[392] Al final de la carta, como tenía por costumbre, pone el Conde-Duque unas líneas de su mano, en las que dice: «Ofende mucho a la Compañía si funda su estimación en que no vean toros los de ella» [(491), XIII-222]. <<

[393] Véase Apéndice IV. <<

[394] Véase Fragmentos (301). <<

[395] Véase Cirac (64). <<

[396] Véase más adelante. Es curiosa la uniformidad con que todos los políticos odiados han sido imputados, en España, de trato con los judíos. Del Conde-Duque se creyó a pie juntillas y, como ya he dicho, quizá con razón. Los Avisos, de Pellicer, de 12 de marzo de 1641, decían, por ejemplo: «He sabido como cosa cierta que se trata de restituir y traer los judíos que están en las sinagogas de Holanda y otras partes; para lo cual se han propuesto en un papel veintiocho medios. Opónese la Santa Inquisición.» Aunque no le nombre, es evidente la acusación al Valido. Claro es que éste no lo hacía por heterodoxia, sino como uno de los recursos que se le ocurrieron para contener la despoblación de España. En Castro [(62), 133] hay datos sobre este punto, pero no todos de respetable autenticidad. Este parcial autor es uno de los que sostienen que esta protección a los israelitas era inspirada por la Compañía de Jesús. <<

[397] Véase (418). Lo publico también Castro [(62), 25]. A este Informe se refiere el articulo de Casaval (60). <<

[398] Véase (491), XV-450. Quizá este «Codicilo secreto» es el mismo papel que hemos resumido y comentado, publicado, sin duda, después de la caída del Conde-Duque. <<

[399] Véase (167). <<

[400] Pinelo (512), año 1623. <<

[401] Mesonero Romanos (187), 292. Tormo (269), fase. 11-250. Véase también el artículo de A. R. F. (19). <<

[402] Menéndez y Pelayo (184), 11-521 y 532. <<

[403] La literatura sobre los alumbrados está muy bien razonada, con datos y juicios nuevos, en el libro del P. Llorca (148), Véase también Bataillon (34). <<

[404] Los papeles acusatorios de la época dicen que en premio de esta defensa que fray Antonio Pérez hizo de las monjas fue ascendido desde el obispado de Urgell al de Tarragona y luego al de Ávila [Delitos y hechicerías (412)]. Era fray Antonio muy amigo del Conde-Duque; quizá hombre trepador y pródigo en adulaciones. Ya hemos hablado de él con motivo de su carta de pésame al Conde-Duque, cuando murió María, la hija del Valido. Le dedicó su libro (213). Habla también el libelo de las Hechicerías, del capellán Don Luis García Rodríguez, que hizo una lección de oposición en Toledo defendiendo a las monjas de San Plácido, siendo, en premio, nombrado obispo de Orense. <<

[405] Sobre el proceso de San Plácido, véase Menéndez y Pelayo, loc. cit. Dice que lo estudió en el Mss. l-F-52, de la Biblioteca Real de Nápoles; pero estaba también en Simancas, y ahora en el Arch. Hist. Nac, y en la Acad. de la Historia (422). El escrito exculpatorio de Doña Teresa está, en su mayor parte, publicado en Llorente [(149), VI1-124]. Los juicios de Llorente se transparentan en Menéndez y Pelayo, aunque éste no le cita. Véanse, sobre todo, las declaraciones de García Calderón, porque pintan con precisión al hombre repugnante, a la secta de los alumbrados y a la época entera. En la Acad. de la Historia [(422), XI-13] hay una carta de este García Calderón, dirigida desde su prisión, al doctor Gaspar Gil, calificador del Santo Oficio, que da claramente la impresión de un demente. Dice, por ejemplo: «Jamás en el mundo se habrá visto una maravilla semejante, en que de 30 monjas, en 26 se hayan manifestado los demonios no como en obsesas, sino de este maravilloso modo.» <<

[406] Véase Delitos y hechicerías (421); y sobre las revelaciones a Richelieu. Bremond, citado por Ogg [(204), 204]. <<

[407] La literatura sobre los endemoniados y su contagio es copiosísima y dura hasta nuestros días en España. Como contagios nerviosos recordaremos dos, muy interesantes: el primero lo cita Villalba (280), acaecido en el colegio de Monterrey, de Madrid, en 1737: una colegiala fue acometida de «un hipo clamoroso, semejante al de una gallina cuando se ahoga con la comida», y se afectaron después hasta veinte más. El segundo sucedió en el Concejo de Piñola, y lo describió el insigne Casal, en 1727: durante el verano, once o doce personas de ambos sexos fueron atacadas de locura furiosa. Hay multitud de casos más. <<

[408] Véase mi libro (164). <<

[409] Carta del P. Chacón, 20 abril 1634 [(491), XIII-43]. La beata Luisa o Lorenza acabó en las redes de la Inquisición y salió en el auto de fe de Valladolid de 22 de julio de 1636. Resultó ser también alumbrada, es decir, «lujuriosa en sumo grado, con el error de no pecar en seguir los impulsos de la carne» [Llorente (149), VII-105]. <<

[410] Carta del P. A. de Andrade, 17 abril 1635 [(491), XIII-169]. <<

[411] Esta sor Luisa, monja clarisa de Carrión de los Condes, fue, a lo que ahora parece, una mujer buena, generosa y un tanto débil de espíritu, a la que su fervor, y quizá su histerismo y la ignorancia y fanatismo de sus contemporáneos, empezando por la familia real, llevaron a extremos de visionaria y taumaturga. Repartía cruces milagrosas con la inscripción «Indigna Sóror Luisa de la Ascensión, esclava de mi dulcísimo Jesús». La Inquisición intervino y tuvo grandes dificultades para arrancarla de la idolatría de las gentes y para recoger las cruces y otros objetos de su uso, que como reliquias insignes se cotizaban. Pero el proceso demuestra, tras su desvarío, su buena fe [Llorente (149), VII-107]. Puede comparársela con la pobre Doña Teresa, la de San Plácido, de Madrid; pero no con la beata de Simancas y las demás de su calaña. <<

[412] Véase Apéndice XXVI. <<

[413] Una carta de 20 de abril de 1642, publicada con las de los jesuitas, llama al protonotario «estadista ateísta, domado en la caballeriza del Conde». En las Nuevas de Madrid [Rodríguez Villa (240), 6 enero 1637] se le considera como astrólogo judiciano conocido. Otra carta de los jesuitas cuenta que Villanueva hizo venir de Aragón a un hechicero, por lo que le quiso prender la Inquisición [(491), XVII-9]. En uno de los versos que circularon después de la caída de Olivares, en forma de epitafio de España, se decía:

«Aquí yace un reino entero
herido de un Cardenal,
de un Monterrey, de un Toral
y un confesor cancerbero.
Salazar le hirió primero,
Villanueva le hechizó,
Olivares lo mató,
Catalanes lo acabaron,
las monjas lo amortajaron
y Portugal lo enterró. <<

[414] Puede verse la versión original en (423). La copia de Mesonero Romanos está en el Apéndice III de (187), 376. Hume se ocupa del asunto en (129), cap. VIII. <<

[415] Véase, por ejemplo, la relación publicada por Maurice Soulie [(259), 177], no exenta de información fundamental en el relato de los alumbrados, pero desfigurada y fantástica en la aventura de Felipe IV y la monja, que toma, sin duda, de la edición francesa del libro de Hume, con sus mismos errores. Las fechas son completamente arbitrarias. <<

[416] La abadesa de San Plácido (1936), sor Asunción Zabala, tuvo la bondad de enviarme copia de los datos sobre sor Margarita de la Cruz, según los libros de la Comunidad. De estos papeles (si no hay en ellos error) resulta que sor Margarita nada tuvo que ver en los pecados del Rey, pues tomó el hábito a los once años, el 4 de abril de 1649, es decir, mucho después de las supuestas aventuras y en plena infancia; profesó el 12 de octubre 1653, siendo abadesa Doña Isabel Benedicta, la hermana de Doña Teresa de la Cerda. Fue muy buena religiosa. Estaba siempre enferma. Murió sesentona, el 18 de diciembre de 1699. Queda, no obstante, por explicar por qué se tomó el nombre de esta monjita para urdir la leyenda. Es posible que fuera muy hermosa y que la imaginación popular, posteriormente, sin reparar en fechas, cual hacen también algunos eruditos, asociara su hermosura a los apetitos lascivos del Rey. <<

[417] Hay una irrefutable y donosa crítica del papel en el libro de P. Beroqui [(36), 11-29]. <<

[418] A. G. de Amezua (12), 13. <<

[419] Véase Pelucer (211), 1 noviembre 1639, 31 mayo 1639 y 17 diciembre 1641. <<

[420] Véase (491), XIII-15. <<

[421] Cit. por Amezua (12), 13. Este rapto es referido en una carta del P. Chacón. Los clérigos profanadores del convento teresiano eran nada menos que un carmelita de sesenta años que había sido protegido del Duque de Lerma y propuesto para la mitra de Zamora; y el prior de un convento de Segovia. No se les podía, pues, disculpar por la mocedad (491), XII-364. <<

[422] Hume, entregado con lamentable buena fe a esta historia, añade al llegar a esto del pintor, para darle carácter documental: «Tal vez fue Velázquez.» <<

[423] Todos los comentaristas de este lienzo inmortal lo relacionan, con más o menos credulidad, con la aventura de Felipe IV en San Plácido; tal, Cruzada Villamil (76), Beruete (34), Picón (218) y Sánchez Cantón (251). Hora es ya de aventar para siempre la leyenda del Cristo como expiación de «los pecados del Rey». Véase también Pidal (218-a). En cuanto al reloj, subsistió hasta hace pocos años, en que fue imposible reparar la maquinaria. Según la leyenda, que aún perdura oralmente en las monjas, la campana que doblaba a muerto no volvió a sonar desde que murió sor María Beatriz o sor Margarita de la Cruz, la perseguida por los caprichos lascivos del Rey. Las monjas la retiraron y la tocaban cada vez que una de ellas moría. Ahora ha entrado en empleo menos melancólico y es la que llama, todos los días, a coro a la comunidad. <<

[424] Hay dos descripciones muy detalladas del proceso del protonotario en una carta del P. Sebastián González de 2 de abril de 1647 [(491), XVII-473] y en las Memorias de Novoa [(201), IV-294]. Pero los pormenores del proceso y sus incidencias, que duraron hasta 1650, pueden verse, sobre todo, en Llórente [(149), VII-137]. La sentencia es cierto que no fue dura, lo cual demuestra la poca gravedad de las culpas que se le imputaban; entonces ya había muerto Olivares, y no puede atribuirse a influencia de éste aquella benignidad. La razón política de la condena era evidente. Pero, con todo, el testarudo Don Jerónimo no se resignó hasta que la Santa Sede reconoció que el proceso era defectuoso. <<

[425] Hay notas sobre este proceso en el trabajo, ya citado, de A G Amezua (12) Don Sebastian Cirac ha hecho un amplio resumen de él en su tesis (64) La lectura de los procesos originales (420) es de admirable amenidad y de gran valor para el estudio de la psicología de aquellos españoles. <<

[426] Llorente (149), VII-l 15. <<

[427] Cánovas [(56), 1-67 y 69]. No queremos, naturalmente, citar a los autores extranjeros; sólo copiaremos las palabras de Hume, que califican el Imperio español de «prodigious national imposture»; ficción «que permitió a España dominar al mundo por su simple fuerza moral, sin la ayuda de poder material alguno» [Hume (129), V]. <<

[428] Las imprecaciones contra la ociosidad son muy frecuentes en los tratadistas y cronistas de la época. Así Moncada: «La ociosidad y holgazanería es vicio de españoles, bien conocido de los extranjeros» (190). «En Castilla hay muchos holgazanes», exclamaba Fernández Navarrete (91). Y Caja de Leruela: «La ociosidad, engendro lujuriante de la paz y prosperidad, que también el sol engendra monstruos, ha introducido males perniciosísimos al bien de estos reinos, y muchos quieren sea el fundamento de las necesidades referidas y el fomento de cuantos trabajos aflojan a esta República» (51). Hay otros muchos. <<

[429] Según las Nuevas de Madrid, en abril de 1637 había en la corte 1.300 pobres «legítimos e impedidos» y 3.300 que piden limosna. En mi ensayo [(165), 278] cito varios datos a este respecto. El doctor Pérez Herrera declara, al final del reinado de Felipe II, 80.000 mendigos sólo en Castilla; unos decenios después, Laborde publicó una estadística que arroja 125.000 religiosos, 478.000 nobles ociosos y 276.000 servidores de éstos. Según Sancho de Moncada (190), en los comienzos del reinado de Felipe IV era «la tercera parte de España de eclesiásticos, entrando en ella religiosos y religiosas, clérigos, beatas, terceros y terceras, ermitaños y gente de voto de castidad». Este dato da idea de la tendencia a las ocupaciones, aun siendo elevadas, no patrióticamente útiles. El mismo Conde-Duque, en su manifiesto de 1625 (331), se ocupa de la necesidad de repoblar la Monarquía con gentes aptas para el trabajo, «favoreciendo los matrimonios, privilegiando los casados y poniendo límite, el mayor que se pueda, con entera segundad de conciencia, al número de religiosos y eclesiásticos». Claro que, como todos los dictadores, deshacía con otra mano la obra de repoblación, enviando a las guerras, no siempre justificadas, a los españoles útiles. <<

[430] Hume (129), 337. <<

[431] Publicada por Maura Gamazo [(172), I 582]. <<

[432] Silvela [(256), 1-81]. Este interesante informe se refiere, según creo, al proyecto que presentaron a Felipe IV, en 1641, los ingenieros Carduchi y Martelh. Este proyecto y los otros de transformación del Tajo en no navegable están recopilados en la Memoria (489), de lectura gratísima. En su dedicatoria se hace constar «la buena y gran disposición del Conde-Duque, que dispone que la navegación llegue hasta la Casa de Campo, de esta Corte, cosa digna de su gran ánimo». <<

[433] Véase (491), XIX-118. <<

[434] Este retrato de la Condesa de Monterrey perteneció a la colección de Carderera, el cual, por cierto, da de la gentil pistolera una equivocada identificación, pues dice que es «esposa del Conde de Monterrey y nuera del Conde-Duque de Olivares» (58). La Condesa de Monterrey a que alude Carderera era hermana y no nuera de Olivares, como sabemos, y nada tiene que ver con esta señora, de indumentaria muy postenor a la que usaría la verdadera Doña Leonor de Guzmán cuando tenía los veinte años que representa la de este retrato. Ésta, la de la pintura, era la VII Condesa de Monterrey, sobrina de Olivares, llamada Doña Inés Francisca, y casada en 1657 con Don Juan Domingo de Haro. <<

[435] Pellicer [(211), 30 julio 1641 y 1 julio 1642]. ¡Estas bandas de asesinos eran las que iban a arreglar la cuestión, delicada, irritable, de Cataluña, en la que, entonces y siempre, la diplomacia ha debido hacerlo todo! <<

[436] Véase (491), XIII-319 y XIV-45. <<

[437] Véase Voyages (287). <<

[438] Muret (197). <<

[439] Agrega Muret otras consideraciones, en el mismo sentido, sobre la importancia que en España se daba a la menstruación de las mujeres —«el achaque», como él dice, en castellano— y la escandalosa libertad con que, incluso las monjas, hablaban de ella. Refiere que la dueña que anunció a Felipe IV la primera menstruación de la Infanta María Teresa, futura Reina de Francia, recibió por la nueva la recompensa de 10.000 escudos [(197), 75]. <<

[440] Fue, por ejemplo, objeto de gran escándalo el viaje a Madrid de la famosa espía, enemiga de Richelieu, madame de Chevreuse, que se consideró como el prototipo de la francesa descocada; tenía, según los cronistas, costumbres libres y andaba «despechugada y desenfadada»; pero no pasó de ahí; ni siquiera logró ser, a pesar de sus esfuerzos, amante del Rey, que cada noche tenía una querida nueva, pero siempre muy recatada [véase Nuevas de Madrid, 12 diciembre 1637 (240), 233]. <<

[441] Pellicer (211), 16 de febrero de 1644. <<

[442] Novoa (201). <<

[443] Pellicer (211) 25 de agosto de 1643. <<

[444] Bertaut (37). <<

[445] Una vez fueron desterrados el Duque del Infantado, el hijo del Marqués de Mirabel y el Marqués de Pobar porque saltaron las tapias del Buen Retiro y galantearon a las damas de Palacio: una noche, sin duda, de luna maravillosa, el 19 de junio de 1637 [Rodríguez Villa (240), 185]. Hay muchos más testimonios, análogos a éste, de que la justicia del Rey era la de la paja en el ojo ajeno. <<

[446] Refieren el lance Pellicer [(211), 1 diciembre 1643] y el P. Sebastián González. Carta de 24 noviembre 1643 [(491), XVII-375]. En la carta de Don José González (ApéndiceXXXIV) se le llama Marcos de Inestrillas. <<

[447] Véase (491), XVIII-268. Debió ser ésta una «de las cuatro únicas veces que el Rey se rió en toda su vida», según la Condesa de Aulnoy (22). <<

[448] Véase (491), XVIII-89. <<

[449] Sobre este escándalo homosexual se encuentran noticias en las Nuevas de Madrid [Rodríguez Villa (240), 50, 58, 68 y 71]; en Pellicer [(211), 16 diciembre 1640], y en Jesuitas [(491), XIII-541]. Alonso Cortes (6) ha descubierto documentos que prueban, por desdicha, la más que probable participación en este asunto del Conde de Villamediana. <<

[450] Los ingleses, no obstante, tienden a exagerar, por puritanismo que favorece su posición frente a la España de aquellos tiempos, la inmoralidad innegable de la Corte de Felipe IV. Otro autor inglés, Ogo, dice también: «Madrid fue, de todas las capitales europeas, la más entregada a los placeres, la más corrompida, y las más sórdida» [(204), 395]. <<

[451] Novoa (201), IV-81. <<

[452] Pellicer (211), 28 febrero 1640. <<

[453] Pellicer (211), 17 enero 1640. Este mismo o parecido expediente empleó un tipo representativo de la época: Don Tiburcio de Redín, el mariscal que acabó siendo capuchino y en olor de santidad. Como no le recibiera el Conde-Duque, le esperó en las Cuatro Calles y a mandobles cortó los tiros de los caballos de su carroza, para obligarle a detenerse y a oírle. En su biografía, de Puyol (224), se refieren otros lances del irascible caballero con el Valido. Aquí, y siempre, se ve que lo que perturbó a una gran raza fue la invasión de la picaresca, que llegó hasta las altas esferas, con aplauso de los escritores, risa de las gentes, entusiasmo de los extranjeros que aman lo pintoresco; y, por fin, desmoralización del espíritu de jerarquía, sin el cual no hay nación. <<

[454] R. de Maeztu (154), 13. <<

[455] Véanse estos versos en Barrera [(30), 484]. Estas bebidas ardientes estaban muy de moda en aquella época y eran, sin duda, dañinas. El embajador Giustiniani dice que Felipe IV «renuncia por costumbre al uso del vino, bebiendo agua de canela» [(235), 11-128]. Luego veremos que el Conde-Duque tenia la misma perniciosa costumbre. <<

[456] Silvela (256), 1-113, 1-115, 1-192, 11-468, 11-559, 11-589. <<

[457] Silvela (256), 11-21. <<

[458] Silvela (256), 11-169. <<

[459] Silvela (256), 11-380. <<

[460] Silvela (256), 1-25, 1-152, 1-202. <<

[461] Silvela [(256), 11-741]. Se refiere en esta carta a los devaneos del Rey con la Duquesa de Veragua, de que ya se hizo mención en otro capítulo. Lo malo es que Sor María nunca escribió al Rey tan claro como se proponía y como habla en estas líneas, más altas y hermosas que las que enviaba al Monarca, empañada, entonces, la voz de su alma por el respeto y la retórica que le imponía la realeza. <<

[462] Silvela (256), 1-297. <<

[463] Silvela (256), 1-319. <<

[464] Silvela (256), 1-39. <<

[465] Silvela (256), 1-202, 1-81, 1-89. <<

[466] Por cierto que Sor María elogia la conducta de los jueces que vinieron a interrogarla. «He quedado —dice— aficionadísima al Santo Tribunal y a su pureza de proceder» [(256), 11-15]. <<

[467] Este prólogo, manuscrito del Rey, como toda la traducción, existe en la Biblioteca Nacional (501). Su extraordinario interés para la biografía de Felipe IV fue puesto de relieve por Cánovas [(55), 1-224]. <<

[468] Silvela (256), 1-186. <<

[469] Gracián (114), 19. <<

[470] Véase Cánovas (55), 1-115, 118 y 123. <<

[471] Silvela (256), 1-222. <<

[472] Giustiniani (235), 11-128. <<

[473] Según Beruete [(38), 76], este retrato de Bartolomé González está retocado por Velázquez. Debo su publicación a su actual dueño, Don E. Traumann. <<

[474] Pellicer (211), 14 febrero 1640 y 25 febrero 1640. <<

[475] Véase mi libro (167) y Talleman de Reaux (262). En el capítulo dedicado a Villamediana hace alusión a las principales leyendas que se forjaron en torno suyo; y no cita la de la Reina Isabel. Da la versión verosímil: la de que el Conde era el amante de una amante del Rey. Habiendo sido sangrada la dama (la portuguesa Francisca de Tabora), Felipe IV la envió, para consuelo, una echarpe adornada de diamantes, con la cual se presentó Villamediana ante el soberano, que le quiso apuñalar. Al día siguiente se presentó en Palacio con esta divisa en el sombrero: «Más penado, menos arrepentido». No hay que decir que todo esto es pura invención transpirenaica, sobre un hecho verdadero, los amores del Conde y de la portuguesa. Véase también Saint-Evremont (245), III, 306. <<

[476] Véase (235), 1-659, 11-11, 11-72, 11-107. <<

[477] Marañón (163). <<

[478] Carta del P. F. Negrete, 17 febrero 1643 [(491), XVII-18]. Hernando del Pulgar refiere esta misma anécdota en los Reyes Católicos: «La Reina era el Privado del Rey y el Rey de la Reina.» La recuerda Quevedo en carta al P. Pimentel [(226), prosa, 1592]. <<

[479] Hume (129), 325. <<

[480] Novoa (201), 1-56. <<

[481] Véase este documento en el Apéndice XXI. <<

[482] Véase (491), XIII-162. No creo que debe confundirse este Hermano Juan de Jesús, procesado por la Inquisición de Córdoba, al que sañudamente maltrata, por impostor, el jesuíta P. Pereyra, en el texto citado, con otro Hermano, Juan de Jesús de San Joaquín, carmelita, navarro, que por los mismos años alcanzó gran fama de santidad en España, declarado Venerable por la Iglesia y que cuenta aún con encendida devoción en Navarra (32). El Hermano carmelita fue también, como el cordobés, dado a las profecías y sufrió las reticencias y sospechas de sus compañeros de Orden y de su Prelado, lo cual sucedía entonces frente a todos los religiosos de fama o frente a todos los embaucadores que se hacían pasar por religiosos. El navarro fue recibido y escuchado por Felipe IV. Da la impresión de un alma sencilla y elevada, que nada tiene que ver con el condenado por el Santo Oficio de Córdoba. <<

[483] Véase Apéndice XX y los documentos [(325), (326), (327) y (328)]. <<

[484] Hume (201), cap. VI. <<

[485] Novoa (201), 1-139. <<

[486] Juan de la Cruz. Véase (133). <<

[487] Se publicó este grabado en la edición francesa del libro de Aedo (2). <<

[488] Véase (235), 1-658. <<

[489] Novoa (201), 1-50. Hay un cierto paralelismo entre este aspecto de la relación del Cardenal-Infante y Olivares con la que unió a Antonio Pérez y a Don Juan de Austria. El Cardenal-Infante tenía más preparación y talento que Don Juan, pero se parecía a éste en el uso donjuanesco que hizo de su egregia categoría ante el amor y los demás goces de la vida; y también en su ímpetu guerrero y en su buena estrella, mientras no se eclipsó, en los campos de batalla. Sobre el Cardenal-Infante, véase Van der Essen (86). <<

[490] Véase (344). <<

[491] Contarini (235), 11-108. <<

[492] Véase (491), XVI-86. Murió, probablemente, de pericarditis, pues dice esta relación que al abrirle para embalsamarlo le encontraron el corazón convertido «en una vejiga llena de humor acuoso». <<

[493] Véase Guzmán Suárez (116). <<

[494] Contarini (236), 11-109. <<

[495] A esta domesticidad del Príncipe aluden unos versos, muy citados, que se publicaron por entonces y que le atribuyen el malgastar el tiempo capando gatos. Son unas décimas que comienzan así:

«Príncipe: mil mentecatos
murmuran, sin Dios ni ley
de que habiendo de ser el Rey
os andéis capando gatos.»

Hay en ellos alusión al Conde-Duque:

«Y así, yo de vos espero
que tan diestro quedaréis
que, en siendo grande,
capéis al gato más marrullero.»

Pérez de Guzmán [(215), 123] atribuye estas décimas al Almirante de Castilla, que era uno de los grandes enemigos del ministro. <<

[496] Véase (344), 21 mayo 1640 y 18 julio 1640. <<

[497] Manuscrito (302). <<

[498] Bertaut (37), 76. <<

[499] Véanse noticias sobre este insensato, probablemente epiléptico, en Maura Gamazo [(172), 1-629]. Bertaut [(37), 77] dice que era el noble español que vivía más a la francesa; que era uno de los hombres más feos del mundo, aunque de buena figura, y que su mujer era bellísima. <<

[500] Véase Novoa (201), IV-82 y sigs. <<

[501] Hay, en efecto, una carta de Haro, desde Zaragoza, en 27 de julio 1643, al Conde-Duque, en su destierro de Toro, dándole cuenta de la salud del Rey y de las operaciones militares Le da la enhorabuena por los éxitos alcanzados. Siempre —dice— iremos «dando cuenta a V. E. de lo que se fuere ejerciendo». Termina con estas palabras afectuosas. «Señor, justamente crea V E. que lo poco que yo valiere no querré aplicarlo a nada con mas gusto en esta vida que a cuanto fuere a la mayor autoridad y alivio de V. E » (377). <<

[502] Véase Apéndice XXXII. <<

[503] Este retrato, admirable, atribuido reiteradamente a Velázquez, ha sido asignado a Ribera por Mayer [(174), 129]. Procede de la Colección Altamira.<<

[504] Un soneto que le dedicaron las malas lenguas decía: «Entró el de Monterrey en Aragón — Como en Constantinopla Solimán. — Pensó la gente que era algún jayán —Y el parto de este monte fue un ratón», etc.; alusión a su pequeñez [(491), XVI-468]. <<

[505] Véase (491), XIV-346. Véase también nota (2) del cap. 19. <<

[506] Véase (491), XIV-276. <<

[507] En la partida de defunción de Don Gaspar, en Toro (Apéndice XI), no figuran los Monterrey como testamentarios, pero si en el testamento que, a nombre de su difunto marido, hizo Doña Inés, cuatro meses después, en noviembre de 1645, y en los posteriores (460) y (461). <<

[508] Cartas [(344), 19 marzo 1639]. Y poco mas tarde «Temo al de Leganés y a sus acciones» (Ibid, 9 abril 1639). <<

[509] Habla en este testamento (459) de que ha fundado tres casas, para que dependan de la de Sanlúcar. Una, la de Medina de las Torres, en su yerno. Otra, la de Mairena, en Don Enrique, su hijo reconocido. Y otra, la de Vaciamadrid y Velilla, en el Marques de Leganés. Los poseedores de cada una de estas tres casas quedaban obligados, al tomar posesión de ellas, y lo mismo sus sucesores, a regalar al jefe de la casa principal (Sanlúcar) un caballo de valor superior a 150 ducados. <<

[510] Véase (449) y Rev. de Arch., Bibliotecas y Museos, 1.a época, 1874-IV-20. Por su interés va copiada íntegra en el Apéndice VIII. <<

[511] Don Alonso de Acevedo Zúñiga y Ulloa (antes Manuel) era el futuro Conde de Monterrey, cuñado dos veces del Conde-Duque (por estar casado con Doña Leonor de Guzmán, hermana de Don Gaspar, y porque era hermano de Doña Inés, la mujer del Conde-Duque). Don Francisco de los Cobos Luna Centurión Fernández de Córdoba, Conde de Riela, era primo hermano de Olivares. Y el Conde de Uceda, Don Juan Velázquez Dávila Guillamón Messía y Guzmán, era también su primo. Debo la comprobación de estos y otros datos genealógicos, ajenos a mi competencia, al culto heraldista señor Moreno Morrison. El Conde de Uceda y Don Francisco de los Cobos eran sus compañeros de niñez: les hemos visto acompañándole en Italia: véase capitulo 2. <<

[512] Algunos atribuyen a estas negras de Olivares el nombre de calle de las Negras, que aún hoy existe, junto al palacio de Liria, a espaldas del cuartel del Conde-Duque, lo que daría verosimilitud a la hipótesis, ya desechada, de que por allí estuvo el palacio del Valido. Pero no es exacto: «las negras» que dieron nombre a la calle eran otras, anteriores, servidoras de los herederos de Colón. <<

[513] Era, por lo visto, costumbre del Conde dar a sus caballos nombres de personajes amigos, pues en la declaración de su criado Llamazares en el pleito de sucesión [(459), 9-1219] dice que en Toro el caballo y la jaca que montaba Don Gaspar se llamaban «Meló» y «Monterrey»; es decir, uno de sus ministros y su cuñado. <<

[514] Cotarelo [(70), 301]. Véase la descripción del antiguo Alcázar en Maura Gamazo [(172), 1-453]. <<

[515] Así lo creía también Corner, el embajador veneciano, que vio en construcción el palacio, considerándolo como futura mansión de Olivares (235). <<

[516] Está este retrato en el Museo de Rouen. Se ha dicho que es el mismo Pablillos de Valladolid Allende Salazar se inclina a pensar que no lo es [(8), 275]. <<

[517] Rodríguez Villa (240), 194. <<

[518] Pellicer (211), 2 abril 1641. <<

[519] En la comedia de Quevedo Como ha de ser el privado, Simón Rodríguez aparece con todo su desparpajo de truhán, bajo el nombre de «Violín». Da la impresión de que este retrato quevedesco es el mas exacto de cuantos de el poseemos. Y acentúa el parecido con Gil Blas. <<

[520] Véase (491), XIII 407, 409 y 410. Los pajes asesinos huyeron y se los pregono, con pena de vida a quien los ocultare. La gente deseaba que no los cogiesen, pues eran muy jóvenes, de catorce y dieciocho años. Pero estaban acogidos en San Francisco y de allí los sacaron. Quizás huele un tanto este crimen a complicaciones homosexuales, de las que tan frecuentes era por entonces. <<

[521] Martínez Calderón. Cap. 14. <<

[522] Roca [(455), 151]. Con palabras análogas se cuenta en la Relación política (450), escrita, se dice, y parece que pueda ser cierto, por un italiano, que añade estos comentarios al relato de la probidad del Conde de Monterrey: «Acción tan rara que la hubieran deseado los napolitanos con el Conde de Monterrey, su hijo, heredándosela con la sangre, para que se hubiese mostrado su verdadero imitador cuando en el gobierno de aquel reino juntó tantos tesoros que podía suplir con ellos no sólo los gastos de la sepultura de su padre, más a las de mucho más.» Se refiere este comentario al Conde de Monterrey, hijo del anterior y casado con una hermana del Conde-Duque, del que se habló en el capítulo 18, cuya fama de inmoral en Nápoles ha sido ya anotada. <<

[523] Véase Soulíe (259), 189. <<

[524] Justi [(135), 217]. Sin embargo, en el dibujo de Herrera y en el atribuido a Velázquez, si es auténtico, se observa, en efecto, una cierta cargazón de espaldas. <<

[525] Ya se dice, en el pie de la reproducción, que es más probable que sea la madre de Don Gaspar. Desde luego, la disparidad entre el rostro de este retrato y el del atribuido a Velázquez es tal, que uno u otro no puede ser cierto. <<

[526] En mi libro (163) explico este proceso de re-creación del amor por la convivencia, muy frecuente, en los matrimonios, y, sobre todo, en los que se hicieron por razones de conveniencia. <<

[527] Martínez Calderón (417), cap XIV. <<

[528] Este nombramiento fue muy censurado en aquella Corte, tan susceptible para las pequeñeces como anestesiada para los grandes pecados. Parece, en efecto, que la tradición del cargo de Camarera Mayor, etiqueta de la Casa de Borgoña que adoptaron nuestros Austrias, era que fuese concedido tan sólo a las viudas. Era cargo análogo al de Sumiller de Corps en la Casa del Rey. <<

[529] Martínez Calderón [(417), cap. XIV] dice, por ejemplo, que la Condesa, al educar el Príncipe, «no sólo le asiste y dispone en lo político, sino que en lo espiritual le adoctrina y emplea en santos ejercicios, rezando a coros con su Alteza cada día el Rosario, sin faltar a la misa ni a otras muchas devociones, con distribución del tiempo con mucho ajustamiento». <<

[530] Siri [(257), 422]. Los mismos libelos, incluso la terrible versión de «Guidi-Quevedo» (438), encomian este amor de Olivares a su mujer. Interpretan, por ejemplo, la actitud adversa que tuvo para los Príncipes de Saboya, y principalmente contra el Príncipe Tomás, como venganza a la desatención que la Princesa de Carinan tuvo para Doña Inés, su mujer. De esta discrepancia entre la Condesa y la Princesa de Carinan da idea el siguiente incidente, que refiere el P. Sebastián González en carta de 6 de enero de 1637: La Princesa, durante su estancia en Madrid, envió como obsequio a la Olivares «alguna cantidad de varas de tela de Milán, con un recado muy cortés y cumplido». No lo admitió la austera Condesa y mandó recado a la Princesa que «después que estaba en Palacio, ocupada en servicio de Su Majestad, habían venido a España muchas grandes señoras y jamás de ninguna había recibido nada, y así, por esto como por no tener licencia de su marido el Conde de Olivares, no lo podía admitir». Montó la Princesa en cólera con la respuesta y regaló la tela al criado que había hecho los recados, el cual, alegrísimo, dedicó un trozo del valioso tejido a cortar un manto a la Virgen de la Almudena y el resto a regalo de los suyos. Después la Princesa dio cuenta del incidente al Rey y le anunció que se iba de Palacio. El Rey llamó al Conde-Duque, éste habló a su mujer, y Doña Inés, obediente a la razón del Estado, aceptó la tela, ya despedazada por el devoto recadista [(491), XIV-23]. <<

[531] Novoa (201), IV-81. <<

[532] Carta del P. Sebastián González, 1 febrero 1643 [(491), XVII-4]. <<

[533] Carta de Don Gabriel de Arriaga, 10 febrero 1643 [(491), XVII-10]. <<

[534] Carta anónima de 8 abril 1643 [(491), XVII-68]. Me parece el cuento muy dudoso; no hay testimonios exactos que abonen esta actitud dura del Rey. <<

[535] Carta del P. Sebastián González, 16 junio 1643 [(491), XVII-17]. <<

[536] Refieren esta escena el P. Sebastián González en carta de 2 de abril de 1643 [(491), XVII-67] y Pellicer (211), julio 1643. <<

[537] Silvela (256), 1-3, 76 y 7. <<

[538] Véanse Pellicer (211), 10 noviembre 1643; Novoa (201), IV-148, y P. Sebastián González, 10 noviembre 1643 [(491), XVII-356]. <<

[539] Estas cartas, hasta ahora inéditas, van copiadas en el Apéndice XXXIV. González, hombre ducho, conservó, sin embargo, la amistad con la viuda de Don Gaspar y con sus sucesores. En 1649 fue nombrado administrador de los bienes de la familia (303). Coincide con sus datos fundamentales el bien informado P. González: (491), XVII-375. <<

[540] Novoa cuenta que, además, se encontró con que las monjas de su fundación de Loeches estaban sublevadas porque el dinero faltaba desde la caída de Don Gaspar y lo pasaban tan mal que no tenían qué comer, y se querían volver a Sevilla, a Castilleja de la Cuesta [(201), IV-157]. Parece malicia del alevoso ayuda de cámara. <<

[541] Carta del P. Sebastián González, 24 noviembre 1643 [(491), XVII-375]. Dice el jesuita que estaban tan ateridas las señoras que hubo que «cubrirlas con sábanas empapadas en vino caliente». Pero Novoa, cruel hasta la infamia, prefiere decir, equívocamente, que la cama de la Condesa se la calentó un criado, y de los más inferiores [(201), IV-157], Añade Novoa que la Condesa pasó el puerto la primera noche y que sólo volvieron a El Escorial Don Enrique Felípez y su mujer. Lo probable es que no se separaran e hicieran la retirada todos juntos. <<

[542] Berwick (39), 546. <<

[543] Novoa dice en una nota: «Se dijo después que la Condesa pasaba necesidad; pero ya sabemos las artes que hay en esto y las trazas» [(201), IV-183]. Su testamento demuestra el derrumbamiento de su fortuna (461). <<

[544] Así se lee en la Relación de la enfermedad, etc. (454). <<

[545] Los jesuitas que acompañaban a la Condesa en Loeches en esta época eran, según una nota del P. Miguel González, los PP. Guevara, Hugo y Salazar, a más de Martínez Ripalda [(491), XVIII-133]. <<

[546] Novoa [(201), IV-222]. <<

[547] Novoa [(201), IV-121]. Los jesuitas refieren también esta gestión de la Condesa. Peor enterados que Novoa, dicen que fue Doña Inés a la Encarnación para hablar con el Rey, y éste no fue por no verla; que entonces acudió ella a una de las ermitas del Buen Retiro y desde allí pidió audiencia a Don Felipe, respondiéndole éste que se marchase a Loeches. Todo ello es, seguramente, falso y nos atenemos a la versión de Novoa. Agrega el P. Sebastián González, autor de esta carta, que el Rey envió al secretario Rozas a Loeches, encargando a la Condesa que procurase concertarse con Don Luis de Haro, evitando estos pleitos, que escandalizaban a la Corte [(491), XVIII-233]. <<

[548] León Pinelo (512). El testamento que hizo Doña Inés, en nombre del Conde-Duque (460), está firmado en Loeches a 6 de noviembre de 1646. Debió, pues, instalarse en Madrid a primeros del año 1647. <<

[549] Doña Inés fue siempre muy bondadosa y espléndida con los médicos, a diferencia de su marido, que alardeaba con ellos de suficiencia e intervenía importunamente en sus consultas (pág. 208, nota 76). En 1636 estuvo grave y la salvaron, con una sangría, seis médicos; regaló a cada uno «una fuente de plata de 600 reales de valor y en ella un pernil mechado de reales de a ocho y cincuenta y dos capones de leche» [(491), XII-387]. <<

[550] Novoa dice, en su estilo extravagante pero certero, que recuerda muchas veces al de Cabrera, que murió «dichosa y prosperada en bienes de fortuna y valimiento, en edad de sesenta y tres años, acabando [con la muerte] sus fortunas e infortunios, si hubo alguno al filo y guadaña del climaterio» [(201), 358]. <<

[551] Carta de 16 julio 1642 [(491), XIX, 293] En uno de los pleitos que hubo sobre la sucesión de la Casa de Sanlucar se lee este elogio de Doña Inés «Era y fue siempre una señora de gran virtud, ejemplo y conciencia, muy temerosa de Dios y de buenas y loables costumbres y de tan buena y recta conciencia que en perjuicio de nadie diría ni haría cosa que repugnase y se opusiese a su conciencia y cristiandad» (463). <<

[552] Martínez Calderón [(417), cap XI]. El Testamento (459) dice, al hablar de su sepultura en Loeches, que «también ha de servir de entierro para el cuerpo de la Condesa, mi mujer, para el de Alonso Pérez de Guzmán, mi hijo único, y para doña Maria de Guzmán, mi hija, y para mi nieta y para doña Inés de Guzmán, mi segunda hija». <<

[553] Roca (455), 240. <<

[554] Era esta precocidad en la maternidad una de las causas de la enorme mortalidad infantil en aquellos tiempos; y, desde luego, de la fugacidad de la juventud de las pobres mujeres, que antes de los treinta años, abrumadas por el número y el dolor de los partos, muchos de ellos trágicos, eran ya viejas. Como ocurre en algunas regiones de España. <<

[555] Pueden verse estas cartas, sin interés para nuestra historia, en Roca [(455), 238]. <<

[556] Véase Artigas en (458), XLI. <<

[557] Tan grande fue esta intimidad con el Rey, que éste le confió el cuidado de Don Juan de Austria, el hijo bastardo que hubo de la Calderona, que fue educado en León, patria de Don Ramiro, donde era a la sazón corregidor el poeta Ulloa, protegido suyo. Sin embargo, dice Novoa que el yerno de Olivares no cumplía bien con sus cargos palatinos: «no asistía [a ellos] por su poca atención, antes divertido siempre en materias deliciosas y entretenimientos, sin cuidar del oficio de sumiller» [(201), 11-104], Su afabilidad y habilidad hacían olvidar estas faltas. <<

[558] Pellicer (211) dice que fue él el que trajo a Madrid a «las tres gracias»: Ana, Feliciana y Manuela Andrade, famosas comediantas de su tiempo. <<

[559] Durante el reinado siguiente se seguía dudando de la paternidad de Don Juan de Austria. Villars, como madame d’Aulnoy, dice que Don Juan se parecía, por esta época, mucho al Duque de Medina de las Torres [Villars (281), 34]. <<

[560] Comentan, en efecto, las Noticias de Madrid (507) que el 4 de julio de 1625, a los pocos meses de casado, «sacó el Marqués de Toral cuatro vidrios en el coche, que fue la primera vez que se habían visto vidrieras en los coches, y la gente iba a ver cuándo se quebraban con el movimiento del coche». <<

[561] Córner [(235), 11-13]. La misma impresión da, varios años después, Giustiniani: «No posee el Duque de Medina de las Torres inteligencia profunda, pero sí exquisita elocuencia» [(231), 11-158]. <<

[562] Están publicadas las capitulaciones en el Pleito [(462), 310, 3, f. 46]. Véase una descripción de la boda, en León [(505), f. 128]. Dice en ella: «No fue poca ventura la del novio, pues se llevó el ídolo del Privado.» <<

[563] Se llamó a la niña Isabel María, en homenaje a la Reina. Está enterrada en Loeches en la misma fecha que su madre y su abuelo Don Gaspar, el 10 de agosto de 1645. Hasta entonces los cadáveres estuvieron depositados en Madrid. La noticia del nacimiento corrió por todas partes y fueron muchas las felicitaciones que recibió el Conde-Duque de parientes y aduladores, pues todos sabían la trascendencia que la sucesión tenía para él. Se dio el caso de recibir enhorabuenas de ausentes cuando ya habían muerto la recién nacida y la madre. Tal la del Condestable de Castilla, cuñado de María, cuya carta gratulatoria, desde Berlanga, se conserva. Y dice así: «Al Conde de Olivares. Juntamente se le debe a V. E. la enhorabuena de la nieta que ha nacido de nuevo en su casa, pues trae la ventaja de nacer ya con reconocimiento de lo que gana, y justamente se me debe a mí el parabién que me resulta de tal abuelo, gusto que celebro y celebraré siempre como felicidad, y tanto mayor cuanto que espero que de sus frutos se multipliquen glorias comunes a entrambas Casas, cuyo efecto, por fuerza, me ha de ser propio por dos títulos, pues por ninguno me puede ser ajena la parte que tocare a V. E., aunque ofrezco el ánimo aun más de servidor que de pariente. Guarde Dios a V. E. muchos años para que los sucesos correspondan en todo a los deseos. Berlanga, 20 de 1626.— Yo el Condestable» (368). <<

[564] Esta carta existe, copiada con letra del XVIII, en la Biblioteca Nacional (381). Está llena de citas latinas de Santos Padres y de filósofos, y en ella domina la adulación sobre la cordialidad. Se ve que está escrita para el público. Pero, en efecto, como en el texto se dice, adivínase la impresión que causó en España la muerte de María. He aquí sus principales párrafos: «Sea para bien, Exmo. Señor, el trabajo y la infinidad de trabajos que tan sin consuelo humano han llovido sobre V. E. con esta muerte, el cielo, aunque no sin muy grande abundancia de consuelos divinos, pues es cierto que los trabajos son camino y escalera del cielo, y por esto, cuanto más agrio más derecho.» «Y lo mismo espero en Dios, y presumo dará a V. E. por cuanto haber enterrado hasta las últimas esperanzas temporales no puede dejar de ser en Príncipe tan cristiano menos que para derecho y fruto de posesiones eternas.» Cita a varios filósofos que recomiendan la entereza ante la adversidad, y termina: «Pero si ellos lo enseñaron con la pluma, V. E. lo ha mostrado más ventajosamente con la obra, pues cuando falta vista a los extraños para ver el lastimoso espectáculo de cortar y aun arrancar la raíz de tan insigne árbol, cuyas ramas llevaron para Castilla tantos y tales frutos de Príncipes y de Reyes, entonces, pues, no faltó para quien la quiso audiencia pública con V. E., siendo el principal lastimado y entre todos el más afligido, ¡oh valor y ser más que humanos!» Está firmada en San Martín a 30 de julio de 1626. <<

[565] Carta a Chumacero (371), 2 febrero 1641. Voiture (286), en su elogio al Conde-Duque, cita también el afán con que siguió trabajando el mismo día de la muerte de su hija. <<

[566] La parte central de esta carta es oscura en su redacción y en la letra en las dos copias que he consultado (333). No he podido averiguar a quién iba dirigida, quizá al presidente del Consejo de Castilla. <<

[567] Véase (491), XIV-294. <<

[568] Cartas al Cardenal-Infante (344), 19 febrero 1639. <<

[569] Giannone [(108), edición francesa, IV-496]. La muerte ocurrió en noviembre de 1644. Véanse otras noticias sobre su fallecimiento y entierro en Cartas de Jesuitas, 22 noviembre 1644 [(491), XVII-504]. <<

[570] F. Bertaut (37), 41. <<

[571] Novoa [(201), 11-146]. Se habló, según el resentido ayuda de cámara, como presuntas sucesoras de Doña Inés en el tálamo del Valido, de las siguientes damas de la Corte: la viuda del Duque de Feria, la viuda de Don Fadrique de Toledo, la viuda del Duque de Lerma. Todas «hicieron muchos ascos» cuando corrieron sus nombres, y no sin razón, pues las tres eran, por lo menos en parte, viudas a consecuencia de los disgustos que el Conde-Duque dio a sus difuntos esposos. También se habló de la hermana del Marqués de Aytona, «no mal parecida» (juicio que en boca de Novoa equivale a declarar la hermosura de Venus). <<

[572] En otra ocasión he explicado que de este hecho, indudable, de que los hijos de las familias reales o muy linajadas, producto de cruces multiplicados, morían con facilidad, mientras que los bastardos, con media sangre extraña, y muchas veces popular, sobrevivían y eran, por lo general, más fuertes e inteligentes, nació el prejuicio, que aún dura, de que los hijos del amor son mejores en todos los sentidos que los del legítimo matrimonio. Además, los bastardos eran, casi siempre, criados en pueblos, al cuidado de gente campesina, y, por lo tanto, en mejores condiciones que los que crecían en Palacio en una atmósfera insana y ¡atendidos por los médicos de la real cámara! <<

[573] Entre las producciones recientes sobre el bastardo de Olivares citaremos la novela histórica de Cotarelo (70), la de Menendez Ormaza (183) y el drama de los hermanos Machado (152). <<

[574] Así se lee en Guidi (425): «El Conde, doce años antes de su privanza, encontrándose en Madrid se enamoró de Doña Margarita Espinola, nacida de padre genovés y de madre española. Era la más bella entre tres hermanas, todas bellísimas, por lo que tenían un cortejo grande de enamorados. Aunque noble, esta señora no se vio libre de las persecuciones que tienen, en esta Corte, que sufrir las mujeres de belleza llamativa. En Madrid, para conseguir la posesión de una mujer, ya se sabe que no hay más ley que el oro.» La misma versión de la Espinola se encuentra en Córner (457) y en el Gil Blas de Santularia. <<

[575] Ésta es la versión que aceptan, entre otros, Fernández Guerra (90) y Silvela [(256), 54]. Guidi (437) dice que esta Isabel de Anversa —es decir, la supuesta madre de Julián— se casó con él, confundiéndola con Doña Leonor de Unzueta. Todo ello demuestra el nulo valor histórico de estos relatos, incluso el de Guidi, tan injustamente autorizado por Morel-Fatio. <<

[576] «Este mancebo dicen que le hubo el Conde en una mujer de mediana estofa; ya todos lo saben; no hay para qué declararme más; y no de esa gran señora, como mintió el mundo» [(201), IV-5]. <<

[577] Así, poco más o menos, refiere la historia de Julián Fernández Guerra (90), tomándola de los datos más conocidos de la época, pero no de los más dignos de fe. Su fuente principal fue, sin duda, el Prólogo del libro de Yáñez (289). Este libro pasa por autoridad, pero sus noticias están tomadas a la ligera; las de Julián Valcárcel, nada menos que del libelo atribuido a Quevedo (438), del que copia casi punto por punto la relación; por lo tanto, sin el menor valor histórico. También Gayangos, en uno de sus prólogos a las Cartas de los jesuitas, cita como autoridad en este punto de Valcárcel a Yáñez. <<

[578] Véase (462) No se vio el pleito hasta el 13 y 14 de junio de 1647. <<

[579] El «que vive en la † debe interpretarse «en la calle de la Cruz». Y así está escrito «Cruz» en la copia de la partida que figura en el pleito. En esta copia se lee por error «Jerónimo de Salazar» y no «Gonzalo», que es como dice el original. <<

[580] En la partida de bautismo no figura como Gonzalo Guzmán y Salazar, sino sólo como Gonzalo Salazar: es sabida la falta de puntualidad con que entonces se llevaba el orden de los apellidos. El yerno de este Don Gonzalo, Don Antonio Vargas Machuca, al declarar que no se acordaba de este detalle, dice también de memoria, y equivocándose, que al recién nacido le llamaron «Julián Bentura». Repito que estos mismos errores son la prueba psicológica de la sinceridad del testimonio. <<

[581] Pellicer, confirmando los datos, incuestionables, de estas declaraciones, dice terminantemente al hablar del reconocimiento: «Aquí [en Madrid] le conocimos todos con el nombre de Don Julián de Guzmán, tendrá veintiocho años, hoy se llama Don Enrique» [(207), 6 noviembre 1640]. Sólo se equivocaba en un año al referir su edad, pues tenía veintisiete. <<

[582] Novoa equivoca el nombre del cardenal y le llama Don Pedro. Esta jornada fue en 1631, teniendo, por lo tanto, Don Julián dieciocho años. Murió durante ella el cardenal, en Ancona. Dice Cotarelo [(70), 46] que «no se sabe quién le colocó de paje con el Patriarca Don Diego de Guzmán»; sin duda, Don Gaspar de Guzmán. Sobre este viaje de María de Hungría véase la interesante conferencia de Mercedes Gaibrois de Ballesteros (98). <<

[583] Pellicer (211), 8 octubre 1641 y 24 junio 1642. <<

[584] Se cuenta así el suceso en la carta de un jesuita: «De Zaragoza escriben que estando jugando Don Enrique de Guzmán, hijo del Conde-Duque, entró Don Antonio de Mendoza a mirar junto a la silla, y perdiendo una suerte [Don Enrique] se volvió a Mendoza y le dijo: "¡Quitaos de ahí!" Desvióse el Mendoza y comenzó a pasear y luego volvió al mismo lugar; perdió otra suerte Don Enrique y volvió a decir [a Mendoza]: "Ya os he dicho que os quitéis de ahí". A lo que respondió Don Antonio: "Ni soy yo vos ni quiero ser vos." Con lo que salió de la sala y se lo fue a contar al Rey» (carta del 15 de septiembre de 1643) [(491), XV1I-237]. Pellicer repite, poco más o menos, este suceso estúpido [(411), 15 septiembre 1643], que demuestra, si realmente ocurrió así, la impertinencia de Don Julián y la soplonería de Don Antonio. <<

[585] Guidi (437). Hay entre los conocidos un único dato desfavorable a Doña Leonor, y es que no vivía con su madre. Pero esto puede explicarse por muchas causas distintas de la liviandad. En último término podría suponerse que la Unzueta era no, desde luego, una cortesana pública ni escandalosa, sino una de aquellas señoras que tan bien describe Amezua, de clase «mucho más alta y escogida que vivían en sus casas propias o alquiladas con todo regalo y aderezo, aparentando honestidad y recogimiento, no saliendo, tal vez, sino los días de fiesta, con la luz de la aurora, a la primera misa, echado el mando sobre los ojos…, que no recibían visitas sino de gentes ricas y principales señores de título, genoveses y mercaderes, personajes graves, etc.» [(13), 96]. <<

[586] La anulación de este matrimonio dio lugar a muchas protestas, no sólo de la opinión, que veía en ello una manifestación irritante del poder absoluto del Conde-Duque, sino entre jueces y teólogos. Se argüía que aunque el cura que los casó era párroco de la madre y no de la hija, ésta no estaba emancipada y, por tanto, su domicilio legítimo era el de la madre. En el Discurso (399) del P. González Galindo uno de los cargos importantes que se hacen a Olivares es «anular un matrimonio tenido constantemente por válido y disponer dos ilegítimos, a pesar de la verdad: pecado mortal contra religión, justicia y caridad». (Se refiere a la anulación del matrimonio de Julián y Leonor y a la realización de los dos matrimonios subsiguientes: el de Julián con Doña Juana de Castilla y el de Leonor con Don Gaspar de Castro.) <<

[587] Doña Leonor, resignada, se casó con el abogado Don Gaspar de Castro y Velasco, de bastante más edad que ella, al que dieron, a cambio de sus tragaderas, un cargo importante en América para alejar a su esposa de Madrid. Todavía en Sevilla, antes de embarcarse, «persistía ella y decía que aquél no era su marido, sino el otro, y arrimábalo a la conciencia; pasaba adelante que no podía cohabitar con él; finalmente la hicieron pasar la mar y de este encuentro navegó a ser Emperatriz de las plazas de Occidente» [Novoa (201), IV-7]. Una carta del jesuita P. Martín Montero nos informa que uno de los que más contribuyeron a sosegar a Doña Leonor fue su medio pariente el P. Santander, mercenario, y que en premio le hicieron predicador del Rey (29 mayo 1642) [(491), XVI-386]. <<

[588] Carta de un jesuita del 20 septiembre 1637 [(475), XIV-189]. En otras cartas de los jesuítas se habla también de Valcárcel, como en la del P. Sebastián González del 15 de marzo de 1639 [(491), XV-199]. <<

[589] Carta de 20 enero 1642 [(491), XVI-233]. <<

[590] De este documento hay multitud de ejemplares manuscritos, aparte del de la Biblioteca Nacional (353). Está, además, publicado en varias partes: Jesuitas [(491), XVI-230]; Castro [(58), 144]; Cotarelo [(70), 337]; Sánchez de Toca [(254), 129], etc. Chumacero [(371), 29 enero 1642] cuenta que recibió en Roma, donde era embajador, la carta y se la comunicó a varios cardenales de la Curia. El otro suegro, el Condestable, dio también cuenta del casamiento de su hija en este billete, un tanto seco: «Señor mío: Juana, mi hija mayor, se casa con Don Enrique Felípez de Guzmán. V. E. se huelgue conmigo como es razón. Guárdeme Dios a V. E. muchos años.— El Condestable.» [Yañez (289). Prólogo.] <<

[591] Sánchez de Toca (254), 128. <<

[592] Novoa [(201), 7] describe con garbo caricaturesco la escena del reconocimiento del nuevo pariente en el Buen Retiro, donde el flamante bastardo había recibido alojamiento. «Entró la Marquesa del Carpió, que era la mayor y la perdidosa, diciendo, ¡ay!, y repitiéndole más por la vejez que le rodeaba y la muerte que tenía delante de los ojos que por el tiro que se le hacía al hijo, dijo: Sobrino mío, seas bien venido; ¿cómo está V. E.? Y la Condesa de Monterrey, con más sosiego y más tranquilidad de espíritu, sin ¡ay! ni quejido, siguiendo los mismos pasos de la hermana poco afectos marido y mujer a semejantes cosas, también dijo: Sobrino mío, ¿cómo está V. E.? La Marquesa de Alcañices, hazañera en todo y queriendo adelantarse en adulación, muy aprisa y barbullándolo todo, siguiendo el ejemplo de las demás, dijo: Sobrino mío, y repitió: Sobrino mío, seas bien venido; ¿cómo está V. E.? Con esta visita dejaron confinada la obediencia y sumisión que le habían de prestar y reconocimiento de cabeza y volvieron al poderoso [Don Gaspar] a recibir las gracias de tan grande ofrenda y la adoración. Entretanto, Don Luis de Haro callaba y se encogía de hombros, y, según se decía, aconsejado por el gran proconsulto Don José González, preparaba los pleitos para el futuro»; y termina Novoa con estas palabras, que fueron proféticas: «Todo al fin arderá en litigio y se beberán las haciendas los ministros.» Haro, cauteloso, extremó sus atenciones con Don Enrique. El jesuita que refiere la ceremonia de las capitulaciones anota que Don Luis «hizo grandes cortesías y demostraciones de cariño con el señor Don Enrique» (carta del 24 enero 1642). Sabía muy bien Haro que el que no se enfada cuando a todos parece que se debe enfadar lleva mucho ganado para no perder la batalla. <<

[593] Véase Apéndice IV. <<

[594] Silvela (256), 1-54. <<

[595] Esta mala pasión alcanzó hasta aquellos que más sagrada obligación tenían de no compartirla. Nos lastima hoy, por ejemplo, leer cómo un sacerdote daba cuenta del embarazo de la mujer del bastardo: «La hija del Condestable está preñada; buena alhaja dejará a la casa de su padre con lo que pariere» (carta del P. Sebastián González, 26 de abril de 1644) [(491), XVII-470]. <<

[596] Están estas Capitulaciones publicadas en (462), 310, f. 83. <<

[597] No interesa a este libro la descripción de las ceremonias de la capitulación y la boda, que pueden leerse en Pellicer [(211), 28 enero 1642] y en las Cartas de los jesuitas [(491), XVI-241 y 389]. <<

[598] Los autores dicen que Don Enrique se volvió desde Uclés, pero fue desde Santa Cruz de la Zarza, según refiere Novoa, que acompañaba a la comitiva. Y añade que, aunque era de noche y era ésta oscura y lluviosa y con los ríos crecidos, volvió a Madrid con toda diligencia [(201), IV-25]. <<

[599] Carta del P. Sebastián González, 17 mayo 1642 [(491), XIX-252]. En una nota al margen del Guidi, versión Carreto (439), se lee que esta casa «fue la del secretario Antonio de Alosa Rodarte, frontera de la del Almirante, que por su gran vivienda lo ordinario era estar vacía, porque ningún gran señor tenía tapicerías ni alhajas para vestir aquellas paredes, y para el homenaje que le puso el Conde a su nuevo hijo no pareció sobrarle nada». Novoa dice que «para los arreos y ornamentos de esta casa sacaron del Tesoro 30.000 ducados» [(201), IV-25]. Pero lo da como rumor. Parece que esta rica instalación (probablemente exagerada por los comentaristas chismosos) era, sin embargo, provisional, pues el jesuita citado añade: «Estará allí cuatro o seis días y luego ha de volver a Palacio a vivir en el cuarto del señor Conde-Duque.» <<

[600] El que superó a todos en magnificencia fue el del cuñado de Don Enrique, el Duque de Medina de las Torres, Virrey de Nápoles, que le envío «una colgadura de brocado riquísima, con su dosel; una alfombra extremada, turca, con 24 almohadas de brocado de la misma tela de la colgadura; una cama de brocado con las cenefas de bordado de oro revelado; una banda de vara y media de largo y de cuatro dedos de ancho, toda de diamantes, que está apreciada en 17.000 ducados; una carroza con cuatro muías y una litera con dos machos (las telas de la carroza y litera son de oro); seis caballos napolitanos hermosísimos, dos hacaneas, dos muías de regalo. Presente es éste que se pudiera hacer a S. M. con mucho decoro» (carta de un jesuita, 17 febrero 1643) [(491), XVII-28]. Demuestra esta relación el rumbo del antiguo modestísimo Marqués de Toral, al que la fortuna dio aquello para lo que su temperamento y gustos estaban hechos. El jesuita calcula en 30.000 ducados el valor del obsequio. Los libelos decían que valía 250.000 escudos. Otros, que 550.000 ducados. Quedemos en los 30.000 del jesuita. El regalo llegó después de la caída del Valido. <<

[601] Pellicer (211), 20 mayo 1642. <<

[602] Novoa (201), IV-135. <<

[603] Novoa (201), IV-228. <<

[604] Véase Pleito (462), 310, 3, f 1470. <<

[605] Véase Apéndice XXIII. <<

[606] «Parece que escribió alguna novela, y todo su proceder es novelas» [Novoa (201), IV-6]. <<

[607] Segundo Memorial (409). <<

[608] Jesuitas (491), XVI-322 En la novela de Cotarelo (70) hay muchos detalles sobre estos gustos frívolos de Don Enrique. <<

[609] Así lo refiere el puntual autor de la Relación de lo sucedido (452) Pudo heredar la gota de su padre, pero tal vez no fuera gota, sino un reumatismo tuberculoso, hipótesis mas aceptable, dada su edad y su casi segura tuberculosis En aquel tiempo se diagnosticaban como gotosos todos los reumatismos. <<

[610] Guidi-Carreto (439). Varios historiadores modernos acogen esta anécdota, que tiene todo el aire de una patraña, entre ellos Hume, que, a pesar de su cultura y probidad, se deja llevar del gusto por lo pintoresco, pecado tan común en los comentadores de España. Algunos viajeros de la Península, llevado de esta misma propensión, como Dunlop y Mme. Carey, cuentan que Doña Juana fue encerrada en un convento; deshace el error Foulche-Delboscq en nota de la página 343 de su edición del Viaje de Mme. d’Aulnoy (22). <<

[611] Pleito [(462), 1. 440]. <<

[612] F. Soldevilla (258), 11-208. <<

[613] Cartas al Cardenal-Infante (344). <<

[614] Cánovas (55), 1-158. <<

[615] J. Sánchez de Toca (254), 74. <<

[616] Véase Apéndice XVII. <<

[617] Parecer del Conde-Duque (319). Véase también la Junta que se hace en el aposento del Conde-Duque (441), en la que se trataron asuntos análogos al día siguiente del precedente escrito del ministro. Se discutió en esta Junta la misión de Mr. Botru para arreglar paces con Francia. Hay también una interesante carta del Conde-Duque a Mr. Botru, en la que se observa la fanfarronería típica de los gobernantes españoles de entonces, bien distinta de lo que luego decían en las Juntas y papeles secretos (335). <<

[618] Véase el Informe del Consejo de Estado de 19 febrero de 1632 (440). En él se refieren los tratos entre ambos Validos, Olivares y Richelieu, de los que fue intermediario el Príncipe de Eqemberg. En estas conversaciones Olivares declara que «de persona a persona jamás ha tenido ocasión de disgusto con el Cardenal Richelieu ni dádoselo para que él pueda tener el menor sentimiento del mundo, porque siempre ha hablado de su persona y partes con toda estimación. Que en cuanto a lo que obra el Cardenal como ministro de su Rey no puede el Conde dejar de sentir que tan sin causa y faltando a las obligaciones de buena correspondencia que hay entre dos Coronas quiera mover las inquietudes presentes. Que siempre que el Conde-Duque viere que el Cardenal procede en servir a su Rey, sin ofensa de esta Corona y de la Casa de Austria y tratar de encaminar las cosas a la quietud pública de la cristiandad, el Conde-Duque será su amigo y le mostrará que lo es cuanto pudiere y le tendrá satisfecho a su buena correspondencia». Son muy interesantes estas palabras, bien demostrativas de la excelente disposición de nuestro ministro. Pero, sobre todo, véase el libro de Leman (142), en el que quedan explicados los incesantes trabajos de ambos ministros para lograr la paz; trabajos que sólo cesaron al morir Richelieu. <<

[619] Cartas (344), 14 marzo 1636 y 18 julio 1640. <<

[620] Roca (455), 260. <<

[621] Un norteamericano que había vivido muchos años en La Habana, donde conoció el Centro Asturiano, el Gallego, el Catalán, el Andaluz, etc., me decía «No comprendo como en España se combate el regionalismo y el régimen federal, porque los españoles practican ese régimen en cuanto pueden obrar por si mismos, y es entonces cuando están mas tranquilos y son mas eficaces.» <<

[622] Soldevilla (258), 11-269. <<

[623] A Contarini (2325), 11-92. <<

[624] Véase (331), publicado en el Apéndice XVIII <<

[625] Carta a los consellers (339). <<

[626] Véase, por ejemplo, el muy curioso titulado Política del Comte de Olivares (386). La literatura reciente sobre la sublevación de Cataluña es muy copiosa Véase un resumen en Rovira y Virgil (241). <<

[627] Cartas (344), 24 junio 1640 y 29 septiembre 1640. Este mismo sentido tiene la carta del Conde-Duque al Marques de Torrescusa de 24 de noviembre 1639, que comenta Cánovas [(55), 1-75], riñéndole porque los soldados napolitanos del tercio de Moles maltrataron a un catalán. <<

[628] Pellicer (211). «Azorín» ha hecho recientemente (Ahora, 1935) un agudo comentario de este buen patriota Goicoechea. <<

[629] Segundo Memorial (409). <<

[630] Véanse págs. 179-180 Discurso de Olivares a los portugueses. Sobre Doña Luisa de Guzmán, véase el excelente libro de H Raposo (233). Aun aumento la amargura del Conde-Duque cuando la complicación de Medina-Sidonia en el supuesto alzamiento de Andalucía. Sobre este punto hay un relato muy interesante de la intervención personal del Conde-Duque en el Memorial de Francisco Sánchez (520). Véase también la carta de Medina-Sidonia al Rey y la respuesta de este y el Conde-Duque, de las que hay varias versiones [(298), 3] <<

[631] Carta al Duque de Alba (351). <<

[632] Hauser (118), 280. <<

[633] Spengler (260), IV-189. <<

[634] Véase una buena descripción de las Juntas y Consejos en Relación Política (450). <<

[635] El propio Conde-Duque escribía a Chumacero: «Los PP. de la Compañía reprenden mucho las comedias» (371), 2 octubre 1641. <<

[636] El celo de la Junta reformadora llegó al extremo de quemar públicamente los cuellos y encañonados que un jubetero (así se llamaban a los artesanos) había hecho para el Rey y para el Infante Don Carlos, así como los moldes e instrumentos de trabajo del infeliz artífice, que, además, fue encarcelado. El Conde-Duque y el Duque del Infantado tuvieron que protestar ante el Presidente de la Junta, que cedió a regañadientes. Todo esto da la impresión de un puritanismo hipócrita, lamentable. Con exactitud dice Ogg que había en la España de Felipe IV «leyes ejemplares y costumbres sin ejemplaridad» (203). <<

[637] Véase (371): Carta del Conde-Duque del 22 octubre 1641. <<

[638] Decreto de 18 noviembre 1625 (478). <<

[639] Véase Damián Olivares (509), (510) y (511). <<

[640] Roca (455), 289. <<

[641] Roca dice «Tanteadas las dificultades, y vencidas con el arte muchas, han dado principio a navegar o a hacer navegables al Guadalquivir desde Sevilla a Córdoba» [(455), 289] <<

[642] Véase (488) y (489). La navegación del Tajo fue planteada por primera vez por el ingeniero Antonelli bajo Felipe II, que le ayudó y le dio la colaboración de Juan de Herrera. Antonelli realizó en barco el viaje desde Lisboa hasta el Puente de Segovia de Madrid. Sus documentos de viaje están reproducidos en (488), Apéndices. Posteriormente hubo los mismos proyectos por Carduchi y Martelli, bajo Felipe IV; por Briz y Simó, bajo Fernando VI, y por Cabanes y Marco Artu, bajo Fernando VIL Los croquis de los tres proyectos están en (489). El viaje de ida y vuelta desde Aranjuez a Lisboa por Marco Artu está reproducido en (488), Apéndice. <<

[643] Véase correspondencia con Chumacero (371), 22 octubre 1641. <<

[644] Covarrubias (494). Por otra parte, sorprende la elegancia de estas composiciones. El tono literario de la Corte de Felipe IV era tan excelso que hasta el más bajo servilismo salía de las bocas engarzado, casi siempre, en admirable poesía. <<

[645] Un político español de los primeros tiempos de la República, con oculto ímpetu de poder personal, decía, hablando de unas obras de reforma de Madrid que proyectaba: «Estoy convencido de que de los Gobiernos lo único que queda es la arquitectura.» <<

[646] Según los datos que publica Hamilton (117), la cantidad total de los tesoros que vinieron de América desde 1503 a 1660 puede evaluarse en unos 447820932 pesos. <<

[647] Véase Hamilton (117), 103. Véase también Colmeiro (67) y Herrera (121). García Platón publica un útil cuadro de todas las monedas de oro labradas en las Casas de la Moneda de España desde 1476 a 1903 [(104), 80]. <<

[648] El Conde-Duque pensaba esto mismo; Roca lo dice: «Tenía por máxima asentada el Conde-Duque… que los ministros bien elegidos no han de ser superiores a las materias que les encargan sino iguales» [(455), 251]. Pero, como tantas veces ocurre en los políticos, sus teorías cambiaban de signo en la práctica y se entregaba, no a los hombres modestos y eficaces, sino a los más disparatados arbitristas. <<

[649] Véase (491), XIX-129. <<

[650] Es tan importante este voto para el juicio del remado, que va copiado en el Apéndice XXII. <<

[651] Véase James (132), 268. <<

[652] Cartas (344), 15 febrero 1638, 17 mayo 1638, 6 enero 1639, otra de 6 enero 1639, 1 febrero 1639. <<

[653] No creo enteramente justo el reproche que hace Maura a Olivares de que, «al igual de muchos ministros de Monarcas absolutos y no pocos de Reyes constitucionales, ignoró el arte de dejar el Poder, tan difícil como el de alcanzarle, y mucho más que el de retenerle» [(172), 1-64]. Quería, en realidad, irse y no podía, porque la voluntad del Rey y la realidad de los acontecimientos le tenían prisionero. El mal está en convertirse a si mismos, los gobernantes, en ejes de la política sin sucesión normal. Una vez creada la necesidad, la propia iniciativa ya no cuenta. <<

[654] He consultado el ejemplar del Archivo Municipal de Sevilla (483), a cuyo director, señor Jiménez Placer, debo exacta copia de muchos documentos de interés. La petición de esta merced, hereditaria a perpetuidad, la hizo el Cardenal-Infante. No sólo se le concedía el oficio de regidor, sino el ejercicio de procurador de todas las Cortes que se celebrasen. Este decreto produjo gran irritación en la Corte. <<

[655] Noticias de Madrid (507), 19 septiembre 1627. <<

[656] Probablemente fue cuando la cacería de lobos organizada en la Alcarria en noviembre de 1637 [Rodríguez Villa (240), 225]. <<

[657] Carta del P. Cristóbal Pérez de 22 junio 1637 [(491), XIV-138]. El Rey se asustó de la acción de este labrador que hablaba de Wamba. Iba a su lado el Duque de Pastrana (que es el que se lo refirió al jesuita), el cual pegó con la vela en la cabeza al demente. El Rey mandó que le dejasen marchar, dándose cuenta de que era un frenético y no un malvado. Pero se dijo que murió de «mil tormentos» que le dieron. <<

[658] Así nos lo cuenta Guidi (437). Los jesuitas hacen también alusión al hecho, añadiendo, si bien como rumor «que corre por la corte», que el Memorial de los segovianos contenía «una súplica de las dos ciudades de Castilla que tienen voto en Cortes para que Su Majestad mandase mudar Gobierno» [(491), XVI-498]. Todo es creíble en aquellos tiempos en que la vida era perpetua comedia de capa y espada. <<

[659] Cartas (344), 19 febrero 1639, 23 agosto 1639. <<

[660] Véase Morel-Fatio (194) Este «Garcerán Álvarez» es una equivocación de Don Garcerán Albanell, arzobispo, en efecto, de Granda y maestro de Felipe IV, que al principio del reinado de este escribió la conocida carta sobre sus paseos nocturnos acompañado de Olivares. Murió en 1 de mayo de 1626 y no pudo, por lo tanto, escribir esta otra carta, que aparece fechada en Granada el 24 de mayo de 1648. Y, aunque hubiera vivido, era difícil achacarle esta sarta de tonterías, el no haber reparado los biógrafos en esto, es pecado más grave que la equivocación de las fechas. Sobre este personaje, véase Elias de Molins (189). <<

[661] Romance de los gatos, publicado en Jesuitas (491), XVI-224. <<

[662] Cit. por Hume (129), cap. VII. <<

[663] A. G. Amezua (12), 14. <<

[664] Las Nuevas de Madrid de julio-agosto 1637 dan cuenta así de lo de Calpe: «Los moros saquearon a Calpe, en el reino de Valencia, y ha venido de Mallorca un diputado a representar a S. M. el gran peligro en que está aquella isla de ser saqueada y tomada de los mismos moros por la gente que sacó de ella el año pasado» [Rodríguez Villa (240), 207]. <<

[665] Era Lujan un pobre loco a quien daban arrebatos como éste, que tuvo apariencias de intento de regicidio. Sus médicos, después de este suceso, le trataron «con adormideras y la bebida grande», sin lograr que «volviera de su frenesí», en el que murió, atribuyéndolo la gente a veneno del ministro. El P. Cristóbal Pérez, que cuenta el suceso, supone, probablemente con razón, que el exceso del calmante fue lo que lo mató. (Carta de 22 de junio de 1637) [(491), XIV-138]. Cuentan también el suceso las Nuevas de Madrid del 20 de junio de 1637 [(240), 172]. <<

[666] Roca (455), 279. Ya se habló de la generosidad del Conde-Duque con este asesino. <<

[667] Noticias de Madrid (507), 27 julio 1623. <<

[668] Cartas de jesuitas, 10 noviembre 1640 [(491), XVI-51]. <<

[669] Algunos relatos colocan el suceso, equivocadamente, en Daroca. <<

[670] Refieren, entre otros, este atentado Novoa (201), IV-47; Pellicer (211), 22 julio 1642, y Cartas de jesuitas de 4 julio 1642 [(491), XVI-432]. Este último texto copia una poesía, poco conocida, atribuida a Don Antonio de Mendoza, felicitando al ministro por haber salido ileso, que demuestra que este venal poeta adulaba entonces a Olivares con el mismo desparpajo con que le atacó a su caída. <<

[671] Mercedes Gaibrois de Ballesteros (98), 22. <<

[672] El 16 de marzo apareció un mandato imperativo del Rey a los Grandes para que acudiesen a la guerra [(491), XVI-289]. <<

[673] En las Cartas de jesuitas del 2 de abril de 1642 se lee: «Grande aprieto para que toda la Nobleza salga con S. M., sin exceptuar ocupación ni enfermedad. El domingo 29 hubo bando para que dentro de ocho días se registrase a todos» [(491), XVI-315]. Y en 23 de abril: «Han desterrado estos días algunas personas porque habiendo prometido de salir con S. M. se excusan de la jornada» [(491), XVI-334]. <<

[674] «No faltarán cantores para la Capilla Real [es decir, castiados], pues los señores de título que fueron con S. M. a Zaragoza están con el beneficio del Señor Florián. Sus mercedes tienen renta y así querrá S. M. ahorrar lo que de gastar había con los cantores de la capilla… Escriben algunos cirujanos que les va muy bien en aquella tierra, pues todos [los nobles] están perdidos de mujercillas. ¡Miren qué modo de aplacar a Dios, y luego nos escriben que nos azotemos!» Madrid, 7 octubre 1642 [(491), XVI-469]. La última frase del malhumorado hermano alude a la costumbre de los personajes de entonces de pedir a Dios ayuda mediante las penitencias y disciplinas que encargaban a los frailes y monjas mientras ellos seguían pecando alegremente. En la correspondencia de Felipe IV con Sor María de Agreda hay abundantes testimonios, ya aludidos, de este singular modo de la piedad, entonces de uso corriente. <<

[675] Aparte de los libelos sin responsabilidad, que categóricamente lo afirman, se habla de esta actitud de Olivares, en algunos noticiarios de la época. Por ejemplo, en 8 de abril de 1642 leemos: «Estos días se han hecho en el Retiro muchas juntas, así del Consejo de Estado como de médicos y otras personas, para apoyar que no conviene que salga el Rey. Ayer topó S. M. al protonotario, que traía una consulta en la mano, y le preguntó: ¿Qué es eso? Dijo: Una consulta. Tomóla el Rey y sin verla la hizo pedazos, y dijo: No me hagan consultas para no ir a Cataluña, sino váyanse disponiendo para la ida» [(491), XVI-321]. Y en 23 de abril — «Hase dicho que el confesor y la Condesa de Olivares han procurado disuadir al Rey [de la jornada] y que el Rey ha respondido que si el Conde no quiere salir que se quede» [(491), XVI-334]. <<

[676] Novoa (201), VI-20 y siguientes. No es fácil seguir el itinerario a través de los discursos interminables que intercalaba el ayuda de cámara entre los datos de verdadero interés. La jornada fue así: Salió Felipe IV de Madrid el 26 de abril, por la tarde, durmiendo en Barajas. El 27 fue a Alcalá, donde estuvo dos días «encomendándose a Dios y visitando los conventos». Pasó a Loeches, donde estuvo tres días, y de allí a Aranjuez, «donde se entretuvo en la caza y en sus pensiles casi el mes de mayo». Partió el 20 de mayo, pasando por Ocaña, y fue a dormir a Villarrubia. El 23 de mayo salió para Cuenca, adonde llegó en seis jornadas por la aspereza del camino. La estancia en Cuenca se prolongó hasta el 25 de junio, en que salió para Molina de Aragón, por camino difícil, adonde llegó el 29. Allí hubo revistas, reunión de tropas, Consejos, etc. Llegó a Zaragoza el 27 de julio. La estancia en la región aragonesa duró hasta el 1 de diciembre, en que retornó a Madrid. El relato de Novoa tiene rasgos y detalles curiosos, sobre todo durante la estancia en Cuenca. Dice, por ejemplo, que aconsejaron a Felipe IV que no subiese en carroza al palacio del obispo situado en lo alto de la ciudad, pues «avisaron los corregidores que las casas eran tan delgadas y tan flexibles que los coches las pondrían en el suelo». La descripción que hace el autor de Cuenca, está muy bien. «Lugar —dice— notable y de elevada subida, puesto en el lomo de un monte, apuntaladas las casas en forma de navío, que parece estaban en el cielo, con dos bajíos muy hondos, por donde pasan los dos ríos.» <<

[677] Jesuitas (491), XVI-300 y 342. <<

[678] «Respondióles [a los de Cuenca] que S. M. venía allí a hacer tiempo para las levas de gente que se hacía en todo el remo y a ver si había de hacer la guerra a los catalanes por Aragón o por Valencia» [Novoa (201), IV-33]. <<

[679] Jesuitas (491), XVI-373. <<

[680] «Se encaminará a jornadas lentas para Valencia, aguardando a los que le han de seguir.» Carta de 20 de abril de 1642 [(475), XVI-342]. «A 29 del pasado llegó S. M. a Cuenca, y, según los que le siguen, se detendrá en aquella ciudad algunos días, aguardando a que se haga cuerpo de la gente que va encaminándose por todas partes.» (Carta de 3 de junio de 1642) [(491), XVI-387]. <<

[681] La primera entrevista la tuvieron en Loeches, a los tres días de salir de Madrid el Rey [(491), XVI-342]. El 14 de mayo se volvieron a ver en Getafe [(491), XVI-369 y 370]. Poco después se vieron en Vaciamadrid. «Fue la última despedida, y se dice que la Reina exhortó al Rey a que se partiese luego» [(491), XVI-384]. <<

[682] Pellicer (24), 6 de mayo de 1642. Carta del P. Lucas Ranges del 6 de mayo de 1642 [(475), XVI-346]. El padre dice que «la Reina, nuestra señora, tuvo un achaque que obligó al Rey a volver a Madrid». Pellicer aclara que fue melancolía. <<

[683] «Quedóse en Madrid el ministro; quien decía a disponer las cosas de la jornada; otros, que a la potestad de la Corte y a la majestad de Palacio y a las delicias entre Madrid y el Retiro [Novoa (201), IV-21]. La primera razón era, sin duda, la exacta. El P. Sebastián González dice: «S. M. está en Aranjuez aguardando al señor Conde-Duque, que debe detenerse para que la gente se vaya juntando.» 6 mayo 1642 [(491), XVI-361]. «Hoy ha salido el Conde-Duque a encontrar a S. M., habiéndose detenido por razón de unos asuntos de plata.» 21 mayo 1642 [(491), XVI-370]. <<

[684] «El señor Conde-Duque partió hoy de aquí [Madrid] para Aranjuez, donde está S. M. No se debe haber podido desembarazar antes y aun se cree que se apresuró su viaje con ocasión de un billete que tuvo de SS. MM. ¡Quiera Dios que con esto se prosiga la jornada!» Carta del P. Sebastián González. 20 mayo 1642 [(491), XVI-364]. «El Conde-Duque, se dice, recibió aquella noche un papel del Rey en que le decía se partiese luego, y que si el martes no estaba en Aranjuez no le aguardaría. Salió de Madrid el martes por la mañana; acompáñale nuestro padre provincial» (el P. Aguado) [(491), XVI-385]. <<

[685] Incluso por su reciente biógrafo Quazza (225). <<

[686] Esta reunión se celebró en Cuenca y no en Molina de Aragón, como dice Guidi. Era natural que fuese así, pues en Molina ya no había que discutir si ir o no a Aragón, porque está en el camino de Zaragoza. Es muy dudosa esta disputa entre Grana y González después de lo dicho en el texto. Este Carreto, Marqués de Grana, al que Guidi dedica grandes elogios como militar y diplomático insigne, políglota (cinco lenguas), etc., da la impresión de una moralidad y una formalidad dudosas. El opúsculo Espíritu de Francia [(83), 28] dice de él: «Nadie desengañará jamás de la sospecha que tienen muchos de que el Marqués de Grana ha ayudado por cierto camino a la toma de Luxemburgo. Esto está tan claro como el sol del mediodía. Cuatro o cinco millones que ha dejado son grandes indicios.» La versión de Guidi describe la polémica violenta entre Grana y González. Éste se ofendió mucho porque Grana le llamó «señor licenciado». El embajador era aficionado al buen vino, y le llamaron los amigos del Conde-Duque «Sócrates borracho». A Grana, que adquirió en estos días gran popularidad, le atribuyeron falsamente, como es sabido, la paternidad del relato de Guidi. (Véase Apéndice II.) <<

[687] En una carta de los jesuitas del 21 de enero de 1642 se lee: «El embajador de Alemania, que se vino de Zaragoza encontrado con el Conde-Duque, escribió al Emperador su parecer y éste le escribió a S. M. que convenía apartar de sí al Conde, lo cual dicen ha movido al Rey» [(491), XVI-498. <<

[688] En los últimos tiempos, sin embargo, el Conde-Duque no estaba tan conforme como en los comienzos del reinado con la política del Emperador. En 1639 escribía al Cardenal-Infante: «Dios nos asista, y a V. A. también con esto de los alemanes, que en todas partes es materia para pedir ayuda omnipotente de Nuestro Señor, porque otra cosa no basta, porque el Emperador está sin Gobierno ninguno y perdido sin remedio y nos ha de llevar a todos tras sí si no nos asiste Dios» [Cartas (344), 23 octubre 1639.] Y poco después: «Lo de Alemania, señor, está totalmente perdido y el Emperador o vendido o mal servido por lo menos; confieso a V. A. que después que trato negocios no he visto casa más abandonada m más sin pies m cabeza» [Cartas (344), 2 noviembre 1639]. Y este otro juicio, que es una dolorosa rectificación de su antigua política alemanista: «Señor, lo que conviene es hacer cuenta que Picolomini no ha de volver, y hacer gente y alemanes nuestros con lo que él nos había de costar, y tener fuerzas propias, pues todo lo demás tal como corre el Gobierno del Emperador, es fabricar sobre arena, y esto a costa de vasallos buenos» [Cartas (344), 2 noviembre 1639]. Es muy posible que estos juicios llegasen a oídos del Emperador y la actitud hostil de Grana tomase, en parte, pretexto de ellos. <<

[689] Dice, por ejemplo, Novoa: «El Rey daba prisa a que se pusiese en orden el ejército, que no la daba otro.» Decía el Rey al Marqués de Leganés: «¿Por qué no os vais? ¿A cuándo aguardáis a partir?» y otros muchos trozos más del natural, que nos le hacen ver en situación muy distinta a la del «pájaro en la jaula» [(201), IV]. <<

[690] Siri llega a decir que los Olivares impidieron el trato íntimo entre los dos Reyes (257), 382]. <<

[691] Hume (129), cap. IV. <<

[692] Las Nuevas de Madrid de 18 de octubre de 1636 dan esta noticia: «El señor Almirante de Castilla dicen que ha de entrar en Francia acaudillando la gente de guerra que trae consigo y los vizcaínos y guipuzcoanos. Mandó ahorcar al relojero de la Reina, de la calle de Santiago, que llevaba consigo y le servía de espía, habiéndose averiguado que lo era doble, y que los 200 hombres que pedía para volar la casa de la pólvora de Bayona era para llevarlos al degolladero» [Rodríguez Villa (240), 53]. Otra, de 28 de noviembre de 1637: «A los 19 prendieron en una posada…, a un caballero francés…, cuentan unos que por espía y otros porque venía a entregar ciertas plazas usando de embeleco y embuste» [Rodríguez Villa (240), 224]. La vigilancia contra los espías era tal, que se tomaba por venganza contra los enemigos hacerles esta denuncia, como puede verse en la noticia siguiente: «Estos días pasados prendieron en Valladolid a un Don Andrés de las Cuevas, que vivía junto al gallinero de San Ambrosio. Trajéronle aquí, a la corte, preso con dos pares de grillos y cuatro guardas. Dicen es por un testimonio que le ha levantado a Don Antonio del Águila escribiendo al Conde-Duque, que traía inteligencia con los franceses, por lo cual estuvo preso el dicho Don Antonio» (24 noviembre 1636) [(491), XIII-535]. Se pensaba —tal era el recelo— que pudieran ser espías de Richelieu hasta los enemigos declarados de éste, como una mujer interesante que vino a España por aquellos años, y de la que sólo podremos ocuparnos aquí muy sucintamente. Me refiero a María de Rohan-Montbazon, Duquesa de Chevreuse. El libro de Víctor Cousin (73) aclara que esta famosa aventurera estaba realmente perseguida por Richelieu y se acogió al asilo de España porque Felipe IV era el hermano de su amiga Ana de Austria. Su entrada en España fue dramática: a caballo y vestida de hombre, por el Pirineo. A Madrid llegó el 6 de diciembre de 1637, entrando con gran alboroto público, pues era muy guapa y desenvuelta. El autor de las Nuevas de Madrid [véase Rodríguez Villa (240), 233] la describe como «muy bizarra, despechugada y desenfadada, mirando a los que caminaban delante y a los lados». La Corte se deshizo en fiestas en su honor. Su belleza y su aire decidido cautivaron a los galanes madrileños y se llegó a decir que incluso al Rey. Uno de los jesuitas que se ocupó de ella dice, con notoria alarma, que era gran jugadora de pelota. Gayangos, en el Prólogo al tomo XIV del Mem. Hist. Esp. (pág. 8), copia una carta del capitán Don Jerónimo de Luna, que transcribe bien la impresión que hizo la francesa en España. Dice que la vestía y desnudaba «un camarero que trae de allí, mozo de treinta años, y esto último —añade— es fuerza que les parezca bien a las señoras de Madrid, y espero que ha de quedar entre ellas introducido el uso por muy acomodado». Era público que era una enemiga de Richelieu, y las Nuevas de Madrid de 12 de diciembre de 1636 refieren «que un ministro muy grave ha dicho que la venida de la Chevreuse a España ha importado más que si hubiésemos ganado y tomado al francés tres plazas fuertes e importantes» [Rodríguez Villa (240), 236]. Pero poco después se empezó a murmurar que «su venida era maliciosa y trazada por el cardenal [Richelieu]» y que «Richelieu nos engaña por medio de una mujer» (Cartas de jesuitas, 16 de mayo de 1638) [(491), XIV-114 y 115]. Se aseguró también que hizo sondeos en el puerto de La Coruña para la escuadra francesa, que, en efecto, intentó entrar allí en 1639. Salió de España y fue a Inglaterra, quizá con una misión que no llegó a cumplir y que no nos extrañaría dada la afición del Conde-Duque a servirse de gentes raras para sus intrigas internacionales. El espíritu aventurero e intrigante de la Duquesa pelotari debió prestarse bien a tales manejos. Hay, sin duda, algo oscuro en sus idas y venidas; pero lo cierto es que mientras vivió el Cardenal no pudo entrar en Francia. De otra gran señora, alojada en España, la Princesa de Carignan, se sospechó también que pudiera ser espía de Francia. <<

[693] Pérez de Guzmán, Prólogo a (56), pág. 174. <<

[694] Hauser (118), 327. Vassal-Reig dice que, a partir de la sublevación de Cataluña, Doña Isabel «fue más española que Felipe IV»; pero hasta entonces «tal vez favorecería los manejos» de la Corte de Francia [(273), 15]. <<

[695] Véase Cartas de jesuitas (491), XVI-382, 385 y 428. <<

[696] En la carta del P. Martín Montero de 5 julio 1642 se lee, por ejemplo: «La Reina sale muy a menudo a ver las compañías de soldados y habla mucho con los capitanes, exhortándolos al servicio del Rey. Dijo los días pasados que por qué no se despachaban algunas compañías, y diciéndola que no había dinero replicó que se gastase lo que en tal parte estaba, y luego, si fuese necesario, se vendiesen sus joyas» [(491), XVI-428]. <<

[697] Siri, en su Mercurio (257), dice que el empréstito lo hizo la Reina no con Corticos, sino con Mazzei, florentino, por valor de 300.000 escudos de plata. <<

[698] Véase (354). Estas cartas se acompañan de otras de la Infanta al Conde-Duque y la contestación de éste, muy semejante a las de la Reina; por eso no las publico. <<

[699] Novoa (201) la llama «la determinación impía del vellón», gracias a la cual «se veían las médulas de los huesos de los vasallos». Se contaron grandes desdichas de esta medida, probablemente exageradas. El mismo Novoa dice que «la viuda de Lelio Imbrea se hallaba a esta sazón con cerca de un millón de cuartos y aquel día se halló sin nada». Y que «un caballero de Carmona, al que cogió la baja con 100.000 reales, tomó una guitarra y se puso a danzar con sus criados» (Cartas de jesuitas, 20 septiembre 1642) [(491), XVI-465]. No en todas partes produjo este efecto la baja, pues la misma carta dice que en Soria, desde donde está escrita, «ha sido muy bien recibida la rebaja de la moneda, porque era tanta la carestía de los precios que no se podía vivir; han abaratado mucho las cosas y algunas de ellas una mitad». <<

[700] El libelo atribuido a Quevedo (438) hace alusión a esto: «Vuelto el Rey a Madrid… tuvo lugar, ocasión y manera la Reina, por las caricias con que el Rey la trataba, de introducirse diestramente a discurrir a S. M., etc.» También Siri, que habla de que los consejos de la Reina a su marido fueron dados «con arte, en esos momentos que las mujeres saben aprovechar bien en ventaja suya» [(257), 383]. <<

[701] Los papeles contemporáneos dicen, como antes se advirtió, que ayudó mucho a la Reina Don García de Haro y Avellaneda, Conde de Castrillo, que el propio Conde-Duque dejó, en su ausencia, encargado de la superintendencia de Hacienda. Era, a pesar de esta confianza del Valido, enemigo suyo por parentesco con el Marqués del Carpió, padre del desheredado Don Luis de Haro, y porque le habían quitado la presidencia de Indias para dársela al bastardo de Olivares. El papel Relación de lo sucedido (452) refiere que el Conde-Duque le pidió dijera al Rey que en breve podría disponer de varios millones, a lo que Castrillo, incapaz de mentir, se negó, riñendo los dos violentamente. El Rey los careó y se convenció, una vez más, de la falsía de su Valido. No hacen los jesuitas ni Novoa mención de este incidente, seguramente fantástico. En los jesuitas se encuentra el relato de un incidente análogo al atribuido a Castrillo —es decir, un noble que se atreve a decir al Rey la verdad que el Conde-Duque ocultaba—; pero el protagonista es, no Castrillo, sino el Marqués de Aytona, muy querido del Rey, como se demuestra en el elogio que hizo de él Don Felipe a Sor María de Agreda cuando, años después, se le confió el mando de los ejércitos de Cataluña, en febrero de 1647 [Cartas (344), 1-193], aunque por poco tiempo, pues sus faltas hicieron que en el otoño del mismo año se le destituyese y encerrase en La Alameda (que después se llamó «de Osuna»). Dice el jesuita que el Rey topó en Palacio con Aytona, que acababa de llegar de Zaragoza, «y le preguntó lo que había de Aragón y Portugal, a lo que el Marqués respondió claro lo que sentía. Fuese el Rey al cuarto del Conde-Duque y le dijo: "¿No me dijiste esto y lo otro?" Respondió asintiendo el Conde, y luego añadió el Rey: "¿Pues cómo el de Aytona me ha dicho lo contrario?" Quiso llamarle el Conde, a lo cual no dio lugar el Rey, y le dijo que se retirase a su quietud y le diese la llave de dos vueltas, y le dejó» (Carta de 21 de enero de 1643) [(491), XVI-497]. <<

[702] Ya en 1635, es decir, cinco años antes de la sublevación de Portugal, decía el P. Sebastián González: «De Lisboa escribe un padre de la Compañía que los caballeros y títulos de Portugal están muy sentidos de que la señora Duquesa de Mantua no les trate con las cortesías que ellos quisieran» (1 abril 1635) [(491), XIII-155]. Hay, claro es, otras muchas pruebas, aparte de esta impresión, tan expresiva, del jesuita. Los mismos biógrafos apologistas, como Quazza, no pueden decir apenas nada bueno de ella; reconocen, sobre todo, su altanería insufrible [(255), 233]. <<

[703] En Badajoz estuvo muy enferma: el Rey la envió los médicos de Palacio y, cosa rara, sanó [Pellicer (211), 3 septiembre 1641]. Este mismo Pellicer cuenta el incidente, varias veces reproducido, de un caballero de Santiago, Don Gregorio de Tapia, que se enamoró de la menina de la Duquesa, la Condesa de la Bastida. La Duquesa, siempre dispuesta a molestar, se oponía a estos amores y Don Gregorio, para vengarse, «tomó las chirimías con que acostumbraba a salir a asistir a los enfermos el Santísimo Sacramento» y se dirigió hacia la casa de Doña Margarita, que esperaba de rodillas, y entró rodeado de los músicos y de las hachas encendidas un mulato desnudo. Todo ello demuestra hasta qué punto podía ser botarate un caballero de Santiago. <<

[704] Siri dice: «La verdadera causa de la salida de la Duquesa de Mantua de Ocaña, sin haber recibido permiso, fue una orden secreta que recibió de la Reina para venir a Madrid…; el pretexto, aparente, de su viaje fue el estado miserable en que se hallaba» [(257), 388]. Lo del estado miserable es, sin duda, un elemento legendario; ya hemos visto que se comunicaba y hablaba largamente, con el Rey, y éste no consentiría su indigencia, aunque a la incómoda Princesa todo le parecía poco y en todas partes se quejaba. Dicen también los libelos que fue alojada miserablemente en un cuarto desnudo, en el pasadizo que unía el Alcázar con el convento de la Encarnación; pero no es exacto. Desde su llegada estaba «aposentada en un cuarto de la Encarnación, con guardia a la puerta como persona real». Carta del P. Sebastián González [(491), XVI-490]. <<

[705] De la Mantua en Madrid hablan el P. Sebastián González [(491), XVII-481] y Pellicer [(211), 25 octubre 1644], etc. El tratamiento que la dieron los Reyes era idéntico al de su cuñada la Princesa de Carignan, que vivía desde hacía tiempo en Madrid. Esta Cangnan era también una mujer llena de piques y altanerías, muy parecida a la Mantua. No dejan, por cierto, de ofrecer dudas algunos de sus pasos en España. Probablemente, por de pronto, estuvo en combinación con la Mantua en el pleito del Conde-Duque. Que éste la conoció y la tenía reconocida mala voluntad lo demuestran estas palabras de Don Gaspar en carta al Cardenal-Infante: «Señor, esta Princesa de Carignan nació para martirio de todos, y a fe, señor, que por el camino que sea posible es menester ponerle remedio» [(344), 20 marzo 1637]. También se sospechó que pudiera estar en relación con los franceses. Una carta del P. Sebastián González, en mayo de 1643, nos cuenta que Don F. Antonio de Alarcón y Don José González fueron a su casa de Carabanchel, con buen golpe de alcaldes, alguaciles y guardias, porque «se correspondía con Monsieur de La Mota y le tenía avisado que estuviese con 1.000 caballos en cierto punto»; «cogieron en Alcalá a un catalán que era el internuncio por donde iban y venían las cartas» [(491), XVII-97]. <<

[706] Véanse, sobre todo, Guidi (437) y Siri [(257), 393], tomado en gran parte de Guidi. <<

[707] Dice el P. Sebastián González, el mejor informado de los jesuitas, cuya correspondencia he aprovechado tanto, en carta de 25 de marzo de 1642: «Lo que ahora está más válido es la jornada de S. M. a Cataluña. Estaba echada por Agreda, que es raya de Castilla y de Aragón» [(491), XVI-299]. <<

[708] Véase el Memorial de Ripalda (402). Este P. Santo Tomás intervino también haciendo creer al Rey en las profecías de Chirimoya, asunto tocado en otras partes de este libro. Fue autor de un tratado político, estudiado por Desdevises du Dezert [(80), 37]. <<

[709] Ya Silvela dice que el Rey «se detuvo expresamente en Agreda para visitar a la venerable madre el 10 de julio de 1643» [(256), 1-90]. Era la monja hija de dos hidalgos de aquella ciudad e ingresó desde niña en el convento, alcanzando por sus virtudes el cargo de abadesa cuando tenía veinticinco años. La absurda deformación que produce el prurito de lo pintoresco en los extranjeros no podía conformarse con esta versión, y menos tratándose de Felipe IV y de una monja; y así leemos en Soulie [(259), 184] ¡que Sor María había sido en el mundo amante del Rey! <<

[710] Jesuitas, 21 de enero 1643 [(491), XVI-497]. <<

[711] El mismo valor tiene una carta del Rey al Duque de Medina de las Torres, el 25 de enero de 1643, dándole cuenta de la salida de su suegro, en tono afectuosísimo (373). <<

[712] Véase Apéndice XXVIII. <<

[713] Sobre las fuentes de este suceso véase Apéndice II. <<

[714] Es este billete, en efecto, muy parecido al decreto del día 24 de enero. Insiste mucho en él, en el aborrecimiento del pueblo a la persona de Olivares, por lo que le concedía la licencia, reiteradamente pedida, para salvar su vida, evitándole así a él —al Rey— el dolor de ver padecer a un servidor tan bien amado. <<

[715] Guidi (437). Es ésta otra de las frases desaparecidas en la versión española. Está en español en la edición original italiana. <<

[716] A este paseo, en evitación de escenas patéticas, debe referirse la carta del Conde-Duque al Príncipe Baltasar, copiada más adelante. <<

[717] La falsedad de esta frase se evidencia, además, porque en cada versión del relato de Guidi aparece de distinta manera. Lo de «la horca» falta en muchas. En las versiones españolas, tanto en las de la variedad «Quevedo» (433) como en las de la variedad «Carreto» (439), falta por completo, y es tanto más de extrañar por el gusto que hubiera dado a los libelistas y a sus lectores. <<

[718] Como es sabido, la puerta y jardín de la Priora estaban al este del Alcázar, en el terreno que hoy ocupan parte de la plaza de Oriente y las demolidas caballerizas. <<

[719] Dice Novoa (201), por ejemplo, que acompañaban al Conde-Duque en el coche de la fuga el P. Pecha y el P. Aguado. Ninguno de los dos iba con él. El relato de Guidi (437) dice que salió como un malhechor, acompañado de dos jesuitas: eran, sí, dos hombres con traje talar: Martínez Ripalda y Rioja, que no era jesuita. Pellicer (211) dice que le acompañaban «Tenorio, su confesor, y el Inquisidor Rioja». Sin duda confundió a Tenorio con Grajal, que era, y no aquél, el acompañante. Barrera [(29), 70] estudia las diferentes versiones y concluye que sus cirineos eran Ripalda, Grajal, Tenorio y Rioja. No tienen importancia estos detalles; pero lo casi cierto es que fueron estos que dice Barrera. <<

[720] Relaciones topográficas [(234), 360]. Dice Guidi (437) que Loeches tenía 80 casas en tiempo del Conde-Duque A mediados del siglo XIX solo tenía 158 [Madoz (153)]. <<

[721] En la Colección Solazar (425) existe el documento de Desmembración y venta de la villa de Loeches, que da curiosos detalles de su historia. Resulta de ella que en 1579 fue vendida la villa al genovés Baltasar Cataño o Castaño «para atender a los grandes gastos de la guerra». Este Castaño traficaba con estas compraventas desde los tiempos de Felipe II: véase mi libro (168). Tenía, por entonces, la villa 403 vecinos. El coste de la venta fue de 608.160.772 maravedíes y medio. En 1581, Castaño cedió y traspasó la dicha villa de Loeches y todo su contenido a Don Iñigo de Cárdenas Zapata, del Consejo Real, Comendador del Corral de Almaguer, de la Orden de Santiago. Este Don Iñigo y su mujer, Doña Isabel de Avellaneda, fundaron el Loeches el humilde convento de Carmelitas y en Madrid el de monjas de la Orden de Santiago con título de Santiago el Mayor. En 1633 habían muerto los esposos Cárdenas, y los patronos del convento de Madrid sacaron la propiedad de Loeches a venta y «hubo varias posturas y pujas, y la última fue por parte del Excelentísimo Sr. Don Gaspar de Guzmán en 170.200 ducados, pagados al contado, y se remató a S. E. y se depositó el dicho dinero». Firmó la escritura, en nombre de Olivares, Don José González, y actuó como secretario de S. M. y oficial mayor de la escribanía de cámara del Consejo de la Orden, por parte de la de Santiago, Don Francisco de Quevedo. Supongo que sería el gran poeta, que aparece firmando con el mismo título otros documentos en 1643, recién salido de su prisión. Véase Díaz Ballesteros (81), 179. <<

[722] Como todo lo referente al Conde-Duque tiene su leyenda, perdura aún en Loeches, entre la comunidad y también en la Casa de Alba, la tradición oral (no he encontrado ninguna referencia escrita) de que un día el Valido y su mujer, paseando por el pueblo, quisieron visitar el convento de Carmelitas. Éstas no les recibieron, y entonces el orgulloso ministro juró levantar enfrente otro que le hiciese sombra. No hay para qué insistir en la inverosimilitud de este cuento. No había iglesia ni convento que no se abriese, alborozadamente, al poderoso magnate, señor de España. <<

[723] Don Pedro Rodríguez Campomanes (237) marca en once leguas y media la distancia entre Aranjuez y la Venta de Meco, pasando por Bayna, Arganda y Loeches. Para ir de Madrid a Loeches se iba, probablemente, hasta Torrejón de Ardoz y de allí a Loeches; unas cinco leguas: algo más de lo que dicen los papeles de la época. <<

[724] Rodríguez Villa [(240), 133]. Estas aguas que trajo el Conde a su casa y al convento nacían en el valle de Roenes (sic), hoy Val de Ruines. La conducción costó 8.000 ducados. El pueblo, pobre en aguas potables hasta entonces, poseía el manantial de las medicinales, que más adelante se difundieron mucho. La inauguración de las aguas se hizo el 12 de junio de 1637, con grandes fiestas y alborozo en el pueblo. Este viaje ha sido ya citado por la rapidez con que lo hizo el Valido. No los cita el doctor Alfonso Limón Montero en su famoso Espejo cristiano (143). Habla mucho, en cambio, de las aguas de Corpa, lugar no lejano de Loeches. En toda esta región hay manantiales medicinales, pero a todos los ha eclipsado el de Loeches y el de Carabaña. Según el doctor Limón, tomaban el agua de Corpa, con gran éxito, Felipe II, que era muy estreñido, Felipe III y Felipe IV; pero Limón asegura que a este último le hicieron daño, contribuyendo a la formación del gran cálculo renal que el cirujano Oliver le encontró en la autopsia. También tomaba este agua el Cardenal-Infante Don Fernando, y con tanta afición que, según el doctor, se la hacía enviar a Flandes, confirmándolo las Nuevas de Madrid, según las cuales enviaba a su criado Ortis a buscarlas desde tan lejos. Es seguro que el Conde-Duque, tan entusiasta de todo lo de Loeches, se las haría beber al Rey. Ford [(95), 11-882] habla de estas aguas de Corpa, «que abren tanto el apetito, que, según Morales, un labrador que las bebió se comió de una vez el pan que llevaba para toda la semana, de donde el nombre de Fuente de las siete hogazas»; observa el viajero inglés la incongruencia de que aguas de tal virtud aperitiva existan en una región donde el apetito es normalmente más importante que los modos de satisfacerlo. <<

[725] Dan la noticia los jesuitas (Carta del P. Lucas Rangel, 20 noviembre 1640) [(491), XVI-80], y, sobre todo, Pellicer [(211), 27 noviembre 1640]. Dice éste que a la ceremonia de la mudanza y exposición del Santo Sacramento en la iglesia asistió el Rey, pero «con poco ruido y ostentación». Dijo la misa de pontificias el señor presidente de Castilla y predicó fray José de la Cerda, obispo de Almería. A los pocos días visitó también el convento la Reina. Sobre la obra del convento de Loeches hay numerosas noticias en el Archivo de Protocolos (426); debo estos datos a la ilustre escritora Doña Nicasia Luis Castrovila y al Marqués del Saltillo, que prepara la publicación de estos documentos. La traza y ejecución del convento fue obra de Cristóbal de Aymbra, que, con su hermano Juan y a las ordenes de Alonso Carbonel, fueron también arquitectos del Buen Retiro. <<

[726] Novoa (201), IV-157. <<

[727] Véase la historia de estos cuadros en el Apéndice XXXIII. <<

[728] Fue este zócalo trasladado a la portería de las oficinas de la casa del Duque de Alba, en Madrid, que ahora ha sido demolida. <<

[729] Ya hablaré de la respuesta del Conde-Duque y de Bolaños a estos ataques por el lujo de Loeches, que concretó la acusación de Mena. Novoa tenía la obsesión de Loeches. «Cuando —dice una vez— un edificio sin moderación y sin medida se mostraba, sin empacho de lo gastado, a cinco leguas de Madrid, cuando pudiera ser alivio de necesidades públicas, de armadas, de ejércitos, etc.» [(201), III-301]. Otra vez describe la grandeza de Loeches, que pasaba ya de los 300.000 ducados de gasto, produciendo maravilla que el Conde, que unos años antes tenía que empeñarse «para comprar una librea en una fiesta y apenas la podía pagar», derrochase así el dinero en un edificio inútil [(201), III-354]. <<

[730] Entonces esta tribuna, como era costumbre, comunicaba con las habitaciones de Olivares. Ahora está aislada de las ruinas del palacio. <<

[731] Véase Siri [(257), 427] y carta del P. Sebastián González de 1 de febrero de 1643 [(491), XVII-2]. Este padre, informado, sin duda, por el propio Ripalda, que dirigía el rosario, cuenta que el Valido le ofrecía por la salud de SS. MM., con lo que probaba su falta de rencor hacia ellos. <<

[732] Se conservan en el convento de Loeches, en efecto, algunos manuscritos, redactados, al parecer, por alguna monja que trataba al Conde-Duque. Es lo único que se salvó de la rapiña cuando la francesada. En el manuscrito a que ahora nos referimos, titulado Algunas notas biográficas, da detalles sobre otras devociones de Olivares y sobre la complicación con que rezaba el rosario (305). <<

[733] Así lo refiere el P. González en la carta citada, nota 12. Añade que el Condestable pidió permiso al Rey para ir a Loeches y éste le contesto «Id en buen hora, pero ni le veréis ni le hablaréis». <<

[734] Pellicer (211), 14 julio 1643. <<

[735] Novoa [(201), IV-93]. Persistía, pues, la manía de Olivares en rodearse de espías, o la manía de Novoa de verlos en todas partes. <<

[736] Carta del P. Sebastián González, 3 marzo 1643 [(491), XVII-31]. Algunos autores refieren, falseándolo, este incidente entre el Conde y los labradores durante la estancia de aquel en Toro. <<

[737] Véase (356). Es un papel de letra de la época, con toda certeza auténtico, del Conde-Duque. <<

[738] Véase Jesuitas (491), XVII-105 y 109. <<

[739] El sobre de la carta que indudablemente copió Ripalda y se lo mostró a los compañeros de Orden, decía así: «Al señor Don Luis de Haro, mi señor y mi sobrino, mi amigo y mi valedor, que Dios guarde más que a mí, como deseo y he menester»: literatura de náufrago. <<

[740] Seguramente la obesidad y la arteriosclerosis de Don Gaspar le hacía temer el clima caluroso de Andalucía. También hablan los jesuitas de que tal vez elegiría «el Jardín» a ser nuestro vecino» [(491), XVII-103 y 106]. No sé dónde estaba este «Jardín próximo a los Jesuitas. <<

[741] Novoa [(201), IV-19]. Más adelante escribe: «Los tributos que con su caída pareció que se moderaban subieron a mayor crecimiento y la necesidad su aumentó» (Ibidem, pág. 84). Véase también IV-95. Y Pellicer (211), 12 octubre 1643. <<

[742] Véase Cartas de jesuitas, 2 mayo 1643 [(491), XVII-85]. Se decía que se le estaba preparando la casa de Uceda para vivienda. Lo mismo afirma Novoa: «Decían en la corte que andaba un duende en Palacio [Olivares] y que el Rey le escribía y se aconsejaba en él» [(201), VI-118]. El Memorial de Ripalda (402) alude también, negándolas, a estas supuestas entrevistas en el Buen Retiro. <<

[743] Memorial de Don Antonio de Galarza (397). Da, en efecto, la impresión de un exaltado, no normal. Él mismo se titula «sacerdote desvalido, desdichado y perseguido, pobre y hambriento». Fue preso a consecuencia de este atrevimiento, y desde su cárcel escribió otro Memorial, insistiendo en sus puntos de vista y pidiendo que le libertasen, el cual fue entregado al Rey, al salir de Palacio, el domingo siguiente. <<

[744] Hay otros testimonios de esta ingenua actitud popular, que hemos visto repetida en el mismo Madrid cuando la caída de la Monarquía en abril de 1931 «No se fue, que le hemos echao», vociferaba la plebe. <<

[745] Llevaba recados del P. Pereyra al P. González (491), XIV-204. <<

[746] Véase Sagredo (382). <<

[747] Veáse Jesuitas (491), XVII-98. <<

[748] Véase Silvela (256), 1-72. <<

[749] Sin embargo, Cánovas leyó deprisa el documento. Llama a Ahumada, su supuesto autor, Humena, tomando la equivocación, sin duda, de la carta de Nicolás Sagredo (382). Al referirse a las cartas del P. Sebastián González, que hablan de estos asuntos, le llama repetidamente «el P. Rafael», y no era Rafael, sino Sebastián. Rafael era el P. Rafael Pereyra, a quien las cartas iban dirigidas. Es, pues, esta información del gran historiador un tanto atropellada. <<

[750] Pérez de Guzmán (214). Sus elogios al Nicandro son desmesurados. Llega a decir que «las Memorias atribuidas en nuestro tiempo al Príncipe de Bismarck, en Alemania, no admiten comparación con el Antídoto del Conde-Duque». <<

[751] El P. Sebastián González dice: «Coligen no es el autor Ahumada, sino persona de más importancia.» No hay duda que esa persona importante, a la que no nombran por el miedo que aún perduraba, era el Conde-Duque. Cánovas opina así también y resueltamente [(55), 1-171] y lo mismo Morel-Fatio (194). <<

[752] Carta del P. Sebastián González de 9 de junio 1643 [(491), XVII-110]. El biógrafo de Rioja, D. C. A. de la Barrera, le atribuye también la paternidad del escrito (29). Novoa (201), IV-120. <<

[753] Véase Jesuitas (491), XVII-104. Añade el hermano Ruíz que algunos decían que lo político era del Conde, lo moral de otro y lo teológico del P. Martínez Ripalda. <<

[754] En la versión del Nicandro que se conserva en el Manuscrito (301) se atribuye su paternidad a «Don Joseph González, del Consejo Real, aunque salió sin nombre de autor». Desde luego, puede darse por falsa esta atribución, que demuestra que cada cual suponía como autor a cualquiera de los amigos de Olivares. <<

[755] A la misma conclusión respecto a la paternidad de El Nicandro, llega autor de tan indiscutible autoridad como A. G. de Amezua en el excelente estudio que ha dedicado a este punto (15), en el cual cita un testimonio interesante, no conocido por mí, del Duque de Híjar, que asegura «cómo habría hecho El Nicandro el Conde». Como dice el mismo Amezua, es difícil colegir de su declaración si acusaba a Don Gaspar como redactor directo del papel o sólo como inspirador. En todo caso, era una acusación apasionada, puesto que Híjar capitaneaba a los Grandes que estaban decididos a hundir al ministro. <<

[756] El P. González dice que el impresor, asustado, fue a advertir al alcalde del peligro de imprimir un papel «tan acedo», y el alcalde le respondió: «Enmiende allá lo que le pareciere e imprímalo». <<

[757] Novoa (201), IV-123. <<

[758] El texto completo de esta acusación puede verse en (404). <<

[759] Véase (491), XVII-156 y Pellicer (211). En éste, como en otros muchos puntos, Pellicer sigue de cerca y a veces copia literalmente a los Jesuitas. <<

[760] Este importante papel de Bolaños dice, por ejemplo: «No sé cómo puede haber quién se atreva a recibir a V. M. culpas del Conde tan fuera de fundamentos, porque aunque le tuvieran [el fundamento] muy grande, se habían de referir con más decencia por no dejar de tocar parte a su real grandeza, así por la elección del puesto en que le puso como por la asistencia continuada con que le mantuvo en él» (292). <<

[761] Véase (407). <<

[762] Noticias interesantes sobre Adam de la Parra y los acontecimientos de este período en Entrambasaguas (84). Pero, en verdad, y a pesar de los copiosos documentos originales que acompañan a este estudio, queda un tanto oscuro —no tanto como en el caso de Quevedo— el motivo de la prisión del Inquisidor que tanto tuvo que ver con nuestro gran poeta. <<

[763] «Partió de aquí [Salamanca] para Madrid la Condesa de Monterrey, no quiso ir a Toro a ver a su hermano, el de Olivares, ni el salir tres leguas a verla, y si se fue sin verlo»: Carta del P. Martín de España, 29 agosto 1643 [(491), XVII-215]. <<

[764] Cartas de jesuitas, 16 jumo 1643 [(491), XVII-115]. Agrega el relator, refiriéndose a Oropesa «El tal Marques nuevo es de los más malos niños que he visto en mi vida». <<

[765] Carta del P. Sebastián González, 16 junio 1643 [(491), XV11-117]. Otra carta de esta colección, ya citada (nota 2), dice que se permitió a Olivares oír misa en Atocha y que allí vio a Doña Inés y a Haro. Como Atocha estaba en las afueras, tal vez desde allí siguió, rodeando el sur de la villa, hasta Pozuelo. <<

[766] Véase (453). <<

[767] Véase Ulloa (458). <<

[768] Véase el Decreto (483). <<

[769] Véase Jesuitas (491), XVII-156. La fruta de Toro era renombrada, entonces, como la mejor de la Península: véase Zapata (291), 56. <<

[770] Dice Artigas [(272), LXI]: «En esta pequeña corte de Toro, como en la grande de Madrid, hervían, por lo visto, las pasiones, los celos y las envidias de los cortesanos. Ulloa, infortunado siempre en estas lides, cayó pronto de su valimiento. Lo sabemos por la epístola que dirigió a su amigo el P. Hernando de Ávila, de la Compañía de Jesús, en la Provincia de Andalucía, cuando la envidia procuró estorbar el valimiento que tuvo con el Conde de Olivares en Toro». <<

[771] Jesuitas (491), XVII-346. <<

[772] «Jueves, 9 de julio. Visitó el Conde-Duque los Monasterios de la Concepción y Santa Catalina de Sena (que le faltaba) y a éste, por ser muy pobre, trató de situar una limosna considerable» (448). <<

[773] En carta de Francisco Álvarez de 1 de octubre de 1643, desde Villagarcía (de Campos), leemos: «El Conde-Duque se está en Toro, muy de asiento, muy apacible y cortés. Vendrá a honrar este Noviciado para San Francisco Xavier. Previénesele un coloquio que dará luego el P. Valentín, que sólo a este fin vino a este colegio» (Jesuitas (491), XVII-280). Otra vez «a la Espina, convento de frailes bernardos» [(491), XVII-506]. <<

[774] Es sabido que la misma Sor María de Agreda insinuó a Felipe IV las altas dotes de Híjar, lo cual la puso en crítica situación con el Rey y la opinión (pues el Duque exhibió estas cartas en su proceso) cuando años después Híjar tramó (o sirvió de pretexto para ella) la conspiración contra el Rey, que tuvo por fin la muerte en el cadalso de sus cómplices y su destierro perpetuo a San Marcos, de León. El Rey, que conocía bien a Sor María y sabía que obró, al alabar al Duque, de buena fe, se portó con generosa delicadeza con ella; y de la gratitud con que fue correspondido dan buena muestra de cartas en que ella trata de este incidente. Véase (87). <<

[775] Novoa [(201), IV-164]. Este autor hace una insinuación maligna a posibles prácticas homosexuales en Híjar. Dice que fue desterrado «hasta que aprendiese la cordura y la buena prudencia, y —añade— parece que lo tomó de la política de los griegos que tenían casas particulares, donde ponían a los mancebos para que en sus principios aprendiesen esta virtud». Ya hemos hablado de la enorme extensión que en esta época adquirieron las perversiones sexuales, sobre todo en las clases sociales altas; pero Novoa era tan resentido que, con su solo testimonio, nada de esto se puede creer. <<

[776] Novoa (201), IV-182. <<

[777] Por su importancia publicamos un extenso resumen en el Apéndice XXXI. <<

[778] Véase pág. 335. <<

[779] Está esta carta postrera del Conde-Duque incluida en una de las del P. Sebastián González, 19 octubre 1643 [(491), XVII-316]. <<

[780] «El P. Pedro Pimentel vino a hablar a El Pardo a S. M. de parte del Conde-Duque. Lo que se dice es que le habló en razón de que el oficio que tenía la Condesa de Olivares de aya de la Infanta no se proveyese en propiedad en ninguna persona, sino sólo en ínterin. Estuvo en audiencia pública más de una hora; hay quien diga no fue esto sólo lo que trató. Veremos si resulta algo de esta plática, que creo no ha de ser de efecto». No me cabe duda que el P. Sebastián González, autor de esta carta (22 noviembre 1644) [(491), XV1I-506], conocía por el propio P. Pimentel el objeto de la entrevista, cuya conclusión —que no se proveyese el puesto de la Condesa— era el fin del Memorial de Ripalda, que entregaría al Monarca; y debía saber también la respuesta de éste, negativa, que expone en su cauteloso «creo que no ha de ser de efecto». <<

[781] Cit. por Cruzada Villamil [(76), 143]. <<

[782] Jesuitas (491), XVII-143. <<

[783] Jesuitas (491), XVII-506. Dice que eran un fiscal y un secretario de la Inquisición (tal vez los de Toledo, que refiere Quevedo) y el Inquisidor Nestares, de Valladolid. <<

[784] Guidi. Versión «Quevedo» (438). <<

[785] Novoa (201), IV-182. <<

[786] Estas hipótesis las recoge, con prudencia, el P. Sebastián González (8 agosto 1645) [(491), XVII-128]. Al terminar dice: «En breve sabremos lo que tiene más fundamento de probabilidad». Esperaba, sin duda, los informes del P. Martínez Ripalda, de la Casa, que asistió a los últimos días del Valido. Pero esta explicación no apareció en parte alguna. <<

[787] Véase la Carta publicada en el Apéndice XXV, c. Véase también en el Apéndice XXVII la carta de Quevedo de 29 de agosto de 1645, en la que atribuye la muerte de Olivares a que se enteró de que Don Luis de Haro iba a ser sustituido por el Marqués de Villafranca. <<

[788] Roca (455), 160. <<

[789] Córner (255), 11-13. <<

[790] Jesuitas [(491), XIV 321]. Dice así el texto «A la Condesa de Olivares envío la Reina cincuenta pares de medias de seda y oro de Inglaterra, y al Conde-Duque le envío dos muletillas de madera y hechura extraordinarias». Ocurría este obsequio en 1638, muy cerca ya de la caída de Don Gaspar, y desmiente, una vez más, el odio que, según los autores, profesaba Doña Isabel al matrimonio Olivares. <<

[791] Novoa (201), 1-38. <<

[792] Marañón (161), 234. <<

[793] Langle (139). <<

[794] Jesuitas (491), XIII-417. <<

[795] Maroja (474). Estas bebidas a que se refiere el doctor eran, seguramente, las infusiones habituales, ya muy usadas en la época, y, sobre todo, el chocolate. Éste no se consideraba entonces, cual ahora ocurre, como un regalo del paladar y un alimento, sino como un tónico. Juan de la Mata dice que «es utilísimo para confortar el estómago y el pecho; mantiene y restablece el calor natural; alimenta, disipa y destruye los humores malignos; fortifica y sustenta la voz» [(170), 145]. De todas estas virtudes necesitaba el incansable trabajador. Pero luego había una porción de hedidas, hoy en desuso, a base de agua, alcohol y especias y hierbas aromáticas, como canela, nuez de especia, clavos, anís, jazmín, romero, azahar, etc. La mezcla se destilaba, transformándose, en efecto, en verdaderas «quintaesencias». En el Tratado de repostería de Mata se encuentran descritas las recetas de tales bebidas con los nombres de «Aurora», «Bebida imperial», «Hipocrás», «Rosoli», «Agua de la Reina de Hungría», etc. Eran como los «coktails» actuales y se comprende que su abuso podía producir los mismos estragos que éstos. De la preparación y suministro de tales brebajes estaba encargado su botiller Domingo Herrera de la Concha. Tenía la botillería cerca del cuarto del Conde-Duque en Palacio. Las tardes de verano juntábase Don Gaspar con sus secretarios en la galería del Cierzo, y Herrera les servía «agua de limón y de las otras bebidas». Este Herrera, montañés, con las virtudes de ahorro y la tendencia a la especulación prestamista típicos del pasiego, acabó siendo un poderoso señor y, finalmente, Conde de Noblejas. Fue muy fiel al Conde-Duque y esto le hace perdonar sus préstamos. Intervino en la impresión de El Nicandro, como se ha dicho en el texto. Ya retirado y opulento, tenía, en lugar preferente de su casa, un retrato de su antiguo protector. Véase sobre este personaje, Saltillo (247). <<

[796] Cartas al Cardenal-Infante (344), 20 marzo 1637. <<

[797] Cartas al Cardenal-Infante (344), 14 julio 1636. <<

[798] Un síntoma muy común en este estado son las almorranas, y podemos suponer que las padecía Don Gaspar por un papel jocoso, titulado «Carta de Maese Nicolás» (490). En él se lee: «Como me guardes secreto, te fiaré uno que me comunicó Simoncillo, el que curaba las almorranas al Conde-Duque». El Simoncillo a que se refiere el papel no es otro que el famoso criado de Olivares, Simón Rodríguez Uberna. <<

[799] Jesuitas (491), XVII-346 y XVI-470. <<

[800] «Estoy con fortísimo corrimiento a toda la cara, dientes, muelas y encías», escribía al Cardenal-Infante. Cartas (344), 1 mayo 1636. <<

[801] Véase Guidi, ya citado. El Gil Blas de Santularia, que, sin duda, recoge un eco de lo que pensó del Conde-Duque el pueblo, alude también a su locura en forma de alucinación. Cuando Gil Blas visita por última vez al Conde-Duque, desterrado en Loeches, éste le dice: «Me domina una negra melancolía que poco a poco me va acortando los días de la vida. Casi a cada instante estoy viendo un espectro que se pone delante de mí bajo una forma espantosa». Por cierto que en la novela se dice que Olivares testó y murió en Loeches, error sin importancia en un libro de fantasía, pero que algunos historiadores y genealogistas han copiado. Incluso en el retrato de Maella y Noseret, de la colección Retratos de españoles ilustres, tal vez la más difundida en España de sus efigies grabadas, figura como muerto en Loeches. <<

[802] Carta al Cardenal-Infante (344), 6 enero 1639. <<

[803] Todos estos datos están tomados de los pleitos de sucesión, sobre todo del (464). <<

[804] Don Cipriano Maroja era de la Huerta del Rey (Burgos). Estudió en Alcalá. Fue discípulo de Jerónimo Morales del Prado en Valladolid y, como se ha dicho, catedrático en dicha Universidad, de método, de vísperas, de prima y de Avicena. Sus obras se titulan: Defebritus et lue venérea, Valladolid, 1641; Praxim universalem de morbis internis, Valladolid, 1642; Consultationes, annotationes et observationes ad Phitosophiam et Medicinam attinentes et adpraxim máxime conducentes una cum plurimis disputationibus phisicis et medicis, Valladolid, s. a. En uno de estos libros se refiere el caso de una mujer que quiso envenenar a su marido y le dio, poco a poco, sublimado corrosivo; no le mató y, en cambio, se curó de un morbo gálico que padecía. Hernández Morejón advierte que es la primera observación de la virtud antisifilítica del sublimado [(120), V-302]. La fecha en que fue nombrado médico de Felipe IV, que Morejón no fija, es, seguramente, anterior a 1649, en que está escrita su Memoria sobre la muerte del Conde-Duque (474) (que, por cierto, no cita Morejón) y en la cual figura ya como médico regio. <<

[805] Debe quedar consignado el nombre del cirujano sangrador, se llamaba Jerónimo de Montealegre, véase (463), f 396. <<

[806] Véase la partida de defunción en el Apéndice XII. <<

[807] Véase (442). <<

[808] Calvo (52) refiere una pequeña pugna local sobre si fue esta iglesia de San Ildefonso la que acogió el cadáver de Olivares o, como otros afirman, la de Carmelitas Descalzos. <<

[809] Véase (442). <<

[810] Véase en el Apéndice XV la relación de los enterramientos de Loeches. <<

[811] Jesuitas [(491), XVIII-138]. Esta relación de las tempestades del entierro ha sido copiada diferentes veces más o menos completa. Fue publicada antes que en los tomos de Jesuitas del Mem. Hist. Esp. en la Colec. de Doc. Hist. Los enemigos del Conde-Duque acentúan el simbolismo de la tormenta. En la Relación de lo sucedido (436) se lee: «Desde que llegó [el entierro] a la puente segoviana hasta que pasó fuera de la puerta de Alcalá se levantó una muy terrible tempestad de agua y granizo y cayeron dos rayos. Fue a 10 de agosto, a las tres de la tarde, y luego se serenó. Pudo ser natural accidente del tiempo, más dio mucho que discurrir haber sido en solo el tiempo que tardó en pasar el cuerpo del Conde». Novoa dice: «Como estábamos en Zaragoza, los de Madrid nos ponderaron mucho lo recio de una tempestad cuando llegó [el entierro] a la puente de Segovia; fue, acaso, condición del tiempo y no de la ocasión, ni sería otra cosa, y no siendo yo amigo de escribir prodigios, ni dar causas vanas a cosas semejantes, dicen que el agua era un diluvio y que lo mostró Manzanares; los truenos, espantosos; y que llovía el cielo rayos, y que al principio no se reconoció más que de una pequeña nube que los vino siguiendo desde Toro y aun maltratando, y que allí se explayó en tempestad horrenda, y que si con tiempo no pasaran la barca de Jarama corrieran todos fortuna de la corriente» [(201), IV-183]. <<

[812] Jesuitas (491), XVIII-134. <<

[813] Novoa (201), IV-184. <<

[814] Véase Apéndice XXXII. <<

[815] Mesonero Romanos (167), 304. <<

[816] Capmani (57), 123. <<

[817] Peñasco (212), 162. <<

[818] Roca (456). <<

[819] Novoa (201), II, 335. <<

[820] Mesonero Romanos (186). <<

[821] Debo su conocimiento y copia a mi ilustre amiga María Luisa Caturla (439). <<

[822] Véanse estos detalles en Marañón (433). <<

[823] Véase (431). <<

[824] La relación de los libros del Conde-Duque que pasaron al convento del Ángel está en la Colección de Muñoz (390). <<

[825] Véase P. Zarco (292 y 293), P. García de la Fuente (102), P. Antolín (16). Poseo nota detallada de los manuscritos escurialenses que fueron del Conde-Duque gracias a la bondad del P. Zarco. <<

[826] El original de estas cartas existió en el archivo de Don Miguel Ximénez Navarro, Conde de Rodezno, en 1783, en cuya época los copió Don Anselmo de Ribas. Esta copia es la que se conserva hoy en el archivo del actual Conde de Rodezno. <<

[827] Probablemente fue una carta circular dirigida a todos los obispos de España. <<

[828] NOTA DEL EDITOR: Dentro de la bibliografía sobre el Conde-Duque de Olivares más notable, muy posterior incluso al fallecimiento del doctor Marañón, habría que aducir tres obras básicas para ulterior información del lector, que en nada empañan la vigencia del libro que tiene en sus manos. La primera es el correspondiente tomo XXV de la gran Historia de España Menéndez Pidal, La España de Felipe IV (Espasa-Calpe, Madrid, 1982), donde cabe destacar la colaboración del profesor John H. Elliott, El programa de Olivares y los movimientos de 1640. Otra es el libro fundamental de carácter biográfico del mismo J. H. Elliott El Conde-Duque de Olivares (Editorial Crítica, Barcelona, 1990). Y, por fin, la obra conjunta La España del Conde-Duque de Olivares (Universidad de Valladolid, 1990). <<