[74] Lerma, hábilmente se hizo hacer cardenal para salvar la cabeza. Es conocido el célebre epigrama: «se vistió de colorado para no morir ahorcado». Al año siguiente cantó su primera misa en Valladolid. La sentencia imponiéndole la confiscación del millón apareció en agosto de 1626. Indicio del odio que despertaba Aliaga es el papel que se dirigió al Rey pidiendo su severo castigo (497). La orden de destierro decía así: «Por vuestra conveniencia y mi servicio, conviene que dentro de dos días estéis en la ciudad de Huete, en el convento de Santo Domingo, donde vuestro superior os dirá lo que debéis hacer. Madrid y Abril 22-1626. Yo el Rey» (306), f 308 v. Por entonces salieron unas décimas ingeniosas contra el infeliz ex confesor regio, que empezaban así
«Sancho Panza, el confesor
del ya difunto monarca
que de la vena del
de Osuna fue sangrador,
el cuchillo del dolor lleva
a Huete atravesado
y en tan abatido estado
que será, según he oído,
de Inquisidor, inquirido
de Confesor, confesado»
(306), f 323. <<
[75] Apéndice XVII. <<
[76] Véase Parecer del Conde-Duque, etc. (319). <<
[77] Lo cuenta Howel a Tom Porter en sus Familiar Letters, que transcribe M. Hume [(124), cap. III]: «Hace poco, el Príncipe supo que la Infanta tenía la costumbre de pasar la mañana en la Casa de Campo para recoger las flores tempranas de mayo. Se levantó temprano y se fue con vuestro hermano, entrando en el jardín. La Infanta estaba entre las flores, separada del Príncipe por un muro alto y una puerta con doble cerrojo. El Príncipe se hizo izar al muro, saltó al jardín, a pesar de su altura, y se dirigió hacia Su Alteza. Ésta lanzó un grito y huyó. El viejo Marqués que la servía de guardián se arrodilló ante el Príncipe y le suplicó que se retirase. Le abrieron la puerta y repasó así el muro que había escalado.» <<
[78] Describen estos regalos Soto y Aguilar (521) y un interesante manuscrito que fue de la biblioteca del Monasterio de Cogullada, hoy mío (493). El Príncipe regaló a Olivares «un diamante con una perla pendiente que vale 16.000 ducados»; a su mujer, Doña Inés, «una cruz de diamante que vale 6.000 ducados», y a Doña María de Guzmán, la hija, «dos sortijas de diamantes que valen 32.000 ducados». Sobre los cuadros que se llevó el Príncipe véase Justi [(135), 223]. Entre ellos estaba el retrato que Velázquez hizo de Don Carlos. Véase también sobre este asunto Niceto Gante (100) y el capítulo 6 de este libro, sobre todo su nota 5. Sobre la actitud del Conde-Duque y el de la Infanta en la presunta boda, véase la comedia de Quevedo Cómo ha de ser el Privado (227), en la que se declara la oposición del ministro español, fundándose en razones religiosas; y en la que se describe, del natural, la gazmoñería y mala educación de la Infanta Doña María con el pobre Príncipe enamorado. <<
[79] El dibujante de la portada representó claramente a Olivares, sosteniendo el mundo: «desnudo de interés», a la izquierda, y «vestido de valor», a la derecha. Me señaló este curioso dato el docto académico de la Historia, señor Guillén. <<
[80] Hay una considerable documentación sobre esta generosidad patriótica del Conde-Duque, que ni sus adversarios más enconados le pudieron negar. Ericeyra, el historiador portugués, tan hostil a Olivares, dice: «De su actividad, destreza y largueza en gastar los propios dineros para buscar los medios y los recursos con que juntar tropas y abastecerlas suficientemente no hay que decir, en cambio, sino alabanzas» (85). <<
[81] Véase Apéndice XVIII. <<
[82] Cánovas [(56), 1-159]. Es curioso que Cánovas, que escribió con tanta responsabilidad de lo que decía, estos admirables juicios sobre el pecado de la soberbia en política, fue tachado también de soberbio, como su pecado capital, por el juicio común. <<
[83] Una carta de Don Diego Garay, inquisidor de la Suprema, al P. Diego del Mármol, jesuita, en 14 de septiembre de 1638, explica al pormenor el entusiasmo de la gente madrileña, que llegó a excesos de locura. Saquearon las casas y tiendas de los franceses, y los hubieran maltratado «si la Nobleza que iba entre los picaros no los defendiera». Un mercader de la Puerta de Guadalajara, llamado Pichón, que «tuvo una hija tan celebrada de hermosura que picó muy alto» (sin duda quiso ser querida del Rey), hubo de repartir cantidad de regalos entre la plebe para que le dejasen. Un mamarracho salió vestido de cardenal (por Richelieu), montado en una mula, entre la befa de los transeúntes, y Felipe IV, siempre discreto, «no gustó de ello y envió a que le recogiesen y prendiesen». A la vuelta de Atocha pasó el Rey a caballo entre las masas enardecidas, con gran acompañamiento: a su derecha iba el Conde-Duque. Desde un balcón de Platerías vio Garay el frenesí con que aclamaban a Don Felipe. Para el Valido no había vivas, pero recogía parte del clamor «apegado con la gente, quitando el sombrero, derribando el cuerpo y extendiendo el brazo, haciendo demostración por toda la calle, hasta que le perdimos de vista, de querer abrazar a todos los que vitoreaban» [(491), XV-26]. Se veía el afán con que Olivares recogía las migajas de su popularidad; pero en su corazón sabía ya a qué atenerse. <<
[84] De intento prescindimos en esta explicación de los detalles, definiciones y conceptuosidades de los psiquiatras, ateniéndonos al fondo empírico de su doctrina, que es lo exacto y duradero de ella. En el libro de Kretschmer hay un capitulo titulado Die Fuhrer und Herden (Conductores y héroes) [(137), 179], en el que explica con detalle estos dos tipos de jefes; pero, a mi juicio, con no absoluto acierto. Sobre la correspondencia entre figura y temperamento y su interés histórico véanse mi ensayo (160). <<
[85] Recientemente he tenido ocasión de leer copia de una carta dirigida a un amigo íntimo por un conductor de masas actual, de esta categoría psicológica. Está escrita en uno de los días de más brillante gesticulación optimista, y en ella, sin embargo, expresa el derrumbamiento de su fe y su deseo de dejarlo todo y retirarse a la vida privada. Seguramente, unos días después, el bache estaría superado. Nadie de la calle se enteró, claro es, de esta depresión, ahogada por el gesto. <<
[86] Es conocida la historia de este primer retrato que comentamos. Existía en casa de la Duquesa de Villahermosa. No nos interesan las dudas que hubo sobre si era, en efecto, un Velázquez de primera mano o la copia del auténtico, que desapareció. Las opiniones recientes parecen estar de acuerdo en que es de la mano del gran maestro. Lo que nos importa es la vacilación acerca del personaje retratado. Justi, fundándose en el parecido con el Conde-Duque, pero también en las ya mencionadas diferencias con respecto a los otros retratos de éste, y en que ostenta la cruz de Calatrava, supuso que era un hermano de Don Gaspar, hipótesis absurda, porque Don Gaspar no tuvo hermanos que pasasen de la primera juventud. El recibo firmado por Velázquez permitió a J. R. Mélida afirmar que era el Conde-Duque mismo, explicando las diferencias por la hipótesis de que no hizo su pintura del natural. Ya he dicho que esta hipótesis es sólo, en parte, cierta, pues la cabeza, sin duda, está hecha ante el modelo aunque en sesión breve. Lo de la cruz de Calatrava se explicó asimismo, porque Olivares obtuvo también el hábito de esta Orden. Véase toda esta historia en Mélida (175). Tormo opina, como Mélida, que el retrato se pintó de memoria (266). Tal vez la fecha en que se hizo esta cabeza fuera anterior a 1624; por ejemplo, 1622, cuando Velázquez vino por primera vez a Madrid y se volvió a Sevilla —se dice— sin poder retratar al Rey. Pero sí pudo tomar algún apunte rápido de Olivares, que luego completaría en su estudio. Véase también el capítulo 12 de este libro.<<
[87] Boix (42). Variantes de este grabado de Rubens son el de Pedro Perete y el admirable de Merian. <<
[88] Mélida, en su artículo citado (175), dice que en este primer retrato lleva también peluca Don Gaspar; pero no es así. Es su pelo natural, y por ello es de color más oscuro que el de los otros retratos, singularmente el ecuestre del Prado. No es, como supone Mélida, que se pusiera peluca de distintos tonos, sino que su cabello natural era de tono diferente al de la peluca. En la estampa de Rubens está aún más netamente señalado el cabello normal, pero sin que pueda hablarse de calva. <<
[89] Según Justi [(135), 220], el retrato de la Hispanic Society procede de la Colección Altamira, y lo hizo como pareja del de Felipe IV, para el Conde-Duque, ejecutando luego una réplica, la de Huth, para el Rey. La réplica de Huth, hoy en el Brasil, procede de la galería española de Luis Felipe y lo compró Henry Farrar en 1865, por 725 libras. Véase también Allende Salazar (8). <<
[90] El retrato que posee el Marqués de Cabra lo heredó de Don Diego Andrés Ballesteros y Marañón, hacendado de la Mancha. Los informes de Don José Villegas, Don Luis Menéndez Pidal y Don Elias Salaverría suponen que se trata de una obra del taller de Velázquez, en la que —por lo menos en la cabeza— puso su pincel el maestro. Del taller, probablemente, del maestro es también el de Casa-Torres. <<
[91] Se ha venido diciendo, como es sabido, que este retrato se hizo para conmemorar la victoria de Fuenterrabía, que, aunque desde Madrid, dirigió muy personalmente el Conde-Duque. En este caso, la fecha de la pintura sería posterior a 1638, en que ocurrió aquel hecho de armas. La atribución actual a 1634 se debe a la consideración de que el retrato ecuestre del Duque de Feria en la toma de Acqui, por Jusepe Leonardo, es de esa fecha y está imitado del de Conde-Duque, que, por lo tanto, había de ser anterior; quizá bastante anterior; de ser así, ya no sería fácil explicarse el gran envejecimiento de Don Gaspar en el retrato de la Hispanic Society (1626-1627) y el del Prado (antes de 1634), aun contando con un rápido desgaste del abrumado ministro. Realmente, la vanidad militar del Conde-Duque, que era general de la caballería española desde mucho tiempo antes que lo de Fuenterrabía, desde 1625, no necesitaba esta última ocasión para hacerse retratar en la actitud de mandar un ejército, que nunca vio. Pero es también indudable que entonces culminó su reputación de director de ejércitos y su gloria. Esto y el dato de la vejez y la casi identidad, en cuanto al aspecto cronológico, entre esta efigie y la del Museo de San Petersburgo, que es seguramente de 1658, nos hace dudar, respetuosamente, del adelantamiento de la fecha que hace Tormo (266), tanto más cuanto que no se ve con seguridad que sea el retrato de Feria, por Leonardo, imitación del de Velázquez. Anterior al del Prado es el precioso boceto ecuestre de la Colección Casa-Torres, del que se grabó el que figura en el libro de Mateos. <<
[92] El de lord Elgin, en Broohall, Fifesshire, admirable, con el caballo blanco, y el de la Galería de Mannheim, en el palacio de Schleissheim (Alemania), atribuido a Gaspar Grayer, y luego reconocido por Otto Mundler como de Velázquez; estuvo en una época en la Pinacoteca de Munich [Justi (135), 453]. <<
[93] Hay, en efecto, uno en busto y otro de cuerpo entero, adquirido de la colección del Rey Guillermo de Holanda con la pareja del de Felipe IV. El de cuerpo entero es considerado por Justi como obra de taller [Justi (135), 478]. <<
[94] De este retrato hay una réplica en el Museo de Dresde y otra en el Metropolitan, de Nueva York, con el carácter espectral que el pintor ha impreso al primitivo rostro. Ignoro si este cambio obedece a un capricho del artista o si la cara pintada corresponde a la realidad. Así lo creo, pues es difícil inventar a capricho el profundo sentido patológico del rostro, y de lo que el rostro expresa; así, sin duda, debía de estar Don Gaspar consumido y con cara equívoca de loco en el tiempo de la caída; así en Loeches y en Toro.
De esta cabeza, en su primera variante, la eufórica y no la espectral, se hicieron varios grabados. Uno de ellos, el citado de H. Pannels, ejecutado para la obra de Tapia y Robles (263). Hay en él una variante mediana, con armadura y bastón de mando y distintas leyendas, firmada por Juan de Nopart, que he visto al frente del volumen Fragmentos (301). Otra variante grabada es la del Museo de Berlín, que antes fue de Cea Bermúdez, y su muy parecida de la Biblioteca Nacional (Madrid), atribuida a la mano del mismo Velázquez. La expresión bonachona y eufórica es muy clara en esta prueba. La miniatura del Palacio Real de Madrid no tiene interés iconográfico. No citamos aquí otros grabados posteriores por ser arbitrarios. <<
[95] La leyenda dice, en efecto, que era jorobado y que por ello le retrataba siempre de frente Velázquez. Es fantasía. Había, repito, la gran anchura de hombros y exageración de la cifosis dorsal propia de estos tipos; pero no, propiamente, aquella deformidad. El examen de la armadura es definitivo, y luego copiaremos la opinión de un contemporáneo, Siri, que asegura explícitamente que no era jorobado, aunque le achacaban este defecto. Las medidas en altura, tomadas en esta armadura, no tienen valor, pues aun estando armadas correctamente y en maniquíes muy bien hechos dan siempre estas proporciones inexactas. <<
[96] Véase Marañón (162). <<
[97] Entre las preocupaciones moralistas con que reaccionaba parte de la sociedad de aquel siglo a la disolución de las costumbres, se habló y escribió mucho contra el uso de las cabelleras y pelucas en los hombres. Hay un capítulo entero dedicado a la materia en el para el lector de hoy delicioso Discurso de Alonso Carranza (6). Considera el autor como gran pecado el que el hombre se deje el pelo largo, o disimule la calva con pelucas, apoyando su tesis con citas de muchos santos padres. Muchas de las cosas que dice parecen alusión maligna al Conde-Duque. También Sor María de Agreda abominaba de estos adornos del varón. El largo pelo representa a los pecados que nos atan a la perdición eterna, como en el símbolo de Absalón. <<
[98] Novoa (201), 1-12. <<
[99] Mena (403). <<
[100] Novoa (201), 1-8. <<
[101] Siri (257), 24. <<
[102] Relación política, etc. (450). <<
[103] Córner (235), 11-13. <<
[104] Contarini (235), 11-110. <<
[105] Kretschmer (137). En español hay buenos resúmenes de sus ideas en Sacristán (243) y Goyanes (113). <<
[106] Contarini (235), 11-110. <<
[107] «Suplico a V. A. —dijo al Príncipe— me haga merced de decirme si recibiría algún pequeño disgusto de que me retire a Sevilla, que sin decir a nadie la causa lo haré, fundándola sólo en otras que creerán todos» [Roca (455), 156]. <<
[108] «Sus mismos desengaños —dice el Conde de la Roca— se lo atribuían a hipocresía; su mucha atención con los pretendientes las más veces la reputaban por malicia, para descubrir con ella algunas cosas y vengarse de los que no le querían bien, y, últimamente, sus buenas obras decían que era con fin dañado; y a su agrado con todos, llamaban vanidad» [(455), 287]. ¡Qué admirable definición de la mísera susceptibilidad de algunos espíritus ante la generosidad! <<
[109] Es muy interesante, y no citada, la opinión de Olivares en el Consejo de Estado, a 20 de enero de 1624 (323). Entre otras cosas, dice: «No será obrar para este buen fin el entregar a la señora Infanta y casarla con un Príncipe de otra religión, sin ninguna esperanza prudencial de que se haya de conseguir fruto, como sería estando las cosas en el estado presente, pues Dios no quiere ni manda que obremos en orden a los milagros que él haya de hacer sin que se los pidamos.» Y añade «que conoce muy bien los inconvenientes grandes que se seguirán de la guerra con Inglaterra; pero estos daños, si han de venir, no los excusa la indigna negociación, ni el rendimiento, ni el darles la señora Infanta», etc. La intención del ministro no deja, pues, lugar a duda. Véase también sobre este famoso proyecto de casamiento Hume (129) y Guizot (115). <<
[110] Véase la descripción de estas fiestas en (521). <<
[111] Se conoce el texto de la carta que, a solicitud de esta de su hijo, escribió el Rey de Inglaterra (301). <<
[112] Dice el autor de las Noticias de Madrid (507) que el Conde-Duque, al recibir la noticia, dio al mensajero 500 doblones y el Rey una vara de alguacil. La alegría de esta jornada era bien superficial, pues, a la larga, el resultado fue tan poco favorable a España que está justificada la frase de Silvela de que el «inimitable lienzo de Velázquez es el único beneficio líquido que puede contarse de esta funesta guerra» [Silvela (256), 1-28]. <<
[113] Novoa (201), 1-12. <<
[114] Gracián, sin embargo, en El Político, se harta de llamar Grande a Felipe IV. En uno de los papeles que por entonces circularon mucho acerca del Conde-Duque, el titulado Relación política (450), se critica mucho este título, adjudicado al Rey, y recuerda que Felipe II, tan gran Rey, sólo después de su muerte fue llamado el Prudente. Son muy conocidos los epigramas que circularon sobre esta gratuita grandeza de Felipe IV, sobre todo el que dice que era grande como los hoyos, que lo son más a medida que se les saca más tierra. <<
[115] El Privilegio de este ducado es una apología de la vida y obra de Don Gaspar y de sus méritos propios y heredados, que le debió henchir de orgullo. Apareció a 5 de enero de 1625. Está publicado en varias partes, por ejemplo, en Roca [(455), 233]. <<
[116] Véase Roca (455). <<
[117] Publicada en (332). <<
[118] Noticias de Madrid (507). <<
[119] Novoa (201), 1-55. <<
[120] Con razón dice Hume, refiriéndose a esta absurda guerra: «Cuando a la luz de los datos que hoy poseemos nos transportamos al Estado de España (en este año de 1631) no es imposible comprender qué viento de locura pudo empujar a Felipe IV y a su ministro a echar sobre sus hombros el peso de la responsabilidad de una guerra de este género. No podían esperar de ella ninguna ganancia material. Los problemas religiosos y territoriales que dividían a los Príncipes alemanes nada fundamental representaban para España. Y, de todos modos, la espantosa ruina financiera e industrial de la Península no autorizaba, por motivos sentimentales, a precipitar al país en la ruina» (129). <<
[121] Véase más adelante. <<
[122] Véase más adelante. <<
[123] Cit por Hume (129), cap V. <<
[124] Córner (235), 11-16. Repárese la emulación real en este hecho, verídico o legendario, pues recuerda a lo que se contó de las devociones macabras de Carlos V y Felipe II. <<
[125] De esta victoria daba cuenta al embajador en Roma, Chumacero, en esta carta, en la que se mezclan los destellos eufóricos con sus recelos de siempre: «Bendito sea Dios que nos ha enviado tan colmada la victoria de Nordlingen, que aunque no sea con sano corazón le habrán de contar [a Chumacero]. Doile a V. S. la enhorabuena de ésta, y no con pocas esperanzas de otras semejantes, que abran puerta a muchas felicidades, pues aunque las maquinaciones de los enemigos son muchas, la misericordia de Dios en repararlas es mucho mayor. Sea Él bendito por siempre» [(370), 5 octubre 1634]. <<
[126] Este asunto de la elección del Rey de Romanos apasionó mucho a la Corte de España y explica, dada la psicología extravagante de Reyes y cortesanos, el derroche de las célebres fiestas por razones que al pueblo eran ajenas. Intervino mucho, con pomposo fausto y al parecer con habilidad, en esta elección, en Ratisbona, el Conde de Oñate. Novoa describe con prolijidad de detalles que el Conde encargó a su hijo Don Enrique que viniera como una exhalación a Madrid a dar la buena nueva al Rey; pero, yendo por la posta a El Pardo, dejó traslucir la noticia el famoso Simón, ayuda de cámara del Conde-Duque, y habiéndolo oído un barbero de cámara llamado Pedro Arias, «hombre de cascos y de cervelo —dice Novoa— como los demás de la Facultad», picó espuelas a un caballo ligero que montaba y a campo traviesa llegó al sitio real antes que Don Enrique, dando la gran noticia al Valido y al Rey, con lo que el aristocrático emisario estuvo a punto de morir del disgusto. Se habló mucho de todo esto, y si lo referimos ahora es porque da cuenta, con ser un detalle, de la irrealidad mezquina en que vivía aquella sociedad. <<
[127] Rodríguez Villa [(240), 107]. De la euforia anormal del Conde-Duque por estos años hay varios testimonios del mayor interés. Por ejemplo, al dar cuenta al presidente del Consejo de Castilla de la victoria de Picolomini (1630), termina así: «Hoy de Dios es todo y él solo lo obra, y de las tejas abajo en Castilla: como cabeza, es el todo de la suprema autoridad y asistencia de ese gran Consejo al servicio del Rey, nuestro señor» [(491), XV-282]. Y cuando nuestra victoria en Salces, en el Rosellón, refirió a su confesor que 2.000 soldados españoles, al avanzar en la noche, vieron aparecer en las puntas de sus espadas y picas «una estrella o cosa que se lo parecía, tan resplandeciente, al parecer, como las del cielo», lo cual dio al ejército la seguridad de que Dios les ayudaba, y ello les animó a vencer. Lo refiere el P. Sebastián González, al que, sin duda, se lo contó el confesor de Olivares, jesuita también [(491), XV-351]. Luego se hablará de la infinita credulidad de Don Gaspar. <<
[128] Dice Cánovas [(56), 1-168], refiriéndose a esta melancolía ante las fiestas palatinas y populares y ante los honores con que le abrumaron después del sitio de Fuenterrabía, las palabras siguientes, admirables, porque están escritas por quien gozó también de la embriaguez del mando. Escritas con el mismo espíritu del Conde-Duque y hasta con su oscuridad de lenguaje: «A los hombres que ven por dentro las cosas y en medio de algún pasajero favor de la fortuna claramente perciben los peligros del porvenir, suélenles doler en lo íntimo la superficial alegría y las esperanzas exageradas, o tal vez quiméricas, del vulgo, que no se hace cargo sino de lo que ante sus ojos pasa. Sienten ellos entonces a modo de necesidad de interrumpir su júbilo que, aunque halague a los sentidos, molesta, por dentro, el alma.» <<
[129] De tal monta era la merced, que a poco de morir Olivares, la Cámara de Castilla elevó instancia al Rey pidiéndole su derogación, «por los inconvenientes que resultan de que tenga efecto la merced que V. M. hizo al Conde-Duque de Sanlúcar de un oficio de regimiento en cada una de las ciudades y villas de voto en Cortes, con facultad de nombrar tenientes y sucesor, de su casa, en ellos» (29 mayo 1649). Hubo pleito entre las ciudades y los herederos del Conde-Duque y el asunto pasó a las Cortes. En la sesión del 10 de septiembre de 1789, es decir, más de un siglo después, el asunto todavía no se había resuelto (303). <<
[130] Véase el Discurso en el Apéndice XIX. Cánovas lo copia de las actas de las Cortes de 1638 a 1643; pero yo no las he hallado en el volumen manuscrito que corresponde a este período (504). (¿Olvidó Cánovas devolverlas?). Sin embargo, de este discurso circularon copias sueltas. He leído una, con muy pocas variantes sobre la versión de Cánovas, en la biblioteca del Duque de San Pedro (298). Es muy parecida la versión que publica Malvezzi [(157), 163] del discurso en el Consejo de Estado a los pocos días del anterior. <<
[131] Cit. por Justi [(135), 479]. El golpe fue tanto más doloroso para Olivares cuanto que se comportó con gran hidalguía, intentando una conferencia con Medina-Sidonia entre Getafe e Illescas para tratar de arreglar el asunto. En la carga decía a su pariente: «no es posible que la reputación de V. E. padezca, sin quiebra de la mía». Pero Medina-Sidonia, receloso de que la cita fuera una emboscada para prenderle, se volvió a su Andalucía. En (491), XVI-161 y 163, están publicadas las dos cartas de Olivares a sus parientes; una citándole (29 de agosto 1641) y otra reconviniéndole por su fuga (1 septiembre 1641). En esta última se expresa con su habitual lenguaje. «Es gran cosa —dice— que V. E. crea más a la estampida que a un hombre que no puede quedar sin honra si V. E. pierde un pelo de reputación; que me ha dolido tan en lo vivo del alma que dije a Don Lorenzo y al Patriarca que me holgara más haber nacido hijo de un sastre que no en casa donde se hace tan poca cuenta de mí.» Llama «estampida» al recelo de Medina-Sidonia de caer en una celada. <<
[132] Véase Apéndice XXXII. <<
[133] El día antes de morir, Felipe III llamó al Príncipe, que entró en la cámara acompañado de su ayo, Don Baltasar de Zúñiga, y de su gentilhombre, el Conde de Olivares. El Rey dijo a su hijo: «Heos llamado para que veáis en lo que fenece todo.» A la salida, Olivares, convencido de la próxima muerte de Don Felipe, hizo al de Uceda esta petición: «Señor, yo he llegado a desear que en medio de este dolor forzoso S. M. honre mi casa, no por ambición mía, sino por alivio de su conciencia, pues con esto se desempeñará de lo que debe a mis padres y abuelos, a quienes en Italia fue deudor de la reputación y en España de la paz. A propósito viene la restitución de la honra diferida. En tiempo que S. M. lo deja todo por fuerza, deje la Grandeza a mi casa por obligación y dispóngalo V. E. de modo que yo no entre embarazado a S. M. con mis desagravios y pueda con mayor desahogo mostrar mi agradecimiento.» Uceda le contestó «que no estaba S. M. para tratarle de nada que le acongojase» [Quevedo, Anales de quince días (226), Prosa]. <<
[134] Describe muy bien la escena, según las referencias de la época, Hume, de este modo: «Uno de los primeros días del luto que el Rey pasó en el Monasterio de San Jerónimo, el sermón versó —quién sabe si premeditadamente— sobre el deber de pagar con convenientes recompensas los servicios prestados. Después del sermón Felipe se sentó a la mesa. La sala estaba llena de nobles y entre ellos se encontraba Uceda, aún no expulsado definitivamente de la Corte. Cuando acabó la comida, Olivares, que estaba probablemente en el secreto de lo que iba a pasar, se deslizó discretamente detrás de los otros nobles. El Rey le vio y le dijo: Obedezcamos los consejos del predicador. ¡Conde de Olivares, cubríos! Olivares se cubrió y arrodillose a los pies del Rey, y lo mismo hizo su tío y los demás de su casa que estaban presentes, confundidos del honor que recibía la familia» [(129), cap. II]. <<
[135] Parece que su enumeración más exacta sea la que él mismo puso a la cabeza de su testamento (459). Dice así: «Conde de Olivares, Duque de Sanlúcar la Mayor, Duque de Medina de las Torres, Marqués de Eliche, Adelantado Mayor de la muy noble y muy legal provincia de Guipúzcoa, Gran Canciller de las Indias, Comendador Mayor de Alcántara, Comendador de Víboras y Segura de la Sierra y de Herrera, Sumiller de Corps, Camarero y Caballerizo Mayor de S. M. el Rey, de su Consejo de Estado y Guerra, Alcaide perpetuo de los Alcázares Reales de la ciudad de Sevilla, de la Casa Real del Buen Retiro y de la de Vaciamadrid y la Zarzuela, Capitán general de la Caballería de España y Sevilla y su reino.» <<
[136] Siri (257), 225. <<
[137] Véase, sobre todo, el Diálogo en forma de confesión [(310), f. 53], en que se dedica gran espacio de sus medianos versos a describir su odio y persecución a los Grandes. Dice, en este papel, el Conde-Duque, hablando de los nobles: «Nunca el semblante airado de ellos me puso en el menor cuidado. El vulgo es a quien temo.» <<
[138] En el papel citado, Carta de un aficionado (395), dice ya que esta persecución a los Grandes «tiene visos de conocida pasión». <<
[139] Véase Guidi (437) y, sobre todo, el Memorial de Mena (403), en el que se hace al Rey una minuciosa y apasionada enumeración de los agravios del Conde, ya caído, a los Grandes. <<
[140] Novoa (201), 11-105. <<
[141] «Guidi-Quevedo» (438). <<
[142] Véase (491), XXX-79. <<
[143] Por ello los maltrató el autor del libelo (438): «Viose en este caso la vileza de los ánimos aduladores, porque todos los Grandes de la Corte y todos los títulos y señores fueron a dar el parabién a Don Enrique, tratándole de excelencia y dándole toda aquella reverencia más propia para los Reyes que para los vasallos.» <<
[144] Véase (437). El mismo autor añade que «en el tiempo de la privanza del Conde-Duque advirtió el Rey el poco respeto que mostraban los Grandes a su real persona, no acompañándole en parte alguna; pero jamás se dio por enterado, hasta que en la ocasión presente, en que iba cayendo por instancias de su real gracia el Conde-Duque, preguntó un día al Marqués del Carpió si sabía la causa de haberse retirado tantos los Grandes de su real persona. El Marqués, que estaba, como todos, con vivos y fortísimos sentimientos del Conde-Duque, respondió a S. M. que la causa de aquella ausencia era el ser tan mal vistos como poco favorecidos del Conde-Duque, y que por esto llegaron a juzgar era mejor privarse del gusto de asistir a S. M., que hacerse sospechosos con él». <<
[145] Véase (491), XIV-103. <<
[146] El Marqués de Santa Cruz fue uno de los que quedaron encargados del Gobierno, durante la ausencia del Conde-Duque en la jornada de Zaragoza, en 1642; puesto de gran confianza en aquellos momentos. Santa Cruz fue leal con su amigo y es uno de los pocos que veremos asistirle con su compañía en los momentos de la caída, cuando la hostilidad del ambiente era tal que ni los más obligados se atrevían a mostrar su adhesión al vencido. Grajal figuró mucho en los tiempos de la caída y fue también fidelísimo al ministro, aun en sus horas de mayor desgracia. <<
[147] Morel-Fatio (194) da por apócrifa esta carta. La publican todas las versiones españoles del relato de Guidi, del grupo «Quevedo», incluso la de Valladares (438). Varios de los ejemplares, entre ellos el mío (308), traen al margen esta apostilla: «La nota y máximas de esta carta fue del P. Hortensio.» Es decir, la inspiración. De ser auténtica la misiva no necesitaría de inspiradores el Almirante, pues era hombre de letras. A él se atribuyen las Décimas al Príncipe Baltasar Carlos reprochándole que capase gastos y la Semblanza al Conde-Duque en su caída, que termina con una amenaza y un deseo de que sea degollado, poco acorde con la jerarquía del autor. «¡Oh verdugo, oh cuchillo, oh cadalso!» Estas atribuciones son de Pérez de Guzmán [(215), 122] e ignoro su fundamento. <<
[148]La carta, según la «versión-Quevedo» (438), empieza así: «Señor mío: Yo estoy muy maravillado del modo de correspondencia que V. E. ha tomado conmigo, respondiendo jamás a mis sentimientos… y sin duda pienso que la causa de esto es haberse olvidado V. E. de quién soy, pues a tenerlo bien presente temblara sólo de pensar en darme, aun levemente, que sentir: y, por lo mismo, le recuerdo piense bien en que soy el Duque de Alba; que así creo obrará con más comedimiento, cuando no por respeto a mi persona, por miedo a mi valor, bien que no faltaría lo uno ni lo otro.» De este estilo de libro de caballería era incapaz el discreto y noble Alba. La «versión-Carreto» (439) no incluye la carta. Hay muchas versiones más en las que el texto es más suave; así apareció también en las Cartas de los Jesuitas [(491), XVI-447]. Morel-Fatio (194) la de como dudosa, inclinándose a creer que fue falseada sobre un texto real sin extremismos. Las cartas de su padre desde Nápoles, véanse en (360). <<
[149] El relato más detallado de este significativo incidente es el del papel Relación de lo sucedido (452). <<