Anotamos de estas cartas las referencias de Quevedo a su presunto verdugo, el Conde-Duque. Recuérdese que están escritas cuando ya no le podía temer:
1 agosto 1645 (carta CCXXXVII-A). —«Bien memorable día debe ser el de la Magdalena, en que se acabaron con la vida del Conde de Olivares tantas amenazas, venganzas y odios, que se prometían eternidad… Yo, que estuve muerto en San Marcos, viví para ver el fin de un hombre que decía había de ver el mío en cadenas. Grandes cosas se han de ver entre el Señor Don Luis [Haro], la Condesa y el Duque de las Torres, que todo está lleno de donaciones irrevocables entre vivos que hizo el Conde.»
15 agosto 1645 (carta CCXXXIX-A) —«El haber S. M., Dios le guarde, hecho merced al Señor Don Luis [Haro] del título de Conde-Duque (que el de Duque es de lo acrecentado) y de aquella grandeza de primera clase con tantas prerrogativas, es señal de que S. M. va apartando de Don Enrique [Felípez de Guzmán], a mi ver con suma justicia, todo cuanto el Conde de Olivares quiso hacer en él.»
21 agosto 1645 (carta CCXL-A). —«Bien justo fue que un rayo enseñase crianza a la casa de Tejada, quitándole la montera de la torre al ataúd del Conde-Duque; pero no es tiempo que yo adjetive estas cosas ni discurra en ellas.» (Alude a la tempestad que ocurrió durante el traslado del cadáver de Olivares, de Toro a Loeches.)
29 agosto 1645 (carta CCXLI-A). —«Por lo que vuesa merced me escribe…, me persuado que es verdad una relación por horas que vino de persona de mucha importancia, verdad y religión, en que dice las causas de la muerte del Conde de Olivares; y la principal y única dice que fue venirle una carta de Zaragoza en que le certificaba que al Señor Don Luis de Haro le apartaban del lado del Rey y que en su lugar sucedía el Marqués de Villafranca. En leyendo este nombre, es ciertísimo que le dio el paroxismo con que acabó: porque se dio por tan acabado y perseguido sin orilla, como lo había sido suyo el Marqués de Villafranca y toda la Casa de Toledo.»
25 septiembre 1643 (carta XXXIV-N). —«Se habrá alegrado con la nueva de mi restitución, con tan grande recomendación de mi inocencia, que no sólo puede ser consuelo, sino olvido de tan despiadada persecución.»
14 noviembre 1644 (carta XXXVI-N). —«Yo voy olvidándome de lo padecido y cobrando algún vigor. Pregúntame vuesa merced cuál es mi enfermedad; más fácil sería cuál no lo es, después de cuatro años de prisión, estudiada por el odio y venganza del poder sumo… Crea vuestra merced que ningún señor tuvo la culpa en nada, y que lo que han hecho por mí y conmigo y hacen es cosa digna de grande estimación y alabanza.»
21 noviembre 1644 (carta XXXVII-N). —«Mas sospechan que el 2onde no ha acabado; téngalo por necedad medrosa.»
24 diciembre 1644 (carta XXXIX-N). —«Escríbeme persona de mucha autoridad y puesto, que le aseguran de Toledo que de aquella ciudad salió un ministro de la Inquisición para Toro, que no saben si a descargos del que está preso» (el Conde-Duque).
Si incluimos en esta relación las cartas, también inéditas, aún es más chocante la falta de animadversión al Conde-Duque, pues en una, de 24 septiembre 1642, desde la cárcel aún dice (carta CLXXX-A): «Todo restaurará S. M., Dios le guarde, con su asistencia y con el cuidado sumamente próvido del señor Conde-Duque», etc.
Y aún sorprende más ver cómo comenta la noticia de la caída del Valido (carta CLXXXVIII-A): «Aseguro a V. Reverendísima en Dios y en mi conciencia que si pudiera apartar de esta novedad [la caída de Olivares] las glorias que de ellas resultan a S. M., Dios le guarde, y las mejoras del bien público, que sintiera el tropezón, sea desliz, de tan gran ministro.»
En el Panegírico a la Majestad del Rey Nuestro Señor Don Felipe IV (en la caída del Conde-Duque), tampoco hace al Valido más que alusiones políticas nada enconadas. (Véase 226, prosa, 578.)
También son significativas las modificaciones que hizo, después de desterrado Olivares, de los Grandes anales de quince días. Atenúa en ellos las alabanzas que, en la primera edición, escribió del Conde-Duque, en los comienzos de su poderío; pero no las sustituye por los ataques que serían de esperar en hombre de lengua tan suelta, si hubiera sido su enemigo implacable.