L. Zolty
Todas las observaciones clínicas comentadas en este libro son casos de psicosis. Sin retomar en sus detalles la teoría psicoanalítica del proceso psicótico, la esbozaremos en grandes líneas.
El título de la obra, Los más famosos casos de psicosis, podría hacer creer que las historias de pacientes presentadas aquí, historias de pacientes gravemente afectados, serían en realidad diversas caras de una misma entidad, como si la psicosis fuera una categoría clínica homogénea, con una etiología y un perfil psicopatológico únicos.
Pero, si bien es cierto que el psicoanálisis ha mostrado cada vez con mayor precisión los mecanismos comunes a todos los estados psicóticos, oponiéndolos a los mecanismos neuróticos y perversos, hoy se hace evidente la extremada heterogeneidad de las formas clínicas de la locura, cada una de las cuales abarca una entidad que le es exclusiva. En efecto, numerosos trabajos psiquiátricos y psicoanalíticos modernos dedicados a la esquizofrenia, a la psicosis maníaco depresiva o a los delirios nos incitan a pensar que, en los próximos años, la categoría “psicosis” será objeto de una revisión radical. La paranoia de Schreber es un mundo por completo diferente del correspondiente al autismo de Joey o de Dick y está aún más alejado del universo de locura asesina de las hermanas Papin. El conjunto de los casos clínicos presentados en esta obra, tan diferentes unos de otros, ilustra nuestra afirmación según la cual la psicosis, entidad única, no existe y que en realidad debemos hablar de “las” psicosis.
No obstante, más allá de la gran diversidad de formas clínicas, el psicoanálisis ha reconocido rasgos innegablemente comunes a las diferentes afecciones psicóticas.
Las manifestaciones psicóticas tales como el delirio o la alucinación no son los efectos inmediatos de una causa dada, sino que son las consecuencias derivadas de la lucha entablada por el yo para defenderse contra un dolor insoportable.
Para Freud, el estado psicótico es una enfermedad de la defensa; es la expresión mórbida del intento desesperado del yo de preservarse, de librarse de una representación inasimilable que, a la manera de un cuerpo extraño, amenaza su integridad. ¿En qué consiste este intento? ¿Cuáles son los mecanismos de defensa del yo que indirectamente lo separan de la realidad y lo llevan a la psicosis? Ante todo, el rechazo violento fuera del yo de la representación (Lacan, por su parte, hablará de significante del Nombre-del-padre y J.-D. Nasio de forclusión local). El yo expulsa hacia afuera una idea que se le ha hecho intolerable por su carga excesiva (ultracatexia) y, al hacerlo, se separa también de la realidad exterior cuya idea es la imagen psíquica. “El yo —escribe Freud— se sustrae a la representación inconciliable, pero ésta está inseparablemente unida a un fragmento de la realidad, de modo tal que el yo, al realizar esta acción, se ha separado también, en su totalidad o en parte, de la realidad.”[14] El yo, se ve por lo tanto desbordado y, ciegamente, se amputa una parte de sí mismo, de la representación de una realidad que le resulta insoportable. ¿Qué significa “sustraerse”, “expulsar fuera de sí”, “amputarse” o “repudiar la representación”? Significa que una representación psíquica que tiene para el yo una carga demasiado importante, queda de pronto privada de toda significación. La expulsión (metáfora espacial) equivale al retiro brutal de significación (metáfora económica). Pero cualquiera que sea la metáfora que empleemos, el resultado es el mismo: el yo ha sido perforado en su sustancia y a un agujero en el yo corresponde un agujero en la realidad.
Por ello reconocemos dos momentos principales que señalan el proceso psicótico: la ultracatexia que hace el yo de una representación psíquica que hipertrofia y se vuelve así incompatible con las demás representaciones normalmente cargadas; el repudio violento y absoluto de esta representación y, en consecuencia, la abolición de la realidad de la cual la representación era la copia psíquica. Pero, a esos dos momentos, debemos agregar un tercero que es la percepción por parte del yo del fragmento rechazado que adquiere la forma de una alucinación o un delirio.
Si describiéramos ese mismo proceso en términos energéticos, diríamos: ultracatexia excesiva de una representación; retiro violento de toda su catexia y constitución de una mancha ciega en el yo; negación completa de la realidad correspondiente; y, por último, sustitución de la realidad perdida por otra realidad, interior y exterior a la vez, llamada delirio o alucinación.
Para Freud, el yo de la psicosis se separa, pues, en dos partes: una repudiada y perdida como un jirón desprendido, la otra que alucina ese jirón como una nueva realidad. Cuando un paciente sufre de alucinaciones auditivas, la voz que lo injuria es un fragmento errante de su yo. Así, el proceso psicótico se inicia con la expulsión brutal de un jirón del yo y culmina —y allí es donde se forman los síntomas— con la percepción alucinada del fragmento rechazado transformado en realidad nueva, una realidad alucinada. Precisamente el estudio de este proceso condujo a J.-D. Nasio a presentar su tesis de una forclusión local. Para retomar su aforismo diremos: “En el lugar de una realidad simbólica abolida, aparece una nueva realidad compacta alucinada que coexiste en el mismo sujeto con otras realidades psíquicas no tocadas por la forclusión.”[15] Agreguemos que esta teoría de Nasio, de una localización de las perturbaciones y de una pluralidad de realidades psíquicas, nació ante todo de una comprobación clínica: el paciente psicótico no está afectado globalmente, pues cuando no sufre un acceso delirante, conserva una relación perfectamente sana con su medio. Y, a la inversa, el sujeto normal puede vivir un episodio delirante sin que deba por ello ser calificado de “psicótico”.
• La teoría freudiana del narcisismo nació de la observación psicoanalítica de pervertidos, de niños y, sobre todo, de enfermos esquizofrénicos y paranoicos.
El término narcisismo, originalmente elegido por Nácke para designar la perversión que consiste en tratar el propio cuerpo como se trata un objeto sexual, fue utilizada por primera vez por Freud en 1911 para explicar la ruptura entre el yo paranoico y la realidad exterior. El narcisismo es un repliegue de la libido sobre el sí mismo que priva al psicótico de todo vínculo con el mundo. La energía libidinal volcada hacia sí mismo ya no se emplea, pues, para producir una fantasía, como ocurre en el caso de la neurosis, sino para desencadenar un delirio de grandeza.
Algunos años más tarde, en 1914, Freud extendió el concepto de narcisismo al campo más amplio del desarrollo normal del yo, lo cual lo llevó a modificar radicalmente su teoría de las pulsiones. Precisamente el concepto de narcisismo lo impulsó a abandonar la distinción “pulsiones sexuales/pulsiones del yo” y a preferir la oposición “pulsiones de vida/pulsiones de muerte”.
• La teoría lacaniana del funcionamiento normal del inconsciente fue concebida en gran parte gracias al estudio de la psicosis. Justamente el conocimiento de la psicosis paranoica reveló a Lacan la lógica del inconsciente.[16]
En efecto, el concepto lacaniano de inconsciente estructurado como lenguaje se forjó a partir de la comprensión psicoanalítica del fenómeno psicótico. De joven, Lacan estuvo intensamente influido por la noción de “automatismo mental” presentada por su maestro, G.-G. de Clérambault. ¿Qué es, pues, el inconsciente sino un proceso que, a la manera del automatismo mental del delirante, lleva al sujeto a producir irresistiblemente una serie de pensamientos, de palabras y de acciones que se le escapan? Seguramente, el ser parlante que somos, psicóticos o no, es un ser dictado; dictado por Otro en nosotros que nos trasciende más allá de nuestra voluntad y nuestro saber conscientes. Lacan pudo resumir esta relación entre el sujeto y el otro que habla en él, en una fórmula condensada: “El emisor recibe del receptor su propio mensaje en una forma invertida”. El emisor, es decir, el sujeto se oye decir sus propias palabras como si procedieran desde afuera, proferidas por otro, exterior a él, que le hablara. Un analizando, por ejemplo, cuenta un sueño y, súbitamente, en medio de su relato, se detiene sorprendido y confundido, pues acaba de “soltar una palabra” que le revela su deseo ignorado hasta entonces. Así habla el inconsciente: escapa al sujeto para volver a hablarle al oído y sorprenderlo.
Ahora bien, lo que sucede con el paciente alucinado, víctima de voces acusadoras ¿no es acaso que las oye con la doble certeza de que provienen de afuera y de que se dirigen sólo a él? Para el psicótico y el neurótico, el movimiento retroactivo es el mismo. Al igual que el sujeto alucinado, el analizando neurótico oye la voz de su inconsciente, pero la vivencia es por completo diferente. Mientras el neurótico, asombrado, admite que su inconsciente habla por su intermedio y que él es su agente involuntario, el psicótico, por su parte, conmovido por la certeza, tiene la dolorosa e inquebrantable convicción de ser víctima de una voz tiránica que lo aliena.
Lacan condensó en una fórmula penetrante la semejanza entre psicosis e inconsciente: “El psicótico —escribe— es un mártir del inconsciente, si damos al término mártir su sentido de ser testigo”.[17] En efecto, ¿quién puede atestiguar mejor que el psicótico la fuerza irreductible y, en su caso, devastadora, del inconsciente?