro de indiferencia Melanie Klein procura inmediatamente abrir una grieta.
El tercer día de sus encuentros con Melanie Klein es un día de angustia para Dick. Desde que llega se muestra sobresaltado. Corre a refugiarse entre las puertas dobles, prueba el vestíbulo oscuro, pero no puede desembarazarse de una tensión insoportable. ¿Quizás detrás de esta gran cómoda? Decididamente, las cosas marchan mal. Dick llama a la señora Klein, implora por su niñera. Es sensible al hecho de que la analista intente tranquilizarlo, pero sobre todo se muestra aliviado al reencontrarse con su niñera al final de la sesión.
¿Qué ocurrió en el transcurso de esta tercera sesión? Hubo un juguete nuevo: una pequeña camioneta cargada de carbón. Dick la designa pronunciando la palabra “cortar”. La señora Klein le tiende la tijera, pero él no sabe cómo usarla para lograr sus fines: separar los trocitos de madera que representan el carbón. La señora Klein lo ayuda: sorprendente y aterrador… Dick tira el camioncito y su contenido: “¡Se fue!” Se hunde entre las dos puertas y las rasca con las uñas. Pero ¿dónde esconderse? Allá, en el ropero. Se desliza en el pequeño espacio oscuro.
Cuarto día. Cuando la niñera lo deja, Dick se siente invadido por una marea íntima que se eleva en su interior y lo desborda; llora. No conocía esta emoción. No quiere revivir lo que pasó el día anterior, de modo que aparta rápidamente el autito roto. Pero a la señora Klein no se le escapa nada. Le sugiere que ese pequeño camión representa a la madre. A modo de respuesta, Dick se instala entre las dos puertas.
Hoy prefiere descubrir otros juguetes, colorear el agua del lavabo, aunque tiene mucho miedo de mojarse, como cuando orina.
Los días pasan, las sesiones se suceden. A Dick le gusta reencontrar a la señora Klein siempre fiel en su puesto. En su casa uno puede permitirse muchas cosas sin correr un riesgo demasiado grande. Se puede jugar a comer o a destruir. Un día, por ejemplo, se lleva una muñeca a la boca y dice: “Té, papá”. Esto despierta el interés de la señora Klein quien lo anota en su cuaderno. A veces, Dick teme excederse, entonces deposita la muñeca maltratada en brazos de la señora Klein. De este modo, la muñeca queda reparada.
Otra vez, ve virutas de madera sobre las rodillas de la señora Klein quien acaba de sacarle punta a un lápiz. Dick dice: “¡Pobre señora Klein!”. Ella anota: “Empatía prematura”. ¿Qué quiere decir con eso?
Dejemos a Dick en el punto de esta pregunta, en un momento de su análisis en el que pasa de un descubrimiento a otro, de una emoción a otra. La cura, en efecto, avanza: progresivamente, Dick se interesa en objetos nuevos, en juguetes nuevos. Trata de comprender cómo funcionan y juega a destruirlos. Algunos lo inquietan, entonces huye y los deja de lado, se dirige a otros, los nombra, ensaya un juego nuevo, se atemoriza y así sucesivamente…
Por ejemplo, durante cierto tiempo evita acercarse al armario y se dedica a examinar detalladamente el lavabo y el radiador. Los araña, los golpea, los rocía con agua y luego les hace muescas con un cortaplumas. Pero la angustia lo desborda. Entonces regresa al armario y estudia sus goznes y cerraduras. Se instala allí y le pregunta a la señora Klein el nombre de las diferentes piezas que lo constituyen. Así el universo de Dick se amplía; el niño se interesa más por las personas, las cosas y sus nombres.
Melanie Klein interrumpe el informe de la cura de Dick cuando han pasado seis meses de tratamiento. Ahora sabemos que éste duró dos años. En ese momento, Dick volvió a tomar contacto con la realidad. Habla. Le encuentra sentido a las cosas. Ha establecido relaciones afectivas con su madre y su padre.
Para tener acceso al mundo de Dick, Melanie Klein debió dar un salto a lo desconocido, anticipar las producciones del niño partiendo de lo que ya sabía. El desafío parece haber sido un éxito, que estuvo sin duda a la altura de la fuerte convicción y el deseo que la animaban: los de una mujer que marcó surcos, una pionera de la práctica y de la teoría psicoanalíticas.
Epílogo
Después de su cura con Melanie Klein, Dick fue tratado por otro analista, Beryl Sandford, quien lo consideró inteligente y muy locuaz, pero todavía bastante estratificado. El niño poseía una memoria extraordinaria y considerables conocimientos en el terreno musical, del que era un apasionado.
Phyllis Grosskurth, la biógrafa de Melanie Klein, pudo encontrar a Dick cuando éste tenía casi cincuenta años. Le pareció simpático y un poco infantil. Había podido asumir un empleo (ella no dice cual) que no implicaba demasiada tensión. El hombre sabía perfectamente que él era “Dick”, pues Melanie Klein tenía la costumbre de leerle los pasajes de su artículo que se referían a él. Al releerlo, reacciona de diversas maneras: Cuando Melanie Klein habla de pene incorporado por la madre, Dick sugiere: “Melanie podría haberse ahorrado toda esa charlatanería”. En cuanto al “pene atacante”, dice: “¡Yo no hice eso!”. En lo referente a la orina como sustancia peligrosa: “¡Es cierto!”. Además confirmó los juegos con Melanie Klein y cómo se encerraba en el armario “por venganza… contra mis padres…”.Y agregó: “Si Melanie estuviera todavía viva la llamaría por teléfono y le diría: ‘Francamente, te has pasado’ (‘Enough is enough’)”.
En conclusión, explicó que quería mucho a Melanie, que ella lo consolaba, lo tranquilizaba cuando Dick lloraba y le decía: “La vida no es tan mala”.
La relación de Melanie Klein con el psicoanálisis
• Las posiciones psicoanalíticas de Melanie Klein. Después de haber sufrido una depresión, Melanie Klein se somete al primer análisis con Sandor Ferenczi. Tiene 35 años y pronto pasa de la posición de analizando a la de analista.
Convencida por el psicoanálisis y alentada por Ferenczi, emprende la educación de su hijo Erich. En aquel momento, lo que pretende es liberar de antemano al niño de inhibiciones intelectuales que podrían poner trabas a su libertad. Se sitúa, pues, en una perspectiva de educación psicoanalítica con un objetivo profiláctico. Pero pronto abandona ese proyecto educativo para crear un verdadero marco psicoanalítico.
Hoy sabemos que se trata de su hijo Erich, pero ella presenta este caso en 1919 con el nombre de Fritz. Esta primera comunicación a la Sociedad Psicoanalítica Húngara le vale que se la nombre miembro de esa sociedad, cuando en realidad ella aún no recibe pacientes y su propio análisis sólo duró dos años.
El contexto de las ideas de la época referentes al tratamiento psicoanalítico de niños es esencialmente el que sostiene Anna Freud:
— No puede hacerse psicoanálisis de niños.
— El niño no produce asociaciones verbales como el adulto.
— No es posible interpretar el Edipo en los niños, pues el mundo de los niños es un mundo en construcción al que corresponde aplicar medidas propedéuticas y educativas antes que propiamente analíticas.
¿Qué anima entonces a Melanie Klein a abrir el debate contra las ideas de Anna Freud y a desencadenar así un conflicto con la propia hija del maestro? Su creencia en la existencia de una realidad psíquica desde el origen, en la posibilidad de transformar esta realidad y en los efectos de esta realidad. También la anima la convicción de que el análisis libera al niño, le permite desplegar su inteligencia y lo alivia de los temores y las inhibiciones vinculados a las fantasías sexuales inconscientes.
Otros niños seguirán a Erich y habrá otros tratamientos: Melanie trata en general a niños muy pequeños que presentan perturbaciones graves de la personalidad y esto es revolucionario para la época. Cada tratamiento le brinda la oportunidad de confirmar hipótesis, de formular otras preguntas, de realizar progresos técnicos audaces, de producir nuevas teorizaciones.
• ¿En qué estadio de su profesión se halla Melanie Klein cuando recibe a Dick en 1929? Al principio, recibía a sus pequeños pacientes en su casa y ellos llevaban sus propios juguetes. Pero pronto, a medida que realiza diferentes tratamientos, el dispositivo y el marco analítico se precisan, cobran forma. Entonces comienza a recibir a los niños en una habitación reservada para ese fin, con lavabo, paredes lavables, cajas de juguetes propias para cada niño y que permanecen en esa habitación. El tratamiento se realiza con una frecuencia de cinco sesiones de cincuenta minutos por semana.
Sus intuiciones se confirman y se instauran entonces una práctica y un sistema de pensamiento. Su práctica se modificará poco, pero, en cambio, Melanie Klein hará progresivamente muchas innovaciones en su teorización.
• ¿Cuáles son, en 1929, los aspectos técnicos fundamentales de su práctica?
a) El descubrimiento de la técnica del juego y de la existencia de la transferencia con los niños. Melanie Klein sostiene, en efecto, que el análisis del niño obedece a los mismos principios que el del adulto. Si bien el niño no produce asociaciones verbales como el adulto, juega, se mueve, queda inmóvil: se manifiesta mediante diferentes modos expresivos que Klein considera simbólicos. En el consultorio del analista, esas demostraciones representan “un discurso” dirigido al profesional y que testimonia un fenómeno de transferencia. El juego es una actividad simbólica que puede tratarse como se trata el sueño del adulto.
Para Melanie Klein, en el consultorio del analista, todas las producciones del niño corresponden, pues, a la transferencia y pueden ser objeto de una interpretación.
b) La interpretación constituye la base del tratamiento analítico. Es lo que permite tener acceso al inconsciente a través de las fantasías inconscientes. ¿Cómo procede Melanie Klein? Espera que el niño, a través de sus representaciones simbólicas (particularmente, el juego) repita el mismo tema, antes de interpretar la fantasía inconsciente correspondiente. En Dick hallará una dificultad particular: es un niño que no juega; por lo tanto la analista deberá modificar su técnica.
c) La consideración de la angustia está en el centro de la cura. Allí está el eje de la técnica. La angustia es un motor, pero también un freno. A veces, habrá que aliviarla, a veces habrá que suscitarla para poder interpretarla, ya sea que la angustia sea manifiesta, ya sea que esté latente.
d) Instalar, construir la situación analítica. Finalmente, Melanie Klein se ajusta sobre todo a lograr ese cometido, estableciendo, como ella misma dice, “contacto con el inconsciente del niño”. Para hacerlo, actúa sobre la angustia, por un lado, movilizándola mediante la interpretación, por el otro, modificando las angustias más profundas, siempre mediante la interpretación, a fin de mantener el interés del niño por su tratamiento.
En resumen, los puntos técnicos fundamentales de Melanie Klein son: la técnica del juego y la transferencia, la interpretación, el manejo y el tratamiento de la angustia, el establecimiento de la situación analítica.
• ¿Cuáles son, en 1929, los aspectos fundamentales de la teoría de Melanie Klein? Cuando Melanie Klein conoce a Dick ya ha elaborado una concepción del desarrollo sexual del niño caracterizada por ciertas nociones con las cuales trabaja. Sin embargo, hay que precisar que en aquella época, la analista no contaba aún con todos los conceptos que constituyen hoy su teoría. Por ejemplo, no ha acuñado aún el concepto de posición —posición depresiva y posición paranoide—. Tampoco puede emplear todavía el concepto de pulsión de muerte que elaborará más tarde.
En 1929, Melanie Klein habla de sadismo, de sadismo máximo y de situaciones ansiógenas.
• El primer punto fundamental de su sistema de pensamiento es la precocidad de los procesos que tienen lugar en el individuo desde el primer año de la vida del niño de pecho, en particular la precocidad de la aparición del conflicto edípico y del superyó.
Melanie Klein se erige y afirma como una continuadora de Freud y de sus principales alumnos, particularmente Abraham. Se sitúa en una concepción genética del desarrollo sexual del niño. No obstante, si bien retoma la noción freudiana de los “estadios”, modifica la cronología y sitúa la aparición de ciertos procesos y la del superyó mucho más precozmente de lo que lo había considerado Freud.
Recordemos brevemente que, según Freud, los estadios del desarrollo sexual se ordenan partiendo del estadio oral, pasando por el estadio anal, para llegar por último, al estadio genital y que, para él, el Edipo se desarrolla entre los 2 y los 5 años. Además, en opinión de Freud, el superyó es el heredero del complejo de Edipo. En un texto fundamental titulado “Sobre los estadios precoces del conflicto edípico”, Melanie Klein sitúa el conflicto edípico en el transcurso del segundo semestre del primer año de vida del niño de pecho. Y comprueba que en el mismo período aparece un superyó precoz y feroz.
• Segundo punto fundamental: el sadismo. Desde 1927 a 1932, toda la atención de Melanie Klein se concentra en explicar, en la elaboración de su teoría, una “fase” que llama apogeo del sadismo y hasta sadismo máximo. En el texto que relata la cura de Dick, titulado “La importancia de la formación del símbolo en el desarrollo del Yo”, esas nociones llegaran a ser esenciales para comprender al niño y dirigir la cura. Lo que afirma Melanie Klein es la extraordinaria crueldad y la agresividad que caracterizan la primera infancia, desde el primer año de vida. Para ella, desde el comienzo del juego, están presentes las pulsiones destructoras y el niño de pecho es, pues, un “gran sádico”, un “gran asesino”, al menos en el plano de las fantasías.
Freud había insistido en señalar la sexualidad del niño. Melanie Klein, por su parte, insiste en destacar la violencia y la destrucción que hay en el universo fantasmático del niño.
• Relación del sadismo con las pulsiones. Melanie Klein se muestra formal en este punto: el comienzo del sadismo máximo se desencadena en el momento del destete, con el deseo caníbal de devorar el seno, consecuencia de la frustración que sufre el niño de pecho.
Primero, las pulsiones orales se transforman en pulsiones sádicas orales y se caracterizan por la fantasía de “morder”, “devorar el pecho”; luego en pulsiones sádicas anales, “tomar”, “atacar”, “destruir el pecho de la madre”; y, finalmente, en pulsiones sádicas uretrales. Esta fase de apogeo del sadismo se distingue por el hecho de que todas las pulsiones se concentran, se reúnen alrededor de una misma dominante que es la dominante sádica.
El más brutal es el sadismo oral, pero el apogeo del sadismo se alcanza cuando todas las pulsiones se acumulan verdaderamente, se concentran en los ataques sádicos dirigidos contra el pecho de la madre, luego contra la madre y finalmente contra el vientre maternal y sus contenidos que han de constituir el objeto del sadismo máximo.
• ¿Cuál es ese objeto extraño contra el cual se ejerce el sadismo? Melanie Klein hace intervenir, en esa misma etapa, una pulsión muy precoz, una pulsión particular que hará las veces de objeto de las pulsiones sádicas: es la pulsión de saber. Esta pulsión, cuyo primer objetivo es el voyeurismo, se conjuga con las pulsiones destructoras y se asocia a los fines sádicos de “apoderarse” o “destruir”, “morder, desgarrar, triturar, cortar en pedazos”. El objeto que esta pulsión le ofrece al sadismo es un objeto compuesto, unificado, de la madre y del padre; dicho de otro modo, del vientre de la madre que contiene todos los objetos, pero también al padre entero, según la fantasía del coito de los padres en la cual la madre incorpora al padre.
Así es como, para Melanie Klein, en ese momento el niño de pecho queda librado a la más aterradora de las situaciones ansiógenas, la desencadenada por los ataques imaginarios que apuntan, no sólo al pecho, sino a la madre y, en el punto culminante del sadismo, a ese objeto compuesto que ella llamará los “padres combinados.
• La noción de situación ansiógena. La situación es ansiógena porque el sadismo del pequeño desencadena la angustia y también porque el niño imagina, bajo el efecto del temor a las represalias, la reacción contra él de la acción agresiva y destructora que dirigió contra los objetos. Se siente amenazado por las mismas armas que él mismo utilizó, según la ley del Talión.
La angustia nacida durante esta fase puede llegar a ser abrumadora y paralizante —lo veremos en el caso de Dick— o bien, por el contrario, puede constituir el motor de la catexia de la realidad. En efecto, es el yo, constituido desde el origen y aunque rudimentario, el que siente la angustia y se protege de ella mediante mecanismos de defensa. El yo también se verá impulsado a crear relaciones de objeto ante la presión de la ansiedad.
• El sadismo participa en la construcción de la realidad. Desde sus primeros trabajos Melanie Klein atribuyó gran importancia al deseo de saber, a la curiosidad y a lo que los obstaculiza.
El caso de Dick le permitirá darle toda la importancia que le corresponde al interés que siente el niño por el mundo exterior, al modo en que constituye ese mundo como realidad en virtud del simbolismo.
Para Melanie Klein, el sadismo (es decir, las pulsiones destructoras por obra de las cuales el niño desea destruir los contenidos del vientre maternal) está directamente vinculado con la constitución de la realidad como tal y con el simbolismo. El simbolismo está asociado al sadismo, pues el niño que debe crear la realidad, es decir, simbolizarla, primero debe tratar de destruirla, de atacarla, en sus fantasías. Melanie Klein sostiene que las fantasías sádicas constituyen la primera relación con el mundo exterior y están en la base de la actividad de sublimación. La angustia es el motor de este proceso porque es el agente de la identificación y el desencadenante de una abundante formación de símbolos y de fantasías.
La primera realidad del niño es, pues, fantasmática, está constituida por un universo en el que los objetos son, por un lado, todos equivalentes entre sí y, por el otro, objetos de angustia. En esta realidad, los contenidos imaginarios del vientre maternal constituyen los prototipos de todos los objetos externos, en tanto que el cuerpo maternal es el prototipo del mundo.
Partiendo de esta realidad irreal (según los términos de la propia Melanie Klein) y gracias a la actividad del Yo en su aptitud para soportar y tratar las primeras situaciones de angustia, así como para mantener la relación sádica con los objetos, se constituirá la imagen de la realidad exterior.
“Como el niño desea destruir los órganos (pene, vagina, pecho) que representan los objetos, les teme. Esta angustia lo lleva a asimilar esos órganos con otras cosas. A causa de esa equivalencia, esas otras cosas se transforman a su vez en objetos de angustia y el niño se ve obligado así a establecer incesantemente nuevas ecuaciones que constituyen el fundamento de su interés por los objetos nuevos y del simbolismo mismo”.
Comentario teórico de la cura de Dick
Justamente, Dick no puede simbolizar, no está en esta dinámica: está congelad, detenido, y el objeto de la cura es poner nuevamente en marcha el proceso de simbolización.
Al comienzo de su análisis, Dick no puede jugar porque la defensa del yo, movilizada contra el sadismo, excesiva y demasiado precoz, le impide entablar alguna relación sádica o agresiva con los objetos y, por lo tanto, le impide producir alguna fantasía sádica.
• ¿Por qué surge este mecanismo de defensa? Apoyándose en su experiencia anterior con otros niños, Melanie Klein considera que el interés que manifiesta Dick por los “trenes”, las “cerraduras” y las “puertas” significa que para él esos objetos representan las entradas y salidas del cuerpo maternal, en tanto que los picaportes corresponden al pene de su padre y al suyo propio. Esta fascinación tiene una fuente común, a saber, la penetración del pene en el cuerpo de la madre. Lo que mantiene ese interés único de Dick es también lo que detiene la formación simbólica por temor a las represalias que habría sufrido del pene del padre después de haber penetrado el cuerpo de su madre. El deseo de agresión del pene paternal, imaginado en el interior del vientre maternal, deseo que aparece en la forma de “comerlo” o “destruirlo”, se vuelve contra Dick.
El niño debe, pues, hacer frente a un doble temor, el del pene paternal introyectado que constituye un superyó primitivo y dañino y el de una madre vengativa que lo castiga por haberle robado algo que era suyo. Amenazado por los objetos externos y los objetos internos, el niño es presa de una angustia latente inconmensurable. Por lo tanto se ve obligado a desencadenar esta defensa, excesiva y prematura, que consiste en bloquear toda agresividad de su parte y en detener toda elaboración de su sadismo, por temor a destruir los objetos y ser destruido a su vez.
Dick se encuentra en la imposibilidad de expresar, mediante fantasías, la relación sádica con el cuerpo maternal que constituye la relación primera con el mundo exterior. Para él el mundo es todavía un vientre poblado de objetos peligroso e inquietantes.
Melanie Klein precisa además que, para Dick, “los ataques sádicos contra el cuerpo de la madre le despertaban no sólo angustia, sino también un sentimiento de piedad, además de la sensación de que debía devolver lo que había robado”. A causa de una identificación empática con el objeto y a causa también de la aparición de mecanismos de restitución prematuros, Dick no puede iniciar verdaderas conductas reparadoras. Por lo tanto, sólo puede prohibirse todo contacto con la madre.
• ¿Por qué los mecanismos de defensa bloquean el desarrollo de Dick? Dick presenta una excepcional inhibición del yo. En él, el yo, de manera aparentemente constitucional, es incapaz de tolerar la angustia. Por lo tanto, se ve obligado a crear una defensa desproporcionada y anticipada.
Aquí entra en juego un segundo elemento: la activación prematura de la fase genital del yo; las pulsiones genitales que suscitan preocupaciones referentes a su objeto peniano provocan el desencadenamiento demasiado precoz de la culpabilidad y de los mecanismos de reparación.
En resumen, hubo tres factores decisivos que provocaron la detención del desarrollo de Dick:
— una excepcional inhibición del yo, incapaz de tolerar la angustia y, como consecuencia, el desencadenamiento de una defensa excesiva;
— una activación prematura de las pulsiones genitales;
— una empatía demasiado precoz.
Melanie Klein es una analista obstinada que trabajó vehementemente por los niños y que, partiendo del material producido en la cura, empleó toda la riqueza de su imaginación. Y desarrolló al mismo tiempo la doble actividad de la experimentación y la conceptualización.
Con sólo unas pocas semanas de tratar a Dick, ese niño enigmático con quien parecía tan difícil entrar en contacto, la analista pudo, no sólo modificar su técnica habitual, sino además plantear cuestiones que le permitieron inventar los conceptos necesarios para comprender los mecanismos que se estaban dando en ese niño y así dirigir la cura.
Al afirmar desde el comienzo que no se trataba de un niño neurótico, sino de un niño psicótico, estableció y desarrolló nociones que llegarían a ser los fundamentos de su teoría de la psicosis infantil. La teorización que propone Melanie Klein partiendo del “caso Dick” tuvo un alcance considerable y constituyó un verdadero hallazgo en la historia de la psicopatología infantil.
Muchos especialistas consideran hoy que Dick era un niño autista. Observemos al pasar que Leo Kanner sólo describió esa entidad clínica unos quince años después.
Para Melanie Klein, lo que tenía ante sí era un caso de esquizofrenia, que remite a la fijación precoz a un estadio arcaico del desarrollo. Desde el punto de vista genético, se trata, pues, de una fijación y no de una regresión.
Finalmente, Melanie Klein precisa que, en su opinión, en aquella época, esta dolencia era mucho más frecuente entre los niños de lo que habitualmente se admite, aunque a menudo aparecía enmascarada como retraso mental.
Es necesario ampliar este concepto, porque “una de las principales tareas del psicoanálisis consiste en rastrear y curar las psicosis infantiles”.
Estábamos entonces en 1930…