«La estimación que debo —dijo— a la honra y merced grande que el Rey nuestro Señor me ha hecho, no necesita de más encarecimiento que saber cuál es, siendo cierto que, cuando no hubiera tantas razones de estimarla y reconocerla, bastara la calidad y circunstancias de relieve que trae consigo el ver lo que ningún otro vasallo. A esto se llega el favor, gracia y particularidades con que V. S. [tal era el tratamiento de las Cortes] lo ha adornado y crecido, de manera que no es posible explicarlo debidamente; pero bien aseguro a V. S. me he ofrecido, y estoy deseosísimo de desempeñarme, o, por mejor decir, de hacer menor mi empeño, en cuanto yo pueda y alcance del servicio de V. S. en general y particular. Tengo a gran felicidad mía y a buen agüero, el haber llegado las nuevas que hoy ha tenido el Rey nuestro Señor de los sucesos de Flandes e Italia, no por ellas, Señor, que no conoce la guerra quien fía en sus prosperidades y sucesos, sino porque peleamos con enemigos a quien no es posible reducir a la paz por otro camino que el de la fuerza, como gente que pone su corazón y esperanzas en conquistas. Cosa horrible para oída, querer en el estado de las cosas del mundo, y particularmente de Europa, más de lo que Dios le dio, con ambición de sufrir (si los sucesos lo consienten) una guerra larga, con ruina de sus vasallos y de toda Europa, por extender sus límites ambiciosa y reprobablemente, no contentándose con lo que nuestro Señor les ha dado, siendo tanto y tan bueno. Por la parte de la paz, Señor, único y solo bien de la tierra, me alegran, como señales de ella, estas nuevas; por cuyo fin dichoso ofrezco a Dios de todo corazón y con bonísima voluntad mi propia vida, no pudiendo negar a V. S., en medio de tantas mercedes recibidas, desigual la menor a todos mis servicios, sin ningún encarecimiento, que me hallo con extremo desconsuelo de verme este día tan obligado al Rey nuestro Señor (Dios le guarde), tan obligado a V. S., y que a S. M. no le puedo hacer otro servicio tan acepto en el puesto que me hallo y en este lugar como aliviarle, y descansarle sus vasallos; ni a V. S. tampoco, que lo representa principalmente. Considerando que nos hallamos acometidos en todas partes de los enemigos, y que nuestra buena Castilla, como cabeza de España, y España de la Monarquía, es fuerza que padezca los accidentes mayores de este año, y que estos vasallos, que tanto merecen los mayores bienes y felicidades, se vean cargados, trabajados y oprimidos, no es posible ejecutar lo que más deseo en esta vida. Pero ofrezco a V. S., no en el mismo año, no en el mismo mes, sino en el primer día, probar cuan contra naturaleza del Rey nuestro Señor (Dios le guarde), cuan contra su dictamen y real inclinación es cuanto V. S. ha padecido y padece. Y aunque yo como sombra y eco de S. M., y como polvo de sus Reales pies, no tengo dictamen, sino seguir el suyo, ofrezco a V. S. que en mi natural inclinación, y por mi principal dictamen, deseo muy poco recibir, desacomodar ni gravar a nadie; antes bien, y sobre todas cuantas cosas hay en la tierra, alimentar la extrema prosperidad de estos reinos. Sírvase nuestro Señor, como he dicho, aunque sea a costa de mi vida, que vuelva a ver este día de la paz, sin el cual ninguno puede ser bueno.»