a) Del Duque de Alba al Conde-Duque: «Señor mío: Yo me doy por vencido, pues no basta estar bien hallado en la soledad de mi casa y con que me olviden en ella ni representar las razones que solían, para que V. E. me las satisfaga; y así como con V. E. no se convalece, todas estas causas me obligan a suplicarle como sumo encarecimiento se sirva de darme licencia para dejar la asistencia de aquí, pues conozco que ni S. M. ni V. E. se hallan bien servidos de mi persona, pues intentan que, contra la autoridad de mi casa, ocupe puesto tan indecente, y así, señor, digo que en no poniendo esto con las asistencias, autoridad patente y sueldo que lo de Badajoz, no estaré una hora más en este lugar, como más largamente dirá a V. E. Don Antonio de la Encina, a quien envío a que informe a V. E. de las cosas que pasan, tan forzosas. Guarde Dios a V. E. como deseo. — El Duque de Alba.» 1641 (probablemente firmada en Ciudad Rodrigo).
b) Del Conde-Duque de Olivares al Duque de Alba. Esta extensa carta está publicada en Berwick (39, 481). Le da consejos sobre la guerra en lenguaje lleno de prudencia, bien distinto del tono irritado de las cartas del Duque. El párrafo final dice así: «Advierto a V. E. que no me haga rufianadas ni arrojamientos en fe de su nombre y Casa, porque esta guerra hoy es menester hacerla a lo seguro, con pies de plomo y con seguridad de no errar el lance, por lo que los enemigos adelantarían sus cosas y designios con cualquier mal suceso que tuviéramos: y aunque su gente no sea mejor que la nuestra de Portugal, hoy la nuestra no es más gorda; y así conviene caminar con este cuidado y asegurar con el número de la caballería, de que se dice que ellos están muy faltos, cualquiera cosa que se intentare. Y, sobre todo, negociación y inteligencia, perdones y mercedes, no furias derramadas, que decía el que V. E. sabe. Acuérdese V. E. que ha días que nos conocemos, aunque V. E. es Señor mío: puedo errar en el servicio de V. E., mas cierto que lo deseo acertar de todo corazón.—Don Gaspar de Guzmán.»
c) Del Duque de Alba al Conde-Duque: «Señor mío: Ya llegó el tiempo de no poder sufrir más las desautoridades que me ha ocasionado esta ocupación y el riesgo de perder mi reputación con las malas asistencias de todos. Fueran éstas intolerables en el desahogo de mi ánimo. Pero no el que V. E. me envíe ministros que me hablen en tono y en lenguaje tan indecente como lo ha hecho hoy Don Bartolomé Morquecho, que ha habido menester que la memoria de su profesión templase los motivos de mi cólera, pues, entre otras cosas que me dijo, fue una que traía órdenes secretas de S. M. para obrar absolutamente lo que quisiera, sin noticia ni dependencia mía. Y esto, señor, es decirme que S. M. se halla mal servido de mí, y recuerdo a V. E. a este propósito que ha pocos días que me escribió, por mano del Conde de Peñaranda, que la voluntad de S. M. y la de S. E. era que todos los que sirviesen debajo de mi mano y me asistiesen estuviesen sujetos y obedientes, como es razón, a mis órdenes, pues no soy tan despropositado y ambicioso que quiera lo que me toca ni desee ninguna cosa tanto como el mayor acierto en el servicio de S. M. Y suplico a V. E. que remedie esto con pública demostración y escarmiento y ante todas las cosas se sirva de negociarme la licencia que le he pedido para irme a mi casa, que será en mi estimación el mayor favor que pueda hacerse. Guarde Dios a V. E. como deseo y he menester. Ciudad Rodrigo, 26 de agosto 1642. —El Duque de Alba.»