[150] En el relato de «Guidi-Carreto» (439) se cuenta este discurso, con pujos moralistas, del Monarca. «Después de haberles honrado llamándoles vasallos, amigos y primos [a los Grandes], y encomendándoles la diligencia en el real servicio, mandó que ninguno de ellos interpusiese oficios ni ruego con los consejeros procurando mercedes o dignidades para cualquiera que fuese, porque no era conveniente que al calor de la familiaridad que gozaban de Su Majestad induciesen a los ministros a aquellas gracias que no eran proporcionadas al servicio de Dios y a la Justicia distributiva. Que aquello que hubiesen de pedir a los consejeros lo pidiesen a S. M. Y que, finalmente, mirasen con su propia conciencia y por la reputación real, no intercediendo en lo secular ni eclesiástico a favor de personas que no fuesen capaces de lo que pretendían.» Este enérgico varapalo del Rey fue acogido con alborozo al ser conocido por la gente, que decía: «Ahora sí que nuestro Rey Felipe IV merece el nombre de Grande que le dio la adulación del Conde.» Pero era, por desgracia, tan sólo uno de los furtivos destellos de buena intención que tenía su naturaleza, irremediablemente perezosa y sensual. <<
[151] Véase El Nicandro (406). Es preciso fijarse en la importancia de estas frases, en las que, por de pronto, confiesa que su designio fue privar de su poder y riquezas a los Grandes para inutilizarlos, sustituyéndolos por hombres de la clase media («gente media»), cuya importancia adivina, o, más aún, por simples gentes de la plebe («levantados del polvo»), porque éstos, por ricos que sean, no tiene el prestigio popular de los Grandes y son, por lo tanto, menos peligrosos para el Estado. El profundo sentido político de esta actitud es notorio sin más que pensar que la desmembración de España la realizaron o la intentaron realizar estos nobles, a los que fácilmente tomaba la plebe «por cabeza»; los Guzmanes y Braganzas, en Portugal; Medina-Sidonia y Ayamonte, en Andalucía; Híjar, en Aragón, etc. <<
[152] Véase (491), XVII-103. <<
[153] Medinaceli fue un personaje curioso de su tiempo; se interesaba, además de la política, por las lenguas muertas. Eran estos afanes filológicos tan grandes que los menciona una de las gacetas de la época: «El Duque de Medinacelli estudia valientemente la lengua hebrea, teniendo en su casa un rabí para este efecto y ha hecho tan grandes progresos que ya sabe leer sin puntos, 30 agosto 1636» [(240), 38]. Fue amigo de Quevedo, y en su casa estaba el gran escritor cuando lo prendieron en diciembre de 1639. No está clara la relación de Don Francisco con el Duque, que fue también desterrado; probablemente estaban comprometidos las dos en el mismo pleito. <<
[154] El Duque de Híjar era poeta, y durante su reclusión perpetua en León, después de su pleito y condena, escribió un largo romance, interesantísimo, que figura manuscrito en un tomo de papeles (307), cuya copia debo a la bondad de mi amigo el Duque de Almazán. Aunque lo escribió cuando el Conde-Duque hacía años que había muerto y él llevaba bastante en prisión, que templa los rencores, éstos persisten vivos cuando se refiere al famoso Valido. Pinta la sumisión de Felipe IV a Don Gaspar, que «sólo reconocía la majestad por el cetro». Y de la privanza de Olivares dice: «¡Qué infamia, un dueño vasallo! ¡Qué error, un vasallo dueño!» Del Valido dice que «en el seno era ambicioso; en la vista, rayo; en las acciones, trueno». La queja contra su tendencia democrática la expresa así:
«Mirábase entre el desorden
insignemente al plebeyo
colocado, y tristemente
excluido al caballero.»
Los juicios que hace sobre los sucesos de su tiempo aconsejan la publicación íntegra del romance. Sobre la conspiración de Híjar véase Ezquerra (87). <<
[155] «El Conde-Duque temía más a la verdad de este gran señor solo, que a todos los demás juntos» («Guidi-Quevedo») (438). <<
[156] Hume (129), cap. VIII. <<
[157] Véase (256), 1-9. <<
[158] Pellicer (211), marzo 1644. <<
[159] Rodríguez Villa (240), 17. <<
[160] La autoridad de Cánovas añade a este respecto: «Si iban a los ejércitos los nobles no era por deber o gloria, sino por los sueldos y comodidades. Por poseerlos y disfrutarlos se disputaban los destinos públicos, sin consultar si su capacidad bastaba o no para desempeñarlos; ninguno entendía servir a la patria, sino a sí propio» [(56), 425]. En otros varios pasajes de sus estudios históricos se expresa, con parecida severidad, Cánovas al hablar de la Nobleza como clase directora. Recuérdese que, aunque era un político conservador y prototipo, en un momento de su actuación pública, de la reacción, hasta el punto de ser vil y estúpidamente asesinado por un anarquista, representaba, en realidad, un avance de la democracia, que en el siglo siguiente, el nuestro, había de tener tan enorme trascendencia histórica. El mismo Cánovas, que vivió tan a gusto en la atmósfera cortesana, no quiso, por soberbia popularista, ser título nunca. La significación política y la autoridad histórica de Cánovas nos excusa de nuevas citas en el mismo sentido. Por excepción anotaré el juicio que figura en un papel francés de la época, titulado El espíritu de Francia [(83), 29]: «Los Grandes de España son de grande ayuda al Rey de Francia y procuran, sin pensar, adelantar su designio, porque se enriquecen con la hacienda de su señor y quitan [en su país] la fuerza de poder mantener tropas.» Véase también el importante documento (343), que después será comentado. <<
[161] Cánovas: «Todo decae en nuestro país con frecuencia, menos la raza». Y Azaña, parecido en muchas cosas a Cánovas: «Para mí, lo vital de España, en el orden moral, es el pueblo» (23). <<
[162] Roca (455), 168. <<
[163] Córner (235), 11-15. <<
[164] Hume (129), cap II. <<
[165] Hauser (118), 281. <<
[166] «Guidi-Quevedo» (438). <<
[167] Véase Acción notable (434). <<
[168] Cartas (344), 17 mayo 1638. <<
[169] Meló [(176), 287]. Es sabido que Meló publicó este libro bajo el seudónimo de Clemente Libertino, estando preso en Lisboa, en 1645. <<
[170] Esta Coronelía Guardia del Rey se organizó en Almansa el año 1632; tuvo al principio como destino dar guardia al Rey en Palacio. Pasó después a las campañas de Languedoc y Cataluña y otras, ostentando diversos nombres, hasta el de Regimiento Inmemorial del Rey, con el que se le sigue designando en nuestros días. Fue su primer coronel el Conde-Duque de Olivares. Véase (112). <<
[171] Una noticia de su tiempo da cuenta de la edificación de Loeches con estas palabras expresivas «El Excmo Sr Conde-Duque da mucha prisa en la edificación del convento de Loeches, habiéndose ya abierto los fundamentos del templo, que será de la misma proporción y grandeza que el de la Encarnación, de esta corte» [Rodríguez Villa (240), 133]. <<
[172] Meló (176), 118. <<
[173] Contarini (235), II 110. <<
[174] «Guidi-Quevedo» (438). <<
[175] Contarini (235), II, 109. <<
[176] Relación Política (450). <<
[177] A pesar de estas precauciones, Meló fue uno de sus hombres de confianza, como luego se dirá. <<
[178] Junta que se hace, etc (441). <<
[179] Cit por Hume (129), cap VI. <<
[180] Véase (491), XV-435. El embajador era, seguramente, Contarini, que estuvo en Madrid del 1638 al 1641, y en estas largas horas de carrera haría el retrato que luego envió en su Relación, ya citada (235). <<
[181] Véase Memorial, de Sánchez Márquez (529). En el capítulo último se referirá que, aun retirado en Toro, despachaba su correspondencia en el coche. <<
[182] Rodríguez Villa (240), junio 1637. Voiture (284) refiere también que cuando el Rey estaba en El Escorial, Olivares iba y venía diariamente al Real Sitio, acompañado de tres secretarios, con los que trabajaba en el coche. <<
[183] Cuenta esto Don A. Fernández de los Ríos [(92), 666]. Dice que una vez fue traicionada una importante conversación que tuvo con un amigo dentro de su coche. Al saberlo persiguió al amigo, sospechoso de la imprudencia; pero habiendo demostrado su inculpabilidad se averiguó que fue el cochero el que oyó y difundió la noticia. <<
[184] En la relación del embajador Giustiniani, en los años 1634 a 1638, se lee: «Todas las consultas del Estado… son consignadas al señor Conde-Duque, el cual las examina con sus ministros confidentes, que son Villahermosa, Santa Cruz, el confesor (hombre de mediocre saber) y ahora Meló, que priva mucho con su excelencia» [(235), 11-69]. <<
[185] F. Córner [(235), 11-13]. (Llama, por cierto, al yerno del Conde-Duque «Duque de Medina Las Folers» en lugar de «Medina de las Torres».) <<
[186] Novoa (201), 1-73. <<
[187] Un dato interesante a este respecto es el siguiente: los Avisos, de Pellicer (211), aparecen con regularidad, cada ocho días, desde 1639, y cesan en septiembre de 1642 hasta julio de 1643, es decir, alrededor de la caída, cuando se extremó la persecución a los escritores. <<
[188] Véase (491), XIV-103. <<
[189] Rodríguez Villa [(240), 146]. El fraile volvió a París llevando de regalo para la Reina de Francia un dedo de la momia de San Isidro [(240), 156]. Es muy posible que el fraile tal fuera un espía, pues estos inundaban España, bajo el habito religioso o el tabardo de los peregrinos. De ello se ocupo mucho Don Cristóbal Pérez Herrera, insigne medico de Felipe II, fundador del Hospital General, de Madrid. Sobre este P. Bachelier véase el libro de Leman (142). <<
[190] Una carta del P. Sebastián González (7 febrero 1640) describe los pormenores de este arresto [(491), XV-407]. <<
[191] Es muy interesante la acusación contra Molina y la supuesta alocución del infeliz reo (302). <<
[192] Véase (491), XIIM17. <<
[193] Véase Rodríguez Villa (240), 68, y (394), XIV-27. <<
[194] Rodríguez Villa (240), 214. <<
[195] Ossorio (206). Lo único que no comparto de esta excelente monografía es la identidad que establece entre aquellos tiempos y los actuales. Ahora los hombres siguen no siendo arcángeles, pero son infinitamente mejores que hace tres siglos. <<
[196] Véase (438) y (439). El primer manuscrito, por ejemplo, asigna 28.000 ducados de sueldo como caballerizo mayor; el segundo, sólo 14.000. Uno incluye partidas que el otro olvida, etc. <<
[197] Véase Mena (403). <<
[198] Ya sabemos (cap. 3) que esto no es exacto y que heredó gran caudal. <<
[199] Véase Bolaños (392). <<
[200] Los contemporáneos extranjeros así lo juzgan, unánimemente. Córner, el embajador veneciano, dice, por ejemplo: «La integridad del Conde, todos la confiesan» [(235), 1-14]. «Desinteresado» le llama Contarini [(235), 1-109], etc. <<
[201] Luego será copiada (cap. 19). <<
[202] El Conde de la Roca confirma esto: «Toda la familia del Conde, desde el criado de la primera puerta hasta el de mejor oficio, viven tan sin manos, informados de que no pueden hacer nada con su dueño, que aun para fingirlo les faltaba ánimo o artificio.» A su ayuda de cámara Simón Rodríguez, que «en los años de privanza de su amo debió haber dado tres millones de audiencias», no le prosperó en nada la fortuna. A otro que fingió, por obtener propina, que recomendaría su petición al ministro, éste, «después de fatigada prisión, le echó de su casa y de la Corte» y revocó la gracia que casualmente se había concedido al pedigüeño corruptor. [Roca (455), 172]. Se refiere, sin duda, el comentarista al pícaro sevillano Morovelli, cuya relación con el Conde-Duque será, más adelante, referida. <<
[203] Silvela (256), 1-17. <<
[204] El embajador Córner [(235), 11-15] dice, en efecto, y de aquí ha salido la cita, tan extendida después, que «cualquiera que quiere hacerse grato al Conde le manda alguna curiosidad para su casa». <<
[205] Malvezzi (158), 188. <<
[206] Cruzada Villamil [(76), 129] publica un documento de Palacio ordenando se pague al Conde-Duque, «pues la templanza —dice— con que procede no queriendo llevar todo lo que justamente se le debe, obliga a que con toda puntualidad se le dé satisfacción, etc.» En este documento se detallan las especies que como «plato» recibía Don Gaspar, por ser camarero mayor, y eran las siguientes:
Ocho panes de boca, a 15 maravedises, montan cada día 120 mrs. al año… 43.800
Doce panecillos, a 5 mrs. al día: al año………………………………………………… 21.900
Trece azumbres de vino, a 11 mrs., 954 mrs.: al año ………………………………… 24.995
Cien suplicaciones y dos tabletas al día, 100 mrs.: al año…………………………… 25.580
La cera, conforme la cuenta del grefier…………………………………………………… 45.220
La fruta de verano, 14 libras un día con otro, a razón de 24 mrs., hacen 224 y en invierno, 8 libras a 40 mrs., uno con otro, 272 mrs.: al año……………………………… 99.280
El tercio de nieve se regula a razón de 6 arrobas, un día con otro, a 48 maravedíes; montan la nieve y fruta…………………………………………………………………………………… 283.240
TOTAL……………………………………………………………………… 544.015
Además se le pagaban, por los Consejos, 3.205 mrs. de gajes y pensión y libreas, por ayo <<
[207] Cánovas (55), IV-I 105. <<
[208] «Guidi-Quevedo» (438). En el elogio de Voiture (284) se dice también, como una de las glorias de Olivares, que no mancho de sangre su poder. Era este Voiture un literato francés, voluble, adulador, apreciadísimo en los salones, precursor de los actuales cronistas de sociedad. Del Conde-Duque escribió: «Al contrario [de los ministros precedentes, con mejor suerte], ha caminado siempre con el viento contrario, entre las tinieblas; y cuando el cielo aparecía cubierto por todas partes, ha mantenido su ruta entre bancos y escollos: y durante la tempestad ha tenido que conducir esta gran nave cuya proa está en el Atlántico y la popa en el mar de las Indias» [cit. por Saint-Beuve (244), tomo XII, pág. 200]. No hay por qué dar excesivo valor a sus elogios. Estuvo en España el año 1633, al servicio de Gastón, Duque de Orleáns, hermano de Luis XIV, enemigo de Richelieu, deteniéndose sobre todo en Sevilla, adonde fue con recomendaciones del Conde-Duque. El Alcázar le produjo gran impresión y lo consideró como el más interesante monumento de España. <<
[209] Giustiniani (235), 11-69. <<
[210] Novoa [(201), IV-I-40]. Añade, después de las palabras copiadas en el texto: «¡Cuan diferente fue en esto aquel Príncipe, dechado de toda la bondad y cortesía, el Duque de Lerma!» <<
[211] Contarini [(235), 11-110]. Otras veces era, en cambio, obsequiosísimo con los enviados extranjeros, quizá también en exceso, como los mismos venecianos hacen constar, y también los embajadores ingleses, cuya correspondencia ha estudiado muy bien M. Hume, del que he copiado trozos significativos. También se ha escrito mucho de las fiestas y obsequios que organizó en honor de la Duquesa de Mantua, de Mme. de Carignan, de Mme. de Chevreuse y de otros extranjeros, no siempre dignos de tales recibimientos. Pellicer refiere el modo que tuvo de recibir al barón de Molinnghen y a Mos de Santone, a los que dio un banquete en el Buen Retiro, tal, que «casi todos los convidados quedaron borrachos, porque las tazas en que se brindó eran muy capaces». Luego les dio toros, y, en su afán organizador, fue él mismo«a la Algarrada a escogerlos» [Pellicer (211), 1 y 8 mayo 1640]. Siri dice que entre los extranjeros, aquellos a quienes trataba «con especial estimación, amistad y cortesía» era a los italianos [(257), 257]. <<
[212] Novoa [(201), 1-54]. Dice este autor que hubo necesidad de muchas influencias para evitar el desafío; pero no parece que sea verdad. El Conde-Duque odiaba el duelo, como Richelieu, y dirigió contra él un curioso escrito a Felipe IV (314). <<
[213] Entre las cartas al Cardenal-Infante véase la de 25 de mayo de 1636, en la que censura duramente su actuación militar. Sobre sus violencias con el Rey véase El Nicandro, el Memorial de Ripalda y la correspondencia entre el Rey y González (374), en la que éste habla de las «aprensiones vehementes de la condición del Conde-Duque». <<
[214] Sin embargo, muchas veces se atribuían a estos disgustos, muertes perfectamente naturales. Por ejemplo, en 1636 murió Don Antonio Chumacero, y se dijo que fue de la pesadumbre de «algunas palabras pesadas» que el Conde-Duque le dirigió con motivo de la ineficacia de una leva de gente para Italia que se le había encomendado. Así se lee en las Nuevas de Madrid de esa fecha [Rodríguez Villa (240),]. Pero hay una carta, muy patética, que Don Antonio escribió a su hermano Don Juan, embajador en Roma (371), pocos momentos antes de morir, encomendándole a su mujer y seis hijos, y en ella declara que se muere «de tercianas». Así eran las muertes que se achacaban a los poderosos y muy especialmente a Olivares. Don Juan Chumacero se afectó mucho con esta muerte y escribió otra carta al Conde-Duque pidiéndole permiso para venir a España «por el desconsuelo en que han quedado ambas casas» (371). <<
[215] Contarini (235), 11-110. <<
[216] El Conde de la Roca [(455), 279] y otros autores cuentan que un hombre confesó haber querido atentar con unos pistoletes contra el Conde, de vuelta de Palacio, «lo que pudiera conseguir fácilmente por su natural descuido». El delincuente salió, levemente penado, a un presidio, y en el camino se fugó a otro reino; pero allí fue preso y se avisó al embajador en Madrid anunciándole que lo entregarían en la frontera. «El Conde hizo correo con la misma diligencia para que lo soltaran», y así fue. Otra vez, al principio de su privanza, unos hombres intentaron también matar a Don Gaspar, mientras paseaba su coche: más adelante se referirá este suceso. Escaparon, y a los seis años uno de ellos fue prendido por otros delitos y condenado a muerte. El Conde se echó a los pies del Rey y le pidió que fuera perdonado, pues podría creerse que su ejecución no era impuesta por los crímenes ordinarios, sino por haber atentado contra su vida. El Monarca consultó con el Consejo y no quiso acceder al perdón. En estas acciones, meritorias pero teatrales, se observa el deseo del Conde-Duque de imitar los ejemplos antiguos, a los que era tan afecto. Roca, al referirlos, recuerda, en efecto, que «lo mismo se lee de Julio César». <<
[217] Las Nuevas de Madrid de julio de 1637, por ejemplo, refieren la saña con que el Duque de Villahermosa quiso hacer matar, por dos veces, a un sacerdote porque en público había hablado mal de su casa, y el gacetillero comenta: «No lo hace así el Conde-Duque, que no solamente no se venga de sus enemigos, pero los perdona de buena gana» [Rodríguez Villa (240), 198]. El Conde de la Roca habla también, como de cosa sabida, de «la resolución que había hecho el Conde-Duque de perdonar a sus enemigos» y cita algunos casos en que, notoriamente, puso en práctica su piedad [(435), 283]. <<
[218] Cánovas (56), 1-149. <<
[219] Córner (235), 11-14. <<
[220] La novela de Fernández y González sobre el Conde-Duque es un documento típico de esta actitud del liberal español frente a la época que estudiamos (88). También el drama Quevedo, de E F Sanz. La biografía novelada, reciente, de Quevedo, por A Porras, esta inspirada en el mismo odio al Conde-Duque (220). <<
[221] Son, sobre todo, importantes los documentos publicados por Astrana Marín en (226). Para no repetir las notas me referiré en el texto a los datos que mas he utilizado, que son las Cartas, señalándolos con la numeración de Astrana y añadiendo una A al referirme a las Antiguas, las del Epistolario, en el tomo de Prosa (pags 1357 y sigs) y una N cuando cite las nuevas, las inéditas, que se publican en el tomo de Versos (pags 1497 y sigs). <<
[222] A. Fernández Guerra (90). <<
[223] En esta carta explica los motivos de su prisión, que fue su Memorial por el Patronato de Santiago. Astrana la incluye fuera de la colección del Epistolario, Apéndice [(227, verso), 1263]. <<
[224] Se refiere Quevedo al calvinista Ferrer, que fue quemado vivo en la Plaza Mayor, de Madrid, por sacrilegio; y a los pocos días un vagabundo francés, Peralta, sufrió la misma pena por haber cometido en la iglesia de San Felipe, de Madrid, el mismo delito de destrozar la Hostia. Quevedo opina que el castigo público antes puede servir de incitación a otros criminales que de ejemplaridad, en lo cual tenía razón, sobre todo tratándose de delitos políticos o religiosos, en los que interviene siempre el fanatismo y el ansia de notoriedad; lo cual no han aprendido todavía los españoles, que llaman «impunismo» a la hábil indulgencia de tales delitos. Lo terrible de Don Francisco es que pide que esos castigos, severísimos, se hagan, pero «en silencio». <<
[225] La Epístola es la célebre poesía que empieza:
«No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca, ya la frente,
me representes o silencio o miedo.»
Cómo ha de ser el Privado (227) es una defensa tan cínica de Olivares que produce una reacción de antipatía en el lector. Uno por uno le defiende de los mismos cargos que, poco después, él, Quevedo, había de esgrimir contra el ministro. Es imposible explicar, sin menoscabo grave de la dignidad de Quevedo, cómo el autor de esta comedia fue luego enemigo de su ídolo. Por eso, sin duda, la hizo desaparecer y ha estado oculta durante trescientos años. Su lectura es interesantísima, como documento, no como pieza literaria, que no puede ser más mediocre. Artigas apunta certeramente la identidad entre sus argumentos y los del panegírico de Roca. <<
[226] Apareció El Chitan, en 1630, firmado por «El licenciado Todo-se-sabe». Dice, por ejemplo: «¿Cómo le agradecerás al Rey esta elección [la de Olivares] y al Conde el ser privado escueto, solo y mocho de todo privado?» Y después de esto, «¿cómo no le reconoces el retiro y el no andar por las calles atento a la cosecha de reverencias, sumisiones y descaperuzos?», etc. No puede dudarse de la actitud olivarista de Quevedo, desgraciadamente más mercenaria que sincera. Una carta del P. Hernando de Salazar (XCV) demuestra que fue éste el que proporcionó materiales encomiásticos a Don Francisco para su opúsculo (léase la nota de Astrana a esta carta). Se infiere de las fechas (no seguras) de estas cartas y de la aparición de El Chitan, que quizá no fuera este opúsculo el que sirvió de tema a la correspondencia entre Quevedo y Olivares. Es igual. Lo importante es que el ministro encargó un trabajo apologético al escritor y que éste lo hizo. Véase también la delación contra este Chitan y su proceso por la Inquisición, en Astrana [(226, prosa), 1252]. <<
[227] Novoa (201), 1-73. <<
[228] P. A. de Tarsia (264), 94. <<
[229] Fernández Guerra (90), 119. <<
[230] Rodríguez Villa [(240), 58]. Astrana reproduce éste y algún otro fragmento (como el de las aficiones al hebreo del Duque de Medinaceli, ya comentado aquí) de estas Nuevas de Madrid, como trozos de cartas, en su Epistolario de Quevedo. El mismo docto comentarista de Quevedo publica el Memorial de Don Luis Pacheco de Narváez, maestro de armas de Felipe IV, ya publicado por Menéndez y Pelayo [(184), III-876], denunciando al Tribunal de la Inquisición cuatro libros de Don Francisco de Quevedo [(226, verso), 1043]. Supone Astrana que este memorial fue escrito en 1629 ó 1630, en cuyo caso resultaría que la persecución al poeta del maestro de armas era antigua. Véase también Fernández Guerra (90). <<
[231] La carta XVII-A, fechada el 5 de noviembre de 1636, habla de que acaba de llegar a Madrid, donde estuvo, por lo tanto, coincidiendo con el pleito de Don Luis Pacheco de Narváez; y quizá por este asunto es por lo que dejó la paz del campo. Vuelve a Madrid en marzo de 1637 (carta XX-A), hasta octubre (XXII-A), entretenido, al parecer, en pleitos particulares. Sale de La Torre, de nuevo, en la primavera de 1638, en que escribe desde Madrid (carta XXVII-A), no regresando a su retiro hasta últimos de año, en que recibe recado urgente de ir a la corte, lo cual hace en enero de 1639, a pesar del frío y de sus achaques. <<
[232] Es sabida la gran campaña que hicieron contra él los poetas gongoristas por la publicación de su Aguja de marear con la receta para hacer soldados en un día, La culta latiniparla, etc.; y que fray Diego Niseno, en el elogio funeral del doctor Don Juan Pérez de Montalbán, atacó duramente a nuestro poeta. Véase Fernández Guerra (90), 129. <<
[233] Esta descripción permite localizar la prisión en alguna de las habitaciones bajas del convento, a la parte derecha, que cae sobre el río; y no el aposento del piso principal que los guías suelen enseñar como «cárcel de Quevedo». <<
[234] Unos dicen que este verso fue el Memorial a S. M. el Rey Don Felipe IV, que empieza:
«Católica, sacra y real majestad,
que Dios en la tierra os hizo deidad,
un anciano pobre, sencillo y honrado,
humilde os invoca y os habla postrado», etc.
La Vida de Don Francisco de Quevedo, de Don Pablo Antonio de Tarsia (264), que es la fuente más antigua sobre la biografía de Quevedo, da por hecho que este papel fue el que se tomó como delito, pero que no era de Don Francisco. Astrana, al reproducir la biografía de Tarsia [(226, verso), 767], da, sin embargo, por segura la atribución a Quevedo y refuta éste y otros errores de Tarsia. A la verdad, este Memorial, en dodecasílabos pareados, es mediocre, de lo peor que hizo Quevedo, si es de él, y no demasiado violento para lo que entonces se estilaba. Quizá su mayor invectiva es ésta, a los sueldos de los ministros:
«Un ministro, en paz, se come de gajes
más que en guerra pueden gastar diez linajes.»
Léase completo en la edición de Astrana [(226, verso), 142]. Otros suponen que el papel introducido en Palacio fue el famoso Padre Nuestro que en la edición de Astrana se reproduce en (226, verso), 144. Estos versos, que glosan el Padre Nuestro, mucho mejores que los del Memorial, describen también los males de la Monarquía, con más reproches al Rey que al Privado, contra el que no hay, como tampoco en el otro, ataques concretos y violentos, sino sólo la acusación vaga de mal gobierno y de que debe dejar que el Rey rija los destinos de España. Según una nota al margen de varios de los ejemplares manuscritos de Guidi, versión «Carreto» (226, verso), entre ellos el que yo poseo, lo que causó indignación en las alturas fue el verso en que se hace alusión a que el Conde-Duque hizo matar con una sangría al Infante Don Carlos, hermano del Rey. Dice así este verso:
«Carlos, tu hermano, murió,
y con él nuestra esperanza,
que una lanceta fue lanza
de Longinos que le hirió.»
Astrana [(226, verso), 1575] no se decide por ninguno de los dos, aunque se inclina al que llama «impresionante» Memorial. Hume [(129), cap. VIII], para no equivocarse, dice que la servilleta regia ocultaba los dos: el Memorial, que llama también «terrible», y la parodia del Padre Nuestro. <<
[235] Por ejemplo, el soneto Al mal gobierno de Felipe IV [Astrana (226, verso), 138], y, sobre todo, las décimas Sobre el estado de la Monarquía, de 1641, que empieza:
«Toda España está en un tris
y a pique de dar con tras;
ya monta el caballo más
que monta el maravedís», etc. <<
[236] Que estos libelos los leía el Rey, a pesar de la vigilancia del ministro, es indudable. Negarlo sería desconocer el ambiente de las camarillas regias, cuyas paredes son de poros, que todo lo penetran. Pero, además, hombre de tan indiscutible autoridad en estas interioridades palatinas como Novoa, nos habla una vez, expresamente, de «los papeles que de secreto se daban al Rey» [(201), 1-73]. <<
[237] Juderías (134), 163. <<
[238] Entonces, en 1650, se publicó por primera vez esta famosa Isla, incluida en La hora de todos y la fortuna con seso. Según Astrana, salió muy modificada con respecto al primitivo original [véase (226, prosa), XXXVI]; pero este primitivo original no se conoce. <<
[239] Véase la biografía de Tarsia (264) y la Carta del P. Sebastián González, del 13 de diciembre de 1639 [(491), XII, 211], y los Avisos de Pellicer, que ahora comentaremos. En la carta del jesuita se dice al dar cuenta de la prisión de Quevedo: «… no se sabe de cierto la causa, aunque se sospecha debe ser algo que ha dicho o escrito contra el Gobierno». <<
[240] Avisos de Pellicer de 13 de diciembre de 1639. Astrana [(226, prosa), 1575] encomia mucho la malicia de Pellicer al dar esta noticia, pues era enemigo de Quevedo; la verdad es que su papel, aun siendo apasionado, es de mero informador. <<