«Serenísimo Señor: Con toda verdad puedo asegurar a V. M, digo Vuestra Alteza, que si le pareciese atrevimiento lo que aquí quiero decir, puede disculparlo V. A. con que ha nacido de amor y deseo de su mejor servicio y estimación, porque confieso a V. A. que es grande el ansia con que le deseo servir reconociendo cuanta obligación se tiene a V. A… Le recomiendo la templanza y moderación en las burlas con todos, el no familiarizarse con el juego y otras acciones que no sean decentes. Debe andar a caballo y aplicarse a ejercicios y cosas virtuosas, algunas tan convenientes como la disposición a que V. A. se ha expuesto ya de tratar de saber y estudiar, lo cual le ha de hacer en el mundo el lugar que V. A. será. Y se acordará de las veces que este su criado se lo ha dicho…
Y para que V. A. vea cuánto se deben amar los advertimientos, le enviaré, para cuando se sirviere verlo, un papel original de su abuelo, siendo de más de sesenta años, en el que envía a decir a Don Juan de Idiaquez que le anotase lo que había de decir a un Archiduque cuando se despidiese de él y lo que sería bien les dijese a la señora Infanta y al Rey nuestro señor, padre de V. A., siendo Príncipe. Y aunque con este ejemplo nuestro a V. A. que aprenda, suplico a V. A. que esté siempre cuidadoso a cómo ha de preguntar lo que no supiere a persona de secreto y de confianza y que tenga esta reputación en el mundo… porque el preguntar es virtud hasta informarse y después [de informados] vileza de ánimo indigna de Príncipes grandes. Las cosas de mucha importancia siempre han menester parecer de los sabios experimentados y el no tomar parecer es error de presunción o, por decirlo más propiamente, de obstinada ignorancia.
Señor: Si V. A. no responde ahora a los embajadores de los Príncipes ni a los vasallos que no le son familiares, no se acongoje de esto, que aquel embarazo nace de modestia y de falta de experiencia y no de otra cosa. Y no se ha de rendir V. A. si no procura salir de esta cortedad. Digo a V. A. que no se acongoje porque le está hablando un hombre tan corto que tenía más de veinticuatro años y se atajaba tanto que trasudaba de sólo pensar que le habían de hacer visita o hacerla él a otros. Y aun hoy día, habiendo de hablar al Rey nuestro señor y en un Consejo de Estado al que asistió S. M., se atajó de manera o estuvo tan medroso de atajarse que llevó lo que había de decir por escrito, pensando que no acertaría de turbado. Y esto, estando cada día hablando en el Consejo y teniendo tantas experiencias de la merced que Su Majestad le hace. Y si le mandase hoy S. M. que atravesase un aposento en día principal haciendo reverencias se cayera al suelo de atajado y burlado. Y esto mismo que escribo a V. A. si se lo hubiera de decir con orden me fuera imposible… de manera, Señor, que trata de curar a V. A. la persona más lisiada de su mismo achaque y experimentada tantos años en él.
Lo primero, Señor, aprenda V. A. que cuando habla con cualquiera que no sea el Rey mi Señor o la Reina nuestra Señora, o su primer hijo, cuando Dios con mucho bien se sirva de dárselos, todos los otros le caen a V. A. inferiores y que les es superior y no les debe tener respeto ni recato. Con esto es fuerza que excuse la turbación que causa el respeto y el temor de los superiores y el cuidado de los iguales, pues habla con los que no lo son, y este conocimiento es lo que más ha de facilitar y obrar en V. A., porque quien no despreciare el peligro no puede ser valiente ni perder el embarazo quien temiere censura superior.
Al Nuncio de S. S. y a los embajadores de Príncipes es fuerza que se reduzca lo que han de tratar con V. A., por ahora, a puntos limitados: enhorabuenas de parte de S. S. o de los señores Príncipes o suyas, buenas Pascuas, ofrecimientos de recién venidos o pésames, que Dios no quiera.
Si le dan enhorabuenas o buenas Pascuas de parte de sus Príncipes, lo primero preguntará al Nuncio por la salud de S. S. y le hablará con mucho cariño, diciéndole que se alegra mucho V. A. de que S. S. se halle con la buena salud que la cristiandad ha menester y que V. A., como obediente y buen hijo suyo, se la desea cumplidísima. Y a lo que dijeren, responderles: Estimo mucho lo que me habéis respondido de parte de S. S., y en todas ocasiones mostraré mi afición y buena voluntad al aumento de la Sede Apostólica y religión católica. Y si V. A. estuviere un poco bizarro o soldado, podrá decirle que espera vencer y reducir los enemigos de la fe gobernando los ejércitos del Rey su señor. Pero el decirle esto no ha de ser siempre, sino tal vez.
Al embajador del Emperador ha de preguntarle por la salud de Sus Majestades cesáreas y por la de Príncipe y sus hermanos. Después de preguntado y respondido a cada cosa el embajador, le podrá decir V. A.: Diréis al Emperador mi tío que me he holgado mucho de saber por vos cómo está y cómo están mis primos; y si acaso alguno estuviere mal o lo hubiere estado, le dirá V. A. lo que siente esto, conforme al estado en que se hallare, añadiendo: A vos os agradezco lo que me habéis dicho en su nombre y estoy muy cierto de lo que me ofrecéis.
Al embajador de Francia preguntadle, como al del Emperador, por la salud de los Reyes cristianísimos y la del Delfín cuando lo haya (que hoy no le hay) y luego por los Infantes. Cada pregunta de éstas, de por sí. Y respondido a cada cosa el embajador, le podrá decir V. A.: Diréis al Rey que me he holgado mucho de saber por vos cómo está y están las reinas cristianísimas y los infantes. Si estuviesen en el campo, podrá V. A. decirle que hacen muy bien de gozar del campo y de ser cazadores, por ser muy buen ejercicio, y que V. A. es también muy aficionado a él, mientras no pueda usar el de las armas.
A los embajadores de las Repúblicas, que son las de Venecia, Génova y Luca, es fuerza despacharlos más brevemente, por no poderles preguntar lo que a los otros Príncipes. Así podrá V. A. decirles: Estimo mucho el oficio que habéis hecho conmigo por vuestra República y la podéis asegurar de que en todas ocasiones me mostraré con buena voluntad a sus cosas.
A los embajadores de potentados de Italia (y hay aquí también residentes del Duque de Lorena) les ha de preguntar V. A. por la salud del Duque y luego por la de su mujer, si la tiene, informándose antes. Luego por el Príncipe o Princesa primera, si la tienen. Y respondido a cada cosa el embajador, le podrá V. A. decir: Diréis al Duque que me he holgado mucho de entender por vos cómo está y cómo están el Príncipe o Princesa. Y si alguno de ellos estuviere o hubiere estado malo, V. A. dirá lo que lo ha sentido [añadiendo]: Y a vos os agradezco lo que me habéis dicho en su nombre y estoy muy cierto de lo que me ofrecéis.
También suelen los embajadores dar cuenta de los sucesos (buenos o malos) que les han sucedido a sus amos. En este caso se ha de gobernar V. A. haciendo las mismas preguntas que he dicho, concluyendo, al cabo, con que le pesa o se alegra, conforme fuere el suceso, de lo que le han dicho de parte de su Príncipe.
Los vasallos del Rey nuestro señor, grandes o chicos, hablarán a V. A. casi sobre estas mismas cosas: enhorabuenas o pésames o mercedes que le ha hecho el Rey nuestro señor o sucesos propios o alguna pretensión para que V. A. hable a S. M. A las enhorabuenas contestará: Yo os agradezco lo que me decís y lo creo muy bien de vos. A las personas muy grandes y de calidad, en que incluyo Grandes y no Grandes, por haber algunos señores a quien se debe igual estimación, es decir, que digo que ni a todos los Grandes ni a los títulos, sino aquellos sólo a quienes no se pueden negar particulares prerrogativas, y en esta misma graduación entrarán los que tuvieren antigüedad de servicios estimados o los de canas con buena opinión o puestos grandes: a todos ellos les debe preguntar V. A. por su salud y la de su mujer e hijos, más o menos conforme V. A. quisiere favorecerlos o juzgare que lo merecen. En los pésames dirá: Creo bien lo que me decís y lo fío de vos. En estas ocasiones no hay que preguntarles nada por el duelo. A las mercedes recibidas de S. M. diréis, alégrame mucho la merced que el Rey mi señor os ha hecho.
En los sucesos, si fueron buenos, alegróme; y si malos, pésame. En estos dos casos pueden entrar las preguntas, porque del dolor que hubieren tenido se consolará con el favor.
Aquí se me ofrece advertir a V. A. que en estas preguntas de los vasallos del Rey nuestro señor es menester que V. A. esté con atención porque suelen concurrir juntos S. M. y V. A., en haberse en las preguntas, de manera que no detenga al Rey, aunque para ello tenga que excusarse.
En las pretensiones responderá V. A.: Yo hablaré al Rey nuestro señor de muy buena gana y estoy cierto que hará con vos todo lo que fuere justo.
En las Pascuas ni ellos hablan ni se les responde; y también en todas las otras ocasiones que no hablaren. Conviene estar advertido V. A.
Y concluyo, señor, que siendo inferior puede V. A. hablar con ellos como con los gentilhombres de su cámara en todas las demás ocasiones que se ofreciere.
Pierda V. A. el sobrado recato de errar y sepa que no ha nacido ningún hombre en el mundo, por grande que haya sido, que no haya errado en muchas ocasiones y atajándose en ocasiones grandes. Y con esto, perdido el horror para otra [ocasión], yerre V. A. algunas veces, que esto no importa nada, ni callar es mayor error. Buen ánimo, Señor, y verá V. A. cuánto se ríe del recato que ha tenido.
Suplico a V. A. se sirva que este papel sea sólo para V. A., sin que otra persona del mundo lo vea porque así conviene y no hay quién sepa de él más que el Rey nuestro señor y la persona que le escribió, que es quien me escribe lo que hago para S. M. Y si me diere licencia V. A., le diré siempre por este mismo medio aquello que entendiere que es más de su servicio con el celo, amor y ley que sabe Dios debo a lo que he dicho.»—Año de 1624.