Notas

[1] J. A. Martínez Calderón (417). Hay también muchos datos sobre los Guzmanes en el Memorial del Monasterio de San Isidoro (178). <<

[2] Véase Expediente de Calatrava de Don Gaspar de Guzmán (479). Hay datos interesantes para la genealogía olivarense en este expediente, en el de Calatrava de Don Enrique de Guzmán (477) y en los de Alcántara de Don Gaspar (480) y de su hermano Don Félix (481), así como en el pleito del Canonicato de Sevilla (482). <<

[3] Este retrato, atribuido a Pourbus, el Viejo, existente en el Kunsthistorisches Museum, de Viena, con el núm. 809, figura como «retrato de un santiaguista»; pero la leyenda latina que lleva la tabla dice: «D. Petrus Gosmandus Comes Olivarus primus». Waagen y otros críticos no aceptan la atribución a Pourbus. <<

[4] Véase Mantuano (159) y Martín Arrue y Olavarría (169). <<

[5] Publicó sus Coplas, Coloma (68); las reproduce Morel-Fatio [(197), 501]. He aquí un ejemplo:

«El cuerpo quedara frío

tendido en la dura tierra

por señal del daño mío

y así acabará la guerra

que os pareció desvarío.

Y en verme caído y muerto,

alma de la vida mía,

que vos sois por quien vivía

conoceréis que fue cierto

todo cuanto yo os decía.»

Luis Zapata [(290), canto XXXVIII, f. 204 v.] decía de él: «Don Pedro de Guzmán a cualquiera Era adornara, aunque fuera la dorada.» <<

[6] Epítome, cit. 417. El capítulo 21 del libro XVI se titula: «Familia de los Conchillos desde el año 1300 hasta el de 1637 en la línea que toca al Duque.» Era Don Lope de familia aragonesa, de Tarazona, y por eso el expediente de Calatrava de Don Enrique (477), su nieto, es de esta ciudad. <<

[7] Novoa [(201), 1-6]. <<

[8] Novoa [201), 1-7]. Dejó este Don Pedro, al morir, «preñada a la señora Doña Francisca Osorio, su mujer», según reza la Escritura de Fundación de Olivares [(427), f. 22]. <<

[9] Este mismo juicio hace el prudente Hubner: «El brillo de la carrera política del favorito de Felipe IV ha hecho olvidar los méritos, más sólidos, de su padre» [(125), 1-362]. <<

[10] Aparece a la cabeza del capítulo dedicado a Don Enrique de Guzmán, en Parrino [(209), 1-375]. <<

[11] Expediente de Calatrava de Don Gaspar de Guzmán (479) y Martínez Calderón (417). <<

[12] Hubner [(125), 1-359]. <<

[13] «Ocurrieron muchos y graves negocios en el tiempo de esta Embajada, y el Rey Don Felipe II le escribió gran número de cartas de su letra sobre ellos y a otras muchas le respondía de su mano a la margen y en todas ellas le trató con gran fervor y estimación debida a sus grandes servicios y méritos, y aunque muchas de ellas se debían copiar a la letra… lo excuso para no dilatar este asunto…; para este efecto he visto siete que están en el archivo del Excmo. Sr. Conde-Duque de Olivares.» (Martínez Calderón (417), libro 17, cap. 3). Se conservan hoy estas cartas en el Archivo de Simancas. Publican algunas Fr. José Pou y Marti (222), el P. A. Astrain [(21), III] y Hubner [(125), III]. <<

[14] Novoa [(201), 1-6]. Dedicó en Roma especial atención a los asuntos benéficos. Redactó los Estatutos del Hospital de Santiago y San Ildefonso, para españoles residentes en Roma (Hernández Morejón, 120, IV-44). <<

[15] Véase un resumen de su historia en Hayward [(119), 386] y sobre su obra política, en L. von Rank [(232), 265]. <<

[16] Delitos y hechicerías (421). <<

[17] Véase Astrain [(21),]III, caps. IX y X]. Es curioso cómo da este autor la noticia de la muerte del Pontífice: «Allí quedó la minuta y en las manos de Dios el negocio. Agotados todos los recursos humanos, quedaba solamente la oración. Orabase sin cesar en la Compañía y Dios escuchó aquellas oraciones. A los pocos días enfermó y murió rápidamente Sixto V, el 27 de agosto de 1590. Dejaba intacta sobre la mesa la minuta del Padre Aquaviva. La muerte de Sixto V libró a la Compañía de un desastre. Urbano VII, que sucedió en el solio pontificio, vivió solamente doce días. Tras él ocupó la cátedra de San Pedro Gregorio XIV y, desde luego, mostró afecto paternal a la Compañía.» Sobre esta lucha entre Sixto V y los jesuitas y las instrucciones de Olivares véase también Hubner [(125), 11-19 y sigs]. <<

[18] Martínez Calderón [(417), cap. 5]. <<

[19] La iglesia fue erigida en colegial, por bula del Papa Urbano VIII, a instancias de Don Gaspar, ya Valido, que así dio cumplimiento a una aspiración de su padre. Es bellísima, y aun hoy conserva recuerdos históricos y cuadros de Roelas y quizá alguno de Zurbarán. Frente a ella se alza el palacio de Olivares, de traza señorial y de andaluza alegría. Los estatutos de la colegial, publicados en 1799, son muy interesantes (428). Sobre la historia de esta iglesia véase Rodríguez Duarte (218). Fundó en Olivares un monte, cuya escritura ya ha sido citada (427). <<

[20]Véanse datos sobre los virreinatos de Don Enrique en Di Blazi (40) y Raneo [(231), 267], Parrino (209), Gianonne [(108), IV]. Gran parte de los datos de este son repetición de los de Parrino Véase también Croce (74). Son interesantes los documentos políticos de Don Enrique en esta época —como los (412) y (413)— porque recuerdan mucho a los que, más tarde, había de escribir su hijo. <<

[21] Gianonne [(108), libro XXXIV, cap VI]. <<

[22] Novoa [(201), 1-7]. <<

[23] En Martínez Calderón hay una puntual relación de su testamento, entierro, etcétera [(417), libro XVII, cap. 12]. De la Capilla del Noviciado de la Compañía llevaron el cadáver a la Capilla de Olivares, en Sevilla, pasando por Oropesa, donde recogieron el cuerpo, allí inhumado, de su hijo primogénito Don Jerónimo. Sobre las lápidas del enterramiento de la Colegiata de Olivares véase Apéndice XIV. <<

[24] Véase el curioso documento (478). <<

[25] Martínez Calderón [(417), libro XVII, cap. 6]: se titula «Elogio a Doña María Pimentel, segunda Condesa de Olivares, y razón de su buena vida y muerte». Dice el autor que la mayor parte de los datos están tomados de la Vida, escrita por el P. Cetina, que no he podido hallar. <<

[26] Carta del arzobispo de Granada (364). Dice el arzobispo al Conde-Duque: «Recuérdese V. E. de la santa madre que tuvo, a la cual la santidad de Sixto V jamás la llamaba si no es la Santa Condesa.» No debió hacer mucha gracia el recuerdo al Valido, que contestó: «Agradezco a S. Ilma, sus advertencias infinito, que son muy santas, aunque no vienen a tiempo<<

[27] La idea de que la maldad del Conde-Duque venía de haber nacido en el palacio de Nerón fue uno de los necios tópicos que con mayor fortuna corrieron en aquella época. Véanse, por ejemplo, los libelos Delitos y hechicerías (421), Diálogo entre la voz del ángel (Apéndice IV) y muchos más. En la «versión Quevedo», del relato de Guidi (438), se lee: «Túvose siempre por mal agüero que naciese en el palacio en que nació Nerón, mereciendo por sus acciones que el más sobresaliente ingenio español le llamase «el Nerón hipócrita de España», que todas las obras del Conde-Duque fueron siempre crueles, aunque sin sangre.» Novoa, a pesar de sus pujos de historiador formal, acepta también la leyenda [(201), 1-120]. <<

[28] Hubner [(125), 1-359]. <<

[29] Roca [(455), 152 y 159]. <<

[30] Martínez Calderón [(417), libro XVIII, cap. 1]. Este mismo sorteo entre los tres magos se hizo al nacer el Príncipe Baltasar Carlos, y por eso llevó tal nombre [F. Benicio Navarro (35)]. <<

[31] He copiado este párrafo de la pobreza del bautismo, porque parece puesto en este Epítome, documento oficial de los Guzmanes, para desautorizar el papel que apareció años antes sobre este bautizo y se conserva en el archivo de la Empajada de España cerca de la Santa Sede, titulado Breve notizia, etc. (435). Este manuscrito está lleno de inexactitudes; dice, por ejemplo, que el segundo hijo de los Condes, Don Jerónimo, nació el año 1583, y fue en 1580. Afirma, además, que le pusieron los nombres de Gaspar-Félix y Enrique, que no corresponden con los que llevó ese segundo hijo, Jerónimo, etc. Cuenta que la Condesa, como tantas veces sucede, se equivocó en la cuenta de su embarazo y hubo que dejar en el aire las fiestas, ya preparadas para el bautizo, pues el parto se retrasó mucho. El bautizo, según el autor, fue de principesco boato, con gran lujo de carrozas, libreas, prelados y Grandes, etc. Fueron padrinos los Reyes, representados por el Cardenal de Médicis y la Condestable Colonna. Todo ello parece desmentido por las frases copiadas en el texto. <<

[32] Don Gaspar fue, en efecto, nombrado por el Papa arcediano de Écija en la catedral de Sevilla, tomando posesión en 4 de junio de 1604, sustituyendo a Don Felipe de Ulloa, fallecido el 12 de septiembre del año anterior. El 13 de agosto del mismo año de 1604 se le nombró canónigo de Sevilla, en sustitución de Don Pedro Rodríguez de León; era canonjía buena, gravada con una pensión de 500 ducados. En aquel mismo año falleció el hermano de Don Gaspar y, al presumir que éste abandonaría la carrera eclesiástica, el Cabildo sevillano se negó a darle posesión del canonicato y a cumplimentar un Breve, por el que se concedían al joven eclesiástico cinco años de frutos. Hubo largo pleito entre el Conde y el Cabildo, que terminó en 14 de marzo de 1605 por un mandamiento del Nuncio ordenando al Cabildo que diese posesión al Conde del canonicato y las prebendas bajo pena de excomunión. La lectura de este pleito, llena de datos genealógicos y de detalles de la vida de la época, es interesantísima (482). Lo cita y resume Montoto [(192), 49]. <<

[33] J. Raneo [(231), 267]. Estos dos parientes suyos vivieron también con él, en Madrid. Véase cap. 18. <<

[34] Véanse los documentos 412 y 413. Los cita García Mercadal (103). Es patente la analogía entre la minuciosidad epileptoide de estos documentos de Don Enrique con otros de su hijo, como los Advertimientos al Infante Don Carlos (Apéndice XXI) o el Testamento (459). <<

[35] Véase P. Chacón [(77), 3]. Dice que los Reyes «gustaron mucho de oír gallear a los maestros» y asistieron a «las grandes colaciones» que les ofrecieron de cada colegio y a una «gran máscara picaresca» que organizaron los estudiantes. Véase también el capítulo sobre la Nobleza en la Universidad, en Rafal (228). <<

[36] Véase el Pleito citado (482). <<

[37] Dice la Instrucción de su padre (412) que tenga en casa «lección de latinidad para mejorarse en ella, por lo que todos encarecen cuanto conviene». Novoa [(201), 1-62] habla de una persona (tal vez Rioja) que enseñó al Conde «parte del latín que sabe». El hecho es que lo sabía bien, hasta el punto de que, según Vera (277), componía versos en latín. Consúltese también el curioso documento autobiográfico del licenciado Méndez Nieto (179), que estudió en Salamanca por estas fechas, y da, por cierto, pésima impresión de las enseñanzas, sobre todo en lo referente al latín. «En aquel tiempo —escribe— que era el año de 1548, hasta 1552, todo era barbarie en aquella Universidad y no había quien se atreviese a hablar diez palabras en latín, y ése tan áspero y férreo que bien mostraba ser traído por los cabellos; y todos los catedráticos de todas las ciencias leían sus lecciones en buen romance, y si alguna vez se atrevían al latín era tan bárbaro y malo que se tenía por mejor el romance.» Este autor, sin embargo, no era, en sus referencias, un prodigio de exactitud. <<

[38] Delitos y hechicerías (421) y otros. <<

[39] Una prueba de su amor a la Universidad salmantina está en sus gestiones, felices, para alcanzar del Rey que restaurase los votos de los estudiantes. El haberlo logrado le valió el curioso Aplauso gratulatorio de Azevedo (291). Le instó a estas gestiones Don Francisco de Borja y Aragón, hijo del Duque de Villahermosa, que fue también rector en Salamanca, al que dedica este opúsculo su autor, Azevedo. Contiene numerosos versos en alabanzas del Conde-Duque, compuestos casi todos por frailes y presbíteros y algunos por monjas. Hay uno, de los mejores, de Don Nicolás Antonio. Sobre uno de los amigos y condiscípulos de Don Gaspar, en Salamanca, el extremeño Don Luis de Tapia y Paredes, más tarde afamado jurista, véase Muñoz de San Pedro (196). <<

[40] «Luego que su hermano murió, su padre se lo llevó y lo tiene consigo en Valladolid y asiste como él en la Corte.» Pleito de Sevilla (482). <<

[41] Martínez Calderón [(417), libro XVII, cap. 14]. <<

[42] Siri [(257), 9] se inclina a esta interpretación, pues dice: «Si el primer objetivo del Conde de Olivares, en los dispendios que hizo por su prometida, fue hacerse notar en la Corte, no dejó, no obstante, de considerar su matrimonio como un medio que le facilitaría el ascenso a los rangos a que su ambición le hacía aspirar.» <<

[43] Roca [(455), 151]. Los 300.000 escudos serían unos 150.000 duros españoles. <<

[44] Dice Roca: «Gastó algunos años [entre Sevilla y Madrid], no tan dejado que faltase, con gran lustre, a ninguna de aquellas diligencias políticas que en la Corte son gratas a los que pueden y útiles a los que pretenden; ni tan ocupado que no fuese su casa y coche el paradero de sus amigos y público certamen de los hombres de ingenio de la Corte» [(455), 152]. En Justi leemos: «Aquí [en Sevilla] vivió largos años dedicados por completo a las inclinaciones que su formación y naturaleza le inducían. El alcázar de Don Pedro el Cruel llegó a ser lugar de reunión de sabios y de poetas, y en él residió la fastuosidad, la suntuosidad y la caballerosidad» [Justi (135), 217]. Véase también Barrera [(29), 13]. <<

[45] Véase Vera y Mendoza (277). <<

[46] Véase Apéndice IX. <<

[47] Véase Apéndice X. <<

[48] «Las demás cosas que también le notaban eran algunos impulsos de juventud animados del poder, que por mucho que los recate el arte los descubre el puesto.» «Esta murmuración, que algunos dan por totalmente injusta, duró hasta que, con la muerte de la Marquesa de Eliche, su hija, sólo en el Conde de Olivares quedó, de lo que fue, la apariencia exterior» [C. déla Roca (455), 182]. <<

[49] Martínez Calderón [(417), libro XVII, cap. 10]. Hübner [(125), 1-359]. El detalle de sus bienes véase en el Apéndice VII. La Escritura de Fundación de Olivares cita la dote que Don Enrique dejó a sus hijas: A Doña Francisca, Marquesa del Carpio, 56.000 ducados; a Doña Inés, Marquesa de Alcañices, 45.000 ducados, y a Doña Leonor, futura Condesa de Monterrey, «se la han comprado mil ducados de renta en juros de a veinte mil el millar» [(427), 69]. <<

[50] La «Casa» se componía de un sumiller de Corps, un caballerizo mayor y seis gentilhombres. <<

[51] Siri [(257), 5]. Véase también Roca [(455), 155] y Martínez Calderón [(417), libro XVIII, cap. 2]. De los modernos, Silvela [(256), 1-11]. <<

[52] Manuscrito (516). Martínez Calderón dice también que Olivares concurrió «a la jornada de los casamientos con mucho lucimiento y costosas libreas, con la ostentación y grandeza que tal ocasión pedía» [(417), libro XVIII, cap. 2]. Pero los principales datos sobre el intencionado esplendor de que se rodeó el Conde en estas fiestas se encuentran en Mantuano; al describir la salida del Rey, de Burgos, dice que «la que más bien pareció aquella tarde fue la [compañía] del Conde de Olivares, que junta una tropa de 24 pajes, 12 lacayos, dos cocheros en su coche, vestidos de paño leonado obscuro, bosqueado de pasamanos de plata, con plumas blancas en sombreros, con toquillas bordadas de plata, y aparecía, a caballo, entre los otros más vistosos» [(159), 157]. Quevedo se refiere al Conde-Duque, en estas fiestas, en una carta a Osuna, desde luego agresiva, pero oscura. Dice así: «El Duque de Sessa, que vino con gran casa, caballería y recámara, y hizo entrada de Zabuco en el pueblo, trujo consigo a Lope de Vega. Cosa que el Conde de Olivares imitó, de suerte que viniendo en el propio acompañamiento trujo un par de poetas sobre apuesta, amenazando con su relación. Yo estuve por escribir con romance en esta guisa, más tropecé en la Embajada:

«A la orilla de un Marqués sentado estaba un poeta
que andan con Reyes y Condes
los que andaban con ovejas» [(226), verso 1370]. <<

[53] Véase el detalle de todas estas repelentes intrigas en los textos citados: Martínez Calderón, Roca y Siri, principalmente. Un resumen excelente en Hume [(129), cap. I]. <<

[54] Roca [(455), 156]. En Siri se cuenta con algunos detalles mas esta misma escena [(257), 22]. <<

[55] Carta del Arzobispo y su respuesta. Véase (364) y (313). No consta la autenticidad de estas cartas. Yo me inclino a dársela, juzgando por el estilo de la respuesta de Olivares, que es muy típico de su pluma. <<

[56] Brunel, o Aersen, al que primitivamente se atribuyó, publicó su viaje en 1655 (47), es decir, diez años después de la muerte de Olivares. Bertaut publicó su libro (37) aún más tarde, en 1664. El viaje, tan discutido, pero tan interesante, de Madame d’Aulnoy, apareció en 1691 (22). <<

[57] El cuento, como es sabido, dice que el Duque de Veragua sospechó de la virtud de su mujer y volvió a su casa de súbito, después de haber dicho que se ausentaba por largo tiempo, como es uso en toda buena comedia de amor. Creía que era el Conde-Duque el que se holgaba con la Duquesa y le tiró un golpe de daga, que hirió al verdadero amante, que era el Rey. Salvo la absurda participación de Olivares, ya difunto, algo debió haber de verdad, pues es conocida la carta de Sor María de Agreda a Don Francisco de Borja, de 14 de enero de 1656, en la que le cuenta el rumor que hasta su convento de Agreda había llegado: «que el Rey está con sus mocedades antiguas y que le habían herido» [Silvela, (256), 11-741]. <<

[58] Cánovas [(55), 269] dice terminantemente: «Este Don Luis [de Haro] fue y no Olivares el partícipe de los secretos placeres de la juventud del Rey y aun su tercero, bien contra el gusto de aquél.» <<

[59] Novoa [(201), 1-4]. Dice así este pasaje: «¿Qué hombre sirvió en aquel cuarto [el del Príncipe] más retirado, menos ambicioso, más callado, menos entrometido [que yo]? Cuando estando yo, y habiéndome dicho el Valido: mirad que os pongo allí para que me digáis lo que pasa, no sólo no llevaba yo las palabras dichas de algunos… Empero me las tragaba y hacia el desentendido… Este cargo le hice yo [a Olivares] en la celda de San Jerónimo cuando vimos allí trastornarse el mundo y le vimos pasar de compañero a superior y a jefe. Bien sabe V. E. de la manera que ha procedido aquí. Respondió: Sí, a fe de caballero y que no he visto hombre que con tanto seso se haya portado. Pasé adelante y proponiéndole un oficio y mi necesidad, cuando vio que quería ascender, muy furioso y desdeñado me dijo: que ahora no me mataba el hambre.» Cánovas, en el prólogo a estas Memorias, comenta muy bien el espionaje de Novoa. Era éste un hombre bilioso y de mala índole, prototipo del resentido, como puede verse en las palabras copiadas. Escribía con pedantería y estilo confusísimo, pero a veces acertaba a describir a las personas con rasgos de exactitud un tanto bárbara, de aguafuerte. Se ignora todo de este Novoa, salvo que era ayuda de cámara del Rey, y algún dato más que aportó Cánovas al asignarle la paternidad de estas famosas Memorias, antes atribuidas a otro ayuda de cámara, Don Bernabé de Vivanco. Séame permitido decir aquí que las razones que Cánovas da para sustituir a Vivanco por Novoa no me parecen convincentes por completo y no las creo dignas de la universal aceptación con que han sido acogidas. De Vivanco se sabe poco también, salvo el que vivía amancebado con una mujer, por lo que no era bien visto de Felipe II [Noticias de Madrid (507)]. Fuera Novoa o Vivanco, lo indudable es que fue espía del Conde-Duque, y luego lo continuaría siendo contra él. <<

[60]Véase Amezua [(13), 77]. <<

[61] Una interesante descripción de este viaje famoso publicó el cronista mayor del Rey, Juan Bautista Laraña (140). Se leen en él y se ven preciosamente representados los magníficos arcos triunfales, llenos de lápidas y leyendas, con inscripciones y poemas, en los que cada ciudad lusitana emula a la anterior en demostraciones de amor y fidelidad a España. Es evidente que aquellos artífices y aquellas autoridades y nobles y aquella muchedumbre estaban ya henchidos del espíritu de la independencia, que muy poco después se lograría. El Conde-Duque, cuando sufrió las amarguras de ver roto el reino peninsular entre sus propias manos, se acordaría de este viaje y meditaría sobre la vacuidad de los recibimientos populares. <<

[62] C. A. de la Barrera [(29), 31]. Estaba preparada la edición desde 1617 por Francisco Pacheco y no aparecía por falta de numerario, que suplió Don Gaspar. Rioja llama a aquél en el prólogo «favor y aliento de los estudiosos». <<

[63] Es sabido el titubeo, que dura aún, respecto a cuál sea el verdadero autor de la Epístola moral. Cañete, en su discurso de ingreso en la Academia Española (1858), suponía que estaba inspirada en la caída del Conde-Duque, en 1643. Don C. A. de la Barrera [(29), 31] atribuye también a Rioja los versos; pero cree, con razones a la verdad arbitrarias —la razón artificiosa del erudito—, que están dedicados a Don Juan Fonseca. Todo puede admitirse con buena voluntad. Pero muchos de estos versos, cuesta trabajo pensar que no se hicieran —cualquiera que fuese el autor— pensando en la figura, entonces de dramática actualidad, del Conde-Duque. «Triste de aquel que vive destinado —A la antigua colonia de los vicios —Augur de los semblantes del Privado.» Y tantos más. La alusión: «Ven y reposa en el materno seno —De la antigua Rumulea, cuyo clima —Te será más humano y más sereno», puede aplicarse bien a Don Gaspar, que era sevillano, por la sangre y los afectos. <<

[64] En efecto, el Conde-Duque volvió solo a Sevilla en algún viaje fugaz, como el que hizo en 1629, acompañando al Rey, de paso para la cacería y fiestas, fabulosamente ricas, que organizó el Duque de Medina-Sidonia en el soto de Doña Ana. De este viaje, que escribió Bernardo de Mendoza (179), hay un resumen excelente en Deleito Piñuela (78). Las fiestas de Sevilla al paso del Rey fueron también muy famosas: Olivares se cuidó de que su ciudad natal quedase a buena altura. Pero, a pesar de sus ausencias, el Valido conservó toda su vida un especial amor a la ciudad andaluza. En su Archivo Municipal se conservan documentos que acreditan las constantes finezas entre Sevilla y su ilustre hijo; varias serán citadas más adelante (289). No es fácil averiguar dónde vivía el Conde, en Sevilla. Desde luego, pasaría temporadas campestres en la clara y tranquila casa de Olivares. En la ciudad lo probable es que habitase en la casa del mayorazgo, que estaba —según datos que debo al Marqués de Saltillo— en la calle de Juan de Burgos, después de Fernán Caballero, en el área que hoy ocupan las casas 2, 4 y 6. Estas casas las compró, el 29 de abril de 1547, Don Pedro de Guzmán, Conde de Olivares, a Alonso Ramírez, apoderado de Rodrigo de Baeza, dueño de ellas. Don Pedro incluyó las casas en su mayorazgo, a favor de su hijo Enrique, en Madrid, el 26 de septiembre de 1563. De Don Enrique las heredó Don Gaspar. Pasaron luego a la Casa de Alba, poseedora del mayorazgo; pero fueron, más adelante, desvinculadas y vendidas, en enero de 1829, a Don Felipe José Sánchez. Poseía varias fincas urbanas, entre ellas el Corral del Conde, aún existente, «notable por su tamaño, propiedad del señor Conde de Olivares, tan grande y espacioso que viven en él cuatro mil personas, que es el mejor que hay en Sevilla» (véase González de León [(111), 422]). Cuando, después de caído, se le obligó a cambiar la residencia de Loeches por otra más lejana, no quiso, sin embargo, ir a Sevilla, donde estaba lo mejor de su casa y hacienda. Puso el legítimo pretexto del clima, pues recibió la orden en verano y su obesidad y arteriosclerosis le hacían padecer mucho con el calor, por lo que eligió Toro, que, aparte de otras razones, era de clima fresco. Probablemente le dolería, además, volver vencido y viejo a la ciudad de sus triunfos juveniles. <<

[65] Martínez Calderón [(417), libro XVIII, cap. 2]. <<

[66] Malvezzi [(155), f. 37]. <<

[67] Novoa [(201), 11-326]. En este capítulo están descritas las intrigas en torno del Rey moribundo con todo detalle y con toda su miserable verdad, aunque con un lenguaje casi imposible, a ratos, de interpretar. En el manuscrito [Noticias de Madrid (507)] hay una relación muy exacta y detallada de la muerte de Felipe III y de todo lo que ocurrió después de la caída de Uceda; por cierto que para nada nombra a Olivares: el que parece llevar el juego es Don Baltasar de Zúñiga. La figura de Don Gaspar, sin duda, no había cobrado relieve para estos espectadores no al tanto de las intimidades. <<

[68] Novoa [(201), 11-341] describe patéticamente cómo dio Don Felipe esta orden al arzobispo de Burgos. Vino el arzobispo «con no poca admiración y deseo de saber para lo que era llamado de aquel Príncipe, pues mientras estuvo en la presidencia [del Consejo de Castilla] jamás se acordó de mandarle nada. Entró por su cuarto a la hora de anochecer, hallóle en su cámara solo, arrimado a un bufete, afectando severidad, según que se lo tenían avisado; hizole su reverencia y llegose donde estaba, y dijole: "Os he mandado llamar para que con toda precisión enviéis uno del Consejo a mandar al Duque de Lerma que no pase los puertos de Castilla y que desde el paraje donde se hallase vuelva a Valladolid." Volvióse a arrodillar el presidente y dijo: "Voy a hacer lo que V. A. me manda." Nuevo le pareció esto al presidente; empero, viendo el estado en que estaban las cosas, arrimó el hombro al tiempo y obedeció.» Hume reproduce, un tanto fantaseada esta escena (129). <<

[69] Véase Apéndice I. <<

[70] Véase mi ensayo Psicología del gesto (166). <<

[71] En efecto, según Roca [(455), 165], el Conde-Duque dio a Don Baltasar «el peso de las consultas y gobierno, quedándose él con todo lo que de adentro de Palacio pertenecía». Ahora bien, lo importante era «lo de adentro de Palacio», donde se tramaba todo; las consultas eran mero protocolo. Además, las consultas las hacía también el sobrino, pues el mismo Roca dice poco más adelante, hablando de las facilidades que se dieron para ellas: «Pocos hombres las solicitaron que en un día o dos no hablasen al Conde y a Don Baltasar de Zúñiga.» Cánovas [(55), 1-183] no cree en la supeditación de Don Baltasar a su sobrino, fundándose en los elogios que de la capacidad de éste hizo el embajador de Francia, Bassompierre, en sus curiosas Memorias (33). <<

[72] Véase Roca [(455), 182]: «Don Baltasar llevaba a mal —según me decía— que el sobrino le fuese cercenando el poder, pues, o por arrepentimiento de habérselo dado tan grande, o por verse ya capaz de regir los negocios [el Conde], llevaba peor que el tío quisiese la propiedad de lo que se le dio sólo en posesión.» La Carta de un aficionado servidor del Exmo. Sr. Conde de Olivares (395) dice: «Porque ya llena los corrillos y conversaciones la disconformidad que hay entre V. E. y el señor Don Baltasar de Zúñiga, dignísimo tío y apoyo de su sangre; la verdad que esta desunión tenga no la sé», etc. <<

[73] A pesar de su edad, este mismo año de 1621 tuvo un hijo, al que el Rey hizo grandes mercedes, siendo fastuoso su bautizo en la Encarnación, con la Condesa de Olivares como madrina, y padrino el Monarca; le llevaba a la pila el Valido en una suntuosa bandeja. «Se derramaron muchas fuentes de confitura.» El Rey escribió una carta ofreciéndole «honores y mercedes que el Conde solicitó del Rey». La misma Reina le llevó en sus manos la halagadora misiva. En octubre de 1622 murió Don Baltasar, en Palacio. El mes siguiente murió la viuda, Doña Francisca Olarut, de tristeza, «quedando sus hijas como meninas de la Reina». El hijo no murió hasta el 1625. Da amplios detalles sobre las desdichas de esta familia, a la que debió ser afecto, el autor anónimo de las Noticias de Madrid (507). «Aquella casa —dice Roca— que con tanta estabilidad se había levantado desapareció como sombra» (455). <<