«Señor: En obedecimiento de lo que V. M. se dignó mandarme, pongo con todo respeto y voluntad A L. R. P. de V. M. esos borrones; asegurando a Vuestra Majestad que son producidos de mi lealtad y dispuestos según lo poco que alcanza la experiencia de mis años. Repito, Señor, que son borrones; pero que pueden instruir mucho el gran entendimiento de V. M. Reconózcalos bien V. M., léalos muchas veces, sin permitir que otro alguno los examine y tome conocimientos de ellos, para que no se publiquen, que entonces más servirán de daño que de provecho; pero será al contrario, si V. M. los guarda para sí y usa de ellos en los tiempos, casos y con la prudencia con que adornó el Cielo a V. M. Entonces se verá claro su fruto y V. M. logrará los aplausos y gloria que le desea, Señor, su más leal vasallo y rendido criado.
Reino de Portugal y sus calidades
Los reinos, Señor, de Portugal son, sin duda, de lo mejor que hay en España, así por la fertilidad de la tierra en algunas partes como por la disposición de las otras para la mercancía con los puertos excelentes que hay en aquellos reinos; son abundantes de gente y, por la disposición dicha, de personas de gran caudal, y su gobierno dificultoso; compónese de tres brazos, como todos los otros reinos del mundo: eclesiástico, noble y plebeyo. El eclesiástico no es grande por la cortedad de sus límites; los prelados son generalmente atentos y circunspectos y tratan del culto divino con gran decencia y ornato (parte que se extiende a las iglesias menos principales de las ciudades y a las de las aldeas menores); la virtud de los prelados, si no se observa (cosa que no he oído), es parte que se profesa, y la modestia religiosa, con mayor demostración que en otras partes; no hallo en este punto qué advertir, por parecerme que está bien. Así en los Tribunales ordinarios, como el de la Inquisición, podría ser que yo recibiese error porque, aunque con alguna noticia, no me hallo en esta parte con la necesaria para poderlo asegurar más. Los nobles, que ellos llaman fidalgos, se dividen en las mismas clases: fidalgos, debajo de cuyo nombre entran Grandes y señores y todos los que vienen de aquellas casas, o de otras; caballeros estirados y fidalgos de la casa del Rey, que son los que corresponden a caballeros particulares y hidalgos solariegos de acá; fidalgarones o escuderos son los hidalgos notorios.
De estas líneas todas (aunque no se diferencian en nombre) salen los Duques de Berganza, Abeyro y Camina, por el parentesco cercano que tienen en las Casas Reales de Castilla y Portugal. El de Berganza tiene la primera línea, sin que ninguno se la compita; quiéresela emular el de Abeyro, y no menos en lo substancial el de Camina; pero entrambos sin buen logro, aunque en algunos singulares pueden con razón.
Es la nobleza de aquel reino sin duda la de mayor presunción y satisfacción propia, que en ningún otro se habrá visto. Generalmente son entendidos; pero así en esto como en todas las acciones, tienen afectación; casi daño común y connatural.
Los ánimos de aquella gente, sin duda, son grandes; pero también es cierto que fueron mayores. La razón de haber decaecido atribuyen ellos a la falta de los ojos de sus Reyes naturales, y a esta misma causa todos los daños que padece su gobierno. No hay duda de que en lo primero deben de tener razón, siendo imposible que no desaliente infinito la falta de asistencia real, y así tuviera por convenientísimo para muchas cosas el asistir V. M. en aquellos reinos por algún tiempo, no sólo para el remedio de los daños, sino para la conveniencia mayor que pueden tener los negocios públicos, que miran a la conservación y aumento de lo general de la Monarquía. El segundo daño del gobierno, que ellos consideran también por este mismo accidente, es cierto que no se lo negaré yo, pues sabe V. M. que he reconocido y representándole inconvenientes para el gobierno de la Corte misma donde V. M. asiste, de la falta de su atención personal, con lo cual no me parece posible dejar de ser la ocasión mayor del mal gobierno de que hoy se muestran lastimados, y así me parece muy del servicio de V. M. que estos vasallos vivan con esperanza que V. M. les dé de que asistirá con su Corte en Lisboa por algún tiempo continuado y de asiento, y también juzgo por de obligación de V. M. ocupar a los de aquel reino en algunos ministerios de éste y muy particularmente en Embajadas y Virreinatos, Presidencias de la Corte y en alguna parte de los oficios de su Real Casa, y esto mismo tengo por conveniente hacer con los aragoneses, flamencos e italianos, anteponiendo y representado a V. M. con viva instancia, que es esto la cosa que más conviene ejecutar para la seguridad, establecimiento, perpetuidad y aumento de lo general de esta Monarquía; y el medio sólo de unirla es la mezcla de estos vasallos, que se reputan por extranjeros, admitiéndoles a todas las dignidades dichas, y me atreviera a hacer demostración a cualquiera de cuan vanas son las instancias que se pueden hacer contra esto, porque sabe Dios que habiendo pensado mucho en los inconvenientes que padece y pueden destruir esta Monarquía, no hallo mayor reparo que esta unión por estos medios, y si yerro en ello, es bien cierto que es error de entendimiento.
El pueblo de aquellos reinos es más parecido, en la sujeción y rendimiento a la nobleza, a todos los otros reinos forasteros de S. M., que no a los de Castilla: razón, sin duda, en que se funda la ventaja que hace a todos los otros reinos y naciones, la infantería de España, donde se ve con la fidelidad a sus Reyes (mayor que la de otros ningunos vasallos) el brío y libertad del más triste villano de Castilla, con cualquiera señor o noble, aunque de tan desigual poder, mostrando en la sabiduría del intento cuanto exceden los corazones a las fuerzas humanas.
Concluyo este papel, con que en los reinos de Portugal conviene lo que he representado a V. M.; e igualmente el poner remedio en los cristianos nuevos de aquel reino (como V. M. lo va tratando), con lo demás que se ofrece que remediar en el gobierno y en la hacienda muy particularmente, porque en lo uno y lo otro es grande el desorden, la libertad, codicia y ambición de los ministros y la poca obediencia a las Reales órdenes de V. M., daño que si no se repara los causará irreparables.
El corazón de los portugueses es fiel esencialmente, y el descontento que muestran es de puro amor a sus Reyes; son personas de espíritu y de presunción tal, que los hace notados de menos cuerdos; son vasallos dignos de grande estimación, pero de alguna atención en el modo de gobernarlos, fuera de lo general, en la justicia y gobierno público.
Conveniencias de la unión de Castilla y Aragón
Los tres reinos de la corona de Aragón llego a considerar por casi iguales entre sí en costumbres y fueros, así en el modo de gobernarse, en la grandeza de sus términos, en la condición de sus vasallos y también en la nobleza.
No estoy advertido del número de los títulos que hay en cada uno de los tres reinos, ni es necesario: sé solamente que son cuatro los Grandes: de Cataluña, el Duque de Segorve y de Cardona; en Valencia, el Duque de Gandía; en Aragón, los Duques de Híjar y el de Villahermosa. Los valencianos, hasta ahora, son tenidos por los más molestos en sus fueros, por no habérseles ofrecido lanzas, como a los de Cataluña y Aragón. No quiero por esto condenar a aquéllos, ni calificarlos por menos obedientes, porque tendría por especie de traición grande hecha a V. M. recatarle de tales vasallos, siendo, Señor, verdad asentada, que en mi opinión son tan fieles como los mismos de Castilla, pues no hay provincia en el mundo que se haya escapado de alborotos o tumultos; y si no, vuelva V. M. los ojos a los que en estos reinos hubo ocasionados de leves accidentes, y así han sucedido en todas partes, y por esto no sólo no deben perder la opinión de fieles, sino antes tenerlos por firmísimos y obedientísimos, pues en ausencia de tan largos años de la Real presencia de V. M. se conservan con la misma obediencia que los de Castilla.
Y esté cierto V. M. que, como representé en el papel de Portugal, lo haré en éste y en todos los otros reinos y provincias donde V. M. no asiste; que es el mayor yerro y de que más graves daños se han seguido, amenazan y se pueden temer en esta Monarquía, el recato y desconfianza que por tantos años se ha mostrado y tenido con los vasallos forasteros de V. M.
Y aunque sea con prolijidad, me parece tan esencial este punto y tan del servicio de V. M. el persuadir su Real ánimo a ello, que no puedo dejar de dilatarme algo en este papel, reduciendo los demás puntos de gobierno y estado de aquellos reinos, a lo mismo que antepongo en los de Portugal.
Vuestra Majestad y todos los otros Reyes y Príncipes soberanos del mundo poseen sus Estados por tres títulos: sucesión, conquista o elección. En cuanto a la postrera forma, que es casi singular y, sin duda, de peor gobierno de todas, como no necesaria (por no tener parte alguna de ésta los reinos de que se compone la Monarquía de V. M.) omito las razones particulares de desconveniencia de señorío electivo.
La mejor orden y los vasallos tenidos por más seguros son aquellos que se poseen por derecho de sucesión. Todos cuantos V. M. posee hoy (menos algunas pequeñas partes de que no parece necesario hacer mención) los posee V. M. por derecho sucesivo: sólo son conquistas el reino de Navarra y el Imperio de las Indias.
¿Pues qué razón hay para que sean excluidos de ningún honor o privilegio de estos reinos, sino que gocen igualmente de los honores, oficios y confianzas que los nacidos en medio de Castilla y Andalucía, estos vasallos, no siendo de conquista, título de menos confianza y seguridad, y que hayan de estar desposeídos de los privilegios aquellos naturales de reinos y provincias en que V. M. ha entrado a reinar con un derecho asentado y llano y donde reinaron tantos descendientes de V. M. continuadamente?
¿Y qué maravilla es que siendo estos menos vasallos de Castilla admitidos en todos los honores donde V. M. asiste, y que gozan de su Real presencia, causen celos, descontentos y desconfianzas? Las hay grandísimas y justificadísimas en todos esotros reinos y provincias, que no sólo se ha contentado el gobierno de tantos años con tenerlos sin la presencia de su Rey, sino también inhabilitados para las honras y notados por desconfidentes y desiguales en todo a otros vasallos, pues ningunos han tenido más ascendientes de V. M. por señores continuados, y más llegando a ver que se les anteponen a los que ayer se conquistaron.
Los vasallos más seguros de una Monarquía es fuerza que sean aquellos que más tiempos han sido gobernados por ella; en amando este gobierno, es fuerza que deseen la dilatación y aumento de su Monarquía, y así estos reinos de España, Italia y los Estados de Flandes (tantos siglos gobernados por la Monarquía) es fuerza que deseen la grandeza y autoridad de V. M. igualmente que los que gozan de su presencia, por la costumbre y amor heredado y por su propia conveniencia.
¿Fuera justo que se tuviera por fiel vasallo al que aconsejase a su Rey, que le estimase a él solo y le favoreciese con honores y riquezas, y fiase de él y desconfiase de los otros? ¿Sería leal el reino que propusiese esto mismo? Pues esto, Señor, es lo que aconsejan los que (…)
No digo, Señor, que entre V. M. de golpe derogándolo todo, porque la fuerza de la costumbre es tan grande en el gobierno, que dificulta y desluce muchas veces los mayores aciertos y conveniencia; más convendrá que obrando poco a poco y con personas señalada y conocidas, se vea romper este hilo, dejándose entender que V. M tiene dictamen de que conviene introducir en las honras, oficios dignidades de estos reinos a los forasteros; esto sin declararlo, ni pasa adelante: oiránse los inconvenientes sin empeño grande ni considerable, y ellos irán enseñando lo que más conviniere y la razón de introduciendo en los oficios de aquellos reinos los naturales de ésto; y entrando esta confianza lentamente, y sin pedir capitulaciones, parece que se asegura el suceso sin empeñarse en él, quedando siempre a tiempo el mudar cuando pareciere.
Recopilación del dictamen de la materia del Estado de todos los reinos
Este papel, Señor, será la recopilación del dictamen que tengo dad en la materia del Estado, de todos los reinos de V. M., de cada uno de ellos por mayor y, después, de toda la Monarquía junta.
Ni cuando las noticias y las demás partes mías fueran las mayores de la tierra, se pudiera asegurar cosa tan grande, por la cortedad de la capacidad humana, y más en juicio de negocio que por naturaleza tiene inestabilidad y obliga a tener el día siguiente contraria opinión y opuesta a la presente; y lo que alcanza a conocer la prudencia mayor y el más maduro discurso, es de esta calidad que he dicho para no fijarse en estas materias en opinión cierta, sino antes este dispuesto a mudarlas conforme a los accidentes. He dicho a V. M cuanto se ofrece en el gobierno de estos reinos por mayor, con la noticia que he tenido de ellos y con lo que he leído.
Tenga V. M. por el negocio más importante de su Monarquía el hacerse Rey de España; quiero decir, Señor, que no se contente V. M. con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que trabaje y piense con consejo mudado y secreto por reducir estos reinos de que se compone España, al estilo y leyes de Castilla sin ninguna diferencia, que si V. M. lo alcanza, será Príncipe más poderoso del mundo.
Con todo, éste no es negocio que se puede conseguir en limitad tiempo, ni intento que se ha de descubrir a nadie, por confidente que sea, porque su conveniencia no puede estar sujeta a opiniones y cuanto es posible obrar en prevención y disposición, todo lo puede obrar son de opinión que se viva con recato y desconfianza de los vasallos extranjeros.
Cuando faltara todo y lo que conforme a todas leyes de justicia, conveniencia y razón, están demostrando, ¿hoy no está tratando V. M., y con razón de paz con los holandeses, o tregua conveniente, concediéndoles por ventura muchas cosas de falta de reputación y fiando el cumplimiento de lo que se asentare, de sus capitulaciones, por poder hacer la guerra en otra parte, donde a V. M. le amenazan con ella, siendo los enemigos de la Monarquía tantos, como se experimentan, y como es fuerza, siguiendo la emulación del mayor poder? Pues si los enemigos obligan a fiar de los rebeldes, ¿cómo es posible gobernar y conseguir buen suceso en esta conservación y aumento, mostrando y ejecutando desconfianzas en los vasallos más fieles? ¿Y qué ejemplo puede hacer a los rebeldes de esta Monarquía ver los obedientes en tal estado? Y concluyo, Señor, en que los que han ejecutado este gobierno, siendo Monarquía, lo vienen a reducir a aristocracia, y estando la conveniencia de V. M. en la unión y en los medios, lo reducen todo a división.
Que se llame extranjeros y recaten de ellos como tales, los que fueren naturales de los reinos y Estados de V. M. es conforme a toda razón de estado y gobierno; pero que se tengan por de este número los vasallos hereditarios de V. M. es tan lejos de ser conveniencia, que lo considero por uno de los mayores fundamentos del apretado estado a que se ve reducida esta Monarquía.
Obsérvese en toda parte por conveniente circunstancia de gobierno, que el Virrey, gobernador y superior o cualquier ministro de Justicia, no sea natural del lugar que gobierna, por ser la general parte para el buen gobierno, la independencia del superior; calidad que ayuda al acierto de los vasallos forasteros en lo que se les encomendare en estos reinos, pues el deseo de acertar está acreditado con su fidelidad, con el amor de V. M., con ser vasallos de esta Monarquía, como he dicho; y cuando V. M. pusiere en estos reinos ministros naturales de aquéllos podrá seguramente introducir en las provincias forasteras gobernadores y ministros españoles, y entonces, Señor, se podrá llamar dichosa esta Monarquía y V. M., verdadero Monarca, pues tendrá unido el mayor Imperio que se ha visto hasta ahora junto, y en la forma que ahora se gobierna, habrá muchos que juzguen, y no con pequeños fundamentos, que fuera mayor el poder de V. M. con menos señoríos, y todo esto ocasionado solamente de este recato y desconfianza (indigna de hablarse en él), por introducidos sin fundamentos ningunos de razón.
V. M. por sí mismo solo, llevando esta mira con las advertencias breves, que aquí señalaré a V. M. para que, con su prudencia y la experiencia que los años y negocios le darán y con el valor que Dios le ha dado, en viendo la ocasión no la pierda en negocio tan importante, que ningún otro le es igual.
Presuponiendo la justificación a que me someto en primer lugar y no dudando de que la haya para que V. M. procure poner la mira en reducir sus reinos del estado más seguro, deseando este poder para el mayor bien y dilatación de la Religión Cristiana, conociendo que la división presente de leyes y fueros, enflaquece su poder y le estorba conseguir fin tan justo y glorioso, y tan al servicio de nuestro Señor, y conociendo que los fueros y prerrogativas particulares que no tocan en el punto de la justicia (que ésa en todas partes es una y se ha de guardar), reciben alteración por la diversidad de los tiempos y por mayores conveniencias se alteran cada día y los mismos naturales lo pueden hacer en sus Cortes, como pueden ser incompatibles con la conciencia, leyes que se oponen tanto y estorban un fin tan glorioso y no llegar a ser un punto de justicia (aunque se haya jurado), reconociendo el inconveniente, se procure el remedio por los caminos que se pueda, honestando los pretextos por excusar el escándalo, aunque en negocio tan grande se pudiera atropellar por este inconveniente, asegurando el principal; pero, como dije al principio, en todo acontecimiento debe preceder la justificación de la conciencia.
Tres son, Señor, los caminos que a V. M. le puede ofrecer la ocasión y la atención en esta parte, y aunque diferentes mucho, podría la disposición de V. M. juntarlos y que, sin parecerlo, se ayudasen el uno al otro.
El primero, Señor, y el más dificultoso de conseguir (pero el mejor, pudiendo ser), sería que V. M. favoreciese los de aquel reino, introduciéndolos en Castilla, casándolos en ella, y los de acá allá, y con beneficios y blandura los viniese a facilitar de tal modo que, viéndose casi naturalizados acá con esta mezcla, por la admisión a los oficios y dignidades de Castilla, se olvidasen los corazones de manera de aquellos privilegios que, por entrar a gozar de los de este reino igualmente, se pudiese disponer con negociación esta unión tan conveniente y necesaria.
El segundo sería, si hallándose V. M. con alguna gruesa armada y gente desocupada, introdujese el tratar de estas materias por vía de negociación, dándose la mano aquel poder con la inteligencia y procurando que, obrando mucho la fuerza, se desconozca lo más tocando a las armas
El tercer camino, aunque no con medio tan justificado, pero el más eficaz, sería hallándose V. M. con esta fuerza que dije, ir en persona como a visitar aquel reino donde se hubiere de hacer el efecto, y hacer que se ocasione algún tumulto popular grande y con este pretexto meter la gente, y en ocasión de sosiego general y prevención de adelante, como por nueva conquista asentar y disponer las leyes en la conformidad de las de Castilla y de esta misma manera irlo ejecutando con los otros reinos.
El caso tiene tales circunstancias, que no será fácil ajustar la razón de él; mas será bien que el Real ánimo de V. M. está advertido de esta conveniencia, para irlo obrando por los medios blandos que propuse en el primer punto, por no poder ser de daño ninguno, sino antes de mucha utilidad y buen gobierno y en la sazón se hallará con esta ventaja, para que si no pudiere valer por sí solo, ayude mucho a la ejecución de los otros medios, sin mostrarse tanto el ruido y violencia.
El mayor negocio de esta Monarquía, a mi ver, es el que he representado a V. M. y en que V. M. [ha de] estar con suma atención, sin dar a entender el fin, procurando encaminar el suceso por los medios apuntados.
Los demás negocios de estos reinos se reducen al cuidado con la justicia, estimación y buena administración de ella, con mantener los vasallos con igualdad y siempre dependientes de V. M., y con esperanzas de favor, y con hacer ejecutar sin réplica las órdenes de V. M. en sus reinos, y en que en esta parte no haya dispensación en el severo castigo de quien no las ejecutare, para que el escarmiento asegure la obediencia en los ministros.
Los presidios, fronteras y armadas ordinarias, situarlas (si es posible); porque irá a decir en la reputación lo que no se puede encarecer en la utilidad, cobro y seguridad de estos reinos, más que si se proveyese doblada suma, sin situación; buenas cabezas en estas plazas y, de cuando en cuando, visitas secretas en ellas, por el descuido que suele causar la paz; gobernar por Compañías y Consulados la mercancía de España, poniendo el hombro en reducir los españoles a mercaderes.
Éste es el camino, Señor, que puede resucitar la Monarquía de V. M., y con gobernar bien éste, se han hecho poderosos nuestros enemigos; conquistan con él el mundo, y no corriendo por su cuenta el despacho de los galeones de V. M., gozan en ellos incomparables sumas de las que vienen para V. M. y sus fieles vasallos.
Menester es. Señor, velar sobre este punto y algo tiene ya empezado, falta acreditarlo, que más disposición hay en estos reinos que en otros ningunos, siendo tan abundantes de los frutos inexcusables y que no produce esta provincia.
La despoblación grande que ha habido obliga a particular atención en la restauración de este daño; en las colonias sería gran cosa, pudiéndose encaminar de italianos, alemanes y flamencos, católicos obedientes y con esto favorecer los matrimonios, privilegiar los casados, poner límite, el mayor que se pueda, con entera seguridad de conciencia, en el número de religiosos y eclesiásticos; y así se podría ver, sin mucha dilación, la convalecencia de este daño.
De lo primero, V. M. está tratando; de lo segundo, ha hecho leyes; de lo tercero, conviene tratar, juntando para ello personas de toda experiencia, cristiandad y celo; y en éste y los demás negocios tan importantes a la seguridad, conservación y aumento de esta Monarquía (que por ser tan grandes no es posible disponerse, ni ejecutarse con brevedad), conviene que V. M. vaya caminando en ellos y mostrando a los ministros a quien los encargare, el cuidado con que está de su ejecución, porque no se pierda punto en caminar en ellos; que en esto, Señor, acreditará V. M. su amor y desvelo en el remedio de estos reinos y verá lo gozoso de este cuidado, a que es fuerza que sigan muy buenos sucesos, encaminándose negocio de tan gran consideración para el todo de esta Monarquía, teniendo por la principal mira para desear este aumento, y para trabajar en él, el deseo de la dilatación de la religión católica y de conseguir estas fuerzas para emplearlas en la extirpación de los enemigos de la Iglesia.
He dicho a V. M. por mayor lo que conviene al estado de estos reinos de España y por parecerme casi uno en Castilla el gobierno de las Indias Occidentales, omitiré aquí lo que se me ofrece y dirélo en otra ocasión brevemente.»—Madrid, 1625.