[241] Un fragmento de carta (CLXVI-A) del P. Andrés Mendo al P. Pereyra, jesuita, que publica también Astrana, de estos mismos días, dice: «Don Francisco de Quevedo se está preso en León y su amigo el Duque de Medinaceli sale desterrado de Madrid.» <<
[242] Cartas CLXVII-A en adelante y las XXXIV-N en adelante. <<
[243] En la carta CLXVII-A a persona desconocida, justamente alabada, con las dos siguientes, por Astrana, como joyas literarias y morales, dice: «¿Pregúntanme por qué estoy preso? Respondo que por lo que no sé.» <<
[244] Es fenómeno de todos los tiempos. Don Jacinto Benavente se quejaba, sin demasiado dolor, en una de sus comedias, de que todo chiste o sucedido satírico que corría por España se le atribuía a él; durante la Dictadura española de 1923 a 1929 casi todos los versos clandestinos que aparecían se atribuían a Luis de Tapia, etc. <<
[245] Astrana supone que este traidor pudiera ser Don Lorenzo Ramírez de Prado, amigo de Pellicer, el autor de los Avisos [(226, prosa), 1580] y autor, a su vez, de unos versos glosando, en sentido contrario, el Memorial de Quevedo. Fernández Guerra [(90), 139] dice que se enteraron del autor del Memorial por una mujer. El mismo Astrana dice, sin citar la procedencia del dato, que al registrar la casa de Medinaceli no se encontró ni el Padre Nuestro ni el Memorial [(226, prosa), 1574]. Ahora bien; si los versos los había leído ya el Rey y se sabía por el delator y por el diagnóstico público que su autor era Quevedo, ¿qué interés había en encontrarlos en su domicilio? Se podrá argüir que se buscaban como prueba para la prisión los originales; mas, entonces, si no se encontró esa prueba, ¿cómo se condenó a Quevedo, y con aquella severidad? Lo que buscaron en el palacio de Medinaceli fueron, sin duda, cosas de mayor trascendencia que estos poemillas satíricos a los que la corte esta harto acostumbrada. <<
[246] Véase Fernández Guerra [(90), 352]. Al fin, previa otra consulta del mismo Chumacero, fue dada la libertad a Quevedo, pero a regañadientes. <<
[247] Fernández Guerra (90), 139. <<
[248] Castro [(62), 123] Más aún, Astrana, que juzga con indudable apasionamiento al Conde-Duque, llega a decir que «quizá con la intervención del prelado, evitóse que le degollaran [a Quevedo], como quería el Conde-Duque» [(226, prosa), 1574]. Es evidente que no hay prueba alguna de tan siniestro propósito. <<
[249] Véase en el Apéndice XXVI un resumen de estas cartas, importantísimas para juzgar esta cuestión. <<
[250] Astrana dice, por el contrario: «Este Memorial no surtió efecto alguno ni el Conde-Duque debió de entregarlo al Rey. La prisión continuó rigurosísima, suavizándose, al fin, por la intervención de algunos amigos, pero a espaldas del Poder» [(226, prosa), 1582]. No están documentadas estas suposiciones. <<
[251] Una carta (CLXIH-A) del arzobispo al Rey, lleva una nota de mano real que dice: «Así lo he mandado, sin darle el nombre del preso hasta ahora.» Astrana supone, sin pruebas, que el arzobispo, que era concuñado del propio Quevedo, debió advertir a éste, en secreto, la tempestad que se cernía sobre él, y que a eso debió el que resultara infructuoso el registro de sus papeles. <<
[252] Fernández Guerra (90), 151. <<
[253] «Desde que V. M. reina he estado preso tres veces antes de ésta —dos por la prisión del Duque de Osuna y la tercera porque defendí el Patronato de Santiago, Apóstol de España—, siendo caballero religioso profeso de su Orden, y en ninguna de estas prisiones se me hizo cargo ni se me tomó confesión.» Carta CXCI al Rey Felipe IV desde San Marcos, de León. <<
[254] De erudito tan mesurado como Artigas son estas palabras: «El gran Don Francisco de Quevedo, más adulador de lo que se supone y de lo que pudiera esperarse de sus alardes de independencia.» Son también muy interesantes los severos juicios de la Pardo Bazan (208), en su estudio, admirable, sobre Quevedo. Hasta sus apologistas, como Merimee (185) y, entre los más recientes, Bouvier (45), se extrae una impresión penosa de muchos de los aspectos de la vida del gran escritor. <<
[255] Dámaso Alonso, con corteses razones, da esta interpretación de la prisión de Quevedo como fruto de mi «parcial simpatía» por Olivares (5), pág. 553. Con la gran admiración que siento hacia él, quiero objetarle que ninguno de mis argumentos ha sido desmantelado y que esta idea mía sobre la prisión del gran poeta no sólo es anterior a mi interés por el Conde-Duque, sino que fue uno de los motivos que me impulsaron a estudiar a fondo la figura del ministro de Felipe IV. <<
[256] Cánovas [(55), 1-132]. El Conde de la Roca describe así el origen y objeto de la histórica ventanilla: «Deseó [el Conde-Duque] que el Rey fuese ejercitándose para gran Rey y, sin fastidio, aficionarle a lo que le constituyese tal y le pudiese ser útil en todo tiempo, y también que los ministros se persuadiesen a que su Príncipe no se había descuidado de sus acciones. Y para engarzar estas dos cosas hizo abrir ventanas a todas las salas de los Consejos, con unas celosías de tal disposición que desde ellas pudiese el Rey ver y oír sin ser oído ni visto… Ésta fue invención del gran Bayazeto, que abrió en el Diván, que es su Consejo mayor, una ventana de éstas, desde la cual, dice un historiador grande, tenía a la vista gran parte de la África y Europa» [(455), 202]. Esta historia de Bayazeto la repitieron luego los libelos de la época de su caída, achacándosela a Olivares como nefanda imitación de los gentiles. Sin embargo, Felipe IV recaba para sí la iniciativa de la apertura de la ventanilla. En la Introducción que escribió a su traducción de la Historia de Italia, de Guicciardini [(501), 1-31], dice: «Pensé también en lo que oí de que los Reyes de Castilla solían bajar al Consejo, y siendo mi edad corta para esto y el desuso ya grande en esta acción, interpuso otro medio más eficaz para mis noticias y de más fruto para mi gobierno, que fue abrir en los Tribunales y Consejos una ventanillas dispuestas de manera que no me pudiesen sentir entrar y con unas celosías tan espesas que, después de entrado, tampoco pudiesen tomar noticia de mi asistencia allí.» Claro es que hemos de creer más a Olivares: los Reyes suponen siempre que es obra suya la de sus ministros. Después de caído y muerto el Conde-Duque siguió don Felipe haciendo uso de la ventanilla; uso y abuso, como puede verse por esta noticia: «Su Majestad, dicen, fue un día por la ventana secreta a oír lo que se trataba en Cortes y no debió salir muy gustoso de lo que oyó, y así, dentro de dos días hizo las quejas en su nombre el presidente de Castilla, y con eso quedaron disueltas» [(491), XVIII-468]. <<
[257] Pérez de Guzmán (214). <<
[258] Meló (176), 127. <<
[259] Ericeyra (85), VII-428. <<
[260] Véase (235), 1-650. <<
[261] Véase pág. 103. <<
[262] Véase Malvezzi (157), 163. <<
[263] Pellicer (211), 18 de diciembre 1640, y P S González (491), XVI-100. <<
[264] Pellicer (211), 25 de marzo 1642. <<
[265] Todas estas frases son de sus libros y sinceras cartas al Cardenal-Infante (344). <<
[266] Véase Ulloa (272). <<
[267] Quevedo (226, prosa), 1482. <<
[268] Véase Apéndice XVI. <<
[269] Véase (168). <<
[270] «En Andalucía —dice Pérez de Guzmán— disputábanse el honor de la preponderancia literaria los titulados egregios de las tres grandes casas de Guzmán, en Sanlúcar; de Afán de Ribera, en Sevilla, y de Girón, en Osuna» (214). <<
[271] Mocenigo (235), 1-653. <<
[272] El Conde de la Roca [(439), 288] dice, en efecto, que el Conde-Duque fue muy censurado «por haber favorecido a personas que le habían dirigido libros, hecho discursos y aprendido a trabajar papeles». Sin duda se refiere a Malvezzi y Rioja; pero el mismo Roca quedaría incluido en estos que lograron prebendas por el halago escrito. La venalidad de la época hacía insignificantes estos pecados de venta al contado de los elogios. Las Nuevas de Madrid, de mayo de 1637, cuentan, por ejemplo, que en la relación de las fiestas del Buen Retiro, que se imprimió por entonces, «a Carlos Strada le costaron 300 ducados los elogios que el autor le da; y el señor Conde-Duque no ha pagado cosa, aunque le alaba mucho» [(240), 141]. <<
[273] C. A. de la Barrera (29). <<
[274] Barrera dice que su condena se debió a su amigo y protector el Conde-Duque de Olivares, lo cual demostraría la imparcialidad de éste al no evitar el castigo a un amigo tan íntimo. En El Parnaso Español se dice que la prisión fue dilatadísima, posterior a noviembre de 1636 y en relación con los papeles satíricos y libelescos que por entonces circulaban, y algunos de los cuales se atribuyeron a Rioja, como el titulado La cueva de Meliso, lo cual es inadmisible, pues jamás Rioja estuvo contra Olivares ni fue capaz de escribir tonterías como las de este libelo, que, además, apareció después de la caída del Privado. Es extraño que los abundantes noticieros de la época no den cuenta de la prisión de Rioja, que debió ser suceso comentadísimo. <<
[275] Así se infiere de una carta de Don Diego Saavedra Fajardo a la Marquesa del Carpió, fechada en Roma en abril de 1624, en la cual, contestando a una recomendación de esta señora, le escribe: «Quedo ahora ocupado en que al doctor Rioja se le den unos beneficios que ha pedido por él su Ilma., en conformidad de lo que el Conde, mi señor, le ha escrito.» Y como posdata: «Después de escrita esta carta he estado con el cardenal Barberino, y Su Santidad se contenta con hacer gracia a Francisco Rioja de dos beneficios de Sevilla» [Berwick (39), 417]. La Marquesa del Carpió era, como es sabido, hermana del Conde de Olivares, y esta carta demuestra que toda la familia se interesaba por Rioja. <<
[276] «Quinientos ducados por una vez y cuatrocientos ducados cada año por vida » <<
[277] V. Malvezzi (158). <<
[278] Rodríguez Villa (240), 39. <<
[279] Malvezzi (157). Alcanzan sus comentarios hasta abril de 1639. <<
[280] Malvezzi (158). <<
[281] Una de las cartas de jesuitas habla de la publicación de este libro, y comenta: «No le valdrá poco a su autor» [(491), XV-263]. <<
[282] «El Marqués Virgilio Malvezzi está encargado de escribir la historia de Su Majestad, Dios le guarde, y otra vez la de Su Excelencia, por ahora. Su ocupación es pedir de comer y curarse, que yo río con él mucho, porque no bebe agua, que dice que le mata; ni vino, porque le destruye; ni carne, porque no la puede digerir; ni pan, porque no lo puede morder, y está tan flaco que parece esqueleto de cohete y admirándose de que yo como y bebo y tomo tabaco y chocolate.» 14 marzo 1637 [Quevedo (226, verso), 1510]. A pesar de estas bromas, el venal Quevedo empleó su tiempo y su pluma en traducir al español uno de los insulsos libros de Malvezzi, el titulado Rómulo, editado en Bolonia en 1629. Léase un justo juicio de este escritor en Merimée (185), 224. <<
[283] Carta del obispo Don Fernando al coronel Jacinto Vera (13 abril 1636). [Véase (491), XVIII-11]. <<
[284] Véase Antonio de Mendoza (378). Esta carta está fechada en Aranjuez a 4 de mayo de 1637. Es digna de ser leída por lo que enseña sobre Roca, sobre Mendoza y sobre la época. <<
[285] C. Vossler (285). <<
[286] Lope de Vega (275). Consta el volumen, del poema de La Circe, dedicado a Olivares, con dos sonetos a él y a su hija María. Sigue el poema La mañana de San Juan de Madrid, dedicado al Conde de Monterrey, cuñado del Conde-Duque. Después, otro poema, La rosa blanca, dedicado de nuevo a María de Guzmán. A continuación tres novelas cortas (La desdicha por la honra, La prudente venganza y Guzmán el Bravo), dedicadas, asimismo, al Valido, con una magnífica y adulatoria espinela, que dice así:
«Los dioses para su guarda
se han puesto apellidos nuevos:
Borja y Góngora dos Febos.
Silvio Amor, Venus Leonarda,
Juno Pimentel gallarda,
Mario el semicarpo Pan,
y como las letras dan
honra de la guerra al arte,
riñeron Palas y Marte
para llamarse Guzmán.»
Terminaba el volumen con varios versos y epístolas. <<
[287] Vossler (285), 88. <<
[288] Véase A. G. Amezua (14), 104 y 111. <<
[289] Publica esta carta Astrana (226, prosa), 1496. <<
[290] Amenzua (13), 92. <<
[291] Amenzua [(14), 139 y 143]. Los poetas de entonces llamaban el «mayoral» o el «gran mayoral» a Felipe IV, no al Conde-Duque. El mismo Amezua lo recuerda. <<
[292] Rodríguez Villa (240), 102. <<
[293] Juan de Vera Tarsis (278). <<
[294] Pellicer (211), 5 noviembre 1641. <<
[295] La Gran Comedia, Casa con dos puertas mala es de guardar, Jornada I. <<
[296] Sobre Góngora y el Conde-Duque véase M. Artigas (20), principalmente págs. 184, 173 y 206. La recopilación de Chacón (500) demuestra, en su dedicatoria y prólogo, la afición especial que tuvo Olivares por el poeta andaluz. <<
[297] Véase Barrera (29), 324. <<
[298] Jacobo Cansino tradujo del hebreo la obra de Moisés Almonsinos, Extremos y Grandezas de Constantinopla (Madrid, 1638), obra muy del gusto del Conde-Duque, que dio al traductor el cargo de intérprete de lenguas orientales en Madrid. La obra está dedicada al Valido y tiene un retrato de él. Probablemente fue este Cansino uno de los judíos que motivaron la acusación de contubernio con esta raza que Olivares hubo de soportar, entre otras muchas, a su caída. <<
[299] La obra de Caro (59), dedicada a Olivares, contiene un juicio preliminar de Don Francisco Morovelli en el que agradece a Caro haberle asistido en su prisión. <<
[300] Véase Barrera (29), 183. <<
[301] Véase Barrera (29), 314. <<
[302] Véase Barrera (29), 356. <<
[303] Véase la biografía de Enríquez de Zúñiga en A. G. de Amezua (12). <<
[304] Véase Rodríguez Marín (239). Sobre Morovelli véase también la biografía de Montoto (191). <<
[305] Véase la descripción de esta entrada, por un jesuita, en (491), XVII 140 Mas adelante será copiada esta relación. <<
[306] Refiere Artigas «una epístola que Ulloa dirigió a su amigo el P Hernando de Ávila, de la Compañía de Jesús, en la Provincia de Andalucía, cuando la envidia procuro estorbar el valimiento que tuvo con el Conde de Olivares en Toro» [Véase (277), LXI]. <<
[307] La cuarteta llego en seguida a la Corte, entonces en Zaragoza, pues un jesuita de esta ciudad, en carta de 4 de agosto de 1643, dice «Estos versos andan entre los cortesanos de aquí dicen los hizo Ulloa » Y copia el soneto y el valiente epigrama [(491), XVII 174] <<
[308] Carducho. Cit. por Cruzada Villamil [(76), 13]. Véase también para las relaciones de Velázquez con Olivares, J. O. Picón (218). <<
[309] Refiere todos estos detalles el P. Sebastián González en carta de 6 de enero de 1643 [(491), XVI-492]. Dice que Espina era conocido por sus colecciones en toda España. Empleaba 5.000 ducados de renta en comprar sus cuadros, escritorios, instrumentos músicos y de matemáticas, etc., «con que tenía su casa con las mayores y más exquisitas curiosidades que se conocían, no sólo en la corte, sino en Europa». Era, sin duda, un hombre extraordinario. Vivía, en su casa encantada, solo; le servían la comida por un torno; rara vez, y por gran favor, dejaba entrar en la mansión a alguna que otra persona. Conocía las ciencias de modo prodigioso. Los que lograban entrar tenían que oír sus explicaciones sin responder palabra o, a lo sumo, admirándose de lo que veían, pero sin otros comentarios. Un buen día se presentó en la parroquia de San Martín, pidió que le diesen el viático y avisó al cura que dentro de dos horas fuese a su domicilio a darle la extremaunción; lleváronsela, avisó dónde estaba su testamento y poco después murió. Dejaba en aquél dispuesto lo que habían de dar como sueldo a sus enterradores, calculando los reales según fuera el tamaño de la fosa. Gran parte de los bienes se los dejaba al Rey, además del cuchillo de Calderón; entre ellos, una «Villa Angélica», en el campo, llena de cosas riquísimas. Nombrada al Conde-Duque testamentario. Otros varios detalles le acreditan como famoso trastornado, de éstos, tan simpáticos, que hacen todas las cosas agradables y extraordinarias que no pueden hacer los cuerdos. El Principie Carlos de Inglaterra, cuando estuvo en Madrid, intentó comprar a Espina sus dibujos de Vinci; pero se negó terminantemente el extravagante coleccionista. Al fin pasaron a la propiedad del inglés Conde de Arundel [Hume (129), cap. V]. <<
[310] Como todas las modas, llevaba esta de las colecciones, a muchos, al despilfarro y a la ruina, no difícil de comprender en aquellos tiempos en que, salvo unas cuantas familias privilegiadas, nadie tenía fortuna para estas esplendideces. De aquí las frecuentes almonedas de coleccionistas en bancarrota. El Conde de Harrach, embajador de Alemania, menciona, pocos años después, veinte grandes ventas públicas de colecciones de nobles en el espacio de cinco años [cit. por Hume (129), cap. V]. Sobre el coleccionismo en este siglo véase Amezua (11), 471. <<
[311] Cit. por Justi (135), 216. <<
[312] Pocos días antes de caer el Conde-Duque, el 6 de enero de 1643, juró Velázquez, en manos de su protector, el cargo de ayuda de cámara del Rey, sin ejercicio y con los gajes, favor grande, al que siguieron otros después de caído y, después de muerto el Valido, porque el Rey heredó de su antiguo ministro el amor al gran artista. <<
[313] Véase toda la historia de Rubens en España en Cruzada Villamil (76). La correspondencia de Rubens durante este primer viaje a España véase en P. P. Rubens [(242), 1-7]. <<
[314] Véase Barcia (28). <<
[315] Relación política (450). Tiene, pues, razón, y en este capítulo y el siguiente se demostrará, Pérez de Guzmán al escribir que todos los datos «desmienten las ideas sobre Olivares, tan vulgarizadas, acerca de su falta de preparación científica y práctica para el alto puesto que ocupó» (214). <<
[316] Véase Berwick (39), 447. <<
[317] Véase P. Vindel (282) y (283). <<
[318] F. S. Sánchez Cantón (252). <<
[319] Rodríguez Villa (240), 6. <<
[320] Véase Apéndice XI. <<
[321] Casi todos los magnates bibliófilos de la época se preocuparon mucho de la encuadernación de sus libros. Véase V. Castañeda (61). F. Hueso y Rolland (126). Marques del Saltillo (246). En este artículo diferencia Saltillo la típica encuadernación del Conde-Duque de la de los libros de su yerno, el Duque de Medina de las Torres, ya citado como otro de los grandes bibliófilos de su época; es corriente que estos últimos libros pasen, falsamente, por ser de la biblioteca del Conde-Duque. <<
[322] F. M. de Meló (177), Epanaphora I. Cirot (65) pone reparos al estilo de Meló, reparos académicos, que no invalidan el brío y la gracia de este gran portugués. <<
[323] Cánovas del Castillo (55), 1-95. <<
[324] C. de la Roca [(455), 267]. En efecto, en una de las cartas al Cardenal-Infante, ya citada, se lee: «Estoy muy práctico en aquella tierra», a la que no había ido nunca y conocía sólo por sus libros. <<
[325] Véase este punto en F. de B. San Román (249). Graux, nos cuenta este autor, ya había encontrado entre los libros del Conde-Duque, existentes hoy en El Escorial, varios que fueron de Alvar Gómez. Al morir éste los compró Don Luis de Castilla y éste se los vendió al Conde-Duque. <<
[326] Rodríguez Villa (240), 6. <<
[327] Cédula (287). <<
[328] Cédula (288). De métodos no muy diferentes se sirvió Cánovas, tan parecido en tantas cosas a Olivares. Morel-Fatio (194) comenta, con su habitual mal humor, estas facilidades que encontró Cánovas para investigar y enriquecer su librería. <<
[329] Amador de los Ríos (10), III-316. <<
[330] Sin duda los Nicandri señalados en (198). <<
[331] Novoa [(201), 1-63]. También el Conde de la Roca (455) refiere al pormenor esta Junta de médicos que presidió el Conde-Duque, y en la que se ve claramente que los doctores, atemorizados por la responsabilidad de ser el Rey el enfermo, daban una impresión mucho más grave de lo que correspondía a la realidad. El Valido les obligó a que no dieran el paso grave de hacer confesar al regio enfermo, si realmente no lo necesitaba. Asistieron a la Junta, con el doctor Miguel Polanco, los doctores Núñez, Sarabia y Santa Cruz. El que llevaba la voz cantante era el joven médico madrileño Polanco, «de quien —dice Roca— los pitagóricos creyeron que había heredado las almas de Aristóteles y Galeno», nada menos. El acerbo Novoa le llama también médico «de los mejores que el Rey tenía». A pesar de esto, su nombre no va unido a nada importante; demostración, una vez más, de lo fácilmente que mueren reputaciones profesionales que parecen firmísimas. No está citado por Hernández Morejón ni por Chinchilla. Sé, por mi erudito amigo el doctor Mariscal, que «fue nombrado médico de cámara en 11 de diciembre de 1623. Su sueldo era de 60.000 maravedises de vellón y 20.000 de aumento o gratificación». En las Nuevas publicadas por Rodríguez Villa [(240), 189] se lee esta misma intromisión del Conde-Duque en los menesteres de los médicos: «4 al 12 de julio de 1637: El Excmo. Sr. Conde-Duque, que en semejantes ocasiones sirve con el cuidado y puntualidad que se sabe, ha vuelto a su cuarto [el del Rey, enfermo], habiéndose hallado siempre en las Juntas de los médicos de cámara, que eran nueve.» <<
[332] Se dudó algún tiempo de que la afirmación de El Parnaso Español, de haber ejercido Rioja el cargo de bibliotecario real, fuera cierta; pero ya Barrera (29) dejó aclarado el asunto, en un sentido afirmativo, con muchas pruebas, sobre todo la de los versos, ripiosos, de Lope describiendo la egregia librería:
«El índice que a su mano
traiga el libro sin congoja
fue cuidado de Rioja,
nuestro docto sevillano.»
Pero además, en el Testamento del Conde-Duque (459) se llama repetidamente a Rioja «Inquisidor de Sevilla y Bibliotecario de S. M.» El Conde-Duque, al proporcionarle este cargo, buscaba, a más de favorecerle, establecer una nueva analogía entre él y el Monarca. <<
[333] De su mano —según el P. Zarco Cuevas— se conservan en la biblioteca de El Escorial un «índice de algunos libros y manuscritos españoles de historia y literatura», etc. (Mss. L-I, 15 fols., 43 v. a 50 v.). Lo cita el P. Zarco en (292), 11-234. <<
[334] Justi (135), 218. <<
[335] Véase también F. M. Garin Ortiz de Taranco (390-a). <<
[336] Céspedes (63), 272. <<
[337] Mocénigo (235), 1-650. <<
[338] Al describir el incendio del Buen Retiro, en 1640, dice el P. Sebastián González en una carta al P. Pereyra: «De ahí, el fuego, sin echarse de ver, fue creciendo por los desvanes, tan a la sorda, que con haber estado a las cinco el P. Aguado en Palacio a confesar al señor Conde-Duque, no se había entonces descubierto» [(491), XV-413]. <<
[339] Véase Roca (455), 245, y Siri (257), 50. Parece que tenía, pues, dos clases de audiencias: unas privadas e íntimas por la mañana muy temprano y otras oficiales, cerca del mediodía, con las personas ya recibidas por el Rey. Es decir, que había, según se desprende de esto, una cierta farsa en aquello que él y sus panegiristas encomiaban tanto, de que no recibía a los consultantes y pedigüeños sino después de haberlos recibido el Monarca. Es curiosa la descripción de una de estas audiencias, en Toral (265). <<
[340] Véase, por ejemplo, el curioso relato del Consejo (242). <<
[341] Lo cuenta el mismo Novoa, que lo presenciaba: «No veía al Rey sino a una hora privada en todo el día, y era un poco más de un cuarto.» Es importante la cita para los que afirman que no dejaba al Rey ni a sol ni a sombra. Bien que Novoa añade que sus espías le informaban de los actos y dichos regios que no veía él personalmente [(201), 11-104]. <<
[342] Novoa (201), 11-238. <<
[343] Ya sabemos (cap. 1) que su padre fue llamado el Papelista o el Gran Papelista, y que la afición, que transmitió a su hijo, le venía del abuelo materno, Don Lope de Conchillos. Este mote de el Papelista se empleaba en sentido peyorativo, por lo menos aplicado a los Reyes, y así leemos en el Conde de Luna, hablando de Felipe II: «Los ministros… se valen de estos medios, los cuales prevalecen en era que los Reyes son papelistas y amigos de oírlo todo y enemigos de hallarse en la ejecución de sus ejércitos» [(146), 74]. Siri dice que también llamaban al Conde-Duque «Archiduque de los escribientes» o «Príncipe de los escribientes» [(257), 107]. <<
[344] Véase (491), XIII-124. <<
[345] Véase (491), XIV-308. <<
[346] Juan Mateos (171). <<
[347] Cit. por Hume (129), cap. VII. Según nos cuenta Barrionuevo, había inventado Don Gaspar unas hachas, que el aire no apagaba, para estas fiestas nocturnas (31), 1-202. <<
[348] Roca (455), 198. <<
[349] Pellicer (211), 25 febrero 1640. <<
[350] <<
[351] Véase (491), XVI-164. <<
[352] Véase (344), 21 junio 1638. <<
[353] En 1626 hubo de nombrarse por decreto administrador de los bienes del Conde-Duque a Don Baltasar Gilimón de la Mota para cobrar y ordenar sus rentas, pues él, absorbido por la política, no lo hacía (443). La Mota era un gran burócrata, Consejero de Estado: véase (507), 45, 47, 94, 128. <<
[354] Véase Apéndice IV. <<
[355] Al Cardenal De la Cueva: «Ilmo, y Rmo. señor: Confieso a V. S. Ilma, que el desconsuelo de la falta de su Alteza me tiene ahogado el corazón, porque no había otro alivio para mis trabajos que verla tan linda como se criaba y el regalo y compañía que hacía a sus padres», etc. (334). <<
[356] Roca [(455), 295]. En la Biblioteca Nacional hay copia de una carta, muy probablemente auténtica, de la Marquesa de Charela, dirigida al Conde-Duque, que da a entender el rigor con que el ministro trató a esta señora. Es interesante, por tratarse de la madre de una amante famosa de Felipe IV, madre, a su vez, de uno de los hijos bastardos de éste, Don Fernando Francisco de Austria, al que llamaban «el Charelo», que a poco murió; la que, según se dice, dio lugar a la fundación del convento de las Calatravas, cuya iglesia aun existe, con este nombre, en Madrid. Está referida esta historia en muchos sitios; véase Cotarelo (70), 200; y Deleito (79) (éste dice, sin duda por errata, que era hija del Conde de Chirel). La Marquesa madre negocia en esta carta, con poca dignidad, mercedes para su marido, en premio de que su hija «haya asegurado la sucesión del Rey con un hijo». Se queja al Conde de no ser atendida: «Acuérdese V. E. —le dice— de que pedí las Galeras y me propuso la Caballería [para su marido], que jamás me contenté con ella ni el Marqués la quiere.» Asegura que no son ciertas las voces que han corrido de que ella trataba de engañar a Olivares, y las llama «chismes insubstanciales», atribuyéndolos al P. Salazar [véase (369)]. Estos Charetas eran gente alborotada. Un hermano de la Marquesa, Don Alonso Enríquez, murió en Flandes, en 1634, en un desafío con un Conde francés, cuyo criado, que era por cierto español, atravesó por la espalda, con un estoque, a Don Alonso. La infeliz amante del Rey, «que tenía título de Princesa», fue enclaustrada en las Huelgas, de Burgos: véase (507), 161. <<
[357] Cartas de Hopton, 1622, citadas por Hume [(129), cap VI]. <<
[358] Roca [(455), 242]. Véase también el Epitome de Martínez Calderón [(417), cap 12]. Dice este autor que hacia decir «12 misas cada mañana en tres oratorios distintos». <<
[359] Si referiremos, en cambio, un incidente relacionado con esto, y de mucho interés. En la Relación de Guidi (437) se dice que «desterro (Olivares), entre otros, de la corte, al Conde de la Roca, Don Juan Antonio de Vera y Zuñiga, porque una vez pregunto a su capellán [al del Valido], que todas las mañanas le comulgaba, si aquella Hostia era consagrada o no, pareciéndole que no podía ser que a un hombre que cotidianamente cometía injusticias el confesor le absolviese y le permitiese cotidiana comunión». Como tantas otra paparruchas más, hubiera pasado ésta a las historias posteriores si el Conde de la Roca no se hubiera apresurado a publicar el noble Manifiesto que hemos citado ya (456), en el que se duele de que se asocie su nombre a tantas calumnias. «Yo vi —dice— comulgar muchas veces a Su Excelencia, con los antecedentes debidos a tan sagrada acción y a tan gran caballero cristiano y pío.» Cuenta después que su salida de la corte y viaje a Italia no fue por venganza ni castigo de Olivares, sino misión diplomática que el Rey y su ministro le encargaron, honrándole, y que él agradeció. Todo esto, en Milán a 16 de abril de 1644, cuando ya nada podía esperar del ministro caído. <<
[360] Está referido este curioso incidente en la carta del padre jesuita Cristóbal Pérez [(491), XV-103] y en las Nuevas de Madrid de 18 de abril de 1637 (Rodríguez Villa [(240), 123]. De resultas de lo sucedido en la iglesia de San Jerónimo desterraron al P. Ocaña, capuchino, prohibieron predicar nunca más a un agustino descalzo y desterraron también al jesuita P. Agustín de Castro (y no Casoro, como dice el texto), porque hizo alusiones molestas a su colega el P. Salazar, el presunto inventor del papel sellado. Otro predicador, capuchino trinitario, atacó al Nuncio, por sospechoso de conspiración contra España; pero no censuró al Conde-Duque, antes bien le llamó «Príncipe Sabio», y debió salir mejor librado, ya que, aparte las lisonjas al ministro, la atmósfera oficial era poco favorable al Nuncio. Véase también sobre el P. Castro y su pugna con el P. Salazar (491), XIV-88-91 y 103, así como Rodríguez Villa [(240), 130], de los que se deduce que los jesuitas se pusieron de parte del P. Castro y contra Salazar, resistiéndose a cumplir la orden de destierro que el Valido había dado contra aquél. De otro de estos retiros espirituales, el de 1635, da cuenta un jesuita anónimo, en carta al P. Pereyra, en esta forma: «El señor Conde-Duque ha estado la Semana Santa en el Buen Retiro y allí le han predicado todos los predicadores de opinión, y día ha habido de tres sermones: bravo estómago de engullir sermones» [(491), XV-466]. <<
[361] Pellicer [(207), septiembre 1639] refiere la ceremonia de entrega de la copa al ministro, que fue solemnísima. Pesaba la copa 2 500 reales. El Conde-Duque hace mención muy especial de ella en su testamento. Al año siguiente se la ofreció a la Virgen de Atocha (carta del P Sebastián González, 11 agosto 1640) [(491), XV-466]. <<
[362] Pellicer [(211), 16 julio 1664 y 27 agosto 1641]. <<
[363] Véase (491), XIII-32. <<
[364] Véase (424). Debo la indicación y copia de estos interesantes papeles a la erudición y bondad del P. La Pinta, agustino. <<
[365] Véase pag 245, nota 4. <<
[366] Carta de Francisco Vilches al P. R. Pereyra, 8 agosto 1634 (491), XIII-85. <<
[367] P. M. Mir (188), 11-105. <<
[368] Uno de la Compañía escribía por entonces, y refiriéndose precisamente al Conde-Duque: «Como todo lo malo que se hace se atribuye a la Compañía» [(491), XVII-104]. El famoso y atrabiliario Novoa muestra, cuando puede, su animadversión a los jesuitas. Al referir los sucesos de Fuenterrabía (1628) dice, por ejemplo: «Es mucho de notar que al paso que los Padres [de España] pedía esto [el triunfo de las armas españolas] con oraciones y lágrimas; con esas mismas y con el mismo fervor lo pedían para sí los de París y de toda la Francia y que diese Dios la victoria a su Rey… Piden a su patrón y patriarca, aunque es español, por ser ellos de diferente nación, una misma cosa… Fuerza es que confesemos que alguno falta aquí» [(201), 11-492]. También les era adverso el autor anónimo de las Nuevas de Madrid, que comenta alguno de sus hechos con estas palabras: «Creeré en nuestra Santa Madre la Iglesia y no en ellos» [Rodríguez Villa (240), 136]. <<
[369] Silvela (256), 1-21. <<
[370] Véase Rodríguez Villa (240), 105. Novoa también describe la polvareda que levantó el invento, y la forma, precio, etc., del nuevo papel. Llevaba un escudo y en su orla el letrero de Felipe IV el Grande, al que muchos añadieron El Grande Tributador (Felipe IV) [(201), 11-232). Más adelante, en vista de estas bromas, quitaron este título de Grande del papel [(491), XIV-305]. Se dijo que habían dado a Salazar 2.000 ducados por el invento, y que iba a hacer otro sobre la venta del agua, que quedaría reservada a «ciertos aguadores que tendrán patentes por ello y pagarán cierto tributo» [24 enero 1637. Rodríguez Villa (240), 79]. Todo esto aumentó su impopularidad; pero demuestra que Salazar tenía una visión muy clara del porvenir económico de los pueblos. <<
[371] En las Noticias de Madrid de 25 abril 1637 [Rodríguez Villa (240), 130] se cuenta que el P. Herrera predicó en la casa de la Compañía en la Cuaresma de este año y aludió también contra el P. Salazar y por eso los superiores «le echaron de la corte». Sin embargo, otro jesuita, el P. Castro, el que habló este mismo año en un sermón a presencia del Conde-Duque contra el P. Salazar, fue defendido por la Compañía contra éste. En las mismas Nuevas del 1 febrero 1637 [(240), 83] se dice que «al P. Salazar le han intimado de parte de la Compañía ciertas amenazas y premisas de que le han de despedir por lo de las Juntas y por meterse demasiado en cosas de seglares». <<
[372] Véase (491), XIV-27. Este Don A. Mendoza figura en muchos episodios de la historia del Conde-Duque. Fue uno de sus más íntimos colaboradores. Escribió un alegato, en extremo adulatorio para el Valido, para que éste no encargase al Conde de la Roca escribir su vida (véase pág. 189). Después de caído el Valido se hizo antiolivarista y tuvo, ya en esta actitud, un altercado en Zaragoza con el hijo bastardo del Conde-Duque, que será más adelante relatado. <<
[373] Silvela (256), 1-21. <<
[374] Una carta de jesuita sin firma, del 10 abril 1635, habla, en efecto, del «P. Aguado, de la Compañía de Jesús, confesor de su Excelencia el Conde-Duque» [(491), XIII-167]; otra, de abril 1637, refiere que no es cierto que el Conde-Duque esté enfadado con el P. Aguado y que éste sigue visitándole todos los días [(491), XIV-103], y otra, ya citada, del P. González, del 14 febrero 1640, nos cuenta que el P. Aguado, confesor del Valido, fue a verle al Buen Retiro a las cinco de la mañana, etc. <<
[375] M. de Macanaz (150). Otros autores reproducen con fruición estas opiniones de Macanaz: véase pág. 226. <<
[376] Véase Apéndice IV. <<
[377] Véase el famoso Discurso en (399). <<
[378] Pellicer (211), 3 marzo 1644. <<
[379] Véase (491), XVIII 373. Sobre los enredos del P Galindo en el asunto de Chiriboga hay un manuscrito titulado Copia de la carta, etc (400). Véase también el documento importantísimo del P Martínez Ripalda, copiado luego (Apéndice XXXI). Y, finalmente, R Ezquerrá [(87), 121 y sigs]. <<
[380] Véase el Discurso médico (487): «Hallándome en la Junta [de médicos] el P. Juan Martínez de Ripalda, de la Compañía de Jesús… entró a la cama del señor Conde y le confesó y salió diciendo daba muchas gracias a Dios, porque después de tanta turbulencia de enfermedad había hallado al señor Conde con muy bueno y claro juicio, como si no hubiera tenido tal enfermedad, etc.» No estaba ni estuvo, sin embargo, muy claro lo de la lucidez del agonizante, y se dice que el mismo Ripalda lo reconocía así posteriormente. Véase Apéndice XXXI. <<
[381] Véase (491), XVI11-147. <<
[382] En una carta del P. Miguel González Villacastín leemos que le enviaban a Pamplona o, en todo caso, a una cátedra o prefectura de Salamanca o Valladolid y él no quería moverse de Madrid. La Condesa viuda no quiso «introducirse o interceder» para retenerle, temerosa, sin duda, de una negativa. Otra carta del mismo Padre en 3 de octubre de 1645 nos cuenta que «el P. Juan Martínez [le llamaban así, sin Ripalda] estuvo aquí tres días y se volvió a Loeches y va presto a Pamplona, porque no gusta de Salamanca» [(491), XVIII-173]. Pero una nueva, del mismo, de 31 octubre 1645, advierte como casi resuelta la dificultad: «El P. Juan Martínez va y viene de Loeches; hará sus diligencias para volverse él presto, o a Madrid por lo menos [(491), XVIII-188]. <<
[383] «Ayer vinieron dos propios de Loeches al P. Juan Martínez para que fuese a toda diligencia a confesar al Marqués de Mairena y que se llevase consigo dos médicos de cámara, etc. Partió el Padre luego» (carta del P. Sebastián González, 12 enero 1646) [(491), XVIII-325]. <<
[384] Dice, por ejemplo, una de las cláusulas, y la copio por ser curiosa y demostrar —luego insistiremos sobre ello— el estado poco saneado de la fortuna del Conde-Duque: «Mando que de todas mis deudas, en primer lugar y con toda brevedad, se pague una deuda secreta de mucha obligación de mi conciencia y de la del señor Conde, mi señor; la cantidad, la que declare el P. Juan Martínez de Ripalda, nuestro confesor, y que se le entregue a él para la persona a quien se debe, por haberlo así mandado en diferentes papeles el Conde, mi señor y mi marido. Y aunque yo he pagado la mayor parte de ella no he podido acabarla de pagar; así, quiero que este papel se tenga por parte de mi codicilo» (461). Sobre el P. Martínez de Ripalda, véase el estudio de Arbeloa (17). Arguye éste que Ripalda era ya confesor del Conde-Duque desde 1637, en que vino a Madrid, trasladado de Salamanca. Es posible que en estos años alternase con el P. Aguado y con otros. No tiene importancia. Lo indudable es el noble y eficaz papel de Ripalda a partir de la caída del ministro. <<
[385] Nicolás Antonio (199). <<
[386] Poza quedó al fin libre de este enredo y la gente cortesana del bando de los jesuitas le hicieron un gran homenaje, cuando, después de absuelto, «leyó su primera lección de escritura», sin duda en el Colegio Imperial. Carta de un jesuita, de 1637 [(491), XIV-73]. Es curioso recordar que en las Cortes de Cádiz, en 1813, en la discusión para la abolición de la Inquisición, el diputado liberal americano Mexía Lequerica invocó el recuerdo del P. Poza, como ejemplo de que los jesuitas eran también enemigos del Santo Oficio. Que en esta ocasión lo fueron es evidente: véase Menéndez y Pelayo (184), 111-469. <<
[387] Véase (491), XIII-12, 15, 68, 73, 75, y XV-101, 190. <<
[388] En (491), XIII-19, 20, está publicado el Decreto del Rey al Inquisidor recomendándole la persecución de los delitos contra la Compañía y el Edicto del Inquisidor general, Don Antonio de Sotomayor. A la verdad, ninguno de los dos parece demasiado severo, aunque las cartas de los Padres los califican de «apretadísimos». <<
[389] En la Academia de la Historia, en la Colección Manuscrita , de los jesuitas, hay un folleto, que Gayangos atribuye a uno de los Padres, titulado Mahoma en Granada , en el que cuenta la vida de Espino con tanta gracia como iracundia. <<
[390] Hubo en esta entrevista de gracias un incidente que pinta bien la exactitud del Conde-Duque. El P. Guevara, que fue el encargado de esta comisión, le preguntó si le parecería bien que fueran dos Padres a dar al Rey las gracias. El Conde le respondió que cuántos habían ido a pedirle el favor. Y como respondiese Guevara que seis, dijo el ministro: «Pues si seis vinieron entonces a pedir el favor, ¿cómo van a venir dos a agradecérselo? Que vengan los mismos seis.» <<
[391] En La cueva de Meliso (Apéndice IV), entre otras, se lee, por ejemplo, en boca de Don Gaspar
«Mucho ha que yo tema
por mejor Religión la Compañía,
viendo en ella imitados
a Cristo y sus Apostóles sagrados
por un nuevo camino
de suma caridad y amor divino.
Religión de Palacio
siga o no siga al fundador Ignacio,
que eso al caso no hace,
mas no hay escrúpulo en que ella se embarace.
Para todo haya medios,
para todo caminos y remedios,
y yo, por esto, en todo,
desde ahora a su dictamen me acomodo» <<